miércoles. 24.04.2024
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Aquí no ha pasado nada

Yara Ortega

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Aquí no ha pasado nada

Pepe Maravilla se ha ido. Los lirios de estas mis manos no tiemblan buscándolo inútilmente en las noches. Los jacintos de estos mis ojos no centellean en el horizonte por si lo vieran. Las rosas de mis pechos no parpadean esperando escuchar sus pasos en el corral.

El tiempo cauterizará la huella de su único beso en mi mano. Yo no pido como la loca de blanco, la espuma junto al mar para celebrar nuestras bodas. A mí me basta la tierra negra del monte y el azul del cielo para el himeneo.

Yo no soy la pureza de la virgen, sino el instinto de la loba. No seré la suavidad del cordero, sino la urgencia de una jabalí. No sería la paz de la novia enamorada, sino el alivio de la amante complacida.

Pepe Toledo se fue. Porque no fue hombre para afrentar la deshonra de una mujer. No fue hombre para sostener su palabra de caballero ofrecida a una prometida. No fue hombre para esperar a consumar un matrimonio. O testimoniar un martirio.

José España se llevó con su partida la última ilusión de una mujer enamorada. No lo sabe, pero en su bagaje va toda la ternura que nunca pensé –ni en el esplendor de la juventud-. Su cara, la frescura de la mañana; en su boca, el riachuelo cantarín; en su piel, la riqueza de las aceitunas y en sus ojos el derroche de las almendras. Es su talle turrón de Alicante y los pies, mazapán fino.

Aquí no pasa nada: el calor del verano refulge como espejo en los trigales, el sol incendia el viñedo y levanta humo en los ánimos de todos. Solamente los segadores cantan, con la promesa de las espigadoras con piel de hoguera cuando caiga la noche en medio de las gaitas y las guitarras, refrescando todos las gargantas con agua de pozo hasta que el día se canse. Cuando se estrene la noche, entonces comenzará a correr el vino como la sangre, trayendo igual la vida. Y esta casa, ahogada en el silencio.

Aquí no ha pasado nada. No somos ocho mujeres en un convento doméstico con la cadena del duelo al cuello, ni somos siete corazones palpitantes y uno asilenciado al compás del estampido galopante de un caballo. La honra hay que cuidarla del tejado abajo y entre las cuatro paredes la casa. Del tejado arriba y de puertas fuera, todo pasa y de ello se habla. Lenguas afuera, que todas morirán vírgenes. Aquí no va a pasar nada. Habrán de olvidar. Como que me llamo Bernarda y me apellido Alba.