miércoles. 24.04.2024
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A PROPÓSITO DE VER CINE

Tachas 505 • Notas para una reseña de Babylon • Federico Urtaza

Federico Urtaza Hernández

Babylon de Damien Chazelle
Babylon de Damien Chazelle
Tachas 505 • Notas para una reseña de Babylon • Federico Urtaza

Morimos de manera recurrente. Todo termina y vuelve a comenzar, esa es la ilusión que a unos lleva a creer en la reencarnación o en el olvido para volver a aprender. Sin embargo, para el cristianismo apocalíptico el fin de los tiempos es el “No hay más, hasta aquí llegamos” no absoluto, en tanto que queda la posibilidad de ir a seguirle en el Cielo o el Infierno.

Tenemos ciclos de diversa duración, desde el cósmico del Big Bang y su expansión-encogimiento, hasta el de cada instante del presente que se consume y da paso a otro instante que se consume tan rápido que, si no fuera por la memoria, creeríamos que transitamos de un reiterado morir a un reiterado renacer, del pasado al futuro sin más transición que la que planteamos al distinguir el antes y el después.

Así, en la dimensión de la experiencia humana, con sus alcances y limitaciones, sin complicarnos demasiado con lo que sucede en otras dimensiones ─algunas de ellas todavía envueltas en pañales matemáticos─, auxiliados por la memoria y la consciencia ─otro par de misterios sin esclarecer del todo─, asumimos que un día comienza y termina y es seguido de otro diferente y otro más, hasta acumular algunos cuántos que parecen similares, hasta que llega otro un poco más frío o un poco más cálido y la vegetación, acoplada a esas mutaciones casi imperceptibles, también muda y como otros seres vivos, nace, crece, se reproduce y muere. Desde que empezamos a tener esa chispa que nos enciende y que llamamos humanidad, sabemos de ciclos, cortos unos y largos otros. Sabemos que vivimos y sabemos, al grado de estar aterrorizados por tal certeza, que vamos a morir.

Así, todo el quehacer humano está marcado por la provisionalidad, y en reacción a esto nos gusta o, más bien necesitamos, creer que somos transitorios en tanto que vamos de un estado a otro, de un modo de vida material a otro trascendente, liberados de las limitaciones mundanas e integrados a lo inefable que lo envuelve todo.

Es común denominador de todas las culturas conocidas asumir que, de una manera u otra, todo termina para volver, sea idéntico o modificado o irreconocible en su diversidad. Armagedón, Ragnarok o Quinto Sol, no importa el nombre, el caso es que se refieren a un fin y a un reinicio (me pregunto si es ahí donde está la clave de apagar/encender un aparato electrónico cuando empieza a fallar).

Al explorar la historiografía puede uno hallar quien sostiene que la Historia es un continuum con algunos baches y topes, así como otros argumentan que vamos dando vueltas y más vueltas en un infinito ─es un decir─. Avanzar, si no en espiral, al menos experimentando variaciones en cada ciclo, bien sea gracias al olvido o a que algo aprendimos en ese girar. Al pensar en la “espiral” la imaginé horizontal, cuando lo acostumbrado es atribuirle verticalidad ascendente, porque en sentido contrario sería dantesca la expectativa. Vale.

Leo en el libro del Eclesiastés:

“1:1 Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalén.
1:2 Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. 
1:3 ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? 
1:4 Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece. 
1:5 Sale el sol, y se pone el sol, y se apresura a volver al lugar de donde se levanta. 
1:6 El viento tira hacia el sur, y rodea al norte; va girando de continuo, y a sus giros vuelve el viento de nuevo. 
1:7 Los ríos todos van al mar, y el mar no se llena; al lugar de donde los ríos vinieron, allí vuelven para correr de nuevo. 
1:8 Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír. 
1:9 ¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. 
1:10 ¿Hay algo de que se puede decir: he aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. 
1:11 No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después.”

Abundo en la cita porque ilustra bien lo que antecede en este escrito, que tiene como pretexto hablar de la película Babylon, de la que inicialmente pensaba hablar recurriendo a figuras de la mitología griega que creo haber identificado en los protagonistas, aunque luego me vino a la mente la idea de que el tema principal de la cinta es el fin de una era y los cambios implícitos o, de manera más poética, El Ocaso de los Dioses.

