martes. 05.12.2023
El Tiempo
Es lo Cotidiano

ENSAYO

Tachas 545 • Sexualidad queer: gente “rara” y amores diversos • Coral Herrera Gómez

Coral Herrera Gómez

Imagen generada con IA
Imagen generada con IA
Tachas 545 • Sexualidad queer: gente “rara” y amores diversos • Coral Herrera Gómez


Gente rara 

Hay mucha gente rara en el mundo. Gente que no se adapta a las definiciones, ni a las etiquetas, ni a las categorías con las que entendemos la realidad. Gente diversa, gente ambigua, gente anormal, gente extraña que nos llama la atención porque su forma de vestir, su aspecto físico, su comportamiento, su forma de hablar o de moverse es diferente a la de todos los demás. 

Uno de los ejemplos más recientes lo tenemos en la cantante Conchita Wurst, la ganadora del Festival de Eurovisión. Su actuación causó mucha polémica en los medios por su aspecto físico: Conchita tiene nombre de mujer y barba de hombre. Su triunfo se convirtió en tema de conversación mundial en pocos minutos: había gente encantada con su éxito, y gente disgustada, o descolocada, o confusa que se sentía molesta por no poder ubicar a Conchita dentro de una etiqueta de género precisa. Su ambigüedad, su barba y su alegría pusieron furiosos a algunas personas, que emplearon insultos y comentarios despreciativos para expresar su malestar por el resultado del concurso. 

Los ataques provocaron una oleada de solidaridad internacional hacia Conchita, la mujer barbuda que en realidad es un personaje artístico creado por el cantante austríaco Thomas Neuwirth para lanzar un mensaje de tolerancia hacia la gente que es diferente. Hay muchas formas de ser mujer, de ser hombre, y de ser persona más allá de las etiquetas de género, y lo que Thomas-Conchita quería demostrar es que debajo de sus atributos físicos hay una bella persona que canta maravillosamente y que ha luchado mucho para obtener su merecido premio.

Hay personas que disfrutan mucho cuando la vida les rompe los esquemas y les derrumba las certezas. La realidad es mucho más compleja y colorida de lo que vemos en los medios, y si uno está despierto o despierta, podrá ver todos los días hechos insólitos, datos curiosos, paradojas irresolubles, excepciones a las reglas marcadas que convierten el camino hacia el conocimiento en un espacio lleno de fenómenos, cosas y personas extraordinarias.

Sin embargo, también existe mucha gente que ante el miedo a lo desconocido, reacciona con ira o enfado cuando alguien no encaja en sus modelos, cuando se topan con personas extrañas o cuando alguien se sale de la norma. Cuanto más rígida tiene la mente una persona, peor reacciona ante la diversidad: la gente a veces desearía que el mundo fuese más sencillo, predecible, estable o seguro.

Vivimos en unos tiempos en los que todo sucede muy rápido, y en los que ya no existe tanta intolerancia contra la gente diversa: las redes sociales nos permiten conocer mundo y darnos cuenta de que hay, en realidad, más gente “rara” que gente “normal”, y que el concepto “normal” es un concepto “vacío” que cada uno utiliza según le conviene.

El concepto “normal” cambia según las zonas del planeta y las épocas históricas. En la Edad Media era “normal” asistir a una ejecución pública en las plazas, pero hoy en día no forma parte de nuestra agenda, y nos dedicamos a otras cosas en nuestro tiempo libre. En algunas culturas es “normal” que los maestros intercambien filosofía por sexo con sus alumnos, como en la Antigüedad Griega, pues Platón proclamaba que la vía hacia el conocimiento era el amor. Sin embargo hoy en día lo “normal” es que los profesores y las profesoras cobran un salario a cambio de su trabajo.

Utilizamos el argumento de que algo “no es normal” para deslegitimarlo, por ejemplo: “no es normal que los hombres lleven faldas o vestidos”, “no es normal que una mujer presida un club de fútbol”. Utilizamos estas afirmaciones para expresar nuestro rechazo cuando sucede algo que sale de la “norma” o de la costumbre, es una forma de etiquetarlo como algo nocivo, es una forma de deslegitimar a esa mujer que preside un club de fútbol, como si no estuviese capacitada para ejercer por el género al que pertenece. Aunque la principal razón que se esgrime es que no es habitual que las mujeres presidan clubes (como no es habitual, mejor dejarlo para otro siglo).

Si lo piensas bien, todos somos un poco “anormales” o “raros”: seguro que conoces gente con manías extrañas, con habilidades especiales, con historias de vida tremendas, con gustos estrambóticos, enfermedades raras, o ideas delirantes. Todos hemos estado en situaciones locas que luego se convierten en anécdotas que compartimos con nuestra gente, y a todos nos han pasado cosas “inexplicables”, o casualidades que nos impactan para siempre.

No todo el mundo disfruta tanto de estas “rarezas” y por eso reacciona rechazando lo que no comprende. Quizás por esto es tan importante que nos vayamos acostumbrando a la riqueza y complejidad de nuestra realidad, que está poblada de excepciones a la norma. 


Excepciones a la norma 

Conchita es el triunfo de todas aquellas personas “raras” que no se avergüenzan de serlo: representa a la gente diversa que habita nuestro mundo y que casi siempre es invisibilizada por los medios. En todos los pueblos, en todos los barrios del mundo, hay gente extraña que destaca entre los demás porque no son como los demás. En algunos lugares se les considera divinidades, o gente especial que tiene habilidades especiales, como sucede con las personas transgénero o pertenecientes al tercer género en algunas culturas del mundo: las hijra (/jishra/) de India y Pakistán, los fa’afafine de Samoa, los mahu de Hawái, los muxe zapotecas de México, las kathoey de Tailandia. 

Y luego están todas esas personas inclasificables que se resisten a ser etiquetadas. Gente extraña que no sigue las normas, que no pertenece a ningún grupo social, gente que viste de otras maneras, gente cuya cotidianidad no se parece en nada a la nuestra. Este tipo de gente puede darnos miedo o causarnos rechazo, por eso es tan habitual que los raros y las raras se aíslen cuando sienten que no son aceptados por la cultura en la que viven. 

En el mundo del arte y del espectáculo en cambio se diviniza a la gente “rara” que adopta estéticas extrañas (se tatúan, se pintan el pelo de colores, usan piercings, sombreros extravagantes, ropa y adornos estrambóticos) y cuyo comportamiento también puede resultar extraño, como las tetas triangulares de Madonna, el aspecto andrógino de Boy George, o la manía de Michael Jackson de acariciarse los genitales en sus conciertos y video-clips. 

La mayor parte de esta gente rara suele establecer nuevas modas: si bien el grupo The Cure escandalizó a la sociedad por sus vestimenta góticas y su maquillaje exagerado, con el tiempo miles de seguidoras y seguidores han adoptado su estilo y ya no nos resulta tan raro ver a alguien vestido de negro de pies a cabeza con la cara blanca, los ojos pintados y los labios rebosantes de rojo sangre. 

