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Tachas 597 • Se busca: hombres que amen • bell hooks

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Tachas 597 • Se busca: hombres que amen • bell hooks

Toda mujer quiere ser amada por un hombre. Toda mujer quiere amar y ser amada por los hombres que hay en su vida. Ya sea lesbiana o heterosexual, bisexual o célibe, quiere sentir el amor de su padre, abuelo, tío, hermano o amigo. Si es heterosexual, quiere el amor de una pareja masculina. Vivimos en una cultura donde mujeres emocionalmente necesitadas, con carencias, están buscando desesperadamente el amor masculino. Nuestra hambre colectiva es tan intensa que nos desgarra. Y sin embargo, no nos atrevemos a hablarlo por temor a que se burlen de nosotras, nos compadezcan, nos avergüencen. Hablar de nuestra hambre de amor masculino exigiría que nombráramos la intensidad de nuestra carencia y de nuestra pérdida. El ataque a los hombres, que fue tan intenso cuando el feminismo contemporáneo apareció por primera vez hace más de treinta años, fue en parte una rabia encubierta de la vergüenza que sentíamos las mujeres, no porque los hombres se negaran a compartir su poder, sino porque no podíamos seducir, persuadir o convencer a los hombres para que compartieran sus emociones, para que nos amaran. 

Al afirmar que querían el poder que tenían los hombres, las feministas que odiaban a los hombres (que de ninguna manera eran la mayoría) proclamaban encubiertamente que ellas también querían ser recompensadas por no estar en contacto con sus sentimientos, por no poder amar. Los hombres de la cultura patriarcal respondieron a la demanda feminista de mayor igualdad en el mundo del trabajo y enmundo del sexo dando espacio, compartiendo las esferas de poder. El lugar donde la mayoría de los hombres se negaba a cambiar, donde se creían in. capaces de cambiar, era en sus vidas emocionales. Los hombres no estaban dispuestos a sentarse a la mesa del amor como compañeros iguales, para compartir el festín, ni siquiera por el amor y el respeto de las mujeres liberadas. 

Nadie ansía más el amor masculino que la niña o el niño que legítimamente necesita y busca el amor de papá. Puede estar ausente, muerto, estar presente en el cuerpo más emocionalmente no estar allí, pero la niña o el niño anhelan ser reconocidos, aceptados, respetados y cuidados. En todo nuestro país, un cartel muestra este mensaje: «Cada noche, millones de niños y niñas se van a dormir hambrientos ... de la atención de sus papás». Como la cultura patriarcal ya les ha enseñado a las niñas y a los niños que el amor de papá es más valioso que el amor de la madre, es poco probable que el afecto maternal cure la falta de amor paternal. No es de extrañar entonces que estas niñas y niños crezcan enfadados con los hombres, enfadados porque se les ha negado el amor que necesitan para sentirse completos, dignos, aceptados. Las niñas heterosexuales y los niños homosexuales pueden convertirse (y se convierten) en mujeres y hombres que hacen de los lazos románticos el lugar donde buscan encontrar y conocer el amor masculino. Pero esa búsqueda rara vez se satisface. Por lo general, la rabia, el dolor y la desilusión implacable llevan a las mujeres y a los hombres a cerrar la parte de sí mismos que esperaba ser tocada y curada por el amor masculino. Entonces aprenden a conformarse con cualquier atención positiva que los hombres puedan darles. Aprenden a sobrevalorado. Aprenden a fingir que es amor. Aprenden a no decir la verdad sobre los hombres y el amor. Aprenden a vivir en la mentira. 

Cuando era niña ansiaba el amor de mi padre. Quería que se fijara en mí, que me prestara su atención y su afecto. Cuando no podía lograr que se fijara en mí siendo buena y obediente, estaba dispuesta a arriesgarme a ser castigada por ser lo suficientemente mala como para atraer su mirada, sostenerla y soportar la carga de su pesada mano. Anhelaba que esas manos me abrazaran, abrigaran y protegieran, que me tocaran con ternura y cariño, pero acepté que nunca sería así. Con cinco años ya sabía que esas manos me reconocerían solo cuando me causaran dolor, que, si podía aceptar ese dolor y mantenerlo cerca, podría ser la niña de papá. Podría hacer que se sintiera orgulloso. No estoy sola. Muchas de nosotras hemos sentido que podíamos ganar el amor masculino mostrando que estábamos dispuestas a soportar el dolor, que estábamos dispuestas a vivir nuestras vidas afirmando que la masculinidad considerada verdaderamente viril —porque retiene, retira, rechazas— la masculinidad que deseamos. Aprendemos a amar más a los hombres porque ellos no nos amarán. Si se atrevieran a amarnos, en la cultura patriarcal dejarían de ser verdaderos «hombres». 

