EXPERIMENTAL
Tachas 549 • Mientras viajo • Jeanne Karen
Jeanne Karen
No sobra el tiempo. Cuando era pequeña la sensación del paso de los días era muy distinta, pasaba como sin tener realmente un significado, era algo a lo que difícilmente le podía adherir un nombre, una sensación.
Conforme vamos creciendo y madurando la vida es otra, se vuelve a la fragilidad del inicio, todo está como en el aire: la incertidumbre aparece. En los años de la infancia el tiempo es el espacio entre un descubrimiento y otro; en la juventud entre un gozo y otro; en la edad madura entre un dolor y otro.
Hoy al despertar he notado que la rodilla no está (o parece no estar), más bien el dolor insistente, por fin se ha retirado un poco, me da oportunidad de estirarme placenteramente sin dificultad. Sin embargo vuelve luego, quizás otro día cuando camino por el parque o cuando voy hacia el trabajo. Así pasan los lapsos de la jornada, de los días. Voy aprendiendo que unos son más largos que otros.
En el transcurso de mi vida universitaria tuve la sensación de que todo estaba detenido, que esos cuatro primeros años fueron como diez, que la vida pasaba y yo era una espectadora frente a un gran paisaje del cual no conocía su significado, no tenía las herramientas necesarias para descifrarlo. Mi existencia era borrosa como los árboles que aparecen en la montaña después de que la niebla se ha agotado, esa niebla que se cansa de tanto pasar, de tanta humedad y elevación.
Luego llegaron los años de la vida laboral, entre hacer una y mil cosas, dividir el día para sacar las cuentas, mirar con perplejidad una larga lista de deudas, gastos, deseos. Había que subir a la balanza: vivir mejor, más tranquila o hacerme de más cosas, más bienes materiales, más experiencias únicas. A veces tenemos el momento para todo, a veces solamente para tratar de sobrellevar la vida, disfrutar de lo cercano, de lo necesario.
Ahora veo el incomparable valor del tiempo, que en realidad quiero llamar la vida que me queda. ¿Cómo voy a distribuir esas preciosas horas, en qué voy a ocupar mi mente, mi cuerpo, la fuerza que resta?
Hice un viaje por carretera, no quise conducir, así que tomé un autobús para un trayecto de dos horas. Llevaba conmigo un libro, lo hago a menudo, llevar libros en la bolsa, en el bolso de viaje, en la mochila. A veces no los leo, apenas los reviso y con eso me basta, con algunos me conformo con poco. Ahora impulsada por tantos maratones de lectura que se hacen los fines de año, por ejemplo el Guadalupe/reyes o reinas, según sea la lista de títulos pendientes, saqué el ejemplar que tenía en mi bolsa de mano: Casi un objeto de Saramago, leí con hambre, con el mismo impulso del vehículo sobre la gran carretera, el trayecto se me hizo corto, el tiempo no lo sentí, pero sé que hubo justicia por cada minuto tomado, vivido.
Fue en ese momento que tomé la decisión de seguir por lo que me gusta, pero un poco más y mucho mejor. Estar en donde me necesitan y para las personas que más me necesitan. Escribir más, escribir mejor, que eso siempre se agradece. Tener conciencia de mi tiempo, de lo que me rodea, tratar de inspirar, comunicar de forma adecuada, tener una postura frente a lo que sucede, cambiar de parecer de vez en cuando, tener buenos argumentos. Me dice mamá que siga estudiando siempre, que el poco tiempo que me queda libre, ella sabe lo difícil que se ha tornado la vida, lo destine a aprender más, aprender bien lo que me gusta.
Vuelvo al libro, a los libros en general y a mis lecturas en particular, a esa de la que les cuento, terminé de leer a Saramago como termina una fiesta imperdible, un día de descanso. Me quedo con lo mucho que lo disfruté, con lo que aprendí, con la inteligencia con que el escritor portugués describe su momento y su mundo, su entorno, la vida de su país, sus personajes, pero no de una manera lineal, más bien con los ojos del que ha descubierto que en los objetos simples como una silla también pueden esconderse las grandes metáforas.
Miremos detenidamente, obliguemos a nuestra pluma, a nuestro lenguaje a salir de la luz, hay que ir de vez en cuando a esos sitios de claroscuros, hay que deambular, divagar de vez en cuando; lo que ya no quiero y no puedo hacer es tener la idea de que hay mucho tiempo, como si fuera agua de mar, atmósfera, estrellas.
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Jeanne Karen (San Luis Potosí, México, 14 mayo 1975). Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Temas como la muerte, la introspección y la complejidad semántica en la comunicación en relación con el autismo y las ciencias exactas como las matemáticas y la física, influyen su trabajo en un debate casi ético. Premio estatal de poesía Viene la muerte cantando (1998) Premio de Poesía Salvador Gallardo Dávalos (1999), de Poesía Manuel José Othón (2002 y 2006) Premio de Periodismo Francisco de la Maza por Publicación o Programa de Difusión Cultural (2009).
Ha publicado los libros: Simulación dinámica (Bitácora de Vuelos, 2015), Cementerio de elefantes (Múltiples editoriales). Hollywood (Ponciano Arriaga), Menta (Ponciano Arriaga).
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