EL HOMBRO DE ORIÓN
Las mejores películas sobre asesinos seriales [II]
Juan Ramón V. Mora
[Ir a Las mejores películas sobre asesinos seriales, I]
Aunque los esfuerzos para solucionar el problema no han sido pocos, la naturaleza de El Mal sigue haciendo correr la tinta. Lo que sí sabemos es que se trata de un fenómeno humano. Se necesita tener conciencia de los propios actos para ejercitar la crueldad o la violencia sin sentido. El lenguaje (la fibra misma con la que está tejida nuestra alma) puede impulsar arte maravilloso o el hundimiento de un cuchillo en la carne nocturna. El cine de asesinos seriales permite unir ambas inclinaciones.
En esta segunda parte de la serie se nota la ausencia de la década de los ochenta. Por desgracia, el éxito de Halloween (Carpenter, 1977) provocó que los señores del dinero inundaran la década de copias mucho menos imaginativas, deshonrando durante mucho tiempo al horror. No faltaron buenas películas sobre el tema en aquella época, pero creí mejor nombrar obras más notables de las décadas siguientes.
Suspiria (Dario Argento, 1977)
Que sirva esta mención para no dejar sin representante a ese desfile de manos enguantadas, tramas delirantes, pesadillas technicolor, vírgenes perseguidas y corredores oscuros que fue el género giallo. La obra maestra de Dario Argento es el momento cumbre de esta peculiar manera de hacer cine. No creo que importe demasiado referir la trama, pues no es muy distinta de los cuentos de hadas más elementales —aunque en un grado más delirante. Esta película es más bien un asalto sensorial parecido a una gema de resplandores múltiples. Cada encuadre es un placer a la vista; la sangre de tono neón fluye generosamente bajo fulgores evanescentes. La banda sonora, propinada por el conjunto progresivo Goblin, se ha convertido en un clásico por derecho propio; su estridencia es compañía insuperable para la fastuosidad perversa de las imágenes. El homicidio visto como festín de belleza que propone el cine giallo no se ha quedado sin continuadores u homenajes. Baste mencionar, por ejemplo, a The Neon Demon (Winding Refn, 2016), que apenas el año pasado supo rendir una fascinante reverencia a esta esquina de la perversión.
The Silence of the Lambs (Jonathan Demme, 1991)
Es extraño que una gran película de horror sea reconocida de inmediato como una gran película a secas. El relato de Jonathan Demme corrió con esta suerte, y su estatus no ha disminuido con el paso de los años. La película se centra en la cacería de un asesino serial conocido como Buffalo Bill. El motor de la historia es la relación entre la agente del FBI encargada de su captura (Clarence Starling) y el único hombre capaz de ayudarla: otro temible asesino serial (Hannibal Lecter), interpretado por Anthony Hopkins en el mejor momento de su carrera. El impacto de The Silence of the Lambs ha sido perdurable. El doctor Lecter, en particular, se ha vuelto una presencia elemental de la cultura popular. La profundidad psicológica y el vínculo resbaloso entre sus protagonistas no permite que la atención se desvíe jamás de la pantalla. La tensión se siente a tope desde la primera hasta la última toma. Es una cinta irreprochable, de las que cada vez hacen más falta.
Seven (David Fincher, 1995)
No es un hecho menor el que Fincher haya podido revolucionar un género y al mismo tiempo cimentar una carrera brillante de un solo golpe, con apenas su segunda película. Seven está llena de tonos metafísicos y matices de gran inteligencia, cuyas huellas no se han desvanecido del cine y la televisión policiaca. Su ambiente de pesimismo brutal y la violencia que ensordece todo a su alrededor todavía resuenan en nuestros días. Quizá en aquel entonces era el temor milenarista lo que logró asomar la cabeza; o quizá haya sido algo más profundo lo que enseña los colmillos a través de la saga de John Doe: la convicción de que el mal nunca desaparece del mapa, por grandes que sean nuestros esfuerzos. La relación entre los personajes de Morgan Freeman y Brad Pitt transforma lo que podría fácilmente haberse desbarrancado hacia el cliché en un contrapunto brillante de cosmovisiones que le insufló nueva vida al guionismo detectivesco. Seven es obligatoria para los que hayan sentido, aunque sea una vez, que el mundo es un lugar espantoso y la existencia una carga innecesaria. Mejor dicho: es una película obligada para cualquiera.
Zodiac (David Fincher, 2007)
No es difícil contar otra película de Fincher en esta lista. Se trata de un director que, a la manera de Hitchcock, ha sabido equilibrar el morbo y la inteligencia, el gusto popular y el gran arte dentro de la industria. Lo que distingue a sus películas sobre asesinos seriales es que cada una aborda un aspecto distinto del fenómeno. Zodiac es muy distinta a Seven, o a The Girl with the Dragon Tattoo, a pesar de que aborden el mismo fenómeno. En ésta —que es, pienso, su obra maestra hasta ahora—, Fincher punza dos polos del homicidio serial: el mundo que lo produce, y la obsesión que provoca. Tan meticulosa y compulsiva como sus protagonistas, la recreación de la época que parió al Asesino del Zodiaco es casi un milagro en esta cinta. El grado microscópico con que mira el complejo panorama de la historia es al mismo tiempo su fortaleza y su debilidad. En su momento fue ignorada por crítica y audiencias, pero más vale escuchar lo que tiene que decir. No es una película que se centre en la anécdota efectista. Tampoco es un relato fácil que ofrezca soluciones envueltas y con moño. Por el contrario: sus respuestas profundizan los enigmas, alebrestan el fuego, incrementan el apetito y nos dejan suspendidos en una perpetuidad sin soluciones. ¿De qué otra manera puede tratarse a la maldad, o a la vida misma? Creo que esta ausencia de respuestas es la mejor justificación para seguir produciendo arte.
***
Juan Ramón V. Mora (León, 1989) es venerador felino, escritor, editor, traductor y crítico de cine. Ganó la categoría Cuento Corto de los Premios de Literatura León 2016 y fue coordinador editorial en la edición XXII del Festival Internacional de Cine Guanajuato. Escribe sobre cine en su blog El hombro de Orión.