Es lo Cotidiano

CON EL DESARMADOR EN LA MANO

‘Esa mujer’, de Rodolfo Walsh • Esteban Castorena Domínguez

Esteban Castorena Domínguez

Eva Duarte de Perón, Evita
Eva Duarte de Perón, Evita
‘Esa mujer’, de Rodolfo Walsh • Esteban Castorena Domínguez

 

Esa mujer nació en 1919 y durante su adolescencia se mudó a Buenos Aires; ahí destacó en el teatro y la radio. En el 44 conoció al hombre que se convertiría en su esposo el 22 de octubre del año siguiente. El esposo de esa mujer se convertiría en Presidente de la Nación Argentina. En 1948 la primera dama instituyó una fundación que lleva su nombre y con la cual realizó emprendió una labor filantrópica. A mitad de la década de los cincuenta, a esa mujer la invadió el cáncer en el cuello del útero, esa enfermedad habría de matarla.

La figura de Evita Perón, la chica humilde que llegó al poder para ayudar a los más necesitados se ganó la simpatía y el desprecio por igual. En “No llores por mí Argentina”, versión al español de una pieza que pertenece al musical de Andrew Llowd Webber y Tim Rice, una primera dama recién llegada al poder dice a los ciudadanos:  “Será difícil de comprender/ que a pesar de estar ahora aquí/ soy del pueblo y jamás lo podré olvidar.// Debéis creerme/ mis lujos son solamente un disfraz/ un juego burgués nada más/ las reglas del ceremonial”. Esas primeras estrofas logran sintetizar la gran dicotomía de Evita. La esposa de Juan Domingo Perón ayudaba a los desfavorecidos, pero su ayuda venía desde una posición de privilegio y lujos. Algunos, los beneficiados, agradecían sus gestos filantrópicos; otros, sus críticos, veían en la filantropía un teatro hipócrita encabezado por una actriz al servicio del gobierno de su esposo.

 

La cantante argentina Elena Roger interpretó a Evita en el reestreno del musical en 2006 y 2012.

 

Al morir Evita en 1952, Perón ordenó al doctor español Pedro Ara que embalsamase el cadáver de su esposa. Luego de un arduo trabajo, la mujer quedó preservada como una reliquia sagrada. Recostada y con un gesto de paz absoluta, vestida de blanco y con sus cabellos rubios recién teñidos y bien peinados. La primera dama se convirtió en una especie de reliquia sagrada, como una virgen María venida a la tierra.

Fue muy curiosa la casualidad del destino, pues al momento de su muerte esa mujer tenía 33 años, los mismos que Jesús al morir en el Calvario. El vaticano, de hecho, recibió peticiones para la canonización de Evita. Ante las negativas del jefe de la iglesia, el gobierno argentino declaró a su ex primera dama como la  “Jefa Espiritual de la Nación”. Cabe decir, además, que Argentina sí lloró por ella, lo hizo en los funerales multitudinarios y en el luto nacional impulsados por el presidente.

En 1955 la Revolución Libertadora derrocó a Juan Domingo Perón. El exmandatario se vio obligado a escapar y refugiarse en España. El hombre escapó pero, dada la premura, dejó atrás el cadáver de su primera dama. Cuando los militares de Pedro Arámburu encontraron a Evita, no supieron qué hacer con ella. Al final “secuestraron” su cadáver y, se dice, lo sacaron de Argentina por el miedo a que éste se volviera un objeto de culto religioso. Perón habría de recuperar el cuerpo de su esposa en 1976. Cuando lo recibió, la mujer estaba en muy mal estado: le habían cortado un dedo, le faltaba un pedazo de oreja, tenía la nariz incompleta y tenía las plantas de los pies desgastadas, como si la hubieran puesto de pie como a una muñeca.

Precisamente en la incertidumbre sobre qué ocurrió con el cuerpo de Evita es que Rodolfo Wlash encuentra la tierra fértil para un relato. Publicado en 1965, “Esa mujer” se construye mediante la conversación de dos personajes. La tensión se desarrolla mediante las frases certeras que el autor pone en boca de cada uno de ellos. Valiéndose de Evita como un pretexto, Walsh logra exponer tensiones políticas y reflexiona sobre el poder del periodismo en la construcción de historias.

El relato inicia con un periodista que acude a la cita que tiene con un coronel. Más tarde sabemos que el militar quiere ciertos documentos y nombres que el periodista quizá posee. A cambio de esa información, el interlocutor desea saber qué ha sido del cadáver de una muerta. No sabe del todo por qué la busca, ella no significa nada para el periodista, sólo es la fantasía de resolver el misterio detrás del caso.

Ya desde la primera mención sobre la muerta, Walsh se refiere a Evita como “esa mujer”.  El autor no usa jamás nombres, mas da los indicios y pistas suficientes para saber de quién esta hablando. Podría ser que esta decisión del autor se deba a motivos extraliterarios, pero lo cierto es que en la diégesis las alusiones dan fuerza al relato. Por un lado Walsh usa varias veces el apelativo de esa mujer, las repeticiones lo van cargando de tensión. Por otro, pareciera que los mismos personajes evitan dar nombres para no incriminarse de nada, como si hablaran con tiento el uno con el otro.

De la charla surge una narración enmarcada, una historia dentro de la historia. El coronel recuerda el día de la Revolución Libertadora y el descubrimiento de la mujer. Asegura que ante el cadáver desnudo, virginal y hermoso, otros militares y el médico gallego que la embalsamó estaban por vejar el cuerpo. Él, según afirma, rescató a la muerta de dichas vejaciones. El militar ahonda en su historia, en qué hizo para salvar a Evita. Una y otra vez el hombre habla de ella dándole una carga de realeza y hasta de divinidad. Está orgulloso de haberla salvado, incluso alardea con el hecho de saber dónde se encuentra.

Ahora bien, ¿por qué el coronel dice todo esto al periodista? Al parecer hay problemas entre los militares y se matan entre ellos. “Me la tienen jurada”, dice en algún momento. El coronel acudió al periodista para que sea él quien escriba su verdad antes de que algo le ocurra. “Esos roñosos no saben lo que yo hice por ellos. Pero algún día se va a escribir la historia. A lo mejor la va a escribir usted […] No es que me importe quedar bien con esos roñosos, pero sí ante la historia, ¿comprende?”. El militar es consciente del poder de los medios para construir un discurso que lo redima ante los ojos de la historia y el público.

Este elemento del relato cobra una especial relevancia si se considera que Walsh mismo era periodista antes que escritor de ficción. Walsh estaba consciente del poder de su oficio, del alcance que tienen las narrativas que se construyen en torno a figuras públicas y al poder. Ya en 1957 había publicado Operación masacre,  libro inaugural del género de la no-ficción y en el que denunció los fusilamientos clandestinos de la Revolución Libertadora. Fue por este libro, y por su militancia en grupos de oposición, que el autor quedó bajo la mira de los militares argentinos. Tal como al personaje de su ficción, a Walsh se la juraron. Fue otra dictadura militar, la de Proceso de Reorganización Nacional, la que finalmente lo buscaría en1977 para ajustar cuentas.

 

Si quieres leer el cuento, lo encuentras aquí.

 

 




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Esteban Castorena (Aguascalientes, 1995)
es Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Por su trabajo como cuentista ha sido becario del Festival Interfaz (2016), del PECDA (2016) y del FONCA (2018). Su obra ha sido publicada en diversos medios impresos y digitales. Gestiona un sitio web en el que comparte sus traducciones de literatura italiana.

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