El cantante Prince, por ejemplo, también era rarito: un día decidió que ya no se llamaba Prince, y sustituyó su nombre por un símbolo gráfico que no poseía un sonido pronunciable. Comunicó a la prensa que él ya no era Prince y durante aquella época algunos se referían a él como “El artista antes conocido como Prince”, a menudo abreviado como “TAFKAP”, o simplemente “El artista”. 

Sí, de raros y raras está lleno el mundo, pero es lo que hace que la vida sea tan apasionante: encontrarnos a gente que se atreve a ser como es sin miedo al rechazo, gente que se salta las normas y nos rompe los esquemas, gente que inventa nuevas formas de ser, de estar y de relacionarse con el mundo. A unos les consideramos “genios” porque nos sorprenden con sus transgresiones, les rendimos tributo, les copiamos las extravagancias porque nos parecen graciosas u originales. A otros les discriminamos por su rareza, les rechazamos, les castigamos, les invisibilizamos o nos avergonzamos de ellos, les encarcelamos porque los consideramos un peligro para el buen funcionamiento de la sociedad. 


Gente queer: ¿quiénes son?

La palabra” queer” es un término anglosajón que se utilizaba como un insulto para este tipo de gente rara, desviada o “anormal”. Se usaba también contra lesbianas o gays, hasta que en los años 80 un grupo de personas decidió adoptar el termino para definirse a sí mismos, de modo que dejó de ser un insulto: “somos gente queer”, afirmaban con el mismo orgullo con el que hoy Conchita Wurst afirma: ”soy una mujer barbuda”.

La rebeldía queer no es meramente estética, sino ante todo política: reivindican la diversidad y rechazan la tiranía de la “normalidad”, por eso los queers no pretenden ser aceptados ni desean verse integrados en el sistema. Adoptan el término que los discrimina para visibilizar la riqueza de las diferencias, y reivindican a toda la gente que es rechazada por la sociedad: los locos y las locas, las mujeres y hombres transexuales, las personas intergénero y transgénero, las hermafroditas, los bisexuales, las travestis, las prostitutas y prostitutos de la calle, los curas gays, las lesbianas rurales, las bolleras urbanas, los marimachos, las maripilis, las transmaricabolleras, las inmigrantes, los activistas políticos, los asexuales y las viciosas, las minorías étnicas o religiosas, la población presidiaria. Los parados de larga duración, los refugiados y las expatriadas, las ancianas excéntricas, los alcohólicos anónimos, las académicas subversivas, las drag queen y los drag King, los tríos felices y los atormentados, los desahuciados del sistema laboral, las artistas marginales, los grupos de hackers antisistema. Las viajeras por el mundo, los frikis de los records, las adolescentes inadaptadas, los vagabundos de la calle, las personas con alguna discapacidad física o mental, los border line, los ermitaños que viven aislados de la sociedad de consumo en cuevas naturales…

El movimiento queer surgió como respuesta a la “normalización” de los gays y las lesbianas en los años 80 y 90 del siglo XX. La lucha de los y las homosexuales por sus derechos humanos logró que en ciertas ciudades posmodernas, gays y lesbianas pudieran vivir su vida y su sexualidad con mayor libertad. Muchos de ellos pudieron “salir del armario” y ser aceptados por la sociedad, especialmente aquellas personas de alto nivel económico que no necesitaban esconder lo que eran.

Sin embargo, muchas otras personas quedaron fuera de esas etiquetas de gay y lesbiana porque no encajaban en ellas, y se juntaron para reivindicar a todas las que habitan en los márgenes del sistema y que se resisten a ser “normalizadas”.

Ese grupo de gente “inadaptada” formó el movimiento queer, que en poco tiempo se convirtió también en una filosofía que de algún modo complementa al feminismo. En el queer se reivindican los derechos de las mujeres, pero también se cuestiona el concepto mismo de “mujer” y los estereotipos asociados a la feminidad: cuando se habla de mujeres, generalmente pensamos en mujeres blancas, jóvenes, urbanas, de clase media o alta… el queer reivindica la idea de que hay tantas formas de feminidad como mujeres existen, y dentro de esta concepción abierta.

Existen muchas formas de ser mujer, y otras muchas personas que no encajan en las etiquetas tradicionales de género masculino o femenino. Además, el queer incorpora la crítica a todas las demás etiquetas que nos definen nos dividen y nos separan: las de etnia, nacionalidad, edad, clase socioeconómica, religión, orientación sexual, etc.


Qué es la Teoría Queer

Alguna vez te habrá ocurrido que ves a una persona y te llama la atención porque no logras ubicarla en el género masculino o en el femenino. Cuando sucede esto, tu cerebro busca los signos de la masculinidad o la feminidad que te permitan ubicarla en un bando o en otro. Primero hace un análisis visual de su vestimenta: si lleva falda o vestido podemos encajar a esa persona como perteneciente al sexo femenino, por ejemplo (eso si no estamos en Escocia, donde el traje típico de los hombres lleva falda). Si lleva pantalones, tendremos que ir más allá y fijarnos en la fisonomía de la persona a la que queremos clasificar: si tiene pechos que sobresalen y manos de dedos finos puede ser una mujer, si tiene barba o bigote, la mandíbula prominente, o los hombros anchos, podría ser un varón. Pero no siempre es así: hay mujeres que lucen bigote, hay hombres que no tienen vello facial, hay mujeres sin apenas pechos que sobresalgan, hay hombres cuyas tetas sobrepasan en volumen a las de las mujeres, hay mujeres altas y fuertes, hay hombres bajitos, hay mujeres masculinas y hombres femeninos…

Nuestro cerebro intenta obtener esta información porque todo lo que no podemos clasificar o insertar en una categoría nos inquieta profundamente. Algo parecido sucedería si viésemos un animal que jamás hemos visto: trataríamos de encontrarle parecidos con otros animales para poder entender de dónde viene o qué clase de animal es: reptil, mamífero, ave, roedor… y así quedarnos más tranquilos, puesto que cada categoría viene acompañada de una definición que nos da pistas sobre la naturaleza del ser o del objeto que estamos viendo. Y desde la prehistoria estamos acostumbrados a encajar en categorías para saber si nos enfrentamos a un animal peligroso y tenemos que salir corriendo, o si podemos relajarnos inmediatamente porque es un animal inofensivo.

Conocemos la realidad en base a etiquetas y definiciones que nos hacen sentir que “todo está en orden”, y la mayor parte de las veces conocemos las cosas por lo que no son: una persona heterosexual no es homosexual, una persona adulta no es un bebé, una persona obesa no es delgada, un forofo del Madrid no es del Barça.

Nuestra cultura nos enseña a pensar en base a binarismos, es decir, pares de objetos o cualidades que se oponen entre sí: blanco/negro, fuerte/débil, grande/pequeño, nuevo/viejo. Nos hemos acostumbrado a pensar la realidad por oposiciones: el bien es opuesto al mal, la noche es lo contrario del día, y la muerte es lo opuesto a la vida.

