La muerte pierde su poder frente al alma
que no muere, aunque muera el cuerpo,
aunque se entristezca el corazón,
el pájaro o la flor que somos,
por dejar atrás a quienes más amamos,
aunque nuestros pasos nos encaminen
al oscuro hades 
y nos duela abandonar las cosas 
que un día nos fueron útiles y valiosas
y de este modo haya quedado 
nuestra vida completamente deshabitada.
El alma, ha de saber quien esto lea, 
continuará con su suave murmullo otoñal 
hacia la eternidad absoluta del tiempo
de quien somos sus jeroglíficos. 

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