ESTA CANCIÓN PODRÍA SER TU VIDA, LA NOVELA POR ENTREGAS, XXII
Girls just want to have fun (Robert Hazard, 1979)
José Luis Justes Amador
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Fueron, y a la hora de escribirlo me doy cuenta de que estoy escribiendo un tópico, dos meses de auténtica locura. Una montaña rusa emocional, un interruptor de encendido y apagado que alternaba días y semanas de aburrimiento con otros días, nunca llegaban a ser semanas.
Caro tenía cuatro letras como la canción y había descubierto que a partir de los treinta, me llevaba unos cuantos años, solo valía la pena divertirse. Pero de un modo bastante diferente, opuesto casi, al de la búsqueda de diversión de la adolescencia y la juventud. Para ella el único modo de hacerlo era uno.
—Cada momento hay que pasarlo no como si fuera el último. Eso es una estupidez. Hay que disfrutar siempre de lo que haces. Aunque sea –recuerdo que me guiñó un ojo- arreglar un aparato del siglo pasado.
Nunca sabía cuándo me iba a acostar con ella. Ella siempre lo decidía. Y durante aquel tiempo no logré encontrar un patrón.
Podían ser las cinco de la mañana cuando llegaba intempestivamente a casa para desayunar y antes de hacerlo lo hacíamos. (A veces hay que hacer malabarismos y redundancias con el idioma para decir lo que queremos decir.) Podían ser el epílogo de las cervezas de los viernes, aunque no siempre. De repente proponía “vamos a otro sitio” y yo ya sabía lo que quería decir.
Si era desconcertante en los cuándos también, para no ser menos, lo era en los dóndes. Volvimos varias veces al primer motel. Fuimos a otros. Una tarde de locura controlada, si es que la locura puede ser controlada, nos revolcamos en una de las aulas abandonadas. A mi casa, aunque poco, acudimos, mejor dicho, acudía, bastantes veces.
Solo hubo un lugar que no probamos nunca: su casa.
Nunca le pregunté la razón.
Hicimos cosas que eran pecado y algunas que, estoy casi seguro, eran delito. Y, creo, algunas que eran las dos cosas a la vez.
Estábamos ya a final de curso y el verano parecía haberse adelantado. Intentamos, como ella lo había sugerido, quitarnos toda la carga administrativa del final. Calificaciones, reportes, peticiones administrativas para el año siguiente.
Fue cuando me lo soltó.
—El año que viene ya no estaré aquí.
No dijo contigo porque nunca habíamos hablado de eso. De hecho, no dijo nada más.
De inmediato comprendí la razón de que adelantáramos todo el trabajo posible. Ella quería irse de vacaciones y para siempre con todo hecho. No esperaba ninguna llamada intempestiva o tardía por un detalle minúsculo. Años de burocracia la habían hecho todo lo prudente como para saber qué hacer y lo bastante inteligente como para saber qué era lo que no le importaba a nadie si hacías.
Me ofrecí a ayudarle con su mudanza. Se negó.
—Gracias: Me va a ayudar mi marido.
Lo reformuló porque debió ver en mi cara que me había quedado sordo, y mudo, de repente.
—Estoy casada. Felizmente casada.
Yo seguía sin saber qué decir.
—Creo que no te lo había dicho.
No, no me lo había dicho.
***
José Luis Justes Amador (España, 1969) es filólogo con un posgrado en Cambridge sobre poesía inglesa contemporánea. Sus publicaciones más recientes son "99" (2019, UAA) y "El poeta, enamorado, escucha 'The Velvet Underground and Nico'" (2018, IMAC).
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