ENSAYO
Tachas 610 • El Útero Y La Sexualidad Femenina • Casilda Rodrigañez Bustos
Casilda Rodrigañez Bustos

En el Diccionario ideológico feminista[1], Victoria Sau dice que hasta finales del siglo XVIII se cree que la matriz (...) vehiculiza los humores que transportados por sangre serán la causa de las convulsiones histéricas (...) Como sólo las mujeres tienen 'hysteron' (útero) sólo ellas son calificadas de histéricas. Así nos enteramos, de paso, las que no sabemos griego, que 'histeria' -epíteto con el que se ha calumniado milenariamente a la mujer- quiere decir nada menos que 'útero'. Añade Victoria Sau: Su útero fué declardo inferior para no tener que reconcerle el poder de la maternidad en un orden social en que domina en solitario el padre.
Para Victoria Sau las histerotomías -extirpación del útero- que se practican a partir del siglo XIX en gran número y en general de forma innecesaria, son una manifestación más del odio patriarcal al útero.
Según Carmen Saéz[2]: Dos poderes masculinos fundamentales se confabulaban en torno a las mujeres ricas (el marido con su dinero y el médico con su avidez de ganarlo) para no poder salir (las mujeres) de ese círculo vicioso de enfermedades o pseudoenfermedades físico-psíquicas que en el peor de los casos acaban o hacían un alto obligado en el cirujano, siempre dispuesto a extirpar aquel útero o aquellos ovarios de los que provenían los disturbios.
Laing[3], en unas declaraciones hechas en 1977, en Madrid, a su regreso de una conferencia en Roma, a la revista Reporter, decía: Los ginecólogos han contado que la histerotomía era la respuesta a la anticoncepción, era una industria, y por lo visto practicada por médicos técnicos que no tienen el menor respeto al problema emotivo que supone para una mujer el hecho de perder su útero, para siempre. Personalmente creo que la mayoría de los ginecólogos odian a las mujeres. La envidia uterina de la función biológica femenina es posiblemente más profunda que la conocida envidia de pene achacada a las mujeres (...) Una persona que pasa la mayor parte del día extirpando quirúrgicamente y con rutina úteros de mujeres puede naturalmente odiar a las mujeres en el fondo.
Sin embargo, no creemos que haya sido la envidia la razón por la que tradicionalmente el útero ha sido, física y psíquicamente, castigado y perseguido. Luego hablaremos de los sentimientos misóginos como elemento emocional del patriarcado que engrasa todos sus mecanismos. Sospechamos que si el útero ha sido perseguido, castigado y, finalmente, borrado de la conciencia de la mujer ha sido porque posiblemente sea uno de los órganos vitales en la producción del placer y de los deseos de la mujer.
En el Human Sexual Response[4], Masters y Johnson dicen, de pasada y por completo desvinculado de todo el resto de su tratado, que las contracciones rítmicas de las fibras musculares uterinas son un elemento esencial del orgasmo femenino, cualquiera que sea el origen de este orgasmo. Hablar en un tratado de sexualidad de 'un elemento esencial' del orgasmo de una manera tangencial, parece un poco discordante. A no ser que se trate de que el útero siga permaneciendo al margen de la deformada sexualidad femenina. Quizá por eso, cuando en el siglo pasado empezó el reconocimiento de una sexualidad específica femenina no se tuvo en cuenta el útero como fuente de placer y todavía hoy sólo se habla de la vágina y, cómo no, del clítoris, del orgasmo vaginal y del orgasmo clitoridiano, aunque sepamos que las fibras musculares uterinas sean un elemento esencial del orgasmo femenino. Hay algo muy importante que se quiere ocultar cuando se sitúa la sexualidad femenina del clítoris a la vagina. En los tratados de sexualidad, salvo rarísimas excepciones nunca aparece el útero. Eso sí, ya no se dice que el útero es la histeria; ahora el útero es una cuestión sanitaria, pues han conseguido que el útero y todas las funciones sexuales de la mujer vinculadas al útero no tengan nada que ver con la sexualidad de la mujer, sino con su salud, y por tanto, queden a merced exclusiva de los médicos que se ocupan de las enfermedades de la mujer, a saber, los embarazos, los partos y los trastornos menstruales. De este modo se consigue que la mujer quede desconectada de sus funciones sexuales que pasan a ser manipuladas por el Poder, a través de la medicina, con toda normalidad. Esto confirma la sospecha de que algo importante pasa con el útero de lo que no nos tenemos que enterar.
Juan Merelo-Barberá[5] empezó también a sospechar algo cuando llegó a sus manos un estudio de sexología del Dr. Serrano Vicens en el que reseñaba un caso en el que aparecía una relación objetiva entre el orgasmo y el parto. Al parecer esto le llevó a evocar otros casos que habían quedado inexplicados. Luego el propio Merelo-Barberá. empezó a investigar y, en poco tiempo, halló una sustancial cantidad de casos positivos. Lo que entendí como una prueba de que la frecuencia de orgasmos en el parto es mayor de la que se pueda imaginar[6].
