Las mujeres viudas pintan sus rostros de negro. 
Sus caras son un pozo húmedo. 
Al fondo están sus maridos 
llamándolas. 

Caminan encorvadas 
como si cargaran dos sombras; 
caminan grandes distancias, 
llevan a enterrar las semillas 
que guardan en sus bilum. 

Al amanecer la viuda hulí 
retira una cuenta de su collar de luto y 
hace de sus pómulos, nariz, párpados y frente 
un agujero. 
Intenta tocar sus labios y toca en realidad 
la boca entreabierta de su difunto marido.

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