BIOGRAFÍA
Tachas 401 • Antonio Zúñiga, compositor silaoense • César Zamora
César Zamora
En el álbum “Joyas de dos siglos” (1995), la cantante sinaloense de ascendencia asiática Ana Gabriel interpreta la canción de un silaoense, con esa peculiar voz raspy que al principio de su carrera no convencía del todo a los ejecutivos de la industria discográfica. Con ese plato antológico, una colección de 15 standards de la música popular mexicana, Ana Gabriel popularizó, al menos entre sus fans, las líneas “Marchita el alma/muerto el sentimiento/Mustia la faz/herido el corazón”, autoría de Antonio Zúñiga, originario de Silao, Guanajuato (1835-1885). Acompañada por dos guitarras, la de Guamúchil (1955) reivindica el origen abajeño de “Marchita el alma”, una canción equívocamente atribuida al compositor zacatecano Manuel M. Ponce en antologías líricas y discográficas.
“Una figura importante para definir las características de la canción y la música mexicana fue Antonio Zúñiga, nacido en Silao, compositor, guitarrista, pianista, con voz de barítono”, asentó Jorge Amós Martínez Ayala, profesor-investigador de la Facultad de Historia Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo (UMSNH).
El periodista guanajuatense Rubén M. Campos (1876-1945), revalorado por el profesor jaralense Fulgencio Vargas (1875-1962), refirió que Zúñiga deambuló por todo el Bajío, invitado a interpretar sus canciones en múltiples ferias y festividades. “Zúñiga era un rapsoda que iba de pueblo en pueblo, de feria en feria. Guanajuato no cuenta solamente con la capital, sino que tiene ciudades interesantes por su tradición y su leyenda, y que han desempeñado un papel importante en nuestra historia. Iba de ciudad en ciudad, componiendo y cantando, acompañándose al piano o con la guitarra, pues era un excelente improvisador”, citó en Campos en su investigación “El folklore musical de las ciudades” (1930). “Sus canciones y sus composiciones para baile recorrían toda la República Mexicana, reproducidas por los organillos, los vendedores de ante y las cantadoras de las ferias, los medios de propaganda musical que fueron sustituidos por los fonógrafos”.
En el tríptico de rescate musical “Herencia lírica mexicana”, el actor, compositor, intérprete y arreglista Óscar Chávez (1935-2020) incluye la canción “El sombrero ancho”, de Antonio Zúñiga, de Silao, Guanajuato. Es el corte 3 del lado A del tercer volumen, lanzado en 1968. El 22 de octubre de 1987, Chávez interpretó tres piezas de Zúñiga durante el recital que dedicó al cancionero popular guanajuatense en la explanada de la Alhóndiga de Granaditas, dentro de la sábana musical de la décimo séptima edición del Festival Internacional Cervantino (FIC). Además del ya citado “Sombrero ancho”, el “Caifán Mayor” —antólogo, folclorista y luchador social— cantó la tristísima “Marchita el alma” y la peculiarmente abajeña “Anchas las calles de León, angostas las de Silao”.
«Las canciones de Zúñiga eran interpretadas con guitarras séptimas en serenatas, en pianos durante tertulias y por orquestas y bandas en fiestas familiares y cívicas; incluso por los organillos, las cajas de música (guitarras griegas) y los vendedores de dulces en las calles y las cantadoras de las ferias», abundó el investigador Martínez Ayala.
De ahí que Chávez, difusor de viejos fondos sonoros y ducho en el manejo de las vetas satíricas de la canción mexicana, incluyera tres composiciones de Zúñiga en aquel concierto de cervantino-folk que ofreció junto con el mariachi Águilas de América en el más guanajuatense e histórico de los escenarios.
“La mayor parte de las canciones de Antonio Zúñiga se han perdido, porque fueron aprendidas y propagadas de memoria, no habiendo sido editadas entonces, por lo cual pertenecen al folklore, a la música popular, y muchas acaso ni fijadas en notas por su autor”, mencionó el guitarrista e historiador regiomontano Luis Díaz-Santana, en su libro “Tradición musical en Zacatecas”.
Martínez Ayala, doctor por el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS), planteó que la colocación de púas de metal en los cilindros de las “guitarras griegas”[1] posibilitó la propagación de las composiciones del silaoense Zúñiga, a grado tal que varios músicos extranjeros interpretaron “El sombrero ancho” y otras canciones zuñiguenses, para empatizar con el público nacional y alimentar el patriotismo mexicano.
“La fuente de la canción mexicana fue Silao, puesto que allí residía el compositor Zúñiga, cuya música fue acaso la primera que llegó a Europa de nuestro folklore, pues cuando vinieron al país el pianista Henri Herz[2] y el violinista Franz Coenen oyeron cantar y tocar a Antonio Zúñiga su jarabe del ‘Sombre ancho’. Los europeos tradujeron las copias al alemán e hicieron popular el jarabe mexicano en Berlín”, explicó Rubén M. Campos, autor de la investigación “El folklore y la música mexicana” (1928). E inclusive —agregó el mismo Campos—, “el jarabe ‘Sombrero ancho’ fue anunciado como canción mexicana e interpretado, por primera vez, en una sala de música de Berlín”. Amén de “Sombrero ancho” y “Marchita el alma”, Campos enumeró “Si tomo entre mi mano ésa tu mano blanca”, “La cruz de coral” e “Isaura de mi amor” en el catálogo zuñiguense. Díaz-Santana, docente en la Unidad Académica de Artes de la Universidad Autónoma de Zacatecas, también añadió “¡Qué melancólico encanto encierran tus ojos bellos!” y “Perdí un amor en quien yo tenía interés”, “bellamente armonizadas por (el zacatecano) Manuel M. Ponce”.
Hoy por hoy, el pintor autodidacta Gerardo Velázquez Barrón comenzó a rescatar y revalorar las aportaciones de iconos de la cultura silaoense como Zúñiga, por medio de una vasta serie de retratos biográficos que tituló “Silaoenses de 10”. Antonio Zúñiga —reseñó el pintor— fue un compositor nato con una “bien timbrada voz de barítono” y fue muy solicitado en las ferias de la región, donde solía estrenar sus composiciones. En la semblanza de Zúñiga, mencionó que “desde muy pequeño se interesó en formar parte de los coros religiosos del templo parroquial de Santiago Apóstol y de la capilla de las Madres de la Caridad (hoy escuela primaria número uno)” y que, por tradición oral, se sabe que nació en la hoy calle Industria, descendiendo del matrimonio formado por doña Paula Navarro y don Justo Zúñiga.
[1] Citando al periodista Rubén M. Campos, el historiador Luis Omar Montoya abundó que “las guitarras griegas, que eran organillos de lengüetas de metal hechas vibrar por aire al movimiento de un manubrio, producían una música suave, tenían un cuello largo y eran tocadas no sobre un pie de gallo como los cilindros, sino sobre el muslo del organillero”.
[2] Sobre el pianista Herz, Yael Bitrán, doctora en Musicología por la Royal Holloway, University of London, señaló que éste “exploró otras maneras de alimentar el patriotismo mexicano, al incluir melodías del país en sus conciertos. El público enloqueció de emoción cuando Herz, sin previo aviso, comenzó a tocar jarabe”. Herz, quien fundó su propia fábrica de pianos en París, estuvo nueve meses en México, del primero de junio de 1849 a marzo de 1850.