CRÓNICA
Tachas 568 • Estar siempre en este estado • Caleb Solórzano
Caleb Solórzano

Esquivo una patrulla estacionada en el acotamiento del Forum Cultural para llegar a mi destino; el punto de reunión de la Marcha Cannabica.
Sab, 07 may 23
15:44
muestra la pantalla en reposo de mi celular.
Un policía habla por teléfono:
—Cuídense mucho —le dice a quién sea que esté al otro lado de la línea. Después de eso cuelga.
Tomo para mí ese consejo.
No hay mucha asistencia. Quizá la publicidad en redes no fue efectiva. Aunque la información era clara. Salimos a las cuatro veinte del Forum Cultural hacía la Calzada. Hidrátate. Protégete del sol. Buena vibra. Consumo responsable. Sobre aviso no hay engaño: No armas. No alcohol. No venta. No menores de edad. No tirar basura.
Los pocos manifestantes reunidos tienen buen semblante. Se percibe un ambiente festivo. Mi olfato detecta las primeras notas de cannabis. Aprieto el tubo porta porro que protege mi joint dentro del bolsillo de mi pantalón. Alguien ha encendido ya el suyo. Volteo buscando el origen de esa atractiva combustión. No lo encuentro. Temo porque hay policías merodeando. Vengo solo. Es inminente; si me registran encontrarán marihuana en mi poder. Deseo encontrar al que está fumando para preguntarle si puedo encender mi porrito, si hay tolerancia desde ese momento. Cuando estoy a punto de moverme del sitio en el que me sentí más cómodo para esperar, alguien con un altavoz saluda a los manifestantes. Dice que somos pocos pero que es muy temprano aún. Que empiecen a encender sus porros o pipas o lo que traigan. Que los señores oficiales no nos van a decir nada. Aunque dudo, saco mi joint relleno de Gelato que yo mismo cultivé.
Me distraigo de encenderlo porque, detrás de la media barda en la que me recargué primero y sobre la que me senté después, justo al lado de uno de los dos leones de piedra que custodian el acceso a la Calzada de las Artes (y que parecen estar molestos igual que miles de ciudadanos que expresaron su desaprobación en redes sociales por la marcha), en donde comienza el césped, escucho un chasquido. Una mujer le corta las uñas de los pies a un viejo. Él —muy parecido a “el Chivo” de la película Amores Perros—, recostado, parece disfrutar la pedicura. ¿Estarán aquí para la manifestación? Me pregunto. Cómo saberlo. Quizá el Chivo sintió molestias al caminar con las pezuñas tan crecidas y, supuso que no podría recorrer ese kilómetro y medio rumbo al Arco de la Calzada.
En el jardín de las esculturas, usado ordinariamente para sesiones fotográficas, desfilan quinceañeras, chambelanes, novios, novias, pajes, damas, padrinos, familiares y fotógrafos. Muchos de ellos arrugan la nariz al detectar el humo. Ponen ese gesto para hacernos saber que desaprueban todo lo que representamos y, siguen de largo con su elegancia alquilada, dispuestos a hacer la foto perfecta para colgar en su sala.
Una chica se me acerca y señala algo en el piso. Volteo y miro mi INE tirado. Lo tiré al sacar mi porro de la bolsa. Le agradezco. Da un paso al costado. No la había notado (por estar al pendiente de las pezuñas del Chivo). Ella y su novio, ya con los ojos tumbados y con muy buena vibra, traen un porro inflable gigante de la marca RAW. Al notar que no tengo encendedor, me acerco a ellos para pedirles prestado el suyo. Así es, mi momento ha llegado. Enciendo el mío. Una, dos, tres, cuatro, cinco caladas y lo apago. Son las 15:59. Creo que es la primera vez que fumo frente a un policía. Ya puedo borrar esa de la lista de fantasías que tengo por cumplir.