En su conmovedora biografia In the Country for Men, Jan Waldron describe un deseo similar. Confiesa que «la clase de padre que deseaba no lo he visto nunca, excepto en destellos que he adornado con ilusiones». Cuando compara los padres cariñosos que deseamos con los padres que tenemos, expresa este deseo: 

Papá. Es una apuesta contra toda posibilidad, ante innumerables ejemplos de lo contrario. Papá. No tiene el efecto utilitario de Mamá o Amá. Todavía se dice como el estribillo de una balada. Es una promesa que se origina en el corazón y lucha por vivir en medio de la masacre de una historia obvia y persistente de lo contrario, y a pesar de que se cumple poquísimas veces. El amor de madre es abundante y evidente: nos quejamos porque tenemos demasiado. El amor de un padre es una joya poco común que debe ser capturada, pulida y atesorada. El valor aumenta debido a su escasez.

En nuestra cultura hablamos muy poco sobre el deseo del amor paterno. 

En lugar de aportarnos una gran sabiduría sobre la naturaleza de los hombres y del amor, el enfoque feminista reformista sobre el poder masculino reforzó la noción de que, de alguna manera, los hombres eran poderosos y lo tenían todo. La escritura feminista no nos habló de la1 profunda tristeza interior de los hombres. No nos habló del terrible pánico que te corroe el alma cuando no puedes amar. Las mujeres que envidiaban a los hombres por su duro corazón no estaban dispuestas a hablarnos del profundo sufrimiento masculino. Y por eso han sido necesarios más de treinta años para que las voces de las feministas visionarias se escuchen cuando le cuentan al mundo la verdad sobre los hombres y el amor. Barbara Deming mencionó esas verdades: 

Creo que la razón por la que los hombres son tan violentos es que saben, en el fondo de sí mismos, que están representando una mentira, y por eso están furiosos, por verse atrapados en la mentira. Pero no saben cómo salir de ella... Están furiosos porque están representando una mentira, lo que significa que en alguna parte profunda de sí mismos quieren verse liberados de ella, sienten nostalgia por la verdad.

 

La verdad que no decirnos es que los hombres anhelan el amor. Este es el anhelo que las pensadoras feministas deben atreverse a examinar, analizar y comentar. Esas pocas feministas videntes, visionarias, que ahora ya no son todas mujeres, ya no tienen miedo de abordar abiertamente los problemas de los hombres, de la masculinidad y del amor. A las mujeres se les han unido hombres de mentes abiertas y de grandes corazones, hombres que aman, hombres que saben lo difícil que es para los varones practicar el arte de amar en una cultura patriarcal. 

En parte, comencé a escribir libros sobre el amor debido a las peleas constantes entre mi exnovio Anthony y yo. Éramos (y en el momento de escribir este texto todavía lo somos) el vínculo principal del otro. Nos unimos con la esperanza de crear amor y nos encontramos creando conflictos. Decidirnos romper, pero ni siquiera eso puso fin al conflicto. Los temas por los que más nos peleábamos tenían que ver con la práctica del amor. Como tantos hombres que saben que las mujeres que hay en sus vidas quieren escucharlos declarar su amor, Anthony hizo esas declaraciones. Cuando le pedí que vinculara las palabras «te amo» con una definición y una práctica, descubrió que en realidad no tenía palabras para ello, que se sentía profundamente incómodo cuando le pedía que hablara sobre las emociones.

Como muchos hombres, no había sido feliz en la mayoría de las relaciones que había elegido. La infelicidad de los hombres en las relaciones, el dolor que sienten los hombres por el fracaso del amor, a menudo pasa desapercibido en nuestra sociedad precisamente porque a la cultura patriarcal realmente no le importa si los hombres son infelices. Cuando las mujeres viven un sufrimiento emocional, el pensamiento sexista que dice que las emociones deben y pueden importar a las mujeres hace posible que la mayoría de nosotras al menos expresemos lo que sentimos, que se lo digamos a alguien, ya sea a un amigo cercano, a una terapeuta o a un desconocido sentado junto a nosotras en un avión o en un autobús. Las costumbres patriarcales enseñan una forma de estoicismo emocional a los hombres que dice que son más varoniles si no sienten nada, pero si por casualidad deben sentir y los sentimientos les duelen, la respuesta viril es reprimirlos, olvidarlos, esperar a que se vayan. George Weinberg explica en Why Men Won't Commit: «La mayoría de los hombres buscan la mujer perfecta, a medida, porque básicamente sienten que los problemas en una relación no se pueden resolver. Cuando algo va mal, parece más fácil salir corriendo que hablar». La presunción masculina es que los hombres de verdad no sienten dolor. 