A raíz del trabajo de Merelo-Barberá, el Dr. Schebat, del Hospital Universitario de Paris, realizó un estudio en el que encontró catorce casos de partos orgásmicos de un total de doscientos cincuenta y seis. Merelo-Barberá también constata que la sexología oficial del siglo (Kinsey, Master y Johnsons, Hite etc.) hace referencia de pasada a algunos casos de partos orgásmicos, y se pregunta cómo es posible que ante pruebas o vestigios de esta índole, gente que se pretende científica no haya indagado en su significado. La respuesta es que, tan presos y presas estamos del pensamiento falocéntrico en materia de sexualidad, que no nos podemos imaginar otra sexualidad que no sea la que depende del falo. Hasta tal punto que incluso el psicoanálisis tuvo que inventar mecanismos de asociación, de transferencia, etc., para explicar los deseos y pulsiones sexuales que no aparecían vinculadas al coito sino a otras funciones sexuales de la mujer y de las criaturas, y que el pensamiento falocéntrico no podía aceptar por sí mismas.
Así se llega a afirmar que el deseo que tiene el bebé del cuerpo materno es el deseo de acostarse con la madre, es decir, de realizar el coito con ella. Semejante disparate es el pilar sobre el que se ha construido el famoso Complejo de Edipo (del que trataremos más adelante), por el que se atribuye al recién nacido no sólo el deseo de consumar el coito con la madre sino también el deseo de matar al padre.
¿Cómo han conseguido que traguemos con esta barbaridad de que el bebé desea realizar el coito con la madre, cuando la verdad es algo tan elemental y evidente? Aunque bien es cierto que no es distinto que creerse, como se cree la mitad de Occidente, que Jesucristo está en la hostia consagrada. Si el Complejo de Edipo es, como iremos viendo, una de las principales agarraderas del Patriarcado moderno para justificar la represión de las criaturas, ya nos vamos haciendo una idea de por qué ha sido tan importante ocultar el papel del útero y la sexualidad materno-infantil.
Merelo-Barberá también llega a la conclusión de que el estado de cosas actual (la frigidez femenina y el parto y menstruación con dolor, etc.) se explicaría porque la mujer ha sido culturizada para romper la unidad psicosomática entre su conciencia y el útero[7].
Asi que, si el útero es en realidad, como suponemos, el centro del esqueleto erótico de la mujer, no es difícil imaginar que la represión milenaria de la mujer encaminada a controlar su capacidad reproductora haya requerido como condición (¿o quizá fué su consecuencia?) la rigidez uterina. De esta manera se impide que las funciones reproductoras se realicen movidas por el deseo y la pasión y con la gratificación del placer; se consigue que las madres sean insensibles a los deseos, a las necesidades y a los sufrimientos de las criaturas, al menos en la medida suficiente para reprimirlas y domesticarlas según la ley patriarcal.
Como dice Victoria Sau[8]: Que las mujeres hagan mucho trabajo maternal, mucho maternaje, no significa que haya maternidad. Incluso la parte más 'natural' de la misma, a la que por otra parte ha sido reducida, no le pertenece porque también esas funciones en sensu strictu femeninas le han sido alienadas.
La conexión entre la represión de las mujeres y la rigidez uterina está explícitamente establecida en el libro del “Génesis”, que recoge la versión judeo-cristiana del origen de las prohibiciones (parirás con dolor y el hombre te dominará).
Dicho sea de paso, la Biblia también nos tenía que haber inducido a la sospecha, puesto que si en el “Génesis” se condena a la mujer a parir con dolor, tendríamos que haber pensado que antes las cosas sucedían de otro modo.
El útero es un seno donde anidan los óvulos fecundados. No es, como los huevos de algunas especies animales, de usar y tirar, ni es algo básicamente exterior a la hembra. Es una parte del propio cuerpo de la mujer integrado en el mismo sistema nervioso y regado por sus flujos sexuales. El útero al igual que el estómago o la vagina desea verse colmado y lleno. Cuando se produce una fecundación, la mujer inicia un ciclo sexual distinto; el utero se hincha, crece, se hace pesado y presiona suavemente la vagina y el recto. Durante los nueve meses de gestación compartimos con el feto la comida, el oxígeno, una misma sangre impulsada por un solo cocorazón que late al unísono en los dos cuerpos, uno totalmente dentro del otro. Los pechos de la mujer grávida también se hinchan y palpitan de placer. Sin duda existen conexiones nerviosas importantes entre el útero y los pechos, puesto que tanto en la gravidez como durante la preparación mensual del nido uterino, se producen erecciones de los pezones y la mujer siente el placer también localizado en los pechos.
