ENSAYO
Ensayo • El pop de la ansiedad que nos consume • Mariana del Vergel
Mariana del Vergel
!['Problema y entraña' - María Paula Hinojosa](/asset/thumbnail,992,558,center,center/media/eslocotidiano/images/2022/02/13/2022021309353423420.jpg)
A todas las personas que sostienen las ansias de
poder comer del tazón vecino
Cuando comenzaron las funciones de cine para todo tipo de público —allá por 1929, en el año en el que la caída de la bolsa de un tal don-bigote-y-monóculo desplomó las tierras como bocas de miles de personas— el único alimento accesible para degustar durante la puesta de un filme mudo era el maíz palomero. Su presentación estelar eran los cucuruchos y su venta se convertía en la visión de un tradicional regalo romántico: un ramo de palomitas.
Desde ese momento, comer este producto se ha vuelto un elemento cómplice de la campaña “Hambre emocional: cómo no dejar de comer por ansiedad y mejorar tu peso y salud”. Aunque ahora las presentaciones han variado (van desde las tradicionales bolsitas de papel, hasta los cubos de plástico cinépolis y las ya reconocidas bolsas microwave popcorn) el acto que nos obliga a comer de este alimento se ha repetido en su propio rizo: la mano que se extiende ante cada pequeño puñito de palomitas; su gesto inquietante temblando de inconsciente, como si no pudiera contenerse ante la sal de los hechos adversos y las turbaciones (cualesquiera que sean). Sin importar el tipo de presentación comercial o casera, la forma de comer cotufas nos ha obligado desde aquellos tiempos a formar un hábito consistente y abrazador con la ansiedad.
Por la naturaleza pequeña de este aperitivo salado (o dulce) de maíz, resulta casi imposible, y hasta contra natura, medir lo que uno ingiere. Y no se hable de pensar en su contenido: Diacetilo, ácido perfluorooctanoico (PFOA) y trans-grasas. Si pensabas que la película que estabas viendo era aterradora, probablemente no has visto de cerca tus palomitas de maíz, nos advierte un estudio nutricional con mordaz alarma. Es verdad que el acto de comer libera numerosos neurotransmisores (como la dopamina) que nos hacen sentir placer y calma en un estado de bucle: se come para sentir bienestar, luego se siente culpa y ansiedad por comer sin necesidad, y al final, se come para dar afrenta a esa ansiedad. (Advertencia: este rizo dura menos de lo que pensaríamos; la satisfacción es un chas!). Ahora pensemos en que a este circular movimiento performático se le suma un alimento con la pequeñes y blancura inocente de las cotufas: su presta y servicial forma nos arropa —maíz a maíz— casi siempre ante un estado de inconciencia donde la luz azul de las pantallas se une como su secuaz. Creemos entonces que todo está bien, que todo va bien en cada puño, en cada bocanada, y respondemos cuando nadie nos pregunta: Haciéndome arrumacos con un par de inseparables palomitas…
Hoy en día los productos de comida chatarra replican esta “operación miniatura” como queriendo componer —a sentencia del imaginario— que se está comiendo menos porque las porciones son menores. Así nos llegan falsas ilusiones de satisfacción y consuelo en forma de medidas “pop” en la boca: “Hershey’s milk chocolate bites”, “Galletas Marías mini”, “Sour punch bites”, “Oreo thins bites”, y hasta la perturbación de la gracia: “Little bites brownie”. Cada galleta, panquecito, gomita o chocolate se postra con su miniatura como tendiendo la mordida con su cara doble: su maldad es tanta como el engaño que prospera de los free gluten, extra light y nos hace pensar —ya muy tarde— que tendremos el control de las cosas tanto como el número de cada snack o golosina que llevamos a la boca. Pero el proceso es el mismo: goteo a goteo se humedece la tierra en forma de cebolla en el interior del sueño, al que comúnmente se le denomina “bulbo húmedo”, y como sabemos, las cebollas son ricas por sus capas: como forma de goteo, bite a bite alimentamos lo que nos mueve a comer de forma inconsciente. El resultado es un bulbo como un objeto redondo que se hincha y se hincha y se hincha. ¿Hacia dónde va la ansiedad que se consume?; ¿hacia dónde la ansiedad que nos consume?
De querer intentar realizar algún día una prueba del potencial de esta pequeña botana que profiere el estrés y la sobreangustia, usted no requiere estar postrado frente a un metraje; la labor es mucho más sencilla: un día antes de la entrega de algún informe laboral, de un examen importante o durante la puesta en escena de su televisor proyectando su noticiero nocturno predilecto (piense en la situación de su país), coloque un tazón de palomitas a su costado. Tazón y sal y maíz y granos; grasa entre los dedos del desahogo. Arellanadx en su sillón favorito, de espaldas a la puerta que le hubiera molestado como una irritante posibilidad de intrusiones, dejó que su mano izquierda acariciara una y otra vez el interior del tazón y se dispuso a revisar los últimos capítulos de aquellas escenas de un pasado interminable… se dejaba estimular lentamente por la trama de su sabor contenido, por la blancura de su autonomía. ¿A dónde se han ido esas cuatro porciones de palomitas, atrapadas ahora entre la boca de sus entrañas y problemas? Deténgase un momento. Nadie en la primera habitación, nadie en la segunda. La puerta del salón, y entonces el tazón en la mano, la luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la mano de usted recargadx en el sillón comiendo palomitas.
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Mariana del Vergel (Aguascalientes, 1998). Escritora y gestora cultural. Ha publicado sus poemas y ensayos en diversas revistas literarias como Periódico de poesía, Carruaje de pájaros, Punto de Partida, Circulo de poesía, Revista Feminismo/s y Liberoamérica; así como en las antologías Novísimas. Vol. II (Los libros del perro, 2021), Crisis (Página Salmón, 2021) y Raíces a una voz (Silla Vacía, 2021). Es directora editorial de la revista Los Demonios y los Días (www.losdemoniosylosdias.com).