Sin embargo, en otras culturas estas oposiciones carecen de sentido. Para las culturas orientales, por ejemplo, lo masculino no es lo opuesto a lo femenino, sino que ambas dimensiones forman parte de una sola realidad: el ying y el yang son conceptos que se complementan sin negarse el uno al otro. Dentro de esta realidad, la vida y la muerte no son cosas diferentes, sino estados en los que transitamos y que conforman la totalidad de la existencia.

En Occidente, en cambio, nuestro pensamiento binario no sólo divide la realidad en dos grupos, sino que además impone jerarquías según las cuales unos son mejores que otros. Vivimos en un mundo competitivo en el que unos son ganadores y otros perdedores, unos mandan y otros obedecen, unos son los mejores y los otros los peores, unos tienen la razón, y los otros están equivocados.

Por eso si nos dan a elegir, preferimos ser reyes a ser súbditos, jefes a ser empleados, preferimos llegar los primeros que los últimos.

Esta forma de pensamiento binario basado en los extremos del blanco y el negro se queda muy corta para comprender la realidad, que está compuesta por mil tonalidades y colores diversos. Lo que la teoría queer propone es eliminar estas jerarquías y estas oposiciones, no sólo de nuestro pensamiento, sino también de nuestra estructura social y económica. De este modo, en lugar de pensar en vertical, la propuesta del queer es pensar en horizontal y organizarnos también en redes horizontales. Nos invita a dejar la bidimensionalidad para pensar en un mundo de infinitas dimensiones, y nos invita a transitar (trans, ir más allá) por los mundos sin anclarnos a ellos, con libertad de movimientos, sin fijarse a las etiquetas.

Gracias a las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información estamos desarrollando el pensamiento en red, que constituye una nueva forma de pensar sin jerarquías ni conceptos absolutos. Al pensar en red lo que hacemos es tener en cuenta todos los factores que intervienen en un fenómeno, como haría un buen detective en una historia de acción.

La serie del Doctor House también aplica un tipo de pensamiento complejo para poder saber qué le ocurre al paciente o la paciente que llega allí sin diagnóstico y al borde de la muerte. El método para elaborar el diagnóstico no sólo se centra en las causas químicas o físicas del organismo, sino que considera todas las dimensiones de la vida del sujeto: aspectos medioambientales, sociales, psicológicos, emocionales, nutricionales, familiares, profesionales, hábitos, circunstancias… para hallar las causas de los síntomas que presenta.

La teoría queer, además de promover el pensamiento complejo y en red, propone acabar con las categorías para diferenciarnos y discriminarnos unos a otros. Hoy nos definimos con etiquetas: mujer/hombre, heterosexual/homosexual, cisexual/transexual, monógamo/poliamoroso, pero hay mucha gente que no encaja en ellas, como por ejemplo las personas bisexuales que tienen relaciones sexoafectivas con hombres o mujeres indistintamente.

A las personas bisexuales se les critica por no pertenecer a un bando ni a otro, y a menudo se sienten un poco como el forofo del Rayo Vallecano en una discusión sobre el Derby Real Madrid-Barca. Es como estar en un tercer lugar en el que nadie cree: al bisexual, por ejemplo, se le pide siempre que se defina, que se posicione, o que encuentre su “verdadera” esencia. De ellos y de ellas se dice siempre que son más homo que heteros o al revés, y ellos niegan estar solo en un lado de la realidad, niegan ser solo una cosa u otra. A menudo utilizan su etiqueta “bisexual” como categoría de resistencia frente a los que no les reconocen tal y como son.

Las categorías las adoptamos, las heredamos o nos las ponen. Son los ladrillos con los que construimos nuestra identidad: mujer, hombre, transgénero, española, argentino, palestina, lesbiana, asiática, indígena, afrodescendiente, negra, latino, cristiano, musulmana, seropositivo, sorda, ciego, rico, pobre… también usamos otras categorías para definirnos o para reivindicarnos: madridista, colchonero, culé, virgo, capricornio, géminis, anarquista, comunista, liberal, hippy, punki, emo, gótica, hipster, skin, okupa, feminista, ecologista, pacifista… son multitud de etiquetas las que unimos para definirnos cuando nos presentamos en público.

La Teoría Queer propone que en lugar de anclarnos de por vida a estas etiquetas que configuran nuestra identidad, transitemos por ellas. Es decir, que uno pueda decir “en estos momentos estoy heterosexual”, en lugar de afirmar algo tan rotundo como “soy heterosexual”. La diferencia entre ser y estar es obvia: ser consiste en una declaración de intenciones que nos marca de por vida, y estar supone disfrutar de la libertad de movimientos que nos permite ir de un lado a otro sin esclavizarnos a una etiqueta: “estoy artista”, “estoy promiscuo”, “estoy pacifista”, “ando un poco punki”, “me siento un poco bisexual hoy”, “hoy me levanté muy géminis”.

Al fijarnos a unas categorías nos perdemos la posibilidad de experimentar otras formas de ser y de estar en el mundo. Si tú decides que eres homosexual y lo declaras públicamente, puede ocurrir que no te atrevas a vivir una experiencia heterosexual por miedo a parecer incoherente, por el miedo al “qué dirán”...

Sí, las etiquetas nos definen, nos ayudan a diferenciarnos del resto, y nos facilitan el sentido de pertenencia a algo (soy Miguel, gay, católico, ecologista; o soy Meriem, casada, con tres hijas, y feminista islámica), pero sirven también para discriminarnos.

A unos grupos se les discrimina más que a otros, por eso es tan difícil hoy en día, por ejemplo, admitir que eres lesbiana. Al etiquetarte, pasas a formar parte de un grupo muy numeroso de mujeres que están discriminadas socialmente por su orientación sexual, de manera que hay mucha gente que evita las etiquetas que no gozan de todo el reconocimiento de la sociedad.

Yo soy de las que piensan que es maravilloso que un personaje famoso salga del armario y diga: “soy lesbiana, soy gay, y sigo siendo la estrella que admiráis”. Pero lo que en realidad desearía es llegar al momento en que en nuestra sociedad ser o estar homosexual, bisexual o heterosexual no tenga apenas importancia.

Ahora sí la tiene, porque gracias a las salidas del armario de Ricky Martin o a Jodie Foster, por ejemplo, muchos adolescentes dejarán de sufrir por su “secreto” y podrán entender que es un fenómeno común. El que las famosas y los famosos admirados por millones de personas nos revelen su “secreto”, sirve para que la gente entienda que todos tenemos derecho a amar, y para romper los prejuicios y estereotipos en torno a la homosexualidad.

La Teoría Queer prefiere, entonces, que las etiquetas se diluyan, que no tengan tanta importancia, que puedan cambiarse, quitarse o ponerse, y que la gente tenga más libertad para moverse. El movimiento queer también trabaja activamente para acabar con las fobias sociales como el racismo, el machismo, la xenofobia, la homofobia… Los queers reivindican la diversidad, que ningún grupo social sea considerado inferior o superior a otro, y afirman que es hora de acabar con la idea del “uno” frente al “otro”, del “nosotros” frente a “ellos”, y de los “buenos y los malos”.

