Es lo Cotidiano

Bubblegum

Esteban Cisneros

The Archies Show
The Archies Show

1. Conocí una vez a una chica que odiaba los chicles. Y no sólo le parecía demasiado la idea de meterse una goma a la boca, mascarla, salivarla y luego escupirla: le parecía horrendo ver (y escuchar, sobre todo) a alguien moviendo la mandíbula y poniendo a trabajar los dientes para sacarle sabor a ese inmundo pedazo de plástico (sus palabras). Aunque en algunas noches donceles de insensatez lo único que podía calmar las ansias era mascar chicle, siempre entendí a esta chica. No hay peor cosa que la goma de mascar.

Conocí a otra chica con ojos de sapo en velocidad que brincaba como pájaro Aracuán día y noche, sin cansarse. Todo el tiempo mascaba chicle y hacía bombas de todos colores: azules, rojas, rosadas, verdes León, naranjas mecánicas, blaugranas crit valent, violetas, violentas, amarillas… Y cada que la veía, tan viva, necesitaba meterme un chicle a la boca también, para ver si podía entender todo ese nervio. Y lo hacía. No hay mejor cosa que la goma de mascar.

2. Música bubblegum. Música de chicle. Obra de unos ejecutivos de la industria discográfica. Carajo, industria discográfica, ese término tan conflictivo, ese puto mal necesario. Un invento genial y maquiavélico (por fin pude usar este término). Música sin intención artística, vacía, un comercial con buen ritmo y letras oligofrénicas y no mucho más, pensada para venderse en singles, desechable. ¿Qué se puede esperar de una música que se llama como una goma que se masca y se tira? ¿Y después de tirarse? ¡Claro!

Música bubblegum: uno de los grandes hitos de la música de los 60. Y, por lo tanto, de toda la música pop hasta ahora. Y hasta siempre. Música prefabricada, sí. Música pensada en un estudio para consumo de preadolescentes que apenas tienen dinero para comprar singles, sí. Música de tres acordes, vocecitas armonizadas, letras que hablan sobre chicos y chicas y sobre mermelada y dulces y sobre tomar de la mano a la chica y salir a pasear, sí. Música ñoña, sí. Música divertida, sí. Música importante, sí.

3. Pongámonos serios. Y no. La música bubblegum fue una música hecha para vender, para asaltar las listas pop y para generar una cantidad obscena de dinero para unos pocos a costa de un montón de ilusos. La historia nos suena conocida, sin duda. Vivimos en una época cínica.

Entonces, quiero creer porque soy un romántico, la cosa no era tan caradura. O había más talento. No sé. Pero poniéndome serio (y no), amo la música bubblegum. El pop de chicle. Esas letras llenas de dobles entendidos, de sexo disfrazado de enamoramiento de secundaria, de onomatopeyas, de azúcar azúcar; y esa música llena de armonías tramposas, de tres acordes, de voces estridentes y guitarras limpitas, de órganos cutres haciendo figuras elementales. ¿Qué puede ser más genial?

Cuando comenzó el rock and roll, se trataba de awopbopaloobopalopbamboom. Unos pocos años después, todos querían subir una escalera al cielo. ¿A qué jodido cielo, señor Plant? A ninguno. Usted estaba demasiado volado para entender algo. Y mientras tanto, había ejecutivos discofrágicos (ugh) que ideaban cosas más geniales que usted, señor Page. No todo era riffs y solos interminables, qué aburrido. En el fondo, todos queríamos estribillos y canciones sobre romance adolescente.

4. No hay cosa más bonita que la música pop… cuando es simple, cantable y sincera. En la difícil transición entre los 60 y los 70, apareció un antídoto a toda la música insoportable que hacían los greñudos. Lo paradójico es que era una música para niños, que no quería más que vender miles de copias en single (porque los niños no pagaban por elepés), hecha en laboratorio (aunque un laboratorio como el Brill Building no tiene peros), tonta y sinsentido. Era música para hermanos menores.

Dicen unos que fueron los Monkees, los pre-fab four. O los Lemon Pipers. Como sea, el sonido bubbegum era lo más alejado del sonido reinante en las ondas radiofónicas “serias”, es decir, la contracorriente. Los hermanos menores tuvieron la razón por un buen rato, porque los hermanos mayores terminaron clavándose con el rock progresivo. ¿Y los pequeños? Terminaron siendo punks.

5. No sé tú, pero prefiero un coro de diga Louie Louie as0ijdwyabedeosas o Yummy yummy yummy I’ve got love on my tummy, a la letra completa de la discografía de Pink Floyd post-Syd Barrett. Prefiero poder bailar una canción tonta con las chicas que pretender descubrir el significado de la vida en una canción solemne. Prefiero tres minutos de fiesta que setecientos de sermones que no llegan a ninguna parte. Prefiero grupos cuyos cantantes grababan en estudio y luego no se aparecían más y enviaban de gira a los músicos que la enésima visita del mismo grupo serio que me hace dormir.

Me parece mucho más wokandwoe una canción de los Archies, que ni existían, que una de cualquier grupo greñudo de rock que se creyó que todo esto de la música pop era trascendente. Hey, greñas, has malentendido todo. En cambio, unos trajeados lamentables lo han comprendido mejor que tú. E hicieron cosas a tus expensas.

6. Ohio Express. 1910 Fruitgum Co. The Archies. Jackson 5. Banana Splits. The Music Machine. Josie & The Pussycats. Tommy James & The Shondells. Bugaloos. Neil Bogart. The Wombles. Lemon Pipers. Andy Kim. The Cuff Links. Marshmallow Way. The Cowsills. Jack Wild. Shadows of Knight. Kasenetz Katz Super Circus. The Rare Breed. La familia Partridge. Merry-Go-Round. Tommy Roe. The Hardy Boys. Lt Garcia’s Magic Music Box. Sugar Bears. Ron Dante. Groovie Goolies.

7. Hoy todos los cejas alzadas alaban a Gorillaz. Son el mismo tipo de grupo ficticio que aborrecen del bubblegum. Al menos soy coherente. Yummy, yummy, yummy. Y que viva el bublegum, joder.

8. Conozco una chica que detesta el chicle. Se divierte muy poco. Conozco otra, con ojos de sapo en velocidad que lo sabe todo. Que entiende al mundo. Que es demasiado cool para ser verdad.

C/S.

***
Esteban Cisneros
(León, Guanajuato) es panza verde, músico de tres acordes, lector, escritor, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico.

[Ir a la portada de Tachas 251]