Este estado sexual culmina cuando la gravidez llega a término (la luna llena) y la criatura sale a la luz del mundo; después del parto, se inicia otra función sexual femenina, la de la crianza, que habitualmente en nuestra civilización se reprime para impedir la socialización humana según el principio del placer y en la saciedad de los deseos. El parto es un acto sexual en el que toman parte una pareja de seres: la excitación sexual de la mujer, inducida por el feto que ha llegado a término, si no estuviese bloqueda por el miedo y la cultura milenaria que pesa sobre ella, produciría la relajación, el abandono al deseo y los flujos maternos necesarios para que el parto y el nacimiento fuera un acontecimiento gozoso y placentero para ella y para la criatura; y también para que las criaturas, una vez fuera del útero materno, encontrasen un regazo, un vientre y unos pechos palpitantes de deseo dispuestos a satisfacer los propios anhelos de calor, de contacto físico, de nutrición, higiene y protección.
Frecuentemente, cuando hablamos sobre el parto en términos de placer, de función amorosa íntima, etc., se nos rebate aduciendo los peligros del parto, las altas tasas de mortalidad de madres y recien nacidos en los siglos pasados, y la necesidad de la intervención médica en los mismos. En Holanda, país en el que el que alrededor del cincuenta por ciento de los partos tienen lugar en casa con asistencia de comadrona, sólo hay un seis por ciento de cesáreas - frente a más o menos un 25 % en otros países occidentales-; las cifras de mortalidad perinatal son inferiores al diez por ciento y las de mortalidad maternal inferior al uno por diez mil. ¿No prueban estas cifras sobradamente que la intervención de la medicina en los nacimientos no es inocente? Adrienne Rich, en su obra Nacida de Mujer[9] relata cómo la mortalidad de madres y recien nacidos se incrementó de modo brutal precisamente a raiz de la intervención del médico en los partos, que, desconociendo la necesidad de la asepsia, traía los gérmenes de sus otros pacientes e infectaban a las parturientas. La medicina se apunta como un tanto a su favor el haber hecho descender en este siglo esas tasas de mortandad que ella misma había traído, sirviéndose de ello además para establecer de modo definitivo la necesidad de su intervención en los partos.
Desde luego, ningún grupo que trabaja en pro de los partos en casa descarta la posibilidad de acudir a un centro hospitalario en caso de complicaciones. No cabe duda que el parto es una función sexual complicada, al menos en las actuales condiciones, y que entraña un riesgo y, por otra parte, que las técnicas médicas actuales podrían ser un aliado de la mujer: claro que querríamos una medicina humanitaria. Pero tal medicina es difícil de encontrar. Haría falta más de un libro para explicar la función de la medicina como servicio de mantenimiento de la fuerza de trabajo para la gran empresa capitalista, y como instrumento del Poder en la manipulación y el control de las criaturas. Foucault, al tratar sobre el panoptismo sitúa a los hospitales tras las cárceles, las fábricas, las escuelas y los cuarteles[10].
Aquí sólo queremos indicar la función que la medicina realiza para convertir la maternidad precisamente en la reproducción de fuerza de trabajo o de herederos -no de criaturas humanas- tratando a la mujer como máquina reproductora. En términos prácticos, tratar a la mujer y a las criaturas como objetos, y el parto, como una función fisiológica, como si no hubiera nada libidinal, emocional, sentimental, incluso sin dimensión racional puesto que el médico no dialoga con la mujer, sólo da órdenes; así se elimina la condición humana: los deseos, la gratificación del placer del acto, y se organiza impasiblemente el sufrimiento humano (¿o no es humano el sufrimiento de las mujeres y de los bebés en el parto?) decretado 'natural' e inevitable. La mujer es una histérica y los bebés no sienten ni entienden. En ningún caso le interesa que se indague en las rigideces uterinas y en el por qué los partos ahora son dolorosos cuando hubo un tiempo en que no lo fueron, etc. etc. Precisamente la rigidez uterina y la dificultad de los partos es lo que permite y justifica que la medicina (y el Poder) meta las narices en el parto y en las funciones íntimas, sexuales, materno-infantiles. Por eso es tan díficil aceptar en las condiciones actuales la intervención de la medicina en la maternidad.
Convertido el parto en una intervención quirúrgica es fácil a continuación separar a la criatura de su madre. Para justificar esta separación también se han aducido todo tipo de razones -religiosas y míticas en la Antigüedad y 'científicas' en nuestros tiempos- de las que nos ocuparemos en la segunda parte de este libro. Con la brutal separación de la pareja madre-criatura inmediatamente después del parto, se corta la líbido femenina que a pesar de todo puede producirse, impidiendo el encuentro amoroso y el desarrollo de los deseos primeros de las criaturas; impidiendo su crecimiento con los deseos saciados, sin carencias ni miedo al abandono puesto que no se puede temer algo que no se sabe que puede suceder ni está previsto que suceda. Este tipo de relación erótica con la madre sería incompatible con la puesta en marcha del principio de autoridad, es decir, con la sumisión a los padres que son el primer eslabón autoritario de la sociedad patriarcal, pues la madre no sería capaz de soportar y menos de infligir sufrimientos al objeto de su pasión amorosa.
