Mi otro yo
La insensatez no es màs que falta de imaginación
Ridiculiza lo abstracto, habla absurdamente
De cosas santas.
Voces 1913 Herman broch.
Hay un balcón donde gritar la visión incierta
del suicidio en actos
que se construye con el eclipsar de la palabra,
con la intención de hacer de toda búsqueda
un monumento a la estabilidad.
Ya lo sé,
sólo se busca el eterno ensueño
de quien se ve al espejo
y recita el soliloquio de su tranquilidad,
el gastado recurso que el día de huesos y arcilla
tomó para sí el enigma de la razón.
Y como quien no quiere la cosa,
frunciendo el ceño en un gesto silente
de rebeldía o aceptación,
he de preparar las ruinas de mi propio espectro,
del arlequín que se mofa entre cada
parpadeo.
He de clasificar toda clase de ataduras
para después inscribir en la vieja
magia
un pensamiento miles de veces reprimido.
Hoy, mi aliento es de cenizas,
de lo que cuentan las tragedias antiguas,
de lo moderno donde se perdieron los amigos
y sus promesas de renacer.
Mis palabras suenan a mito que se desvanece
en un firmamento que es diferente a cada noche,
ruta a otras metamorfosis más profundas,
hacia otras revelaciones talladas en el marfil
de la recién inaugurada cordura.
Mi aliento es reflejo de silicios y muerte,
de la silenciosa muerte que han sembrado
en todos los anhelos
con el plomo de la incredulidad.
Voy como quien borra su huella
y rescribe su particular génesis
con los incendios del alma.
Ya no más reincidir en el dolor
de morir de sordera,
de morir sin dar crédito a la intuición
de reiniciar por última vez
la circunnavegación de los abismos
internos.
Ya el tiempo nuevo lo exige,
la marea ataca a barlovento
y el silencio se retira
con una ola en la pleamar.
Hoy regreso mucho después de lo predicado,
donde el hambre del cuerpo
alimenta los espejos de otro almanaque.