Me siento de nuevo en la media barda desde donde puedo ver al Chivo y su pedicurista. No parece que vayan a defender el cannabis. Parecen tener intenciones más contemplativas. Muy cerca de mí hay una bocina tocando electro, psicho me parece. Puedo atender y entender varias conversaciones a la vez. Mi Gelato envuelta en Blazy Susan comenzó a surtir efecto.
¿Qué es la ciudad de León un sábado a las 4:20 de la tarde? ¿Un pueblote que se prepara para la noche?, ¿uno proletario que sale de trabajar medio día y se detiene en un Oxxo para comprar las primeras cervezas de la jornada? ¿Uno que se motiva para llenar los bares de la calle Madero dentro de unas horas? Quizá sea eso. Pero también es un grupo de unas doscientas personas que se manifiestan a favor de la legalización de la marihuana.
Todos, alentados por el altavoz, encendemos al mismo tiempo nuestra hierba. La pareja del RAW gigante me desea un feliz 420. Les deseo lo mismo. La manifestación avanza ocupando el carril oriente-poniente de la Calzada de los Héroes. Sin duda hay más de treinta grados de temperatura y el sol de las 4:20 marcha con nosotros. Apoya la causa.
La indicación fue avanzar por abajo. Al llegar al Puente del Amor hay que subir. Caminarlo. Involucrarlo simbólicamente en esta manifestación que es también de paz.
Vista desde atrás, la marcha parece una tímida combustión que se extingue y que avanza buscando una sombra cerca del Arco de la Calzada, símbolo de la ciudad.
Humo todo el camino.
¡En la ley hay un hueco, justicia pal pacheco!
exige el altavoz.
—Deberíamos de estar siempre en este estado —dice alguien mientras atravesamos el Puente del Amor.
Quizá escuché un pensamiento porque al voltear no vi hablar a nadie. A mi alrededor todos guardaban silencio o fumaban o tosían. ¿Habré descubierto los secretos de la telepatía? La frase no era para mí pero estuve de acuerdo. Deberíamos de estar siempre en este estado. Relajación, tranquilidad, introspección, paz. Lo pienso y espero que alguien más secunde. Sí, estoy de acuerdo, dice alguien que no logro ver. Cuando camino por el punto más alto del puente volteo para ver la fila. Es una fila respetable para una manifestación en sábado a las 4:20 con un sol insoportable de compañero. Demasiadas gafas oscuras, gorras, sombreros, prendas y accesorios verdes. Muchos porros encendidos. En los ventanales del Hotel Enterprice Inn algunos ojos husmean. El mismo tipo de ojos se asoman por el Restaurante Miramar en contraesquina. Seguimos con el ejercicio de introspección. Dejamos atrás cientos de candados colgando de los barandales del Puente del Amor. Nos interesa más la paz y la distensión en estos momentos.
Desconozco mi aspecto. Aún no he llegado al punto en el que puedo verme desde afuera como en esa escena de la serie Atlanta en la que Papper Boy, drogado, se mira a sí mismo caminar rumbo al sitio en el que comerá un panecillo “espacial” que lo hará verse, a sí mismo, ir rumbo al sitio en el que comerá dicho panecillo. Quizá adquiera esas propiedades al terminar mi Gelato. Un grupo que avanza ligeramente más rápido, canta: «no me dejan fumar y me persiguen con su ley» y «castíguenme, si hago daño a alguien y si no déjenme». Se trata de la canción de Morodo, que nos acompaña en esencia, dentro de una bocina al ritmo del raggae con La Yerba del Rey.
Encontré personas que nunca habría imaginado que fumaran. Menos gente lo esconde. Es bueno estar unidos aunque no seamos tantos como se esperaba, aunque no nos dirijamos la palabra, aunque nos comuniquemos por telepatía. Sonrisas de complicidad por aquí y por allá. Aún hay miedo por “salir del closet” cannabico. Miedo a la policía. Recientemente, yo mismo tuve mis desavenencias con la justicia. Me quitaron mi dinero por portar un gallo. Me detuvieron sin razón para “una revisión de rutina”:
—Oficial, pero no lo traigo encendido.
