POESÍA
Tachas 582 • Batalha da Praça da Sé, 1934 • Paula Abramo
Paula Abramo
prende un cerillo
pero ¿si el cerillo no enciende
lo que debe
no inaugura la pausa nocturna
de las velas o el atarantado
bullir en los sartenes?
¿qué es lo que debe
encender un cerillo
durante el rápido cumplimiento de su estrella
tan largamente esperado
desde antes de la penumbrosa caja
desde mucho antes del baño de cristales en la industria
desde antes
antes
del astillamiento?
Puedes decir, por ejemplo,
que es superflua la distinción
entre los diversos tipos de traslación ciceroniana
si se les compara con el hecho
más o menos aparentemente insólito
de que las servilletas de Anna Stefania, ese día
7 de octubre de 1934, bordeadas de austrohungárica labor
exitosamente trasplantada al trópico y tejida
en los breves intersticios de ocio que dejaba el oficio
de fosforera, que las servilletas, en fin,
no cubrieron con esmero peras, manzanas apocadas
o hipertróficos higos de cultura nipona, sino
pistolas varias,
de modelos cuyo registro omite
esta historia de vidas más o menos simples, sacadas
(las pistolas), de quién sabe dónde y quiénes.
Podrías decirlo pero el polvo de Reforma te distrae.
Polvito de oro y liquidámbar, vas pensando, sin notar la monstruosa
–por muy manida– translación que perpetras,
corriendo el riesgo de que te pase como a Tales,
pero vulgarmente, es decir, sin nada sublime en la cabeza y en lugar de pozo
el coche de enfrente, que frena a destiempo.
En cuyo caso, muy merecido lo tendrías.
Bienvenida la hipotética
interrupción de chichones, cristalitos sobre el pavimento
mezclados con el polvo “de oro”
para dejar de andar pensando chingaderas
que nada tienen que ver con la Patria.
Pero pongamos que tu cuerpo repela, viene un tanto horripilado
por lo anteriormente dicho
y arguye, en favor de las servilletas, que en los días que corren, digamos,
el azar democritiano, y el choque de átomos y eso, han perdido el énfasis de
antaño.
Y ahora uno se concentra en otro tipo de causalidades,
aunque derivado de éstas,
pero más pintoresco y sabroso de narrarse.
Y de ahí las servilletas.
Podía decir también tu cuerpo: gracias,
señores del Departamento de Ordem Política e Social
por perseguir a mi padre,
meterlo en la celdita ésa con otros veinte,
interrogarlo los martes con las manos atadas al respaldo,
amedrentarlo para siempre con gritos de tortura y bocas de metralleta;
y gracias al habeas corpus por soltarlo y al AI-5 por perseguirlo
de nuevo:
os debo mi existencia –diría tu cuerpo–,
y algo de razón tendría, aunque
no toda causa debe agradecerse, sobre todo si de ella resulta
esta oscura servidora:
polvito de hojarasca entre las ruedas.
Pero honor a quien honor merece:
Anna Stefania
guarda las armas en su bolsa de mercado
y no va a la fábrica de fósforos sino que parte,
muy chiquitita aunque de 22,
al centro de São Paulo, donde otras gestas ya pasaron
y otras empiezan a esbozarse,
y reparte las armas
entre trabajadores del sindicato de bancarios,
del sindicato de gráficos de diario,
miembros de la antigua Oposición de Izquierda,
anarquistas recién desayunados,
y se pone al frente,
y dispara
contra una valla de cinco mil integralistas kalói kai agathói.
Cantan encarnado júbilo las armas
–véase cómo aquí
dos tipos de traslación conviven en pacífico concierto
aunque sea épico el asunto–.
Y no viene al caso evocar el consabido simbolismo de los tonos verdes,
porque verde era la farda
del fascismo armado y verde quedó
el pavimento; de esperanzas nada.
Era puritita victoria antifascista en presente del indicativo
y fardas vacías dispersas por la calle.
Gallinas ya sin vestes huyendo en estampida: triunfo
militar del Frente Unido, aunque una baja:
guárdese memoria
del joven muerto Décio Pinto de Oliveira.
Y de Fulvio, y Rudolf, y Lelia, y Livio, y Anna, y Mario
Pedrosa y otros cientos
que allí estuvieron y lucharon y vencieron
a cinco millares de fascistas.
Y vivieron luego, y lo contaron
sin tanto abuso de las traslaciones.
***
Paula Abramo (México, 1980). Estudió la licenciatura y la maestría en Letras Clásicas en la UNAM. Es traductora del portugués. Ha vertido a nuestra lengua, entre otras obras, las novelas El Ateneo, de Raul Pompeia (UNAM/Secretaría de Cultura, 2015), La tristeza extraordinaria del leopardo de las nieves, de Joca Terron (Almadía, 2015), El libro de las imposibilidades (Elephas, 2015) y Domingos sin Dios, ambos de Luiz Ruffato (Elephas, en prensa) y Memorias de un sargento de milicias (Secretaría de Cultura, en prensa), así como el poemario Un útero es del tamaño de un puño, de Angélica Freitas, de próxima aparición en Kriller71. Es autora del poemario Fiat Lux (FETA, 2012), con el que obtuvo el primer Premio de Poesia Joaquín Xirau Icaza, otorgado por el Colegio de México en 2013. Fue becaria del Programa Jóvenes Creadores del FONCA en el área de poesía en dos ocasiones.