El queer quiere que llegue el día en que no te obliguen a estar en un bando y acatar sumisamente todas las normas de grupo. Así sucede cuando el médico o la médica anuncia que eres niña o niño: inmediatamente se te asigna un color (el rosa), se te agujerean las orejas para ponerte pendientes, se habla de tu belleza, y se te habla en un tono cursi. Se esperará de ti un montón de cosas (que seas bonita, que seas educada, que seas delicada, que hables dulcemente, que seas buena ama de casa, que seas buena hija, buena madre, buena esposa…) que no siempre querrás o podrás cumplir. Nuestras vidas están determinadas por la ecografía en la que se nos ven los genitales, y cuando se anuncia a qué grupo pertenecemos, se nos condena a estar para siempre en ese espacio.

Si eres hombre, también vas a tener que asumir o resistirte ante los roles que se te imponen como varón. Se te pedirá que seas fuerte, competitivo, activo, valiente, agresivo, ganador, exitoso, guapo, encantador y poderoso. Tampoco podrás cumplir con todas estas expectativas, quizás porque no te gusta la violencia y no sientas que tengas que demostrar nada a nadie. 

Hay gente que se adecúa a las normas de género y cumple con su rol, y hay mucha otra gente que no. Las personas que deciden enfrentarse a los miedos y el odio de su entorno, saben que no es un camino fácil. Decir en casa lo que eres y cómo eres realmente puede ser muy doloroso porque es posible que a tu familia le cueste al principio aceptarte totalmente. Para muchas personas es muy duro declarar públicamente que en realidad siempre te has sentido mujer y que estás en el cuerpo equivocado. Y es que todavía la Organización Mundial de la Salud considera que es una enfermedad o una patología, y lo denomina Trastorno Disfuncional de Género.

Tenemos que hacer muchas transformaciones y cuestionar muchas verdades… por ejemplo, podríamos dejar de etiquetar algo como patológico o disfuncional cuando no lo entendemos. O ponernos a visibilizar lo invisible, aquello que no queremos ver, aquello que solo se admira como algo extraordinario cuando se hace espectáculo en los medios. Sacar a la luz el lado oscuro de nuestra realidad supondría revelar el nivel de hipocresía que utilizamos para relacionarnos, y no sería un proceso fácil.

Los humanos trazamos estrategias con silencio y hacemos cosas prohibidas porque nos avergüenza hacerlas a plena luz del día. De alguna manera, todos pensamos que el mundo funciona de un modo transparente, pero sigue existiendo ese lado que no queremos ver, que no enseñamos en las redes sociales, que no sale en la televisión, que todos tratamos de dejar a un lado, ese espacio lleno de secretos. Esos secretos que valen millones cuando son contados en los espacios de prensa rosa, esas confesiones al estilo lady Di que nos ponen los pelos de punta, esas formas extrañas de conducirse en la vida de los famosos, esos matrimonios rosas de portada y esos divorcios a muerte… esas noticias que salen a la luz treinta años después, esas cosas que nos cuentan de algún ser querido y que jamás imaginamos…

Sí, la vida está llena de secretos: en el mundo hay mucha gente que esconde sus rarezas por miedo a ser rechazado, encarcelado, o castigado por su comunidad. Todos necesitamos que nos acepten en nuestro entorno más cercano porque no podemos vivir solos o aislados: todos necesitamos sentirnos integrados en nuestros círculos familiares, sociales, profesionales, y todos necesitamos afecto y reconocimiento de la gente con la que convivimos a diario. Por eso los futboleros o la gente de tribus urbanas se visten todos iguales: al disfrazarse se sienten parte de una tribu con la que comparten canciones, bailes, gritos, aullidos, y una fuerte pasión por su equipo. En las pandillas también la gente tiende a adoptar diferentes uniformes con leves variaciones, especialmente en la adolescencia, cuando más necesitamos sentirnos parte de un grupo, y cuando, curiosamente, más bichos raros nos sentimos.

La teoría Queer propone la construcción de una sociedad en la que nadie tenga miedo a ser como es. Que la gente acepte lo extraño o lo extraordinario como un tesoro con el que enriquecerse. Que la gente amplíe su concepto de “normalidad” hasta romperlo, que los raros y las raras no tengan que esconderse, que la diversidad sea lo cotidiano.


Mitos románticos y revoluciones sexuales

Todos tenemos derecho a ser lo que queramos, pero si no encajamos con los estereotipos tradicionales de masculinidad o feminidad, podemos ser objeto de burla, discriminación o rechazo. Todos tenemos derecho al amor, pero sólo unos pocos pueden vivir plenamente su sexualidad y erotismo cuando quieren, con quien quieren y como quieren.

Hay relaciones que te ayudan a integrarte en el sistema: relaciones aceptadas por la sociedad, como las heterosexuales. Hay otras, sin embargo, que son invisibles, clandestinas, secretas, prohibidas. Es cierto que nuestra sociedad poco a poco vamos abriendo nuestra mente y dejando atrás los prejuicios, y que cada vez hay más países que han aprobado el matrimonio igualitario. 

Sin embargo, en nuestra cultura el sexo ha sido siempre representado como un medio para la reproducción, por eso el modelo de pareja sexual y amorosa es siempre el mismo: un hombre y una mujer heterosexual que se unen para fundar una familia. Todo lo que se desvía de este modelo, se tacha de “anormalidad”, “desviación”, “pecado”, “aberración”. Por ejemplo, las parejas de ancianos de cuya sexualidad nunca hablamos, las parejas de lesbianas, las personas poliamorosas que tienen varias parejas, las personas que viven en tríos, las parejas de edades muy diferentes, o de distintas clases sociales, nacionalidades o religiones…

En lugar de mostrarnos la diversidad de formas de quererse y de convivir que existen, nuestros cuentos siempre repiten el mismo esquema narrativo: en casi todas las historias de las novelas, el cine, el teatro, la ópera, las series de televisión, hay un chico que sale a correr aventuras y de paso salvar a la Humanidad, y una chica que espera a ser rescatada. El final feliz consiste en que el chico cumple su objetivo de salvar a la Humanidad y salvar a la chica, que es el premio por haber sido tan valiente y sacrificado. Se casan y son felices, y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Este modelo amoroso se mitifica como la quintaesencia de la felicidad y se repite tanto que parece que no existen otros modelos de relación amorosa. Cuando se piensa en amor, vienen a nuestra cabeza imágenes de Romeo y Julieta: una pareja de dos, una pareja joven y heterosexual. Tristán e Isolda, los protagonistas de Casablanca, de Titanic, de “Lo que el viento se llevó”, de “Ghost”, de “Pretty Woman”, o de “Avatar”. Todas las películas apuestan por este mismo modelo: la industria de Hollywood invisibiliza otras formas de quererse, de unirse, de amarse, de desearse.

El romanticismo patriarcal nos mitifica a la pareja heterosexual como el colmo de la complementariedad: ella es débil, él es fuerte, ella es pasiva, él es activo, ella es miedosa, él es valiente, ella es sumisa, él es dominante… parece que los hombres han nacido para protegernos de otros hombres, y que nosotras hemos nacido para cuidarlos y venerarlos como a dioses.