La necesidad de destruir a la madre entrañable para hacer de las criaturas seres sumisos a las leyes y al orden establecido, lo explicaba así A. Moreno en una carta dirigida a la Asociación Antipatriarcal:
o en vano el tabú del incesto, que bloquea la aspiración a la confusión con la 'carne de mi carne', es el gran cancerbero del sistema jerárquico que sirve para transmutar las relaciones de tú a tú en relaciones reglamentadas de acuerdo con el sistema jerárquicoexpansivo patriarcal. Y también: Sin una madre patriarcal que inculque a las criaturas 'lo que no debe ser' desde su más tierna infancia, que bloquee su capacidad erótico-vital y la canalice hacia 'lo que debe ser', no podría operar la Ley del Patre que simboliza y desarrolla de una forma ya más minuciosa 'lo que debe ser'[11].
Así pues, esta cuestión, la cuestión de la represión del deseo materno -la conversión del hysteron en histeria- se torna así en uno de los soportes estratégicos del patriarcado porque de ella depende su reproducción.
La sexualidad de la mujer no es uniforme; tiene dos ciclos, uno mensual, que se inicia en la pubertad, y otro que dura 3 ó 4 años y que se inicia cada vez que un óvulo se fecunda. Según el ciclo y el momento del ciclo en que se encuentre, la mujer está en un estado sexual diferente. La mujer menstruante, simbolizada por la luna nueva, no es sólo la mujer que cada mes ovula sino también la que prepara en su útero un nido; si no se produce una fecundación, el nido es expulsado, pues el nido no sirve si no esta recién preparado. La mujer menstruante a lo largo del mes pasa, pues, por diferentes estados sexuales. Y uno de ellos es la transformación que se opera en las paredes del útero para, eventualmente, acoger un óvulo fecundado de tal modo que pueda anidarse y crecer. Esto sucede siempre, haya habido fecundación o no, incluso aunque no haya habido coito. Hay una enorme confusión en torno a la menstruación de la mujer y mucha gente piensa que se trata de los óvulos no fecundados que se expulsan cuando en realidad se trata del desprendimiento de ese 'nido' que se prepara en el útero todos los meses durante la mayor parte de su vida. Las descargas hormonales se alternan marcando las fases del ciclo mensual. El flujo vaginal, la flacidez o erección de los pezones, todos los cambios fisiológicos y anatómicos que se operan son las señales periféricas de los deseos que a pesar de todo se producen en la mujer. El mayor o menor deseo de realizar el coito tiene que ver con el estado sexual en que se encuentre la mujer y no con esa frigidez famosa que sirve de tapadera para ocultar los diferentes estados y orientaciones de la sexualidad femenina.
Para probar la pluralidad de las funciones sexuales de la mujer, Michel Odent, médico del equipo de Pithiviers (Francia) , da cuenta de las señales periféricas que dan las hormonas sexuales:
La oxitocina interviene en los preludios del acto sexual y en el orgasmo masculino y femenino... La oxitocina se libera antes y durante la mamada... Hay oxitocina en la leche humana... Los efectos de esta hormona en las contracciones uterinas son bien conocidas. Hay un nivel punta de liberación en la hora que sigue al nacimiento, en el momento del primer contacto de la madre y su bebé ... Cuando una mujer dá de mamar a su bebé no tiene el mismo equilibrio hormonal que cuando está de parto o cuando tiene que establecer el primer contacto con su recién nacido, o cuando tiene relaciones íntimas con su marido. En función del contexto hormonal el amor o la relación altruista toman direcciones distintas. No se concentran en el mismo objeto.... La madre que amamanta está en un equilibrio hormonal particular. Está bajo los efectos de una hormona indispensable para que se produzca la leche en su seno. Se trata de la prolactina. ... La prolactina reduce la líbido, el interés sexual (hacia el marido) ... Cuando una mujer comienza la lactancia todos los efectos de la 'hormona del amor' (la oxitocina) tienden a dirigirse al bebé[12].
La hormona es el indicio fisiológico de nuestras pulsiones sexuales, y las descargas hormonales son distintas en los diferentes momentos y en los distintos ciclos sexuales de la mujer; es decir, lamujer no está en el mismo estado sexual cuando está preparando un nido en su útero que cuando lo está expulsando. Dentro del ciclo maternal, el estado de gravidez (la luna creciente) produce todavía en muchas mujeres un bienestar orgásmico; y tenemos constancia también de que, en este estado, con frecuencia la atracción que la mujer sentía antes hacia su pareja disminuye o incluso desaparece. Durante la lactancia también la líbido se orienta hacia el bebé, sino exclusivamente como señala Odent, al menos en gran medida.