Cuando se discurre sobre la naturaleza del cine como medio de transmisión de ideas, lo primero que se pone sobre la pantalla es la imagen para, en seguida, darle movimiento a través de la secuencia de imágenes fijas que producen la ilusión de movimiento, gracias a como nuestro cerebro y sentido de la vista funcionan; si suele decirse que todo puede pasar en un parpadeo, cuando nos referimos al cine todo sucede entre parpadeos, y eso es lo que importa. También, a diferencia de la foto fija que pretende eternizar el instante, con el cine incursionamos en la caza y captura del tiempo, de un tiempo mítico que es posible gracias a lo que se narra ─más bien por lo que se muestra que por lo que se dice, vaya paradoja. Aceptemos sin reparos, por comodidad, que nos regimos en lo individual y en lo colectivo por las historias que nos cuentan, contamos y nos contamos; ¿alguien sabe de una mejor manera de atribuirle sentido a la existencia, al caos universal, alguien sabe cómo darnos importancia en un entorno al que en realidad no le importamos?

Mucho hemos avanzado en muchos aspectos desde que, reunidos en torno de una fogata, pendientes de rugidos-aullidos aparentemente cercanos, escuchábamos al cazador contar sus andanzas, al viajero sus peripecias, a la madre sus sueños premonitorios o admonitorios, al gracioso sus ocurrencias, hasta llegar a los actuales medios de transmisión que, dicho sea de paso, más son variaciones tecnológicas que formas de narrar . Porque un buen cuento, así se juegue con su estructura, si falla en lo básico ─capturar la atención del público─, fracasa totalmente en todo lo demás sin importar los adornos o efectos especiales (inclúyase la retórica).

El cine, cualquiera sea su soporte o modo de transmisión, es tiempo capturado en historias de temática en apariencia diversa pero que reflejan una sola y fundamental, la experiencia humana. Ya que es tiempo capturado tiene una ventaja sobre la realidad, incluso sobre algo frecuentemente tan inasible como la memoria: puede ser repetido una y otra vez, acaso siguiendo el ejemplo de los aedas, cantores o juglares, aunque, si se quiere, con mayor fidelidad… O no, porque si la fidelidad al relato inicial depende de la capacidad memorística del narrador hasta cierto punto, también depende del receptor, de su propia experiencia y cómo ésta reviste el cuento con características propias, es decir, las que surgen del proceso de apropiación del mensaje ─he aquí la esencia del acto poético.

¿Será por todo lo apuntado que el cine nos parece tan importante y, en especial, tan accesible? Creo que sí. El cine es algo así como almacén de recuerdos ajenos y propios, a la vez que oráculo cuyos mensajes son accesibles para quien quiera recibirlos y encontrarles un significado personal. Esto ha puesto a la producción cinematográfica en un ping-pong que juegan el espectáculo puro y el espectáculo-comunicación, esto es, el dilema entre apantallar sin más y comunicar, nada menos.

No es nueva la discusión sobre qué cine debe hacerse y merece el espectador, pero los avances tecnológicos han propiciado que se multiplique el cine de ruido y destellos a veces aderezado con “mensajes” más bien oportunistas y políticamente correctos (¿para quién?), imperando los criterios mercadotécnicos de las corporaciones y sus costosísimos directivos. No han dejado de hacerse películas con sentido narrativo, buenas o malas —que de todo hay–, que incorporan y aprovechan las nuevas tecnologías para su producción y exhibición. El cine es una industria que implica la colaboración de diferentes oficios y talentos, como señala Georges Sadoul (p. 13): “Para realizar una película larga que dure, sobre la pantalla, noventa minutos, deben trabajar durante semanas y meses, por decenas, los especialistas más variados: creadores, técnicos, obreros…” 

Pero no sólo eso; sigo con Sadoul (p. 12):

“El cine tiene múltiples funciones. Es una distracción que atrae a mayorías. Son fascinantes las sombras de actores ilustres, sus hazañas, sus amores, sus dramas de conciencia, sus desdichas y su felicidad.

“La pantalla es también una alfombra mágica que transporta al espectador por entre mundos y maravillas aun más variadas que las de Las mil y una noches.”

Paso ahora a Babylon, Chazelle 2022. Es una película que hay que ver en una sala de cine (en realidad todas deben ser vistas en pantalla grande, pero bueno, se hace lo que se puede); su director y guionista, Damien Chazelle, cuenta con una filmografía bastante atractiva, destacando Whiplash (2014), La La Land (2016), El primer hombre en la luna (2018) y Babylon; nació en 1985 (¿en qué momento algunos nos hicimos viejos?), en Providence, Rhode Island, EUA, de origen franco-americano-canadiense, y según IMDB, tiene una hermana cirquera (dato irrelevante, ocioso si se quiere, pero curioso).