Este modelo romántico es perjudicial para la igualdad y para la diversidad, porque se ha impuesto en nuestra cultura como una meta que seguir en la vida. Y porque invisibiliza otras formas de enamorarse, de juntarse y de separarse.

La revolución sexual de los años 70 del siglo XX sirvió para desligar el sexo de la reproducción: gracias a la invención y comercialización de los anticonceptivos, las mujeres pudieron disfrutar del placer sexual sin miedo a quedarse embarazadas, y los hombres pudieron disfrutar mucho más también.

Las mujeres deconstruyeron todas las “verdades” sobre el sexo y empezaron a tomar conciencia de la represión del erotismo y la sexualidad que habían venido sufriendo desde siglos. Los feminismos reivindicaron la re-apropiación de los cuerpos, la liberación del miedo y la culpabilidad, el derecho al placer, el derecho a elegir la maternidad.

También reivindicaron la necesidad de desligar el sexo del matrimonio, pues hubo un tiempo en que las mujeres eran obligadas a llegar vírgenes al día de la boda, y la mayoría de ellas sólo pudieron disfrutar con un solo hombre en su vida: su marido. Las parejas que tenían relaciones antes del matrimonio tenían que esconderse en ese lado oscuro en el que anidan los secretos, puesto que en el caso de las mujeres, se esperaba que no tuvieran jamás apetito sexual ni ganas de intimar con sus parejas hasta que no obtuvieran el tesoro que “todas las mujeres desean: el matrimonio”. Por muy injusto que parezca, las mujeres eran fuertemente penalizadas si quedaban embarazadas antes de casarse o si no se casaban con el novio de toda la vida y tenían otra pareja. Rumores, insultos, chismes, humillaciones públicas... para nosotras suponía una degradación social, pero no para ellos. En los hombres no estaba tan mal visto el sexo prematrimonial: desde adolescentes los varones aprendían que tenían que “respetar” a sus futuras esposas, y mientras divertirse con trabajadoras del sexo.

Todo esto cambió gracias a las píldoras y a los preservativos. Las mujeres empezaron a tener relaciones sexuales y afectivas sin sentirse culpables, sin miedo al embarazo o a las enfermedades de transmisión sexual, y sin tener que comprometerse de por vida. Las relaciones sexuales empezaron a ser más flexibles, más libres de culpa y de miedo, más placenteras y diversas, pero aunque nuestra sociedad ha cambiado mucho, en la actualidad el modelo romántico permanece inmutable: el “chico conoce chica” sigue siendo el esquema preferido por la industria del entretenimiento.

El que nuestra sociedad se haya abierto y ahora aparezcan en la televisión parejas de lesbianas y de gays es un gran paso, sin duda, pero existen otros muchos modelos que siguen estando invisibilizados, y mucha gente que sufre cuando se enamora porque no encaja en el modelo normativo que representan a la perfección Brad Pitt y Angelina Jolie, Kate y Guillermo de Inglaterra, Iker Casillas y Sara Carbonero, todos modelos de juventud, belleza, talento y abundancia: son grandes profesionales, ganan mucho dinero, están sanos y son felices juntos, o al menos, así los vemos en las portadas.

En los medios apenas se habla de otras formas de quererse y de juntarse. En la televisión se ignora la sexualidad de las personas con alguna discapacidad psíquica o física, apenas se habla de la sexualidad de las lesbianas y los gays ancianos, y ni aparece la sexualidad de los niños y las niñas… son muchas cosas de las que no se hablan, porque nos cuesta admitir que la realidad es muy diversa.

Pese a que hay gente que es feliz adoptando los roles tradicionales de género, y las estructuras tradicionales de pareja, también hay mucha gente que ama a otras personas sin seguir el modelo estándar. Son muchos los amores clandestinos que existen, y muchas las relaciones que se ocultan para no vivir el rechazo de la sociedad: vamos a ver algunos de ellos.

Amores clandestinos

Amar es un derecho humano que todos deberíamos de tener garantizado, junto con nuestros derechos sexuales y reproductivos. Sin embargo, en el planeta la gente no es libre para amar, y en algunos países, amar puede costarte la vida. Hay Estados que penalizan las relaciones homosexuales, lo que supone que la gente es encarcelada si es gay o lesbiana. En muchos países, las mujeres lesbianas y los hombres homosexuales tienen dificultades para encontrar trabajo o para ser aceptados en su comunidad, y son muchas las personas en todo el mundo que sufren humillaciones públicas, agresiones, y asesinatos por su identidad de género o su orientación sexual.

En el año 2000 cada dos días una persona homosexual era asesinada en el mundo debido a actos violentos vinculados a la homofobia. Amnistía Internacional denuncia en su informe que más de 70 países persiguen aún a los homosexuales y 8 los condenan a muerte.

El problema es tan grave que la ONU se ha posicionado varias veces en contra de la violencia y las violaciones de derechos y libertades fundamentales de la población gay, lesbiana, transexual, intergénero, etc. En su Declaración sobre orientación sexual e identidad de género declaran su preocupación y alarma por la violencia, acoso, discriminación, exclusión, estigmatización y prejuicio que se dirigen contra personas de todos los países del mundo por causa de su orientación sexual o identidad de género.

Urgen a los Estados a que tomen todas las medidas necesarias, en particular las legislativas o administrativas, para asegurar que la orientación sexual o identidad de género no puedan ser, bajo ninguna circunstancia, la base de sanciones penales (ejecuciones, arrestos o detención).

Los Estados tienen la obligación de garantizar que, libremente, sin miedo, coacción ni discriminación, las personas puedan tomar decisiones acerca de su salud, su cuerpo, su vida sexual y su identidad; decidir si tener hijos y cuándo; decidir si casarse o no y qué tipo de familia fundar; tener acceso a servicios de salud sexual y reproductiva, y vivir sin miedo a sufrir una violación u otras formas de violencia (las niñas que son casadas a la fuerza con hombres mayores, las adolescentes que sufren la mutilación genital femenina, los abusos sexuales en el entorno familiar, el acoso sexual en las calles o en el entorno laboral…).

Todas las personas deberíamos tener garantizado el acceso al placer, a las relaciones consentidas y libres, a la educación sexual y emocional, a la educación para la diversidad: necesitamos construir un mundo en que no haya distinciones ni discriminaciones hacia la gente que se sale de la norma. Un mundo, pues, más igualitario y diverso.


La sexualidad amorosa

La base de una relación bonita, sea casual o sea una relación de varios años, es el buen trato, el cariño, el compañerismo y el cuido mutuo. No importa si es una relación fugaz o una pareja estable: tenemos que tratarnos bien, respetarnos y disfrutar. Para poder disfrutar es fundamental que las personas implicadas en una noche de amor o en una relación sólida se responsabilicen del uso de anticonceptivos y métodos de prevención de enfermedades.