Por otro lado, sabemos que han existido -y quizá existen todavía- pueblos cuyas normas sociales prohibían el acceso sexual de los hombres a las mujeres durante un año o dos después del parto; por supuesto que se trataba de organizaciones sociales basadas en la poligamia y no en la pareja heterosexual monogámica. Conocemos también algún caso cercano de mujeres que han dado el pecho a sus criaturas sin reprimir sus deseos, que han dormido con ellas durante toda la lactancia, y que durante todo ese tiempo el deseo sexual hacia el compañero desapareció. No obstante, creemos que es arriesgado afirmar tajantemente, como hace Odent, que todos los efectos de la 'hormona del amor' tienden a dirigirse al bebé. No sabemos cómo podrían ser las cosas en una sociedad que respetase la líbido materna, la sexualidad femenina, ni que tipo de criaturas humanas varones resultarían de ese respeto. Como tampoco sabemos hasta qué punto, en las condiciones actuales, la madre que no reprime la líbido materna siente rechazo hacia el compañero, debido precisamente a que ni él ni la sociedad respetan su decisión de no reprimir sus impulsos maternales, ni reconocen que hay periodos de tiempo y momentos en los que la producción de la líbido materna es por lo menos preponderante. Pero como decíamos, si se respetase y se reconociese la sexualidad maternal quizá podría haber compañeros solidarios que colaborasen en la protección de la madre y su criatura, en cuyo caso la madre podría seguir sintiendo deseos o ternura hacia el hombre, incluyendo deseos libidinales.
De lo que se trata es de reconocer la existencia de la líbido maternal que entra en conflicto con las normas de conducta sexuales vigentes. Hasta qué punto esta líbido disminuye o excluye, como afirma Odent, durante un tiempo la pulsión sexual de la mujer hacia el varón no podemos saberlo, pero esto es secundario. Sería desde luego secundario y carecería de importancia para las criaturas humanas saciadas y en un mundo en que el amor sexual entre adultos y adultas no fuese exclusivo ni excluyente.
Eso sí, encontraremos vestigios de líbido materna mientras que exista vida humana sobre el planeta. El hecho de que se conozcan casos de orgasmos en la mujer durante el amamantamiento, tendría también que habernos hecho sospechar algo, pues si se producen orgasmos incluso en la mujer edipizada y rígida actual, ¡cuál no sería la voluptuosidad de una mujer no educada y socialmente desinhibida!
En un texto de la religión janista del 550 a.j.[13] se dice:
Para las mujeres no hay nirvana. Tampoco su cuerpo es una envoltura apropiada, por lo que tienen que llevar una. En la matriz, entre los senos, en el ombligo y las ijadas tiene lugar continuamente una sutil emanación de la vida. ¿Cómo pueden estar [las mujeres] en condiciones de autodominarse? Una mujer puede ser pura en su fe e incluso preocuparse por estudiar los sutras o practicar un excelente ascetismo, pero, aun así, en su caso no se producirá el desprendimiento de la materia kármica. (el subrayado es nuestro).
Es decir, que se está diciendo que la líbido sexual femenina es tan potente que es imposible para la mujer autodominarse, es decir, de auto-reprimirse.
Lo cierto es que encontramos en la Antigüedad una denigración de la sexualidad femenina a veces tan absurda que nos hace reir; pero esa misma denigración es reconocimiento de su existencia que hoy en cambio está oculta. En su Historia de las Mujeres, Bonnie Anderson y Judith Zinsser dicen[14]:
Las creencias sobre el útero y la reproducción eran aún más despectivas. Los hombres griegos y romanos que escribieron sobre ciencia y medicina tomaron al varón como modelo y consideraron a la mujer como una variante inferior (...) Estos escritores antiguos abrigaron la creencia de que el vientre 'vagaba' por el cuerpo como un 'animal'... Platón, el filósofo griego del siglo IV a.j., escribió: "este es el caso del llamado vientre o matriz de las mujeres. El animal que lleva dentro está deseoso de procrear hijos y cuando no da fruto durante mucho tiempo después de su momento propicio se queda insatisfecho y enojado, vaga por todas direcciones a través del cuerpo, se aproxima a las vías respiratorias y, al obstruir la respiración, las conduce a las extremidades, ocasionando todo tipo de enfermedades." Esta teoría del 'vientre errante' resultó muy persistente. Mencionada en numerosas ocasiones en el Corpus hipocrático del siglo IV a.j., fué tenazmente formulada por Areteo de Capadocia en el siglo II, quien escribió que "en conjunto, el vientre es como un animal dentro de un animal" porque vagaba por el cuerpo, pero podía ser atraído a su lugar adecuado por dulces olores (...) El hecho de considerar el útero como un repulsivo 'animal dentro de un animal' contribuyó a la denigración del cometido de las mujeres al concebir...
No hay duda que la representación del vientre errante, del útero como un animal que vaga por el cuerpo, pretendía denigrar su verdadera función, y ocultar el placer sexual del movimiento ameboide característico del latido del útero; pues aunque la mujer haya perdido la sensibilidad de su útero, éste tiembla, late y se mueve cada vez que la mujer inicia un proceso de excitación sexual.
