Opinión • Potencia cultural • Jaime Panqueva
“No esperaba gran cosa…”
No esperaba gran cosa. Desde las campañas electorales del año pasado sospechaba que el empaque, aunque deslumbrante, estaba vacío. Las promesas fueron prácticamente las mismas de sexenios anteriores: daremos a la cultura el lugar que merece, etc, etc. Por salud mental mantuve bajas las expectativas, confiaba que, como la vez anterior, se respetarían los proyectos con trayectoria y que tal vez habría alguna mejora presupuestal. En la memoria mantengo aún los buenos años del Cervantino y la edad de oro del Teatro del Bicentenario.
Este sexenio se abrió con la reforma a la Ley Orgánica del 17 de septiembre donde se transformó al IEC en la Secretaría de Cultura, a la par que rebautizaba varias secretarías con nombres que evocaban al Orwell de 1984: Honestidad o Nuevo Comienzo, Seguridad y Paz, entre otros.
Luego inició la serie de desatinos: desde la elección de una secretaria, ajena por completo al desarrollo cultural del estado y, por lo visto hasta el momento, ligada a una visión utilitaria y light de la cultura que pone en riesgo los resultados obtenidos por proyectos que llevan años gestándose en el estado.
Me remito, por ejemplo, a la participación de una nutrida delegación guanajuatense a finales del pasado marzo, en el Longines Global Champions Tour 2025, una competencia hípica internacional que tuvo lugar en la Ciudad de México, cuya entrada más costosa sobrepasa los 200.000 pesos. En el video colgado de la página de la Secretaría se aprecia el despliegue de comparsas, músicos de banda, tunos y bailarines, donde la titular de la Secretaría y funcionarios oficiales brindan ante la cámara con vino espumoso. El color folclórico al servicio de la élite, seguramente a costa del erario de Guanajuato, con la excusa incontrovertible de la promoción turística.
Por esas fechas, y en consonancia con las actitudes de gobierno en constante campaña promocional, las comunicaciones de las Secretaría de Cultura se habían concentrado de manera arbitraria en un solo canal, administrado por su cúpula, lo que desdeñó otros espacios creados de manera orgánica a lo largo de años. Seguramente de esa misma camarilla surgió el slogan #GuanajuatoPotenciaCultural, que ahora se cacarea en todos sus mensajes como un irónico mantra.
Frente a críticas cada vez más severas, motivadas por irregularidades internas en la administración del antiguo IEC, viajes al extranjero financiados con recursos públicos, además de omisiones graves como la persistente ausencia de un plan de cultura,[1] esta semana se produjo el despido de Mauricio Vázquez de Ediciones La Rana, que formó un equipo cuyo trabajo incansable y profesional se tradujo en el resurgimiento de la editorial del estado, visible en Guanajuato y en el panorama nacional gracias a los lazos que tejió con editoriales e instituciones en todo México.[2]
Como muchas de las personas que compartieron en sus redes el mensaje de Fondo Guanajuato, suscribí el agradecimiento a Mauricio Vázquez. No sé cuán irrevocable sea la decisión pero la asumimos como definitiva. Lamento tener que sentarme a escribir estas líneas para repasar lo sucedido, pero resulta fundamental entender este despido dentro de un contexto más amplio, y no como un hecho menor o aislado. A éste se sumó el de Jaime Ruiz Lobera, director del Teatro del Bicentenario. Ninguno de sus reemplazos ha sido designado todavía.
Más que una diatriba o memorial de agravios, deseo concluir esta exposición con algunos aspectos que deberían considerarse en los planes para la cultura y que no percibo en este ambiente enrarecido por el filisteísmo:
- La cultura no es un simple producto de mercado, sino un bien público esencial que forma parte de la identidad y diversidad de un estado. Los libros escritos y producidos en éste deben recibir un tratamiento especial y desarrollar plataformas para su divulgación y distribución.
- Más que emplearse como una mercancía a disposición del ansiado turismo de élite, es un formador de ciudadanía, y como ordena la misma ley orgánica de la Secretaría, es primordial promover su acceso universal. El arte debería llenar nuestras calles, parques y plazas; existe una red entera de instituciones municipales y educativas que así lo entienden y podrían potenciar su trabajo con el apoyo decidido de la Secretaría.
- El arte y la cultura deben desligarse de forma decidida del afán turístico y volver a la efectiva y tradicional relación con la educación. A través de ellos podemos apartar de las garras del crimen organizado a la población más vulnerable al reclutamiento, asesinato o vasallaje. Con ellos podemos, en palabras de Alfonso Alfaro, inventar ese suelo en medio del abismo desde el cual podamos propulsarnos en busca de oxígeno.
- Finalmente, es indispensable recordar que la cultura es un tejido vivo alimentado por quienes día a día piensan, crean, escriben, cantan, esculpen y enseñan en este estado. No puede diseñarse política cultural alguna sin convocar a quienes habitan y sostienen ese devenir invisible y esencial. Ellos, los creadores, los gestores, los sabios del arte popular, los custodios de la memoria, son las verdaderas raíces de cualquier proyecto cultural digno. Escucharlos no sería un gesto de cortesía, sino un acto de responsabilidad histórica.
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