Cuidarse mutuamente supone, también, hablarse con cariño, comunicarse con amor, respetar la privacidad de la otra persona, respetar su libertad, valorar su autonomía, apoyarse cuando sea necesario… las relaciones tienen que liberarse de la estructura de dominación-sumisión y de las luchas de poder que a veces convierten las relaciones en un infierno.

A nivel colectivo, tenemos que promover la diversidad y el respeto hacia otras formas de compartir sexo y emociones porque la homofobia mata: la cifra de adolescentes que se suicida cada año por acoso en las escuelas o dificultades para asumir su orientación sexual es espantosa, lo que demuestra que necesitamos un mundo más abierto y tolerante en el que nadie sufra por ser diferente o por amar de otra forma.

La sexualidad tiene que liberarse de los prejuicios, las prohibiciones, los tabúes y los miedos que se ciernen sobre ella. Deberíamos poder hablar con tranquilidad de sexo, erotismo, placer, relaciones sentimentales. Sin miedos, sin vergüenza, sin sentimientos de culpabilidad. Cuando la gente se trata bien y disfruta de sus relaciones de una manera sana, en un espacio de igualdad, la sexualidad puede ser muy bonita.

La sexualidad tiene, también, que liberarse del machismo y la misoginia, porque las mujeres necesitamos poder tener acceso a una sexualidad plena sin ser juzgadas, sin ser etiquetadas, sin ser penalizadas socialmente. Las mujeres tenemos derecho a vivir nuestro deseo con quien queramos: seamos mujeres heteros, lesbianas o bisexuales, seamos transexuales o cisexuales, todas tenemos derecho a elegir compañero o compañera, a separarnos, a elegir nuestra maternidad, a tener las relaciones consentidas que deseemos, a disfrutar de nuestro cuerpo.

En contra de lo que se cree normalmente, el sexo y el amor no son cosas diferentes ni pueden diferenciarse. Cualquier relación con alguien, sea esporádica, casual, o esté muy consolidada, puede ser amorosa, y ello no implica que te estás comprometiendo: implica que cuando estás con alguien, lo estás disfrutando.

Implica, también, que no hace falta seguir pensando desde los opuestos: la ternura, el placer, las conversaciones, los juegos, el cariño, el erotismo, son ingredientes maravillosos para pasarlo bien con las personas que nos gusten. El queerpromueve un amor sin jerarquías en las que las personas no sean etiquetadas en torno a su grado de importancia para alguien: esposa, amante, rollo, romance, amigos con derecho a roce… en nuestro corazón, del mismo modo que caben muchas amigas y amigos, caben también muchas personas que nos gustan, que nos atraen, que nos hacen sentir cosas bonitas. Para que los días o las noches de sexo y amor sean más inolvidables, más divertidas, más apasionantes, hay que tratar a todo el mundo con respeto y con cariño, sea cual sea tu grado de cercanía o compromiso.


Sexualidades diversas

Nuestra cultura está basada en la represión sexual, pues el sistema siempre ha necesitado que la gente controle sus impulsos sexuales más primarios temiendo que la libertad sexual desatase el caos y nadie fuese a trabajar durante la semana, y todo el mundo desatendiese sus obligaciones por estar gozando. Ese miedo a la libertad sexual ha hecho que nuestro deseo se vea encauzado desde el exterior: si eres chico, te dicen que “lo normal” es que te gusten las chicas.

Si desde pequeñas nos preguntasen: ¿tienes novio o novia?, probablemente no tendríamos que reprimir el deseo hacia las chicas en la adolescencia. Pero desde todos lados se nos invita a hacerlo: no puedes tener sexo con los novios o ex novios de tus amigas, ni con tu primo, ni con el novio de tu primo, ni con la novia de la ex de tu hermana, ni con tus propios ex. Piensa en la cantidad de relaciones que podrías tener pero que ni se te pasa por la cabeza porque sabes que serían rechazadas por tu gente…

Sí, no es fácil vivir en un mundo en que el deseo nos hace sentir culpables. Un mundo en el que se dicen unas cosas pero se hacen otras, un mundo en el que la gente oculta cosas y tiene prácticas sexuales clandestinas: cuando lo descubrimos, por ejemplo, todo el mundo se conmociona. Estoy pensando, por ejemplo, en actrices casadas que reconocen públicamente su infidelidad con su compañero en la última película, y los insultos y comentarios que se expanden por las redes en torno a su traición marital. O el día en el que Michael Douglas se declaró adicto al sexo en los medios de comunicación. Contó que necesitaba hacer el amor todos los días varias veces, y que su mujer estaba hasta el moño de tanta demanda. Así que se sentía mal y se internó en una clínica para ver si podía “curarse”.

El quid de la cuestión está en la intensidad del deseo del actor estadounidense, ¿cuál es el límite para el deseo, y quién nos lo impone? ¿Qué es más “normal”, no tener ganas de hacer el amor nunca, o querer hacerlo todos los días? En realidad, “lo normal” es la diversidad: hay gente a la que le encanta el sexo y lo considera algo esencial en su vida, y gente que lo practica menos, o nada, como veremos más adelante.

Las sexualidades alternativas, disidentes, queer, anómalas, son todas aquellas formas de amar y gozar que no vemos habitualmente en las películas ni en las series de televisión. Son prácticas sexuales que no se consideran normativas, es decir, que no encajan en el modelo heterosexual orientado a la reproducción y crianza conjunta de hijos e hijas.

Queer es una etiqueta como otra cualquiera, pero es interesante como a la vez que en poco tiempo van surgiendo muchas etiquetas para definirse sexualmente, también existe mucha gente que se resiste a ser etiquetada o definida. Gente a la que le gusta cambiar, transitar, fluir y deshacerse de toda la carga normativa de estas etiquetas (estereotipos, roles, etc.).

Lo cierto es que desde el principio de los tiempos, la gente ha practicado su sexualidad de muchas formas diferentes. La historia ha silenciado toda la diversidad sexual de nuestra cultura, sin embargo, en la actualidad Internet es un espacio en el que proliferan los foros, los blogs, chats y espacios para gente que tiene otras formas de concebir el amor, la pareja y la sexualidad.

Un ejemplo de ello es la gente poliamorosa, o la gente que tiene relaciones plurales, o las personas que practican el amor libre. Tienen en común la idea de que la monogamia es un mito inventado, y que se puede querer a muchas personas a la vez. Ellos y ellas pueden tener varias parejas simultáneamente, y su filosofía está basada en la idea de que es importante ser sincero, honesto, buena persona, y tratar de no lastimar a nadie. Sabiendo que los celos son un gran problema (nuestra cultura promueve un amor muy posesivo y exclusivo), los y las poliamorosas trabajan para no dejar que los celos les duelan, o les impidan vivir historias bonitas con varias personas. En la ética poliamorosa es fundamental cuidar a tus compañeros o compañeras para que nadie salga herido, aunque admitiendo que es sumamente complicado poder superar toda la tradición amorosa basada en la propiedad privada.

