miércoles. 24.04.2024
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VIÑETAS ETNOGRÁFICAS SOBRE LA VIDA COTIDIANA EN EL ANTROPOCENO

Sin Título

Maricruz Romero Ugalde

Maricruz Romero Ugalde
Maricruz Romero Ugalde
Sin Título

 

A Leopoldo

 

¿Cómo escribir desde la mirada antropológica sobre problemas cotidianos que se enraizan en la cultura para que mucha gente —alfabeta, y además con el gusto de leer en formato digital– sea la motivación del diálogo? Algo así fue el propósito de la sección “Viñetas etnográficas de la vida cotidiana en el antropoceno”. ¿Con ese título a qué personas está dirigido? Sería la primera pregunta. Si lo desglosamos por palabras, quizá el término viñetas apele a quien produce o se relaciona con el arte gráfico; nos refiere a algo así como historietas con mensajes en imágenes y pequeños diálogos. ¿Pero viñetas etnográficas?[1] ¿Qué es eso? Quizá los más versados, siguiendo con el hecho de descifrar cada palabra, podrían pensar en la etnografía de manera etimológica: griego ethnos, tribu, pueblo y grapho, escribir, lo cual se puede traducir en escribir el pueblo. ¿Cómo se escribe el pueblo, la tribu? Desde la cultura, el hacer de esos pueblos, o sea, en la descripción de lo que los hace únicos —o por lo menos eso creemos-, lo que los distingue de los otros. Hasta ahí, hacer una viñeta etnográfica liga la fotografía que acompaña la descripción. Ese acompañamiento no es una ilustración; es un diálogo donde la mirada y la palabra generan una polifonía. Sigamos ahora con “vida cotidiana”. Quizá esto nos lleve a lo consuetudinario, lo que hacemos los seres humanos en el vaiven del día, y que en apariencia es “rutina”, actos repetitivos como asearte, comer, trasladarte, convivir, habitar ese mundo con el que interactúas para ser y reconocerte en los seres cercanos. Hasta aquí entonces estamos ante una propuesta que implica una narración breve, donde la fotografía y el título del texto entonan un sentido de la descripción sobre hechos comunes que se vuelven extraordinarios al ser narrados desde la perspectiva de la antropología, es decir, ese pequeño hecho cotidiando: una mirada, un objeto, un sentimiento, son la vía para una reflexión sobre los asuntos que nos hacen parte de una especie (homo sapiens sapiens) en los contextos más diversos, privilegiando alguna interacción, la experiencia vivida por quien lo narra, gracias al concierto de conductas, valores, actos que se comparten con otras personas que se tornan en sabios de su cultura. Porque todos somos expertos en aquello que vivimos, porque nos hemos adaptado, asimilado a reglas para ser incluidos, o también hemos podido decidir el ser diferentes y autoexcluirnos, o simplemente elegir ser parte de otros grupos. Queda entonces la referencia al “Antropoceno”. Palabra que se centra en el impacto de la especie para el medio ambiente. Así, esta columna “Viñetas etnográficas de la vida cotidiana en el antropoceno” parte de una crónica, pasa por una reflexión antropológica y llega a reconocer una o dos fuentes que sustentan o promueven una discusión más profunda. Ese fue el diseño del título y los ejercicios de las primeras entregas, tratando de hacer evidente cómo es que trabajamos los antropólogos, donde la investigación es el eje para hacer preguntas y el acercamiento es el método etnográfico donde, si se me permite enumerar algunas de las fases, encontraríamos al recorrido de campo como una de las primeras,  donde la importancia de observar y describir —es decir, escribir lo observado– se vuelve una fase permanente, partiendo siempre de dar cuenta de las interacciones sociales. Estas interacciones son diálogos que en muchas ocasiones se entablan desde la conversación básica, la charla, hasta llegar a sistematizarla con diferentes técnicas de entrevista, o bien empleando otros tipos de estrategias para recolectar información, como pueden ser la elaboración de genealogías, encuestas, o motivar grupos focales. Algo que nos distingue de otros científicos sociales es que partimos de la interacción en la vida cotidiana para identificar lo que la gente hace, dice, valora y aspira, y en esos procesos conocer cómo hay expresiones simbólicas, manifestaciones de conducta y valores que los representan. Así es como sistematizamos la experiencia y hacemos descripciones que pueden o no llegar a interpretaciones.

