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GUÍA DE LECTURA 582

Tachas 613 • Fábulas, de Robert Louis Stevenson • Jaime Panqueva

Jaime Panqueva

Fábulas, de Robert Louis Stevenson
Fábulas, de Robert Louis Stevenson
Tachas 613 • Fábulas, de Robert Louis Stevenson • Jaime Panqueva

La tarde del 3 de diciembre de 1894, mientras intentaba abrir una botella de vino, algunos dicen que estaba preparando una mayonesa, Robert Louis Stevenson sintió algo extraño dentro de sí. ¿Qué es esto? Le preguntó a su esposa que estaba cerca, ¿Se ve extraño mi rostro? Tras esto cayó a piso. Fueron sus últimas palabras, al parecer una hemorragia cerebral le arrebató la vida algunas horas después en la casa que había construido en Vailima, una localidad de la isla Upolu, en Samoa.

A los 44 años dejó inconclusos varios trabajos, entre ellos las novelas St. Ives y La presa de Hermiston, esta última considerada por muchos una obra maestra en potencia. En los años posteriores su viuda se encargó de recopilar cartas, relatos de viaje y poemas que se dieron a la imprenta. Se estima que durante los años vividos en Samoa, Stevenson escribió unas 700.000 palabras. Fábulas, publicado originalmente en 1896, hace parte de esta colección póstuma. En la edición de Lectorum, el prólogo de Jorge Luis Borges sentencia: Stevenson no fue un hombre religioso. Fue algo mejor, fue un hombre ético

Su visión del mundo, libre de las ataduras de cualquier fanatismo, le llevó a desarrollar estos relatos heterogéneos y profundos. Dice también Borges: Cada fábula de este libro tiene su propio estilo y su propio vocabulario. Algunas (El distinguido forasteroEl barco que se hunde) son coloquiales; otras (La Pobre CosaLa piedra de toque) son intemporales y podrían ser muy antiguas

Una de mis favoritas, Los personajes de la fábula, plantea un diálogo de dos de los más famosos protagonistas de Stevenson, el capitán de la Hispaniola y el insumiso contramaestre del pirata Flint, Long John Silver, durante una descanso tras el capítulo 32 de La isla del tesoro. Uno de los momentos de mayor tensión en la novela, pues la tripulación amotinada liderada por Silver, tras excavar en el lugar indicado por el mapa, no encuentra el ansiado tesoro. Sostiene el inflexible capitán adelantándose a Unamuno y Pirandello: Nada me importa lo que vaya a ocurrir o lo que no vaya ocurrir… Me gusta ser Alexander Smollet, por malo que sea, y de rodillas agradezco no ser John Silver. Pero están abriendo el tintero. Es la hora.

El cuerpo de Stevenson fue trasladado en hombros por nativos samoanos desde su casa hasta el monte Vaea, donde se le enterró en un terreno alto que miraba al Pacífico. Con base en su poema Réquiem se labraron en su tumba estas palabras (la traducción es mía):

Bajo el vasto cielo estrellado
cavad una tumba y dejadme yacer
Alegre viví y con alegría muero,
Y descansaré tras un último deseo.
Graben para mí estos versos:
“Aquí yace donde anhelaba estar,
desde el mar, en casa está el marinero,
de la colina ha retornado el cazador.”

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