Es lo Cotidiano

EL DICCIONARIO BIOGRÁFICO DEL FRACASO LITERARIO

Simon Sigmar

C.D. Rose (Traducción de José Luis Justes Amador)

Simon Sigmar

Hay mucho que decir sobre esa idea de que la literatura del siglo XX trata de la memoria. Desde Beckett y su lucha por olvidar, a Nakokov urgiéndola a que hable; del Funes de Borges atormentando por todo lo que puede recordar, a Sebald perseguido también por todo.

Apiadémonos, pues, de Simon Sigmar. Nacido en Dresde en 1922, Simon era un aspirante a poeta cuyos versos nunca llegaron a ser publicados porque, según pensaba, tenían cualidades decadentistas y la segunda guerra mundial estaba al caer. Pero esa no fue su tragedia. Simon logró evitar el alistamiento pero lo encarcelaron por sospechas de comunismo. Logró sobrevivir a los horrores de la prisión, fue liberado por el Ejército Rojo y regresó a casa tras una caminata de seis semanas sólo para descubrir que su ciudad estaba quemada y arrasada, sus padres desaparecidos, y probablemente muertos, y que su única hermana se había quedado muda ante el horror y estaba embarazada.

Sigmar, pues, era un hombre con mucho que soportar y de lo que ser testigo, aunque se encontró a sí mismo en una ciudad controlada por un aparato tan represor que cualquier cosa que intentó publicar, o incluso escribir, fue suprimida con resolución. Pronto se encontró sujeto a una observación cercana, siendo monitoreado sin el mayor disimulo por sus peligrosas tendencias.

De hecho, intentó huir introduciéndose en una enorme bolsa de plástico y escondiéndose en la cajuela de un coche que iba al oeste. Cruzó y sobrevivió al viaje pero parte de su mente no lo logró: al ser revivido, los doctores descubrieron que durante el trayecto de dieciocho horas había sufrido una especie de aneurisma que le impedía recordar algo que hubiera pasado en su vida más allá de los tres minutos anteriores.

Había llevado consigo algunos de sus cuadernos pero ahora al leerlos no tenían el mínimo sentido para él. Le daba la impresión de que era una historia terrible que le había ocurrido a alguien más, y se sentía aliviado de que eso no le hubiera ocurrido a él. Una bendición, en cierto modo.

A pesar de la perdida de la memoria a largo plazo, Sigmar les decía a sus doctores que se sentía perseguido por un cierto sentido de pérdida. Pasaba horas caminando por su habitación buscando algo que no podía encontrar, aunque era incapaz de decir qué era lo que estaba buscando.

En alguna parte de su todavía activa mente sabía que debía escribir, contar la historia de lo que no podía recordar. Tenía montones de cuadernos en los que empezó a escribir, pero cuando llevaba cuatro o cinco frases ya no tenía idea de qué o por qué estaba escribiendo, o cómo se relacionaba la última palabra con las que había antes de ella. Una sombra de su vida anterior aparecía de vez en cuando en su mente, pero para el momento en que Sigmar había conseguido papel y pluma, ya no recordaba nada del recuerdo que le había hecho conseguirlos.

Ni Oliver Sacks –que visitó a Sigmar a finales de los años setenta- pudo ayudar.

Si la literatura del siglo veinte es la de la memoria, ¿qué papel tendría Simon Sigmar en ella? Lo sabía todo y no podía recordar nada.

[Ir a la portada de Tachas 172]