DISFRUTES COTIDIANOS
The Who: El mundo de los Quién
Fernando Cuevas de la Garza
Entre la franca y lúcida chacota musical y la grandilocuencia operística, la agresividad desatada y el virtuosismo influyente, el desparpajo cuasiexperimental y la tradición roquera, el barroquismo desconcertante y los acordes directos, los excesos y el mantenimiento del mito, The Who es una de esas bandas que se cuentan con los dedos de las manos (no todos, quizá), en cuanto a importancia y trascendencia: cuarteto seminal que contribuyó en definitiva, a pesar de convivir con la sombra de The Beatles y The Rolling Stones, y la compañía de The Kinks y The Animals, para universalizar aquello que antes llamábamos rock, sin detenernos a pensar en múltiples apellidos para entendernos.
La imagen y estilo de mods –en contraposición a los rockers- y que después influenciaría a The Jam, Blur y una larga fila de grupos, fue espontáneamente asumida y su lugar en la escena se identificó de inmediato: “ […] cuatro auténticos gamberros de barrio, cuatro tipos sin ningún pasado ilustre, sin apenas noción de música […] no cambiaron nada como The Beatles, ni provocaron cismas familiares ni rupturas sociales como los Stones […] siempre han tratado de ser fieles a una idea, a un concepto” (Jordi Sierra i Fabra, Who, su leyenda y Tommy, 1976).
Paradójicamente, su legado se ha diversificado y se puede rastrear en el punk, el grunge y el art rock, más lo que se vaya acumulando. Miembros honorarios de la famosa ola inglesa que revolucionó el rock en los sesenta, muy pronto encontraron un nicho propio, creado por los talentos no sólo acumulados, sino bien integrados: el bluesman y obrero Roger Daltrey, de vocal corrosiva, invitó al efectivo bajista y empleado de la oficina de impuestos John Entwistle, a la banda conocida como The Detours.
Se les uniría el estudiante de pintura Pete Townshed, compositor privilegiado y guitarrista destructor (para beneplácito de los fabricantes), capaz de dibujar figuras geométricas con las cuerdas rasgadas por su circular movimiento de brazo. Corría el año de 1962 en Londres. Ya como The Who se integraría Keith Moon, baterista que más que tocar, acometía platos y tambores con fiereza demencial. Los cuatro integrantes podrían competir en el dream team del rock sin problemas, cada uno en su especialidad.
Los 10 años maravillosos
Tras los sencillos y presentaciones de rigor, aparecería The Who Sings My Generation (1965), sorpresivo álbum debut con tintes R&B y rocanroleros muy de la época que, además de los temas conocidos (My Generation, The Kids Are Allright, Out In the Street, Instant Party y Please, Please, Please), incluía The Ox, un corte que definía el estilo de la banda, arriesgado y rocanrolero a rabiar. A Quick One (1966) parecería más un disco de transición, en el que se aprecia cierta falta de foco, acaso por la participación de todos en la parte compositiva, si bien contiene momentos brillantes; por si fuera poco, este año aparecieron discos del tamaño de Revolver, Pet Sounds, Aftermath, Blonde On Blonde y Sounds of Silence, por mencionar algunas crestas.
No obstante, la lección quedaría rápidamente aprendida y aplicada en el grandioso The Who Sell Out (1967), que ya traía el germen de la estructura conceptual, emulando una transmisión radiofónica que funcionaba como una especie de homenaje a la radio underground; el desarrollo propiamente de una historia llegaría con el clásico Tommy (1969), en la que se relatan los avatares de un joven que queda ciego y sordomudo por un trauma y, tras romper un simbólico espejo, deviene en una especie de gurú al grito de I´m Free y We’re Not Gonna Take It; musicalmente es una demostración de la rápida evolución del grupo, como se advierte en Pinball Wizard, Sensation y la instrumental Underture, con largo despliege armónico de altos vuelos.
Vendría Live at Leeds (1970) para abrir la década, constituyéndose rápidamente como uno de los discos en vivo ineludibles, dada su expresividad para sentir y entender cómo funcionaban en el escenario estos loquillos que tocaron el cielo con Who’s Next (1971), obra clave en la historia del rock que, ante la fallida intentona por realizar la obra Lifehouse, devolvió al cuarteto al versátil formato de canción individual –ninguna sobra, ninguna falta-, encontrando la coherencia en la diversidad, con todo y el uso de sintetizadores, cuerdas y el homenaje a Terry Riley; finalmente, el álbum se constituyó como “uno de los resultados más logrados a la hora de traducir la intensidad del directo al estudio” (David Morán, Los 200 mejores discos del siglo XX, 2002).
Pero muy pronto volvieron a la ópera rock con la monumental Quadrophenia (1973), obra que sigue a un joven mod atrapado en un presente sin mucho sentido y con un futuro nebuloso, buscando asumir una identidad que se niega a mostrarse del todo, entre drogas, trabajos efímeros y peleas, mientras que la música se despliega a partir del creativo uso de sintetizadores e instrumentos de viento, con la solidez y desparpajo de la base rítmica. Se convirtió en película en 1979, sirvió de pretexto para una reunión en 1996 y fue la base para un concierto atrapado en Quadrophenia: Live in London (2014).
Quién es quién: La fragmentación
Ya con diferencias al interior y cada quien con propósitos, enfoques y prioridades no necesariamente iguales, alcanzaron a grabar el todavía estimable The Who By Numbers (1975) y Who Are You (1978), el último álbum en el que participó el frenético Keith Moon, quien falleció poco después de su publicación, y en el que se evidenciaba cierto cansancio del grupo. El cuestionamiento sobre quiénes somos ahora flotaba en el aire. La respuesta de botepronto fue tranquilizadora: The Kids Are Alright (1979), álbum que recuperaba la historia del grupo y acompañaba al documental del mismo nombre.
Los ochenta fueron testigos del ocaso del grupo, todavía regalando talento en las composiciones de Townshend, las líneas sinuosas del bajo de Entwistle, también contribuyendo con algunas canciones, y la convicción de Daltrey como uno de los icónicos frontmen de la historia. El disfrutable Face Dances (1981) y la poco triunfal despedida It´s Hard (1982) marcaban el aparente final de una de las bandas esenciales, que de la invasión inglesa trascendió más allá de ímpetus momentáneos. Pero años después apareció una mejor despedida: Endless Wire (2006), ya sin el soberbio bajo de Entwistle pero con los otros dos compas en plena forma.