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54 MUJERES [XXII]

54 Mujeres • Linda Perhacs (La anciana dentista folkie) • José Luis Justes Amador

José Luis Justes Amador

Linda Perhacs  - Parallelograms - Portada
Linda Perhacs - Parallelograms - Portada
54 Mujeres • Linda Perhacs (La anciana dentista folkie) • José Luis Justes Amador

 


Se me permite decir estas cosas por la edad a la que he llegado y las eras que he atravesado.
L. P. en una entrevista con Daiana Feuer


 

En el complejo mundo de la música hay one hit wonders y solistas o bandas que tienen uno tras otro, pero la mayoría de los músicos nunca llega a ninguno de los dos. El caso de Linda Perhacs es de esos. Y aunque haya carreras larguísimas o de apenas un disco, lo extraño es una carrera duradera en el tiempo pero con pocos discos. El caso de Linda Perhacs es de esos. También hay personajes que sacan un disco que cae en el implacable cajón del olvido y que reexiste, si se puede decir así, cuando alguien lo descubre y lo reedita y comienza la andadura que debió haber tenido hace mucho. El caso de Linda Perhacs es de esos: ni un solo gran éxito, más de cuarenta años de carrera y tres discos, el primero de 1970 y el segundo de 2014, con una base de seguidores pequeña pero fiel y entregada.

Ella misma cuenta su principio. “Yo me gradué de estomatóloga en la universidad y compré una casa en Topanga Canyon cuando uno de mis pacientes, el legendario Leonard Rosenman, me preguntó un día después de una consulta si hacía algo más además de  mi trabajo como dentista. Le comenté que amaba viajar y escribir música en la cocina de mi casa. Él me pidió una muestra de mi música y le di una demo bastante rudimentaria en su siguiente visita. Su esposa me llamó al día siguiente diciendo que les había encantado mi música y que fuera a la mañana siguiente a visitarlos. Al poco tiempo yo estaba en el estudio de Universal”. Suena al comienzo de una de esas historias que llevan hasta el éxito de un caso de serendipia. Pero no iba a ser así.

1970 no era un año ideal en el que publicar un disco de una voz angelical y una música angelical. La industria musical iba por otro lado. Además, la genialidad de la construcción musical, una escultura sonora que iba de uno a otro de los canales del sonido estéreo. A eso se debe añadir que el límpido sonido del master iba a quedar oculto y opacado por un lamentable prensado del vinilo. Nunca tuvo publicidad y apenas sonó en la radio porque aquellas delicadezas y matices casaban muy mal con el ruido de un coche.  Apenas tuvo críticas ni en los medios generalistas ni en los especializados. “Recuerdo que me dijeron que la mayoría de las copias se vendieron en lugares con belleza natural como Hawaii, Canadá, el noroeste y Alaska. Y como nadie me propuso hacer otro disco, me concentré en otras cosas de mi vida”.

Pero “Paralellograms” es una obra maestra. Once canciones que no desentonarían en cualquier listado de grandes discos del folk. “Chimacum rain” suena a como lo haría la Velvet más tranquila en la fogata de un campamento de verano, con una voz doblada que parece conversar consigo misma. “Paper mountain man” es un blues, armónica incluida, en la línea de Joni Mitchell. “Dolphin” y “Call of the river” son dos canciones que comparten modos y maneras con el folk inglés de finales de los setenta y están a punto de convertirse en canciones infantiles o tradicionales, con esas voces que son un descanso. Pero la obra maestra dentro de esa obra maestra es la canción que le da título al disco.

“Paralellograms” la canción es, según su autora, una escultura sonora o, según uno de los críticos que contribuyó a revalorizar este disco, “la única canción donde las matemáticas suenan sensuales”. Hay flautas, reminiscencias de ragas indios, campanillas y una batería que apenas entra a mitad de la canción para desaparecer, guitarras de doce cuerdas dobladas hasta la saciedad y una voz, acompañada por unos coros que son murmullos, que viene de quién sabe dónde pero no de este mundo. Aunque suene exagerado, “Paralellograms” está a la altura de “Starsailor” o “Pink Moon”.

Y a pesar de eso el disco y su carrera desaparecieron. Linda Perhacs regresó a su trabajo olvidándose de que había grabado algo que se vendió bastante mal. Tendría que pasar más de treinta años para que dos de los más grandes representantes del neo-folk, según algunos, o del freak-folk, según otros, la reivindicaran. En entrevistas Devendra Banhart y Sufjan Stevens no paraban de hablar maravillas de este disco, lo que llevó directamente a una reedición, con el sonido salido directamente de los masters y devolviendo al sonido el real detrás de la visión de Perhacs.

Junto a esa revalorización del disco llegó una gira, la primera en años; de hecho, la primera. Y un nuevo disco, “The Soul of all natural things”, que devuelve a la artista a un circuito en el que su música es realmente entendida. Las críticas fueron bastante buenas y Perhacs, que no lo esperaba, sólo tenía palabras de agradecimiento hasta su tercer, y por ahora último disco, significativamente titulado “I’m a harmony”, que cuenta con colaboraciones de lujo dentro de esta nueva ola de la música folk, y un sonido apoyado en trucos de estudio que le otorgan un aire de misterio y mística difícilmente encontrable en alguno de los discos contemporáneos.

Perhacs es, sobre todo, una historia de convencimiento en lo que uno hace. No de voluntad —para eso tendría que haberse empeñado obcecadamente en volver a grabar–, ni de un caso sólo de suerte. “Paralellograms” y la historia detrás de la autora es la de la creencia en lo que se quiere hacer sin preocuparse de lo que pase, en el sentido de ventas o de recibimiento, ni de a quien le guste o deje de gustarle. Crear una obra maestra y entregarla al mundo, aunque el mundo no esté preparado para ella.

PD: en el breve documental que acompaña este artículo, la propia Linda Perhacs explica, ayudada del dibujo-partitura que acompaña al disco, en qué consiste exactamente la afirmación de que “Paralellograms” es una escultura sonora.


 

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