Cuando la mujer quedó en situación de sumisión y dominada por los adultos varones, de entrada, toda su producción deseante, aquellos deseos que no eran compatibles con los objetos del deseo del varón adulto pasaron a ser irrelevantes. Y no sólo irrelevantes, sino un estorbo y una amenaza de alteración del orden. Durante mucho tiempo, cuando no estaban las cosas para sutilezas, la única formade bloquear los deseos prohibidos a las mujeres fué reprimir por ley toda forma de placer sexual y con la violencia que fuera necesaria. Hoy, cuando ya se ha logrado la ruptura entre la conciencia y el útero de la mujer, es posible una 'liberación' selectiva de sus pulsiones sexuales, las más alejadas del utero y del ciclo materno; una 'liberación' que, como decíamos, va de la vagina al clítoris, y que sigue dejando el útero a merced de la maldición divina y del Poder. Hoy la mujer puede gozar todo lo que quiera y pueda, siempre y cuando sea con su marido o compañero, pues mientras no redescubra su sexualidad uterina, la reproducción y la domesticación de las criaturas quedarán al margen de sus deseos y se podrán seguir controlando.
Hay que creerse que la sexualidad normal y 'natural' de la mujer sólo tiene una dirección, la que se complementa con la del varón y que todo lo demás son aberraciones. Pero hay algo que no cuadra del todo bien porque la mujer no siempre siente el mismo deseo del coito que siente el varón; por eso, para que no se descubra por qué no funciona la complementaridad de la pareja heterosexual estable, se inventa la famosa frigidez de la mujer. La frigidez de la mujer que, claro está, no tiene nada que ver con la rigidez uterina y la desconoexión entre el útero y la conciencia que hemos mencionado, sino con la naturaleza misma de la mujer que supuestamente es un varón defectuoso, un varón castrado, incompleto que carece de pene, y por eso es frígida. Así quedan explicados los fallos de la complementariadad de la pareja heterosexual que podrían poner en entredicho la institución del matrimonio y la monogamia. Nadie tiene que llegar tan siquiera a imaginarse (ahí está el papel del tabú) que si la mujer no desea al varón es porque a lo mejor desea en ese momento otras cosas. Semejante suposición no puede entrar dentro de nuestra conciencia debidamente edipizada, en la que la sexualidad materno-infantil ha quedado borrada.
Con esto no negamos que los problemas del mundo, la angustia, el miedo, la incomunicación, el aburrimiento, la falta de sentimientos, etc. y, desde luego, la represión de la sexualidad primaria en la propia infancia, produzcan también frigidez sexual, tanto en los hombres como en las mujeres. Sólo queremos señalar que la situación de no reconocimiento y de represión de la sexualidad uterina y de los distintos ciclos de la mujer hace inevitable la frigidez.
Al bloquearse aquellos deseos de la mujer que no la orientan hacia el varón adulto, al quedar desterrados los pálpitos de sus entrañas, se destierra, no sólo una parte de la sexualidad femenina, sino también la maternidad entrañablemente deseada y la sexualidad primaria y básica de los seres humanos de ambos sexos; se bloquean a la vez los deseos de las criaturas y los deseos de las madres (que al definirse como vinculados al coito, quedan anatemizados como incesto). Este es el gran logro de la masculinización de la sexualidad femenina.
Tras leer a Mereló Barberá y motivadas por sus referencias, leímos la obra George Groddeck, El Libro del Ello[15], nada menos que el verdadero descubridor del inconsciente[16], aunque después parece ser que Freud reclamó para sí la originalidad de su pensamiento en lo que se refiere al descubrimiento del inconsciente. En forma de cartas, Groddeck va describiendo las pulsiones eróticas inconscientes de la mujer embarazada, del parto, de la madre que amamanta al bebé y, también, las pulsiones sexuales y las frustraciones de los bebés ante los comportamientos maternos. ¡Y cual no fué nuestro asombro cuando constatamos que fue la observación de la sexualidad materno-infantil la que le dió las claves de la existencia del inconsciente!
En una carta a Freud, Groddeck decía: Por más santa que sea la maternidad, ello no impide que el útero grávido excite sus nervios y produzca una sensación de voluptuosidad... voluptuosidad secreta, inconsciente, jamás definida... En verdad, esta sensación, una vez se le ha retirado el nimbo de la sublimación, no es otra cosa que la que se produce generalmente cuando algo se mueve en el vientre de la mujer[17].
Groddeck abrió una importante brecha al destapar la existencia de las pulsiones sexuales ligadas a la maternidad y desvelar el potencial erótico de la mujer más allá del varón, aunque en su adoctrinamiento freudiano no pudo distanciarse totalmente del falocentrismo.
Pues Groddeck cae también al final del libro en la obsesión de los huecos y protuberancias, asociando la producción del deseo y del placer a una determinada forma anatómica, e identificandose con la teoría de Freud de que el 'hueco' es carencia y castración; así se continúa negando el potencial sexual de la ‘concavidad’ femenina (del útero), que en otros capítulos, el mismo Groddeck desvela. Mientras que unas veces Groddeck habla del enorme potencial de placer sexual del útero, en otras habla del vientre de mujer, al igual que de la vagina, como el 'hueco' dejado por la castración, y del feto como sucédaneo de falo que viene a colmar la carencia...
Ahora bien, llamar al útero 'hueco' y entender el 'hueco' como una castración es un simbolismo a todas luces malintencionado, que trata de impedir la producción de los deseos y del placer del tal 'hueco', y de ocultar lo que sería evidente, lo que el hueco nos sugeriría, a saber, nada de carencias ni de castraciones sino su latido de placer, el lugar donde la vida anida y donde se acogen los primeros deseos y las primeras ansias de amor de las criaturas humanas, el lugar del gozo por antonomasia.