La realidad es que los hombres sufren y que toda la cultura les responde diciendo: «Por favor, no nos digas lo que sientes». Siempre he sido fan de una tira cómica de Sylvia donde dos mujeres están sentadas, una mirando una bola de cristal mientras la otra dice: «Él nunca habla de sus sentimientos». Y la mujer que puede ver el futuro dice: «A las dos de la tarde, en todo el mundo, los hombres comenzarán a hablar de sus sentimientos, y las mujeres de todo el mundo lo lamentarán». 

Como no podemos curar lo que no podemos sentir, al apoyar la cultura patriarcal que socializa a los hombres para que nieguen los sentimientos, los condenamos a vivir en un estado de insensibilidad emocional. Construimos una cultura donde el dolor masculino no puede tener voz, donde el dolor masculino no puede ser nombrado ni curado. No son solo los hombres los que no se toman en serio su dolor. La mayoría de las mujeres no quieren enfrentarse al dolor masculino si eso interfiere con la satisfacción del deseo femenino. Cuando el movimiento feminista condujo a la liberación de los hombres, incluida la exploración masculina de los «sentimientos», algunas mujeres se burlaron de la expresión emocional masculina con el mismo rechazo y desprecio que los hombres machistas. A pesar de que el feminismo había manifestado que quería hombres con sentimientos, cuando los hombres se esforzaban para acceder a sus sentimientos, en realidad nadie quería recompensarlos. En los círculos feministas, los hombres que querían cambiar a menudo eran etiquetados como narcisistas o necesitados. Los hombres individuales que expresaban sus sentimientos a menudo eran vistos como personas que querían llamar la atención, manipuladores patriarcales que intentaban acaparar el escenario con su drama. 

Cuando yo tenía veintitantos años, iba a terapia de pareja y mi pareja de más de diez años explicaba que yo le pedía que hablara de sus sentimientos y que cuando él lo hacía, yo me asustaba. Él llevaba razón. Fue difícil para mí aceptar que no quería escuchar sus sentimientos cuando eran dolorosos o negativos, que no quería que mi imagen del hombre fuerte fuera realmente cuestionada al conocer sus debilidades y vulnerabilidades. Aquí estaba yo, una mujer feminista culta que no quería escuchar a mi hombre hablar de su dolor porque eso revelaba su vulnerabilidad emocional. Es lógico, entonces, que tantas mujeres comprometidas con el principio sexista de que los hombres que expresan sus sentimientos son débiles, en realidad no quieran escuchar a los hombres hablar, especialmente si lo que dicen es que sienten dolor, que no se sienten amados. Muchas mujeres no pueden oír hablar del sufrimiento masculino sobre el amor porque suena como una acusación de fracaso femenino. Dado que las normas sexistas nos han enseñado que amar es nuestra tarea, ya sea en nuestro papel de madres, amantes o amigas, si los hombres dicen que no son amados, entonces tenemos la culpa, somos las culpables. 

Solo hay una emoción que el patriarcado valora cuando la expresan los hombres, esa emoción es la ira. Los hombres de verdad se enfadan. Y su enfado, por muy violento o transgresor que sea, se considera natural, una expresión positiva de la masculinidad patriarcal. La ira es el mejor escondite para cualquiera que busque ocultar el dolor o la angustia interior. Mi padre era un hombre colérico. A veces todavía lo es, a pesar de que tiene más de ochenta años. Recientemente, cuando llamé a casa, dijo, hablando de mí y de mi hermana, «Os quiero a las dos, os quiero mucho». Asombrada al escuchar a papá hablar de amor, quise que habláramos de ello, pero no pude encontrar las palabras. El miedo me silenció, el antiguo miedo de papá el patriarca, el hombre silencioso, enojado y el nuevo miedo de romper este frágil vínculo de conexión afectiva. Así que no podía preguntar: «¿Qué quieres decir, papá, cuando me dices que me quieres mucho?» En el capítulo que trata de nuestra búsqueda de hombres cariñosos, en el libro Communion: The Female Search for Love, hago esta observación: «Muchas mujeres temen a los hombres. Y el miedo puede sentar las bases del desprecio y el odio. Puede esconder una rabia reprimida y asesina». El miedo nos aleja del amor. Y, sin embargo, las mujeres rara vez hablamos con los hombres sobre cuánto les tememos. 

