FUMADORES [XVIII]
La Guerra
José Luis Justes Amador
A nadie se le niega un vaso de agua es la formulación popular del Convenio de Ginebra relativo al trato debido a los prisioneros de guerra, firmado en 1949 al terminar la Segunda Guerra Mundial, que en dos de sus artículos habla del tabaco. En el 26, relativo a la alimentación, que dice: La ración diaria básica será suficiente en cantidad, calidad y variedad para mantener a los prisioneros en buen estado de salud e impedir pérdidas de peso o deficiencias nutritivas […] Se suministrará a los prisioneros de guerra suficiente agua potable. Está autorizado el consumo de tabaco. Y en el 28 que, anticipando que si tienen que fumar en algún sitio tendrán que conseguirlo, habla de las cantinas de los campamentos, donde […] los prisioneros de guerra puedan conseguir artículos alimenticios objetos de uso común, jabón y tabaco, cuyo precio de venta nunca deberá ser superior al del comercio local.
Los cigarrillos forman parte del imaginario de la guerra. Desde la leyenda inglesa que atribuye la mala suerte de prender tres cigarrillos con la misma cerilla, porque un soldado de la Primera Guerra utilizó el resplandor del primer cigarrillo para descubrir al enemigo, el segundo para apuntar y el tercero para disparar a la imagen de las tropas usamericanas regalando tabaco a las poblaciones italianas y francesas durante la liberación. Son innumerables las imágenes de soldados, con enemigos incluso, compartiendo un cigarrillo en las pausas bélicas, como lo son también las de enemigos ofreciendo cigarrillos a los recién capturados.
El soldado ruso, de pie, en una posición claramente superior a los derrotados y capturados alemanes, está fumando, medio sonriente. Con un gesto que podría parecer de comprensión incluso. Su compañero de armas, a la izquierda, también está fumando. Del tercer soldado ruso que está frente a los enemigos no podemos ver si está haciéndolo. Lo más probable es que sí. O que ya haya terminado. Al igual que parece que ha terminado, por la ropa de los soldados y por el infinito campo al fondo de la fotografía, el duro invierno ruso.
Hacia la mano del soldado ruso que sostiene un paquete de cigarrillos se alzan, dada su posición inferior, casi hincados, las manos de ocho soldados alemanes dispuestos a aceptar la derrota y un cigarro. (Es casi imposible, aunque es una suposición, que el fotógrafo no viera a la hora de enmarcar su instantánea uno de esos cuadros renacentistas y barrocos con mendicantes o enfermos alargando sus manos hacia el santo.) Probablemente los soldados no compartan, al igual que no compartieron trinchera, el idioma. Pero sí, eso es seguro, han compartido la soledad de una guardia, aliviada por el cigarro, la eterna espera hasta la orden de atacar o replegarse, acortada por el humo y, sobre todo, la angustia de no tener un cigarro que llevarse a los labios. Y esa angustia, aunque sea el enemigo, se comprende y se alivia.
Igual que un vaso de agua, un cigarro no se le niega a nadie.