¿Y qué ocurriría si tratásemos, como propone Gloria Steinem[18] de reemplazar el concepto de 'penetración' por el de 'envolvimiento'? ¿En el que el papel activo, el sujeto del acto, fuese el útero o la vagina que envuelve, en lugar del falo que penetra? Llegaríamos quizá a entender que lo importante de la sexualidad es el deseo que se pone en juego en la fusión amorosa, veríamos la relatividad de las formas anatómicas y que en ningún caso puede ser una relación de sujeto a objeto, sino entre dos o más sujetos, porque los objetos no tienen deseos.
El discurso patriarcal sobre el útero a lo largo de la historia, pasa del vientre errante, del animal dentro del animal, a su negación pura y simple, a la carencia, a la castración, a la desaparición del útero como órgano erógeno. Este cambio en el discurso, esta desaparición del útero se hizo imprescindible con el reconocimiento 'científico' de la sexualidad y el descubrimiento del inconsciente, para poder seguir enajenando la maternidad y manteniendo la condición de inferioridad de la mujer.
Como no se puede evitar que el útero grávido -o preparando el nido uterino- excite sus nervios con voluptuosidad, se trata, como decía Merelo Barberá, de romper la unidad psicosomática entre la conciencia y el útero de la mujer, y para empezar, nada mejor que la toma de conciencia del útero como una castración.
Una vez que se ha logrado convertir el útero en castración, el neocortex, dominando el cerebro ancestral, inhibe la producción del deseo. La resistencia del útero rígido y tenso a las contracciones funcionales hace que estas sean dolorosas en lugar de placenteras. Las sensaciones o deseos que a pesar de todo no se logran inhibir (recordemos que la producción deseante en ciertos momentos puede ser muy fuerte) se bloquean, se echan para atrás, y se albergan en el inconsciente. De esta manera se logra efectivamente que el deseo materno y toda la sexualidad no falocéntrica de la mujer se convierta en frustración. Los huecos y las castraciones no son más que otro truco, una pieza del engranaje que mantiene oculta la sexualidad materno infantil.
Aquí entra de lleno la famosa polémica sobre si la feminidad es primaria o secundaria. Según Freud, no hay, claro está, más que una líbido y un sólo sexo, el masculino, pues el femenino sólo es su derivación secundaria, una falta del único sexo existente. Entonces las niñas, antes de darse cuenta de la diferenciación sexual, se creen que son iguales a los niños, del único sexo posible, es decir, del masculino.
...El sujeto infantil no admite sino un solo órgano genital, el masculino, para ambos sexos. No existe pues una primacía genital sino una primacía del falo[19].
Por eso, según Freud, las niñas en primer lugar pasan por unafase fálica y sólo después, cuando se dan cuenta de que no tienen pene, admiten su castración, se resignan y adoptan la feminidad.
La feminidad es pues algo que se construye secundariamente... pero no después de que la niña constata que no tiene pene, como pretendía Freud, sino después de que la sociedad ha arrasado la feminidad primaria sin dejar apenas rastro de ella, después de haber culturizado a las niñas en una ruptura psicosomática de su conciencia y su útero, dejando este último rígido y en manos de la medicina.
Dice Sau[20] que, desde cierto punto de vista, Freud tenía razón, en cuanto a que no hay en la sociedad patriarcal más feminidad que la secundaria -todas parimos con dolor en los hospitales-. Pero que esta feminidad secundaria es sólo una máscara ...:
... si hay una feminidad secundaria es porque hay otra anterior, la primaria, mientras que la segunda, lejos de ser la verdadera feminidad es la adaptación que exige la organización patriarcal a partir de un tiempo de desarrollo, que coincide con la capacidad intelectual necesaria para darse cuenta de esa organización y del papel de cada sexo en la misma. La feminidad secundaria -la que hace de la mujer la incógnita del hombre, porque nunca está seguro de lo que hay debajo de la máscara- es un deseo y una exigencia del colectivo masculino.
Y dice también Sau[21] que si las mujeres toman conciencia, aprenden otro saber, y si en lugar de sucumbir al fatalismo se apropian de la vida, el 'yo' secundario puede ser sustituído por el verdadero A lo que añadimos, abundando en el optimismo, que la feminidad primaria, la líbido femenina no está muerta del todo, que cada mujer la puede encontrar por allá perdida en lo más hondo de sus entrañas y en las profundidades de su inconsciente.
Pensamos que la feminidad secundaria responde a una sexualidad falocéntrica que destruye el potencial erótico y sexual de la mujer. Pues, como decíamos antes, la propia sexualidad coital no puede funcionar bien en la mujer que tiene negada la sexualidad uterina y materna; por eso la feminidad secundaria no sólo hace posible la madre insensible a los sufrimientos de las criaturas, sino también la conversión de la mujer en sujeto pasivo y objeto sexual. Por último, decir que creemos que la feminidad primaria vendría del reconocimiento social del sexo femenino en toda su integridad, del desarrollo de la sexualidad desde niñas, del propio reconocimiento por parte de la mujer de su sexo -que supondría el restablecimiento de la unidad psicosomática entre la conciencia y el útero; y, en fin, de su propia vivencia de la sexualidad materna como hija y, eventualmente, como madre.