Mis hermanos y yo nunca hemos hablado con papá sobre los años en que nos tuvo como rehenes, encerrándonos detrás de los muros de su terrorismo patriarcal. E incluso ahora, siendo adultos, todavía tenemos miedo de preguntarle: «¿Por qué, papá? ¿Por qué siempre estabas tan enfadado? ¿Por qué no nos querías?» 

En esos potentes pasajes donde escribe sobre la muerte de su padre, Barbara Deming menciona ese miedo. A medida que la muerte lo lleva rápidamente más allá de su alcance, ella ve claramente que el miedo lo había mantenido alejado de ella todo el tiempo, su temor de que ella estuviera demasiado cerca y su temor de querer estar cerca de él. El miedo nos impide estar cerca de los hombres que hay en nuestra vida, nos aleja del amor. 

En una época pensaba que era algo femenino, este miedo a los hombres. Sin embargo, cuando comencé a hablar con los hombres sobre el amor, una y otra vez escuché historias sobre el miedo de los hombres hacia otros hombres. De hecho, los hombres que sienten, que aman, a menudo ocultan su conciencia emocional a otros hombres por temor a ser atacados y avergonzados. Este es el gran secreto que todos y todas guardamos juntos el miedo a la masculinidad patriarcal que nos une a todos y a todas en nuestra cultura. No podemos amar lo que tememos. Por eso tantas tradiciones religiosas nos enseñan que en el amor no hay miedo. 

Por tanto, en la cultura patriarcal, todos y todas nos esforzamos para amar a los hombres. Puede que nos preocupemos profundamente por los hombres. Podemos apreciar nuestras conexiones con los hombres en nuestras vidas y podemos sentir desesperadamente que no podemos vivir sin su presencia, sin su compañía. Podemos sentir todas estas pasiones frente a la masculinidad y, sin embargo, permanecer alejados/as, manteniendo la distancia que el patriarcado ha creado, manteniendo los límites que se nos dice que no crucemos. En una clase con alumnos/as en la que están leyendo la trilogía de libros que he escrito sobre el amor, con cuarenta hombres hablando sobre el amor, hablamos de los padres. Un hombre negro de unos treinta y tantos años, cuyo padre tenía una fuerte presencia en el hogar, un gran trabajador, habló sobre su reciente experiencia de paternidad, su compromiso para ser un padre cariñoso y su miedo al fracaso. Teme el fracaso porque no ha tenido un modelo de cariño que pueda seguir. Su padre casi siempre estaba fuera de casa, trabajando, de aquí para allá. Cuando estaba en casa, su forma favorita de relacionarse era burlarse y reírse de su hijo sin piedad, con una voz mordaz llena de sarcasmo y desprecio, una voz que podía humillar con solo una palabra. Como reflejo de la experiencia de muchos/as de nosotros/as, el individuo que contaba su historia habló de querer el amor de este hombre duro, pero luego de aprender a no quererlo, aprender a silenciar su corazón, a hacer que no le importara. Le pregunté a él y a los otros hombres presentes: «Si has cerrado tu corazón, si has cerrado tu conciencia emocional, ¿sabes cómo querer a tus hijos? ¿Dónde y cuándo aprendiste a practicar el amor?» Me contesta a mí y a los otros hombres que se sientan en nuestro círculo sobre el amor, «solo pienso en lo que haría mi padre y hago lo contrario». Todos nos reímos. Yo coincido con esta práctica, y solo añado que no basta con permanecer en el espacio rae la reacción, que ser simplemente reactivo siempre supone arriesgarse a permitir que ese pasado sombrío se apodere del presente. ¿Cuántos hijos, huyendo del ejemplo de sus padres, crían a niños que resulta ser como clones de sus abuelos, muchachos que tal vez ni siquiera hayan conocido a sus abuelos, pero que se comportan como ellos? Sin embargo, más allá de la reacción, cualquier hombre, sin importar su circunstancia pasada o presente, sin importar su edad o experiencia, puede aprender a amar. 

