Es lo Cotidiano

DUERMO SOLA (5)

Tengo problemas con el mundo

Giselle Ruiz

Tengo problemas con el mundo

He dormido demasiado. Estoy usando la cama como la entrada al mundo bizarro de “Alicia en el país de las maravillas”. Llevo dos semanas sin querer salir de casa, lo hago a regañadientes para lo elemental, he pasado días de asueto viendo películas que aún no han salido al mercado. Me apego al ocio por momentos, doy vueltas por mi habitación, escribo en las paredes, me enajeno por horas viendo a mi gata, releo libros. Algo no anda bien.

Creo que soy antropofóbica. Los indicios se develan sin aviso. Estuve en una lectura temática hace una semana y me sentí como venado recién nacido intentando sostenerse en sus patas débiles, asistí a la apertura de un museo gigantesco después de una hora de lanzar ropa por los aires y terminar llorando convencida de que no quería ir a pesar del compromiso pactado. Hay fiestas, muchas reuniones, todo el calendario marcado por compromisos sociales. Yo, a decir verdad, lo único que he querido hacer es esconderme en los baños a hiperventilar o llorar, a hacer cualquier cosa que me permita sacar el producto de la acumulación de pánico, hastío, incomprensión y ardor cutáneo.

“Creo que en el pasado te estabas buscando, ahora que encontraste tu voz no necesitas estar afuera”. Esto me lo dijo una persona a la que adoro, en medio de unas ganas interminables de salir corriendo de una reunión pequeña.

Cuando nos encontramos a nosotros mismos, ¿tenemos la necesidad de separarnos? ¿Es una cuestión filosófica-espiritual? No lo sé. Mientras escribo en búsqueda de alivio temporal, me entero de que dos personas murieron víctimas de un asalto a la salida de un banco, en una avenida concurrida de esta pequeñísima ciudad, y no son más que las 3:03 p.m. ¿Por qué no encerrarme entonces de por vida? Es contradictorio, dado que la vida está afuera. Soy incongruente si recuerdo que este lapso de tiempo concedido bajo estas condiciones debe ser quemado, gastado, llevado al extremo. Sin embargo, me siento invalidada por una sociedad que busca belleza y superficialidad, ocultar la cruda realidad tras gafas dignas de un oso color rosa. ¿Cómo resolver esto que siento?

La respuesta inmediata ha sido: “Sal, respira, deja el miedo, vístete de peligro, enfréntalo”, frase que suena como una acción natural en el día a día pero que a mis 26 años no está funcionando. Tengo problemas con el mundo, con las aglomeraciones, con el cambio climático, con las opiniones, con las fotografías, tengo problemas con las conversaciones triviales, conduzco con las ventanillas a tope aunque esté fumando, prefiero incendiarme accidentalmente que interactuar con desconocidos y es que, para mí, algo está muy claro: puedo funcionar felizmente conmigo misma.

No es egoísmo, no es un sentimiento de superioridad, no es nada especial. Es sólo que vivo (no sobrevivo) en mi propio universo, en los rincones de mi cuerpo, en la maravilla de los libros y el cine, en las conversaciones de esos personajes que tengo en la cabeza y que me han llevado a hacer poesía, prosa, narrativa o lo que sea. Habito en un espacio reducido, diminuto, perfumado por la divagación y he preferido mantenerme al margen de cualquier interacción comprometedora por el placer que implica seguir durmiendo con la mejor persona de mi mundo: yo misma.

Porque aunque este lejos, estoy conmigo. Visto desde ese punto, creo que no todo está perdido. Tengo problemas por resolver con el mundo, con la sociedad, con el universo tal vez, pero no conmigo.