—No importa, con portar ya es más que suficiente. Tú dime cómo le hacemos.
—Pues cómo le vamos a hacer, señor. Ya trae ahí mi dinero.
Y me dejaron ir.
—Ya camínale pues —me ordenó uno de ellos.
Caminé esta misma calzada sobrio, sin dinero y sin nada qué fumar. Había previsto que algo así podía ocurrir y por eso sólo llevaba cien pesos encima, y algunas monedas que usaría para comprar un Orbit de menta polar. Eso fue lo que me quitó la miserable policía de León.
Pero eso está en el pasado, hoy es un día para festejar. Observo las sonrisas dirigidas a nadie en particular, producidas desde adentro por algún recuerdo. ¿Los peldaños del Puente del Amor son eternos? Bajar es un poco más tardado de lo normal con los efectos del THC.
A lo lejos nos espera un arrogante felino broncíneo mirando hacia el norte sobre el Arco Triunfal de la Calzada. Los árboles nos ofrecen su sombra. Ya cerca del final de la marcha, la gente poco a poco se va quedando en las jardineras. Descansa toda esa distancia, que si convertimos a centímetros, es mucha. Elijo un lugar entre dos bancas. Me siento. Me apoltrono, mejor dicho. Detrás de mí suena A mi manera con una terrible calidad. La canción musicaliza la venta de artesanías en la plaza de los Niños Héroes. A mi maneracon distorsión total. Justo así veo las cosas después de un par de toques más a mi joit. Frente a mí, una chica, de pie, fuma generosamente. Usa una gorra de los Azulejos de Toronto. Detrás de ella, viniendo del arco, un rastudo usa una de los Piratas de Pittsburgh. Justo hoy se enfrentan. No le ha ido bien a los Piratas. Yo uso una de los Bravos pero no de Atlanta sino de aquí, de León. Ni hablar de su desempeño esta temporada.
La melodía de Aleluya —distorsionada también—, se mezcla con un freestyle de una batalla de hip-hop que organizaron algunos manifestantes que, además de grifos, son raperos.
Hago mentalmente un juego. Llegué al punto de duplicarme como Papper Boy. Tenemos que adivinar quién fuma y quién no, de entre los transeúntes. Pero no sale nada bien. Jamás nos pusimos de acuerdo. Uno decía que ese sí, el otro que no.
Desde donde estoy sentado, recargado en un poste, me limito a observar. Vislumbro las torres del templo Expiatorio entre del Arco de la Calzada.
Enfrente, un poco más adelante, unos cholos le jalan bien duro a un enorme porro que pasa de mano en mano. Son las 18:36. Me siento fantástico. Saco mi bacha y termino con ella. Muero de sed pero, aunque el Oxxo está cerca, me siento tranquilo y sin ánimo de levantarme. Menos ánimo aun para caminar. Mejor estar aquí. Mejor estar y nada más.
A mi manera y Aleluya provienen de un chelo con una pista acompañando. Toca una niña de unos trece años. Morena, regordeta, con un peinado relamido hacia atrás y el cabello agarrado en una coleta. A su lado, su madre la asiste en todo momento como la gran artista que desea que llegue a ser un día. El siguiente tema es la legendaria canción de Denisse de Khalafe. Muy cerca en el calendario está el día de las madres. Distorsionado todo, el sonido, la realidad, el freestyle a lo lejos, la niña, su chelo, la madre, el calendario, el humo, los marihuanos, todo mezclado. La canción termina y una ovación estalla. Proviene de un grupo de pachecos que escuchaba, como yo, con atención, a la niña del chelo. Aplauden como si de verdad les hubiera gustado, sin importar la mala calidad del audio y lo desafinado de la interpretación. Pero en este estado se puede ver un poco más allá. Ahora que lo pienso, quizá, la ovación fue sincera.
La tolerancia de las autoridades está por terminar. El límite son las 19:00 horas. El punto final merodea. Es momento de movernos. Acomodo mis gafas oscuras y noto que nos desvanecemos poco a poco, como el humo de los porros que hemos consumido.