En los últimos cuatro años, la única verdad clara que he aprendido de los hombres individuales que he conocido mientras viajaba y daba conferencias es que los hombres quieren conocer el amor y quieren saber cómo amar. Simplemente no hay suficiente literatura que se refiera directa e íntimamente a esta necesidad. Después de escribir un libro general sobre el amor, luego uno específicamente sobre las personas negras y el amor, luego otro centrado en la búsqueda del amor por parte de las mujeres, quería ir más allá y hablar sobre los hombres y el amor. 

Tanto las mujeres como los hombres en nuestra cultura dedican muy poco tiempo a animar a los hombres a aprender a amar. Incluso las mujeres que están cabreadas con los hombres, la mayoría de las cuales. no son y tal vez nunca serán feministas, usan su enfado para evitar estar verdaderamente comprometidas en ayudar a crear un mundo donde los hombres de todas las edades puedan conocer el amor. Y queda un pequeño grupo de pensadoras feministas que sienten firmemente que ya han dado todo lo que querían dar a los hombres; se preocupan únicamente por mejorar el bienestar colectivo de las mujeres. Sin embargo, la vida me ha demostrado que cada vez que un solo hombre se ha atrevido a transgredir las fronteras patriarcales para amar, las vidas de mujeres, hombres y criaturas han cambiado y han mejorado claramente. 

Todos los días, en nuestras pantallas de televisión y en los periódicos de nuestro país, recibimos noticias sobre violencia machista, continuamente, en el hogar y en todo el mundo. Cuando escuchamos que los adolescentes se están armando y están matando a sus padres, a sus compañeros o a desconocidos, una sensación de alarma invade nuestra cultura. La gente quiere tener respuestas. Qgieren saber, ¿por qué está pasando esto?, ¿por qué hay tantos asesinatos cometidos por chicos ahora y en este momento histórico? Sin embargo, nadie habla del papel que juegan las nociones patriarcales de lo que es ser un hombre, nociones que enseñan a los niños que su naturaleza es matar, y que luego le enseñan que no pueden hacer nada para cambiar esta naturaleza, es decir, nada que deje intacta su masculinidad. A medida que nuestra cultura prepara a los hombres para aceptar la guerra, deben adoctrinarse aún más en el pensamiento patriarcal que les dice que su naturaleza es matar y disfrutar matando. Estamos bombardeados por noticias sobre violencia masculina, pero no escuchamos noticias sobre los hombres y el amor. 

Solo una revolución de los valores en nuestro país acabará con la violencia masculina, y esa revolución necesariamente se basará en una ética del amor. Para crear hombres cariñosos, debemos querer a los hombres. Amar a los hombres es diferente a elogiar y recompensar a los hombres por vivir de acuerdo con las nociones machistas de la identidad de ser un hombre. Preocuparse por los hombres en función de lo que hacen por nosotros/as no es lo mismo que amar a los hombres simplemente por serlo. Cuando amamos a los hombres, ampliamos nuestro amor, independientemente de que los hombres estén haciendo algo o no. Hacer es algo diferente a simplemente existir. En la cultura patriarcal, a los hombres no se les permite simplemente ser quienes son y disfrutar de su identidad única. Su valor siempre está determinado por lo que hacen. En una cultura antipatriarcal los hombres no tienen que demostrar su valor y su valía. Saben desde el nacimiento que el simple hecho de existir les da valor, el derecho a ser apreciados y queridos. 

Escribo sobre los hombres y el amor como una declaración de profunda gratitud a los hombres que hay en mi vida con los que trabajo sobre el amor. Gran parte de mi pensamiento sobre los hombres comenzó en la niñez cuando constaté las diferencias en cómo nos trataban a mi hermano y a mí. Los estándares utilizados para juzgar su comportamiento eran mucho más severos. Ningún hombre está a la altura de los estándares patriarcales sin participar en una práctica continua de autotraición. En su niñez, mi hermano, como muchos niños, solo deseaba expresarse. No quería ajustarse a un guion rígido de masculinidad correcta. A consecuencia de esto, nuestro padre patriarcal lo despreció y se burló de él. En sus años de juventud, nuestro hermano era una presencia cariñosa en nuestra casa, capaz de expresar emociones de asombro y disfrute. Cuando el pensamiento y la acción patriarcal lo interpelaron en la adolescencia, aprendió a ocultar sus sentimientos cariñosos. Entró en ese espacio de alienación y comportamiento antisocial que se considera «natural» en los adolescentes. Sus seis hermanas presenciamos ese cambio en él y lamentamos la pérdida de nuestra conexión. El daño causado a su autoestima en su identidad como chico ha persistido a lo largo de su vida, ya que continúa lidiando con la cuestión de si se definirá a sí mismo o se dejará definir por los estándares patriarcales. 

