DISFRUTES COTIDIANOS
Tachas 392 • Harold Budd: Despertar en el blanco pabellón de los sueños • Fernando Cuevas
Fernando Cuevas de la Garza
Con el ambiente como género base, Harold Budd (1936-2020) recorrió otros espacios sonoros que iban de los movimientos asociados al avant-garde, hasta el rock independiente, atravesando enfoques neoclásicos, electrónicos, del jazz y de la llamada new age, incluso a través de la incorporación de visitas a recursos orquestales, contrapunteando con su característico y envolvente minimalismo. Fueron sobre todo los teclados arreglados, pianos tratados y la búsqueda de sus posibilidades según los avances tecnológicos que surgían a la par de su trayectoria, sus principales aliados instrumentales para generar las atmósferas deseadas, capaces de invitarnos a mover nuestras sensaciones y emociones.
Originario de California, desde temprana edad se interesó por los sonidos que lo rodeaban, como el de los cables telefónicos que escuchaba en Victorville, el pueblo donde creció ubicado en el desierto Mojave, cuyos paisajes seguramente influyeron en su propuesta musical. Se integró a la banda del ejército donde conoció y colaboró con el explorador jazzista Albert Ayler. En los años sesenta estudió música en la Universidad de California con especialidad en composición para después convertirse en profesor a finales de aquella década en el Instituto de Artes de Californa, ya bien influenciado por John Cage, Morton Feldman y Gavin Bryars, entre otros buscadores sonoros de silencios y vibraciones.
Inspirándose también en otras manifestaciones artísticas, como los absorbentes lienzos abstractos y enigmáticos de Mark Rothko, con quien mantuvo contacto, así como de la poesía, campo en el que también se desenvolvió, entró al mundo de la composición dejando evidencia de sus nacientes ideas de diversidad en los despliegues tonales, verificadas en piezas como The Candy-Apple Revision y Unspecified D-Flat Major Chord and Lirio, creadas a finales de los sesenta y levantando la mano en la escena local.
Después de salirse del Instituto y con el apoyo del patriarca Brian Eno, conformó The Pavillion of Dreams (1978), debut en forma que retoma Madrigals of the Rose Angel, compuesta seis años antes, con el que nos sumergimos en un mundo onírico de formas oblicuas moldeadas por un cincelado jazzero a través del saxofón, incluyendo cantos que acentuaban el tono de ensoñación. Ya estampando su firma junto a la de Eno, grabó el reflejante Ambient 2: The Plateaux of Mirrors (1980), convertido en un clásico de la música ambient, al que le siguió Serpent (In Quicksilver) (1981), confirmando la quietud inesperada siempre a punto de dar una sutil mordida, casi imperceptible.
Continuó con Abandoned Cities (1984), álbum que podría formar parte del soundtrack de este 2020, el año que vivimos en pandemia: deja la sensación, justamente, de estar transitando por calles vacías, entre edificios que poco a poco dan muestras del desuso, dejando que la intemperie nebulosa se posicione del paisaje grisáceo. Volvió con Eno para producir el hipnótico The Pearl (1984), seguido de Lovely Thunder (1986) y de The Moon and the Melodies (1986), excelsa colaboración con Cocteau Twins; de ahí sumó talentos con el guitarrista Robin Guthrie para entregar The White Arcades (1988): se trata de un conjunto de discos clave en la trayectoria de Budd y que cimentaron su influencia en el ámbito de los acordes atmosféricos.
Entre luces descendentes y flores abstractas
En los noventa envolvió con cuerdas By the Dawn's Early Light (1991), al tiempo que grabó Music for 3 Pianos (1992) con los colegas Ruben Garcia y Daniel Lentz, retomando el espíritu de Feldman; vendrían Through the Hill (1994), en complicidad con las cuerdas guitarreras de Andy Partridge (XTC); She’s a Phantom (1994), capturado en vivo con todo y spoken word, y Glyph (1994), grabado junto con el excursionista Hector Zazou e integrando bases rítmicas a los reconocibles acordes pausados.
Sin dejar de producir y presentarse en vivo, publicó Agua (1995), exquisito set acústico conformado por piezas interpretadas en el festival de Lanzarote de 1989, continuado por Luxa (1996), disco en el que combina pianos y drones buscando equilibrios de imperceptibles tonalidades, y por Walk into My Voice: American Beat Poetry (1997), formando un trío con Jessica Karraker y Daniel Lentz y acompañando con puntuales viñetas sonoras, textos de Lamantia, McClure, Patchen, Levertov, Ferlinghetti y Wakoski.
Abrió el milenio con el reflexivo The Room (2000), conduciéndonos por distintas habitaciones de la memoria y de la conciencia, expresadas en objetos o lugares hogareños, viaje que continuó con Translucence/Drift Music (2003), contando con la presencia de John Foxx y en el que se apostó por husmear en los subtextos que invaden los caminos implícitos por donde es posible extraviarse. Ese mismo año se publicó La Bella Vista (2003), disco que capturó un par de tocadas al piano con sus amigos, entre quienes estaba Daniel Lanois, que reflejan la gran capacidad de improvisación de Budd.
Anunció su retiro después de entregar el introspectivo y prolongado álbum doble Avalon Sutra (2004), con dedicatoria a David Sylvian, entre otros, incorporando el saxofón de John Gibson y un cuarteto de cuerdas, además de incluir la pieza As Long as I Can See My Breath (As Night). Pensando que ya había dicho lo que tenía que compartir, Budd estaba ya en el olimpo del ambient junto a varios de los músicos ya referidos, además de Robert Rich, Jon Hassell y Steve Roach, entre otros. Por fortuna, se equivocó y todavía tenía muchos acordes que expresar.
En efecto, pronto continuó en la faena de construir ambientes estimulantes: volvió a trabajar con Guthrie para los scores de Mysterious Skin (2004) y White Bird in Blizzard (2014), filmes de Gregg Araki, centrado en el movimiento queer, así como en Before the Day Breaks (2007) y After the Night Falls (2007), especie de díptico que nos puede llevar a profundidades meditativas en esos particulares momentos del día en lo que todo está por definirse o por replantearse.
Junto con el guitarrista y DJ Eraldo Bernocchi tejió Fragments from the Inside (2005) para una instalación de video y poesía, tras la que se colocó en la apertura de alternativas con Perhaps (2007) y en la recuperación con Song for Lost Blossoms (2008), en compañía del productor y guitarrista Clive Wright, asociación que alcanzó para producir Candylion (2009) y Little Windows (2010). Una vez más en alianza con Guthrie presentó Bordeaux (2011) de orientación etérea como para respirar los aires del poblado francés, así como Winter Garden (2011), diada a la que se sumó Bernocchi en plan de anfitrión.
Desde el propio título, The Mist (2011) nos envolvió en una búsqueda entre espejos borrosos en presencia invisible de Derek Jarman y líneas impredecibles para ser capturadas junto a Cy Twombly; grabó el desértico y siempre evocativo Bandits of Stature (2012); el doblete Jane 1-11 (2013) y Jane 12-21 (2014), sublimando momentos específicos para levantar la mirada en Nighthawks (2015), con Foxx y Garcia. Finalmente, participó en Native Clays (2017), musicalizó la estupenda serie televisiva I Know This Much is True (2020) y se despidió con Another Flower (2020), a manera de cosechar la belleza expansiva que logra emanar de su propuesta musical. Soltó el suave pedal a los 84 años y ahora está experimentando un nuevo ambiente de paz, después de traspasar la oscuridad.