GUÍA DE LECTURA 587
Tachas 618 • Brando im Schwarzwald, de Harold Alvarado Tenorio • Jaime Panqueva
Jaime Panqueva

Poeta, traductor y ensayista, Harold Alvarado Tenorio ha sido desde su juventud un polemista. Lo recuerdo en los últimos años por sus posturas aguerridas y ácidas contra el establishment literario colombiano y, en particular, por un artículo feroz en contra de Álvaro Mutis y sus años como agente de los gringos durante la dictadura de Rojas Pinilla. Versión que siempre me ha parecido mucho más creíble que la telenovela picaresca que declamaba su protagonista cuando habitó en el Palacio Negro de Lecumberri.
Dentro del paquete de libros que amablemente recibí de Azafrán y Cinabrio me sorprendió encontrar un poemario suyo, editado hace ya quince años. Sé que soy un pésimo crítico, y en particular de la poesía, pero un par de poemas parecían hablarme directamente desde el asombro del colombiano que se asoma a México (y bien conoce las trampas del indigenismo a ultranza), o de aquel hispanohablante que vive lejos de la tierra natal.
Antes de la pausa de Semana Santa me pareció éste un buen espacio para evocar a Alvarado Tenorio y compartir su trabajo:
El zócalo
Esta mañana he visto una España Imperial
desconocida, no imaginada por Felipe Segundo.
Hernán Cortés supo que fundaba en Tenochtitlán,
la Nueva España, la única heredera
de Isabel y Fernando.
La inmortal y corrupta España vive en México
y el zócalo es su espejo y memoria.
Detente aquí
y mira cómo la voluntad de un hombre
pudo tejer un sueño que hoy rasgan otros
en su propia tierra.
Mira la mole catedral,
mira la dilatada plaza,
el suntuoso palacio
y la espléndida casa de empeño.
Antes de partir recorre los signos del tiempo.
Unos hombres ofrecen, al lado de la catedral,
los más antiguos y perdurables oficios:
cerrajero, fontanero, zapatero, soldador, adivino…
Confirmando al extremeño
cómo su obra no ha sido exterminada.
La Patria
No pierdas el tiempo buscando la patria.
El dinero no la requiere y su lengua es usura.
La patria es el habla que heredaste
y las pobres historias que conserva.
Tu abuela, en el zaguán, ciega ya la memoria,
meciendo los años de sufrimiento y desdichas.
Tu madre, entristeciendo de melancolía y pavor,
Limbania, vigilando en prolongados silencios
los rumbos de su hermana,
tu tío, atado a la tierra que habíale regalado,
en plena juventud,
diez memorables sonetos
y Elisa,
sazonando el espíritu del capón,
hirviendo las aguas de aromas,
viéndote crecer como un desconocido.
La patria es también el vasto imperio de tu idioma
y la música de aquellos que la pensaron con amor.
Tu patria son las verbales
y pequeñas palabras de Bolívar,
la culpa, el frío y el hambre de Vallejo,
Neruda y su infinita colección de nombres y de cosas,
los juegos memorables y eternos de tu maestro Borges,
y un laberinto de sangre llamado Macondo.
Tu patria serán los libros que des a la tierra
y la felicidad que depares al lector.
No pierdas el tiempo buscando la patria,
la llevas contigo.
Con ella morirás sin haberla pisado.
La patria son un hombre, una mujer
y la lengua que hablan.
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