Al mismo tiempo que mi hermano renunciaba a su conciencia emocional y su capacidad de tener una conexión emocional para ser aceptado como «uno de los chicos», rechazando la compañía de sus hermanas por temor a que divertirse con nosotras le hiciera menos hombre, el padre de mi madre, el abuelo Gus, se dio cuenta de que es más fácil ser desleal al patriarcado en la vejez. Fue el hombre de mi infancia que practicó el arte de amar. Era consciente de sus emociones y estaba emocionalmente presente y, sin embargo, también estaba atrapado por un vínculo patriarcal. Nuestra abuela, su esposa durante más de sesenta años, siempre estuvo profundamente implicada en el modelo dominador de las relaciones. Para los hombres machotes, el abuelo Gus, el padre de mamá, parecía poco masculino. Era visto como alguien dominado. Puedo recordar a nuestro padre patriarcal expresando su desprecio por el abuelo Gus, llamándolo débil y haciéndole saber a mamá a través de la dominación que él no sería gobernado por una mujer. Papá eliminó la admiración que tenía mamá por su papá, por su capacidad de amar, e hizo que pareciera que lo que era precioso para ella realmente no valía nada. 

En aquel momento mamá no sabía la suerte que tenía de tener un padre cariñoso. Como tantas mujeres, había sido seducida por los mitos del amor romántico de soñar con un hombre fuerte, dominante, controlador, apuesto y atrevido como el compañero adecuado. Se casó con su ideal solo para encontrarse atrapada en un vínculo con un hombre patriarcal severo, cruel y nada cariñoso. Pasó más de cuarenta años de matrimonio creyendo en los roles patriarcales de género, que le decían que él debía ser el que tuviera el control y que ella debía ser quien se sometiera y obedeciera. Cuando los hombres patriarcales no son crueles, las mujeres que hay en sus vidas pueden aferrarse al mito seductor de que tienen suerte de tener un hombre de verdad, un patriarca benevolente que aporta el sustento y la protege. Cuando ese hombre de verdad es cruel continuamente, cuando responde al cuidado y a la bondad con desprecio y con un rechazo brutal, la mujer que hay en su vida comienza a verlo de manera diferente. Puede comenzar a cuestionar su propia lealtad al pensamiento patriarcal. Puede despertar y reconocer que está casada con el abuso, que no es querida. Ese momento de despertar es el momento del desengaño amoroso. Las mujeres desengañadas en matrimonios o parejas de larga duración rara vez dejan a sus hombres. Aprenden a hacer una identidad de su sufrimiento, de su queja, de su amargura. 

Durante toda nuestra infancia, mamá fue la gran defensora de papá. El era su caballero de brillante armadura, su amado. E incluso cuando ella comenzó a verlo, a verlo realmente como era y no como ella había deseado que fuera, nos enseñó a admirarlo y a agradecer su presencia, su aportación material, su disciplina. Al ser una mujer ya en los cincuenta, estaba dispuesta a aferrarse a la fantasía del ideal patriarcal incluso cuando se enfrentaba a diario a la brutal realidad de la dominación patriarcal. Cuando sus hijos e hijas se fueron de casa, dejándola sola con su esposo, su esperanza de que pudieran encontrar el camino del amor pronto se desvaneció. Se quedó cara a cara con el frío pa¡riarca emocionalmente cerrado con el que se había casado. Después de cincuenta años de matrimonio no lo iba a dejar, pero ya no creía en el amor. Solo su amargura encontró una voz; ahora habla de la ausencia de amor, de una vida de tristeza. Ella no está sola. En todo el mundo, las mujeres conviven con los hombres en estados de desamor. Viven y lloran. 