Luisa Muraro[22] también propone el amor a la madre como medio de recuperar la conciencia femenina que no existe en la cultura patriarcal, y que puede ponernos en camino también de recuperar la sexualidad femenina destruida. Pero para sentir el amor de las entrañas maternas y percibir el hálito de su deseo, es preciso aprender a discernir la madre entrañable de la madre represora patriarcal.
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Casilda Rodrigañez Bustos (Madrid, 1945). Estudió ciencias biológicas pero la hemos conocido por el contenido radical de su pensamiento heterodoxo feminista sobre el parto y la maternidad. Es autora de El asalto al Hades, La represión del deseo materno y la génesis del estado de sumisión inconciente y La sexualidad y el funcionamiento de la dominación, entre otros. Sus investigaciones son biológicas, pero también históricas, psicológicas, antropológicas, sociológicas y culturales. Casilda integra la Asociación antipatriarcal y lucha por que se reconozca socialmente la existencia del patriarcado como primer paso para abolirlo. Sus conclusiones no son sencillas de asimilar y sus reflexiones no son sólo un regalo para las mujeres sino un legado para toda la humanidad.
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[1] Sau, V., Diccionario Ideológico Feminista, ed. Icaria, Baecelona 1990, pág. 269
[2] Citado por Sau en Diccionario ideológico feminista, pág. 270.
[3] Ibidem.
[4] Masters, W. y Johnsons, V., Human Sexual Response, 1966, Intermédica, México, 1978
[5] Merelo-Barberá J. Parirás con placer. La sexología y el orgasmo en el parto, ed. Kairós, Barcelona, 1980.
[6] Op.cit. pag. 168
[7] Op.cit., pág. 162. La inmovilización del útero no es sólo una no movilización de sus haces de fibras musculares; es también una falta de desarrollo de las conxiones neuro-musculares; de ahí que el útero no se sienta.
[8] Sau, V. “La maternidad una impostura. m = f(P)” Duoda revista d’Estudis Feministes, nº 6 , 1994, pág. 9.
[9] Rich, A. Nacida de mujer, Ed. Noguer, Barcelona 1978 (Primera edición: EEUU, 1976). También, H.J. Eysenck (La rata o el diván, Ed. Alianza) recoge la lucha del Dr. Ignaz Philipp Semmelweiss para reducir las tasas de mortalidad de las mujeres por septicemia después de dar a luz con asistencia médica. Semmelweiss se había dado cuenta de que la septicemia no se producía en los partos asistidos por comadronas y que la tasa de mortalidad descendía del 30 % en los partos con asistencia médica, al 9% en los partos asistidos por matronas. Semmelwiss fué por dos veces destituído de su puesto y su denun cia desoída por el Congreso de Ginecología de París 1858.
[10] Foucault, M. Vigilar y Castigar, Ed. Siglo XXI, 20ª edición en castellano, Madrid 1992. (Primera edición francesa, 1975)
[11] Moreno, A., Boletín de la Asociación Antipatriarcal (al lado de los niños y niñas) nº 4 , Madrid, diciembre 1989.
[12] Odent, M. El bebé es un mamífero, Ed. Mandala, Madrid 1990. Pgs. 76 y 77
[13] Mahavira, Tatparya-Vritti. Citado por Tama Starr en La ‘inferioridad natural’ de la mujer. Ed. Alcor (Martínez Roca), Barcelona, 1993, pág.43 (Primera edición inglesa: 1992).
[14] Anderson, B y Zinsser, J.P., Historia de las mujeres: una historia propia ed. Crítica, Barcelona, 1991, pág. 53. (Primera edición inglesa, 1988)
[15] Groddeck, G., El libro del Ello, ed. Taurus, Madrid 1981. (Primera edi ción alemana: 1923)
[16] Ver prólogo de Carlos Castilla del Pino de la obra citada
[17] Correspondencia, ed. Anagrama, Barcelona, 1977.
[18] Steinem, G., Womb envy, testyria, and breast castration anxiety. Publicado en la revista Ms. Vol.IV nº 5, EEUU 1994.
[19] Freud, S., Obras completas, 1923, pag. 2902. Citado por Victoria Sau en La construcción del 'yo' femenino: hacerse a sí misma, Universidad de Barcelona, Facultad de Psicología, 1987.
[20] Sau, V., Otras lecciones de psicología, Ed.Maite Canal, 1992. pág. 16.
[21] Sau, V., La construcción del 'yo' femenino: hacerse a sí misma. Facultad de Psicología, Barcelona, 1987, pág. 28.
[22] Muraro, L., El amor a la madre como práctica política, en ‘El Viejo Topo’, número 74, abril 1994.