La película en cuestión me encantó, aunque reconozco que si no sufrí su extrema duración ─189 minutos─, si me pareció que hacia la última hora medio se aflojaba; quiero pensar que si duró tanto debe haber sido más larga antes de cortes y ajustes que seguramente afectan el resultado final, como cuando compras de urgencia un traje que requiere arreglos y te das cuenta en la fiesta de que una pernera es más corta que la otra.

El tema general es el paso del cine silente al sonoro en el Hollywood de sus propios comienzos. La trama se desarrolla trenzando la historia de cuatro personajes protagónicos: Jack Conrad, Nellie LaRoy, Manny Torres y Sidney Palmer, con la intervención de otro personaje de aparición intermitente pero que me parece importante para la interpretación que me sugirió la película, Elinor St. John, interpretados de manera fabulosa, respectivamente, por Brad Pitt, Margot Robbie, Diego Calva, Jovan Adepo y Jean Smart. Hay que agregar que el reparto es igualmente fabuloso, como lo es la música y en general el diseño de sonido y de arte, la fotografía, la edición y en realidad todo, aunque si obvio todos los detalles es porque me concentro en la historia y sus protagónicos.

Todo empieza con el traslado de un elefante diarreico por los caminos todavía rurales de los alrededores del Los Ángeles de los veinte, donde se nos presenta a Manuel Torres, Manny, un muchacho mexicano que irá demostrando que es de gran ingenio; enseguida pasamos a un fiestononón que si hubiera sido en Sodoma y Gomorra habría sido interrumpida por catástrofes pre-apocalípticas en un instante pero no, ocurre más o menos a mediados de los años 20, fiesta a la que concurren, entre otros gorrones, la chica pueblerina con nubes en la cabeza que aspira a ser una Estrella y se hace llamar Nellie LaRoy (la mera reina, diríase por acá) y le pide a Manny que la conduzca al paraíso de las drogas oportunamente instalado en una habitación donde hay de todo ─en una de esas, hasta pan dulce─ y ahí la pareja hace clic ─ella menos, él absolutamente─, en lo que mientras ella pasa al salón de la fiesta y se muestra como una bailarina que hará de Salomé una tullida sin gracia, también llega el famosísimo actor Jack Conrad, quien le da pista de salida a su esposa en turno antes de ponerse una borrachera de albañil en sábado; en la orquesta de jazz (cómo no habría de ser) encontramos a Sidney y, en medio de este mare magnum o Cámara húngara tenemos como testigo a la cronista de espectáculos, harto influyente y cabrona, Elinor St. John.

Ubicados los personajes en circunstancias de tiempo, modo y lugar, superado el “after”, pasamos al siguiente acto, propiamente como se hacían las películas, y ahí todos los protagónicos vuelven a hacer lo que mejor saben hacer, atrapar al espectador; por el momento, Sidney queda en suspenso echándose una saludable siestecita.

Nos encontramos en un terreno baldío, literalmente, donde bien pudiera suceder lo que escribió T.S. Eliot en su poema The waste land: “Y te mostraré algo diferente de tu sombra en la mañana paseando atrás de ti, o tu sombra al atardecer levantándose para ir a tu encuentro; te mostraré el miedo en un puñado de polvo.” (Versión al castellano del arriba firmante). En ese amplio espacio, donde el sol, el polvo y el movimiento de operadores, extras, artistas, gente del estudio, escritores y otros fantasmas, vemos un montonal de mini-sets donde en corto se filman un montonal de películas acompasadas por otro tanto de orquestas de diverso tamaño… Salvo en el caso de la superproducción protagonizada por Jack Conrad, rescatada al último momento gracias al ingenio y audacia de Manny, en tanto que con otra bailada que hace sudar, Nellie se emplaza en su nuevo papel de estrella.

Como me gusta decir, todo va bien hasta que empieza a ir mal, y esto se cumplirá cabalmente a lo largo de esta historia, aunque al final cada cual cumple con su destino, del que no daré detalles, pues que el lector convertido en espectador saque sus propias conclusiones.

Lo que si tengo que apuntar es que la historia, como en la vida real, da un giro importante al pasar la producción hollywoodense del cine mudo al sonoro, inaugurado éste oficialmente con The jazz Singer (1927), interpretada por un actor blanco de cara tiznada para pasar por negro; es entonces que Sidney ─auténtico negro, pero no tanto, pues al convertirse en estrella de cortos sobre el jazz, Manny lo obliga a tiznarse la cara para no verse más claros que sus compañeros de banda) entra en acción. Por su parte, Nellie y Jack se enfrentan al desafío del cambio de un tipo de cine al otro, incluyendo las restricciones temáticas de tipo mojigato y de conveniencia corporativa.