Mi madre y mi padre fueron las figuras originales que dieron forma a mis patrones de amor y deseo. Pasé la mayor parte del periodo entre mis veinte y mis cuarenta años buscando conocer el amor con hombres intelectualmente brillantes que simplemente eran inconscientes emocionalmente, hombres que no podían dar lo que no tenían, hombres que no podían enseñar lo que no sabían, hombres que no sabían amar. A los cuarenta comencé una relación con un hombre mucho más joven que había sido educado en el arte y la práctica del pensamiento feminista. Era capaz de reconocer que estaba roto por dentro. De niño había sido víctima de la tiranía patriarcal. Sabía que algo andaba mal en su interior, aunque todavía no había encontrado un lenguaje para expresar lo que le faltaba. 

«Falta algo ahí dentro», fue una autodescripción que escuché de muchos hombres mientras recorría nuestro país hablando sobre el amor. Una y otra vez un hombre me hablaba de los sentimientos de exuberancia emocional, de alegría no reprimida, de sentirse conectado con la vida y con otras personas en la primera infancia, y luego sucedía una ruptura, una desconexión, y ese sentimiento de ser amado, de ser abrazado, desaparecía. De alguna manera, la prueba de la hombría, me dijeron los hombres, era el deseo de aceptar esta pérdida, de no hablar de ella ni siquiera en privado. Lamentablemente, trágicamente, muchos de estos hombres estaban recordando un momento primordial de angustia y dolor: el momento en que se vieron obligados a renunciar a su derecho a sentir, a amar, para ocupar su lugar como hombres patriarcales.  

Cualquier persona que intente crear una relación amorosa con una pareja que ignora sus emociones sufre. Muchos libros de autoayuda nos dicen que no podemos cambiar a nadie, solo a nosotros mismos. Por supuesto, nunca responden a la pregunta de qué motivará a los hombres -en una cultura patriarcal que les ha enseñado que amar los castra- a cambiar, a elegir el amor, cuando la elección significa que deben oponerse al patriarcado, a la tiranía de lo familiar. No podemos cambiar a los hombres, pero podemos promover, demandar y reafirmar su deseo de cambiar. Podemos respetar la verdad de su ser interior, una verdad de la que tal vez no sean capaces de hablar: que desean conectar, amar, ser amados. 

El deseo de cambiar: hombres, masculinidad y amor responde a las preguntas sobre el amor que hacen los hombres de todas las edades en nuestra cultura. Escribo en respuesta a las preguntas sobre el amor que me hicieron los hombres que conozco más íntimamente, que todavía siguen trabajando para encontrar el camino de regreso al yo abierto y emocionalmente expresivo que alguna vez fueron, antes de que se les dijera que silenciaran sus deseos y cerraran sus corazones. 

El deseo de cambiar es la ofrenda que traigo al festín de la recuperación del hombre y de la curación del yo, de su derecho emocional a amar y a ser amado. Las mujeres hemos creído que podríamos salvar a los hombres que hay en nuestras vidas dándoles amor, que este amor serviría de cura para todas las heridas que les infligen las agresiones tóxicas a sus sistemas emocionales, los infartos emocionales que sufren todos los días. Las mujeres pueden participar en este proceso de curación. Podemos guiar; instruir, observar, compartir información y habilidades, pero no podemos hacer lo que los niños y los hombres deben hacer por sí mismos. Nuestro amor ayuda, pero por sí solo no salva a los niños ni a los hombres. En última instancia, los niños y los hombres se salvan a sí mismos cuando aprenden el arte de amar. 
 

(Texto aparecido en hooks, bell.  The Will To Change Men, Masculinity, And Love. Publicado en 2020 por Manchester University Press Altríncham Street, Manchester M1 7JA www.manchesteruniversirypress.co.uk [ISBN 978 1 5261 4698 4 paperback]. Traducción de Javier Sáez del Álamo.






 

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bell hooks.
 (Kentucky, 1952- 021) Gloria Jean Watkins, ​conocida como bell hooks (escrito en minúsculas), fue una escritora y activista social feminista estadounidense. El nombre "bell hooks" proviene del de su bisabuela materna, Bell Blair Hooks.

El enfoque de la escritura de hooks fue la interseccionalidad entre raza, clase y género, y lo que describió como la capacidad para producir y perpetuar sistemas de opresión y dominación de clase. Publicó más de 40 libros y numerosos artículos académicos, apareció en documentales y participó en conferencias públicas. Los principales temas que trató fueron cuestiones relacionadas con la raza, la clase social y el género en la educación, el arte, la historia, la sexualidad, los medios de comunicación y el feminismo.

En 2014 fundó el Instituto bell hooks en Berea College, Berea, Kentucky.




 

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