martes. 16.04.2024
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¡Salve escritura! Literatura feliz

Alejandro García

¡Salve escritura! Literatura feliz

Se juntaba con nosotros, nosotros sus colegas, en el café de enfrente, donde hablábamos de Lukass, de Heliforo, de Jéguel y de otros impertinentes de idéntica calaña.
Georges Perec

En ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio? (Barcelona, 2009, Alpha Decay, 86 pp) integrante del Oulipo (Taller de Literatura Potencial) Georges Perec, fiel a sus principios experimentales donde se combinan la literatura y las matemáticas, el juego con reglas y el goce que produce respetarlas y detonarlas, nos enfrenta en esta novela corta  a dos ejercicios.

El primero nos lleva a una lectura convencional en cuanto a actividad en donde un feliz grupo de amigos y compañeros de andanzas se enfrentan a un reto. El dueño del ciclomotor cromado, Henri Pollak, cabo furriel, virtuosamente exento de Argelia y Territorios de Ultramar, lo que le permite trenzar su doble vida: por la mañana vida  de soldado aprovisionador y repartidor de tareas, por la tarde contertulio de un lúdico y sesudo y planificador grupo, ha recibido una atenta solicitud de su amigo y confidente Kraramanlis, o algo así: ¿Karatoro? ¿Karavaka? ¿Karahuevo? Bueno, Karaalgo (p. 13), quien no quiere hacer vida militar en Argelia y ante la inminencia de las listas: —Que cojas el Yip profirió el otro, con voz de Centauro, que cojas el yip insistió y me atropelles, me rompas el pie, y nunca más pueda yo usarlo con fines morticidas  (p. 19).

El ciclomotor cromado, puente entre la doble vida de Henri, se convierte en su lugar de angustia: la vida gozosa se ha ido al diablo con la solicitud. Por fortuna tiene en quienes explayar su dilema, en quienes depositar la urgencia de la pragmática vida militar matutina que simplemente indicaría hacerlo o no, según las reglas y con quienes convertir la reflexiva vida nocturna en riqueza de posibilidades y meandros de la existencia amparados en la dialéctica y en la filosofía.

El conductor del ciclomotor pues recurre a la ayuda de este grupo de amigos, los cuales se ponen a darle vueltas al asunto a fin de llegar a feliz término tomando en consideración los riesgos, los excesos y la necesaria carga de convivencia y altura que debe tener el evento. A partir de entonces no sabemos si la vida se complica desde que Karacosa pide auxilio o desde que el grupo sibarita lo toma de su cuenta: Se deducía que no era fácil en absoluto romperle el brazo con suavidad a un tío, ni siquiera entre varios, dado que se corría el riesgo de partirle a la vez los huesos, los tendones, las bolsas sinoviales, lo graso, lo magro y toda la pesca, y que aún habiéndose podido, ello no impedirá que se vaya al campo del honor, el colega, con el brazo en cabestrillo y cuarenta y cinco días de calabozo y que nosotros, sus amigos humeroclastas, tengamos a la bofia detrás durante siglos (pp. 28-29).

La lista aparece, no sólo se le nombra, sus letras constan en papel y tinta. El grupo se reúne, hace acopio de buena bebida, excelente comida, las mejores condiciones para tomar la decisión que beneficie al ciclomotorista y a su peticionario. Están en la balanza las siguientes propuestas: 1. Romperle el brazo: 9%, 2. Aventarlo a traición por las escaleras: 13%, 3. Tumbarlo en la vía hasta que quede hecho mierda: 23 %, 4. Ponerlo enfermo gravemente: 25 %, que se volviese loco: 37%. Además de las visibles dobles votaciones que alteran el 100 %, no hay acuerdo.

 Karagandhi o Karafrénico llega a la reunión convertida en congreso-fiesta, come, bebe, fuma y se entera de que deberá ser escoltado por una comisión, que lo llevará a un establecimiento donde le entregarán algunas pastillitas a fin de que, previo rescate, al día siguiente se le declare suicida y loco, no apto para la fiesta de las balas en Argelia.

Todo sale diferente, el paseo se prolonga, los que se quedan se mantienen intrigados y los que asumen la tarea no pueden llevarlo a un hotel después de la ingestión, lo entregan en el Fuerte. Al día siguiente Henri conoce el desenlace: o no fue suficiente la dosis o la cantidad de alcohol ha impedido la realización de tan noble tarea y Karalarico ha escapado o se niega a verlos, pero el grupo ha quedado a salvo en tanto que se ha jugado la vida por el ciclomotorista y por el Argelafobo.

La segunda lectura es un reto para el lector y consiste en seguir Las flores y los ornamentos retóricos y, más exactamente, de las metábolas y las parataxis que el autor cree haber encontrado en el texto que se acaba de leer (p. 83). Se necesita una vida para hacer esto, entre diccionarios, bebidas, manjares y suspiros. Perec nos hace felices.