Otra gente que practica sexualidades diversas es la comunidad BDSM (BD Bondage y Dominación, SM Sadomasoquismo), personas que juegan con el esquema de dominación-sumisión con el que nos relacionamos en la vida diaria, y lo llevan a la cama. Es un mundo muy variado y complejo porque existen diferentes concepciones de lo que es el Sado y el Masoquismo, pero en general a todos les gusta disfrazarse, representar papeles, seguir ritos, atarse, crear escenarios…

Otra gente que se encuentra en Internet es la gente swinger: parejas que quieren compartir placeres con otras parejas. Ellos mantienen una fidelidad sentimental hacia su compañera o compañero, pero gustan de intercambiar sexo y ratos divertidos con otras parejas. Estas prácticas se suelen hacer en secreto, y a veces organizan encuentros o fiestas para conocerse entre ellos y crear redes. Aquí se rompe con el estereotipo tradicional del hombre que antes buscaba solo espacios para diversificar sus prácticas sexuales, y ahora lo comparte con su pareja, con lo que se ahorran mentiras, peleas, comportamientos extraños, prisas y situaciones absurdas.

También están los y las discapacitadas que reivindican su derecho a la sexualidad. Generalmente a las personas sordas, ciegas, tetrapléjicas, con parálisis cerebral, autismo y con necesidades especiales se los medica para que controlen su deseo sexual porque se entiende que ellos y ellas no tienen derecho a amar o a gozar. Las personas dependientes por enfermedad o discapacidad no tienen reconocido su derecho a amar: sus emociones y erotismo ha sido siempre un tabú de la sociedad, por eso es tan importante cuando se visibilizan las relaciones de la gente que tiene síndrome de Down, que en algunos casos exitosos se enamoran y logran vivir su relación sin obstáculos familiares o sociales.

Los ancianos y las ancianas también tienen deseo sexual y practican sexo. Su sexualidad es diferente a la nuestra porque el organismo va transformándose con el paso de los años, pero precisamente por esto el placer sexual es diferente, e igualmente satisfactorio: hay gente que sigue haciendo el amor hasta el final de su vida, y eso incide positivamente en su calidad de vida y en su salud psíquica y física.

Hay personas que se declaran asexuales, es decir, inapetentes en el ámbito sexual. No practican sexo porque no quieren, porque no les gusta, porque no lo necesitan. No siempre es gente religiosa: ellos y ellas reivindican su derecho a ser aceptados como son, y a no recibir presiones familiares o sociales en torno a este asunto.

También tenemos a las flexisexuales, personas que se declaran heterosexuales pero gustan de tener relaciones homosexuales esporádicas.

Algunas etiquetas pueden resultar divertidas en un país en el que la homosexualidad no es delito. Los amores clandestinos en todo el mundo son muchos, y muy variados. Por ejemplo, los amores adúlteros: una relación erótica o sentimental de dos personas, estando una de ellas o las dos casadas o emparejadas con otras personas. La esposa o el marido oficial pueden saberlo o no saberlo, pero en nuestra sociedad está muy mal visto en general, de modo que los amantes tratan de no ser descubiertos, no dejar huellas, buscar sitios secretos para el encuentro… algunas reacciones duran semanas y otras duran años: es el lado oculto del matrimonio, ese fantasma de la infidelidad que pone al descubierto las grietas de nuestro sistema monogámico.

Otro tipo de relación sexual que permanece invisibilizada en nuestra sociedad es la relación sexual mediada por el dinero, es decir, todas aquellas personas que consumen pornografía y solicitan los servicios de trabajadoras sexuales. Aún más invisibilizada está la prostitución de varones: en ambos casos, los clientes son mayoritariamente hombres, que también demandan los servicios de mujeres transexuales sin operar.

El estigma que rodea a este fenómeno de la prostitución pone al descubierto la doble moral de nuestra cultura patriarcal: la monogamia parece que solo se aplica a las mujeres, y en el caso de los hombres parecen “errores perdonables”. La infidelidad femenina está más invisibilizada, pues las consecuencias para las mujeres pueden ser terribles en algunos países del mundo: azotes, cárcel, humillaciones públicas, palizas y asesinatos.

Esta doble moral no solo condena a las mujeres, sino también a todas aquellas personas que no se adaptan a la norma. Mujeres transexuales, personas intersexuales o hermafroditas, personas transgénero… sobre todos ellos pesan estereotipos y prejuicios en torno a su sexualidad, a su forma de relacionarse, y a lo que se dedican. Algunas personas con identidades de género disidentes recurren a la prostitución como salida por la fuerte discriminación que sufren en el mercado laboral.

Tampoco sabemos mucho acerca de los amores carcelarios, aquellos que se dan entre personas privadas de libertad. Las cárceles se dividen en dos grupos: las cárceles de mujeres y las de hombres. En ambas la gente tiene relaciones sexuales y se enamora, pero a menudo las parejas no lo tienen fácil para vivir su relación, porque las instituciones carcelarias aún no están preparadas para asumir que la población presidiaria necesita mucho más afecto precisamente porque se encuentra encerrada y alejada de su familia y seres queridos.

Hay mujeres que admiten abiertamente que tienen novia y son lesbianas, hay otras que dicen ser heterosexuales pero que dentro de la prisión necesitan una compañera. Hay algunas relaciones que salen a la luz, y otras que permanecen ocultas porque una de las dos personas está casada fuera de la prisión. En el caso de los hombres en las cárceles, sus relaciones son menos visibles porque son mundos muy machistas y homofóbicos.

Si los presos y las presas tienen pareja en el exterior, tienen derecho a un vis a vis íntimo al mes, esto es, una visita privada para tener intimidad una o dos horas. Pero solo para heterosexuales… el escaso o nulo tiempo para vivir el amor hace sufrir a los enamorados, y en ocasiones acaba con las relaciones porque la persona que está fuera no puede soportar la ausencia de la otra.

A nivel emocional, hay otros factores que hacen sufrir a la gente dentro de las cárceles: la separación que se produce cuando uno de los dos miembros ha cumplido su pena y sale al exterior, o la represión que sufren por parte de funcionarios de las instituciones penitenciarias. Otro de los problemas de los amores presidiarios es la falta de anticonceptivos y métodos de protección frente a las enfermedades de transmisión sexual, y la desprotección de los derechos sexuales y reproductivos de la población presidiaria lesbiana, gay, transexual, intergénero o queer.

Otros amores clandestinos son los que existen entre las personas que tienen VIH, o aquellas relaciones en las que solo uno de los dos miembros posee el virus. Muchas personas tienen miedo de ser rechazadas si dan información sobre ello, y muchas personas, también tienen miedo de tener una relación con alguien que porta el virus o sufre la enfermedad, por falta de información sobre las formas adecuadas de disfrutar y protegerse.

