miércoles. 24.04.2024
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Frágil Aleph

Yara Ortega

Frágil Aleph

Los clanes son estructuras sociales, si bien silvestres, pueden llegar a ser muy primitivas. Se nace y luego se muere en el interior de uno. Existen decretos ineluctables, contra lo que no podemos hacer nada: La muerte siempre ha significado el dolor del desprendimiento, el desarraigo de la partida. El desgarramiento de un adiós para el que se sabe no habrá una nueva bienvenida. Hoy, la muerte en el clan era “menos muerte”. Y más vida. 

Guimllard se había ido. 

Sonriente demonio, consagró su altar entre intrincadas caligrafías de cantera, hierro forjado y la luz; ésa luz cándida, desenfadada y salvaje que solo el Bajío ofrece. Y ese nicho, tan tibio como el seno materno; fue violentado por la partida de Guimllard. Frente de batalla para la solidaridad, desde la ignominiosa trinchera de la profanidad. 

Había sentido suya la pequeñez de mis capacidades, la estrechez de mi vida, la inmensidad de los sueños y la libertad de mis ganas. La humildad de mi cuerpo y la grandiosidad del respeto y admiración que tengo por esa volatilidad de ángel dorado, híbrido con la persona, intelectual y sensible. Vulnerable. Humana. Débil. Casi nos pertenecíamos. Yo me le doné. A veces, se me entregó. Pero se fue.

I. LOS GUARDIANES DE ÍCARO

Hay territorios nómadas, a los que no tenemos acceso por más que deseemos. Cuando los queremos asir, se nos van de las manos. Las mujeres como yo, que sabemos a donde pertenecemos, tenemos que desarrollar el sentido de la discreción, y aparentar aislamiento, silencio e introspección cuando lo que deseamos es salir al campo de batalla. Hay veces que se gana más callando que gritando. 

Cosas que se pierden, a veces se recuperan. Y de lo perdido, lo hallado es bueno. Dónde nos encontramos ahora, como entorno físico es lo de menos. El problema real, de fondo, es en qué parte del dédalo infinito nos hemos estacionado. Cuál es el reflejo y cuál el objeto en medio de los espejos entre los que movemos nuestras almas, bajo máscaras de seguridad y supuesto dominio. No hay hombre tan miserable que no se pueda fabricar un rostro distinto. Hace(rn)mos creer que (se) nos ama. 

Cuántas mentiras se tienen que inventar para que se crean verdades a medias: Cuantas excusas para construir una razón. 

Cuántas explicaciones para una convicción: Cuantas verdades se tienen que ocultar para pretender sostener una mentira con alfileres cuando el tornado se anuncia. Mi cariño y mi presente, casa abierta y espaciosa al invierno en que faltaste, espumeante rumor del estío, delicia del encanto siempre presente, parpadeo fugaz de luz-instante, ojo solar sobre las estaciones yentes... mi orgullo, gema refulgente, razón de mi vida, dulce niño... qué te estabas haciendo? 

Hizo creer que me amaba. Que conocía sus vericuetos. Que me confiaba sus sentimientos. 

Que compartía sus secretos. Mentira. Casi creí en su libertad. Si la fe fuera suficiente, se haría realidad un sueño. ¿Qué espacio tendría entonces la fantasía?

Para volar, no basta tener alas. Es indispensable perder el miedo a las alturas. Gustar de la caricia del aire, que puede ser brisa o vendaval. Mirar las cosas desde arriba, con la óptica de las águilas que no necesitan de cera para conjurar el temor al sol. Igual que Ulises cuando salió de Ithaca. ¿Qué te hiciste? 

Sin embargo, precisamente el sol fue el que fundió su decisión. Y decidió la muerte por propia mano: “Si tu mano es ocasión de pecado...” arranca de raíz la razón para seguir pecando. Porque el pecado era la razón de su vida. 

Erializó la mía, haciéndome desconocer el temor: antes de él, la muerte era tremenda. Ahora, es una farsa como los Esperpentos de Goya. De dramática, negra y fecunda, ahora es estéril gracias al conjuro potente de la poesía que dejó en mi piel, desde la seducción que corrompe el terror, hasta hacer suponer que la música será suficiente como para hacer vencer al amor. Cómo me cambió. Y ahora, cumple con morirse. ¿Qué me has hecho?

Respiramos la luna la noche que fuimos uno. Cuando el valor le alcanzó para fugarse por veinticuatro horas a su destino, sólo para toparlo a la vuelta de la esquina con un día menos en la cuenta de la realidad; que aunque nos duela, existe. 

Maravilla, su reposo. Amanecida, un beso bajo volutas de luz interrumpidas por la lluvia arrebozada en un arcoiris. Hizo material París en mis ojos, inventando caprichos para los que me sometía gustosa a su misericordia. Trajo a mi olor un invierno moscovita, y la primavera en Praga para mis oídos. “Dejar hacer, dejar pasar”. Cómo explicaré su ausencia al sombrero huichol que le espera. No sé si lo entenderá el gabán en expectativa por su calor. Cómo lo aceptaré yo. ¿Cómo lo explicaré al que llega?

II. ADIÓS AL MAR

Ahora que ya he puesto en paz mis sentimientos, creo que le puedo decir adiós, pero sin la máscara de la despedida: - “Mírame, estoy frente a ti: Cierro los ojos, que se han enmarcado en los brazos abiertos a mi destino. Te abrazo, fuerte. La boca húmeda te busca, no con la procacidad de un deseo incontrolable, sino con la decisión de la mujer que se te ha dado sin temor, recibiendo sin medida. Un beso. Lento. Largo. Profundo. La entrega confiada convertida en caricia, que baja de la espalda aceitunada hasta la cintura, y que con los dedos abiertos, agradece la generosidad otorgada en regalos como la música y la poesía a manos llenas. Pero también el tiempo y la pasión. El ansia y la libertad. El amor que se genera en ella. Adiós, Guimllard”- 

Definitivamente, se gana más callando que gritando: El sol salió de nuevo por el oriente, sobre mi almohada y entre mis brazos: Su hijo me nacerá en primavera. Nunca lo supo. No lo hubiera permitido.