En las primeras cinco entregas este ejercicio de divulgación de la antropología fluyó más o menos con ese sentido de crónica descriptiva, motivando a alguna reflexión y compartiendo fuentes interesantes para ampliar o fundamentar lo escrito. Viajamos juntos en Tachas, en los números 412 con “Como un pajarito”, donde el eje estuvo centrado en la migración del campo a la ciudad; 413, “Zorreando…ando” fue sancionado por las redes. Era difícil encontrar el texto, quizá por el título, que —después me enteré– tenía otras connotaciones más prosaicas que la que utilicé para la descripción de cómo se estaba llevando la campaña contra el dengue en León. En el número 414 abordé las estrategias de corrupción de la policia municipal de una ciudad del norte del país; descripción que se ligó, por la zona a la entrega del número 415, cuando reseñé el impacto arquitectónico del ladrillo en la ciudad de Saltillo, Coahuila. Para el 416 el tema fue el Museo Descubre en Aguascalientes a través de la experiencia de un pequeñito, mientras en el número 418 el abordaje del abandono del parque ecológico —además de sitio paleontológico importante– en época de elecciones, espero nos haya permitido reflexionar sobre la importancia de las elecciones y la manera en que nuestra participación influye, queramos o no, en la política pública. En esas colaboraciones viajamos de Michoacán a la Ciudad de México, pasamos por León, Monclova, Saltillo y Aguascalientes, para después abrir una “Serie temática” sobre la importancia del autocuidado, particularmente cuando se vive con diabetes. Esta serie inició en el número 419 con el título “La pandemia invisible”, mismo que continuaría en el número 421 hablando de “La cultura de la diabetes” y, como lo había prometido, continuaría con una entrega semanal, abordando cada una de las conductas propuestas por la Australian Diabetes Educators Association (ADEA) que, como todos los educadores en diabetes del mundo, coincide con la frase acuñada por Elliot Joslin en 1925, “La educación es el tratamiento”, para poder evitar, controlar o aminorar las complicaciones de un padecimiento crónico, degenerativo y mortal, particularmente refiriéndonos a la Diabetes Mellitus Tipo 2, que se presenta exponencialmente en los últimos 50 años en población cada vez más joven. Así que de las “Viñetas etnográficas de la vida cotidiana en el antropoceno” quedó muy poco, dejamos de viajar y compartir las descripciones, para pasar a la reflexión acuciosa de la manera en que la diabetes, como problema de salud pública mundial, antecede a la actual pandemia ocasionada por el SARS-CoV2. Por ello migramos a otro espacio, ahora de opinión, que titularemos provocadoramente como “Etnología de la diabetes”. Ahí terminaremos de tratar cada una de las 8 conductas del autocuidado que propone la ADEA, como lo prometí, siempre enfatizando la perspectiva antropológica, y después volveremos con los viajes que han permitido conocer a tantas personas que con sus expresiones, palabras y cariño, han hecho de mi profesión una aventura maravillosa de construcción colectiva. Gracias, Karla por recibirme en Tachas; volveré pronto. Gracias, Leopoldo, por ubicar mi trabajo en una sección más adecuada para esta importante labor de comunicación que Es lo Cotidiano. Gracias, queridos lectores, por seguir construyendo este díalogo con sus comentarios.

 



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[1] Romero Ugalde, M. (2016). Se hace camino al andar. En: Lamy (Coord.)  Trabajo de campo. Diferentes senderos desde los estudios sociales. (pp. 53-70) Universidad de Guanajuato-ITACA, 2016.