Otros amores clandestinos desafían el tabú del incesto. En nuestra sociedad el sexo entre personas de una misma familia está muy mal visto, y una de las razones que se esgrimen para rechazar tales prácticas está basado en la endogamia genética: cuando no hay variedad genética, los hijos e hijas de personas que comparten la misma sangre pueden presentar malformaciones y enfermedades. No es un fenómeno común en tanto en cuanto una de las cosas que nos atrae sexualmente de las personas es la novedad: es más difícil enamorarse de personas con las que has crecido durante tu infancia y has tenido una relación muy estrecha. Sin embargo, cuando sucede que dos primos se enamoran, por ejemplo, han de enfrentarse al escándalo que suscita en una familia una relación incestuosa. No es fácil en nuestra cultura, porque en otras culturas se sabe que el incesto no ha sido un tabú tan importante, o lo ha sido en otros grados.

Otras relaciones que han de permanecer en el lado oscuro son los tríos, por ejemplo. Gracias a mi trabajo he podido conocer a personas que en lugar de unirse de dos en dos, se unen de tres en tres, forman una familia, y tienen hijos (o no). Este tipo de uniones sexuales y amorosas han de enfrentarse a dos grandes retos:

ü  la aceptación de la familia, amigos y amigas, entorno laboral, vecindario.

ü  el inevitable choque con las instituciones públicas (educación, sanidad, tributación, etc.), que sólo tienen una casilla para incluir al cónyuge, que no permiten el matrimonio entre tres personas, que no están preparadas para afrontar la diversidad familiar y sólo contemplan la existencia de dos adultos en una unidad familiar.

Ni siquiera las empresas privadas tienen en cuenta a esta población de 3: en los hoteles las habitaciones son para dos con posibilidad de añadir una cama supletoria. Lo mismo con los colchones, generalmente diseñados para que quepan dos personas…

Los niños y las niñas que nacen en este tipo de familias formadas por dos papás y una mamá, o dos mamás, o dos mamás y un papá, se tienen que enfrentar a veces también a la incomprensión de su entorno cercano, como por ejemplo ver la cara de tu profesora cuando te pide que tu mamá le llame y tú le preguntas cuál mamá, que tienes dos.


Otras formas de quererse son posibles

Sí, hay muchas formas diversas de amarse, de relacionarse eróticamente, de tener relaciones sexoafectivas, de juntarse para formar un hogar… tenemos que promover la visibilidad de estas otras relaciones en los medios de comunicación y en los productos culturales. Escribir cuentos con otros héroes y heroínas, otras identidades de género, otras aventuras y otras formas de resolver los conflictos. Necesitamos construir relaciones sin jerarquías, sin miedos, sin luchas de poder, sin violencia.

Eliminando todos los miedos a las etiquetas, transitando por ellas, podremos conocer mejor nuestro deseo, conocer también el amplio abanico de la diversidad sexual, y todas las formas que existen de quererse y de conocerse. Ahora es el momento de reivindicar las rarezas, la gente extraordinaria, las personas diferentes, los colectivos marginados, las personas que transitan, las personas que aman en silencio.

Es el momento, también, de aventurarse y explorar, de construir relaciones igualitarias, equilibradas, bonitas. Relaciones que no nos aíslen de los demás, que no nos hagan sufrir, relaciones en las que poder crecer, desarrollarnos, disfrutar del placer sexual y del amor romántico. Relaciones en las que seamos libres para escoger, para empezar, y para acabar, para llegar y para marcharnos. Relaciones basadas en el buen trato, en la elaboración de pactos, en la igualdad y en la diversidad, en el gusto por vivir y disfrutar.

Sí, tenemos que imaginar un mundo donde las relaciones sexuales o sentimentales no estén basadas en la necesidad, el interés, o la dependencia económica o emocional. Tenemos que ser capaces de construir relaciones sexuales y sentimentales que nos hagan felices, y que todo el mundo pueda amarse sin miedo.

Porque ningún amor es ilegal, y otras formas de quererse son posibles.


Los Derechos del Amor y la Sexualidad (Propuesta personal)

1.     Todas y todos tenemos derecho a querer y a ser queridos, sin que nadie pueda verse excluido o discriminado por razones de género, orientación sexual, etnia, origen, clase socioeconómica, edad, religión, etc. 

2.     Todas tenemos derecho a elegir libremente compañero/a (s) sin imposiciones sobre su identidad de género o el número de personas que integren la unión amorosa. Tenemos derecho a tener varias parejas si lo deseamos, y también tenemos derecho a elegir la soltería sin sufrir las presiones de nuestro entorno. 

3.     Todas tenemos derecho a relaciones igualitarias donde no exista la división de roles tradicional y en las que podamos repartir las cargas de trabajo de un modo equitativo o equilibrado. 

4.     Tenemos derecho a tener relaciones basadas en el respeto, el buen trato y el compañerismo, sean relaciones largas o esporádicas, casuales o continuas. Tenemos derecho, también, a abandonar una relación cuando no exista esta base de buen trato mutuo, o cuando se haya deteriorado la relación.

5.     Todos tenemos derecho a iniciar o romper nuestras relaciones amorosas o sexuales con libertad. Podemos comprometernos o separarnos con libertad, sin coerciones de tipo legal, económico, social, moral o religioso. Todos tenemos derecho a comprometernos, a no comprometernos, o a elegir el grado de compromiso de mutuo acuerdo con la o las parejas.

6.     Todos tenemos derecho a la información sobre la sexualidad y los derechos sexuales, a decidir acerca de la maternidad y la paternidad, tener acceso a métodos anticonceptivos y barreras de transmisión sexual, y a los servicios de salud sexual.

7.     Todas tenemos derecho a expresar nuestras emociones en público o a no expresarlas. Todas somos libres para mostrar nuestros afectos en lugares públicos, y no podemos ser discriminadas por nuestro aspecto físico, edad, color de piel, clase social u orientación sexual.

8.     Todos tenemos derecho a tener relaciones monógamas o poliamorosas, abiertas o cerradas, efímeras o eternas, y renovar los acuerdos conyugales como nos apetezca o según las circunstancias vitales de cada persona. Tenemos derecho a inventar, probar y buscar nuevas estructuras emocionales al margen de los modelos tradicionales basados en la pareja heterosexual y monógama. 

9.     Todas tenemos derecho al bienestar emocional, físico y sentimental, a tener relaciones bonitas, a formar comunidades amorosas donde nos unamos con la gente por lazos afectivos, de amor o amistad, sin estar determinados por el parentesco o por la monogamia obligatoria. Podemos elegir vivir con una persona o con varias, fundar una familia con quién nos plazca, y elegir nuestro grado de implicación afectiva o sexual en cada una de nuestras relaciones, pactando y acordando con nuestras parejas.

10. Todas tenemos derecho a disfrutar de nuestra sexualidad y nuestro erotismo sin coerciones. Tenemos derecho al placer, a la ternura, al juego y al amor. Y también tenemos derecho a ser respetados/as cuando no queremos tener relaciones sexuales o no deseamos establecer lazos sentimentales.





***
Coral Herrera Gómez (Madrid, 1977) es una escritora y comunicadora feminista española, conocida por su análisis y crítica al mito del amor romántico. Tiene discapacidad auditiva y una familia multicultural: su compañero es salvadoreño y su hijo costarricense.

[Ir a la portada de Tachas 545]