Pero no sólo se trata de Hollywood, sino de cómo tiene que ver con nosotros, con nuestros deseos y nuestras pesadillas, cómo estos son comprendidos y usados en nuestra contra o a nuestro favor para mantenernos quietos en la butaca (o echados en la cama ante la pantalla chica de la tele o la mini del celular). Como señala Sadoul, no son solo los personajes en la pantalla sino quienes les dan vida lo que nos anima a identificarnos con ellos; y, claro, también están esas misteriosas manifestaciones de lo más profundo de nuestra psique que se manifiestan en los mitos como lo sostienen Jung y su seguidor Joseph Campbell quien dice: “La última encarnación de Edipo, el romance continuado de la Bella y la Bestia, están parados esta tarde en la esquina de la Calle 42 y la 5ª Avenida esperando que cambie el semáforo.” (Versión también de un servidor).

La antropóloga norteamericana Hortense Powdermaker escribió: 

“No hay más que un Hollywood en el mundo. Se producen películas cinematográficas en Londres, París, Milán, y Moscú, pero la vida de estas ciudades está sólo relativamente influenciada por dicha producción. Hollywood es un fenómeno único en América, con un simbolismo que no se limita a ese país. Significa muchas cosas diferentes para muchas personas. Para la mayoría es el hogar de privilegiadas y semi-divinas criaturas. Para otros es un ‘antro de iniquidad’ (…)

“Para la mayoría de los adeptos, particularmente en este país, el simbolismo parece consistir en un mundo paradisíaco habitado por fascinantes criaturas que viven hedónicamente en sus piscinas privadas y grandes fincas, yendo a magníficas fiestas o siendo objeto de agasajos en famosos cabarets.” (p23).

Y sí, de todo esto nos habla Babylon, que no es nada más otra película de declaración de amor, sino la puesta en evidencia de que ese amor suele ser tóxico para quienes habitan ese mundo. Hollywood es ese territorio mítico que incluye al espectador ─no tendría sentido sin éste. Es, sin exagerar, una película cargada de nostalgia y sin miedo de incomodar a quienes viven de la idealización de ese Paraíso del dinero, la fugacidad, la imaginación creativa y destructiva, la Fábrica de Sueños.

En Jack Conrad vi a Dioniso en la decadencia de la Grecia que le dio vida, en Manny Torres a Odiseo con su elefante de Troya y su habilidad para ingeniar y si hace falta engañar, en Sidney a Orfeo saliendo solo y su alma del infierno, en Nellie la Bacante desaforada que al término de la fiesta desaparece en la oscuridad de lo cotidiano. Por último, en Elinor tenemos a Casandra, la vidente a la que nadie cree por considerarla una chismosa, aunque sus pronósticos resultan terriblemente acertados y fatalmente cumplidos.

Babylon tiene de todo, especialmente cine. Sí, un poco larga, ¿pero qué no lo es en esta vida que quisiéramos inacabable aunque sabemos que tiene fecha de caducidad para todos y para cada uno? Podemos prolongar el placer, aunque hacerlo nos lleva a la fatiga; también de esto se trata Babylon.

Quienes crecimos viendo películas antes incluso de aprender a leer y luego a enviciarse con la lectura, el cine es nuestra Ítaca; puede uno ausentarse largas temporadas o explorar otras tierras, pero siempre se vuelve a casa, a esas películas que nos cuentan algo y seducen esa zona sombría donde está nuestro auténtico Yo. El cine nos recuerda que no somos sino solamente humanos… ¿Hay algo mejor que eso? 

27 y 28 de enero de 2023   


 

Referencias

Campbell, Joseph, The hero with a thousand faces,Harper-Collins EPUB edition, August 2020.

Sadoul, Georges, Las maravillas del cine, Breviarios 29, Fondo de Cultura Económica, 1ª edición en español, México, 1960, traducción de José de la Colina. Existe en Breviarios 29 un texto también de Sadoul, traducido por Juan José Arreola, intitulado El cine; aunque en general la temática es la misma, es abordada de manera diferente y complementaria.

Powdermaker, Hortense, Hollywood, El mundo del cine visto por una antropóloga, Fondo de Cultura Económica, 1ª edición en español 1955, México. Traducción de Heriberto F. Morck, revisada por S. Genovés y S. de La Fuente.





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Federico Urtaza. Abogado y escritor con raíces leonesas. Nacido en 1952, estudió la carrera en Chihuahua y en 1982 se trasladó a la CDMX donde escribió sobre literatura y teatro. Antes de regresar a León EN 2016 fue Director de Locaciones de la Comisión de Filmaciones del DF y Secretario Técnico del Fideicomiso de Apoyo al cine del DF.


 

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