lunes. 30.06.2025
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Bertha Angélica Carpio

Los quereres son atemporales, pasajes de ida, iniciado ya​ un viaje sin retorno. El querer y el querido han quedado inscritos en nuestra memoria. Su huella permanecerá marcada en nuestro camino. ¿Qué tan honda? depende de lo intenso, superficial, sosegado, violento que ese querer haya sido.

Quereres, frases conjugadas en diferentes personas, modos, tiempos e intensidades… con diferentes resultados. Embriaguez que todo lo envuelve, condición que rompe barreras de distancia y tiempo, que eleva a los personajes de simples mortales a semidioses. Cuando se pierde el encanto la realidad puede ser más dolorosa cuanto más grande fue el sueño.

Los quereres se van acumulando a lo largo del camino. Quereres que recuerdo desde niña, que han ido formando mi historia, como los de cualquier otra persona, que en la medida que  la conciencia es, vamos pensando que el querer se quedó corto y debe seguir madurando y transformarse en un sentimiento más profundo, más intenso, más puro, al que llamamos amor, en el que ya no se quiere para sí, sino que es el deseo de dar, simplemente la donación de sí.

El querer es pues una puerta del amor. El preámbulo es sentirme atraído, por algún motivo, generando en mí el deseo de tener lo querido. En algunas ocasiones lo desvirtuamos y  queremos tenerlo de cualquier manera hasta poseerlo. Creemos que estamos queriendo, y confundimos  dependencias o codependencias por sentimientos reales y sanos, llevándonos a espirales negativas y autodestructivas de las que deberemos desprendernos en la medida que nos sea posible tener conciencia de ello. De lo contrario, lejos de llevarnos a un crecimiento y compartir un sentimiento lúcido con el otro, nos enganchamos en situaciones destructivas, frustrantes y sin la posibilidad de trascender ese sentimiento en amor.

El querer nos motiva a la lucha por obtener lo querido. Nos enfoca. Nos lleva muchas veces al sacrificio. Es necesario aprender a querer positivamente, mantenernos atentos y cuidarnos de no caer en situaciones extremas, como el egoísmo, que nos lleva a querer sólo para nosotros mismos, sin importar el resultado para el otro.

Cuánto daño podemos generar en los demás cuando el único motivo de nuestros quereres somos nosotros mismos.

Cierto es que el primer querer debo ser yo, tener aprecio y aceptación por quien soy y en quien me construyo día a día. Sin embargo, para plenificar ese ser que con tanto cuidado y esmero he creado  es necesario el darme de manera generosa al otro, sin perder de vista que debo seguir trabajando en esta tarea que hasta el momento he tenido, la de erigirme en cada paso, con cada experiencia, con cada pensamiento, y ésa es una tarea que no cesa. Ser mejor para darme cada día, siendo la mejor versión de mí.