Es lo Cotidiano

ESTUVE AHÍ [NOVELA POR ENTREGAS, V]

El suelo se abre

Giselle Ruiz

El suelo se abre

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.

Luis Cernuda

 

El terremoto del jueves 19 de septiembre de 1985 afectó la zona centro, sur y occidente de México y ha sido el más significativo y mortífero de la historia. La Ciudad de México (antes Distrito Federal) fue la más afectada.

Este fenómeno sismológico se suscitó a las 7:19 a.m. Tiempo del Centro (13:19 UTC) con una magnitud de 8,1 (MW), cuya duración aproximada fue de poco más de dos minutos, superando en intensidad y en daños al terremoto registrado en 1957, también en la Ciudad de México.

El epicentro fue localizado en el Oceano Pacífico, frente a las costas del estado de Michoacán, muy cerca del puerto de Lázaro Cárdenas. Un informe del Instituto de Geofísica en colaboración con el Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México publicado el 25 de septiembre de 1985, detalla más aún que el epicentro fue localizado frente a la desembocadura del Río Balsas localizada entre los límites del estado de Michoacán y Guerrero a las 07:17:48 a.m. Tiempo del Centro alcanzando la Ciudad de México a las 07:19 a.m. con una magnitud de 8,4(MW).

Fue de un sismo de tipo trepidatorio y oscilatorio a la vez y registró una profundidad de 15.0 km2. La ruptura o falla que produjo el sismo se localizó en la llamada Brecha de Michoacán, conocida así por su notable, hasta ese momento, carencia de actividad sísmica. Se ha determinado que el sismo fue causado por el fenómeno de subducción de la Placa de Cocos, por debajo de la Placa Norteamericana.

Una de las diversas apreciaciones en cuanto a la energía que se liberó en dicho movimiento fue su equivalente a 1, 114 bombas atómicas de 20 kilotones cada una.

En casa no hablamos de hechos históricos. Sin embargo, mi madre me contó alguna vez, que aquel 15 de septiembre, mientras subía el cierre de su falda de tubo para ir a trabajar a una de las instituciones bancarias que había en el pueblo (trabajo bastante honroso para la época), sintió un mareo, se detuvo en el marco de la puerta y vio que el foco de su habitación se balanceaba. Imposible pensar que ese mareo fuera provocado por un embarazo. Yo nací mucho tiempo después.

Aquel domingo intenté mantener la cordura.

Una parte de nuestra última conversación permanecía dentro de mi cabeza:

–¿Por qué quieres escribir? Eres bonita. Con eso basta, ¿no?

–El mérito es de la genética. Quiero hacer algo que sea mío. Sólo mío. Quiero volverme un clásico.

Aún quería volverme un clásico y sabía que si permanecía a su lado podía lograrlo en varios sentidos.

Me metí a la regadera, dejé que el agua se llevara el mal sabor de boca que me dejó la llamada. Salí resuelta a convertirme en la versión más lujosa del Ford thunderbird.

Era temporada de feria, la feria más grande del país. Envié un SMS a su celular de antaño, quería verlo.

Minutos después llegó su llamada.

–¿Me acompañas? -No dije a dónde. Estaba segura de que se preguntaría si lo estaba invitando a ir a algún sitio conmigo o simplemente a acompañarme.

–Claro. ¿A dónde?

Cité el nombre de un grupo mexicano que seguía conservando su fama a pesar de que sus discos cada vez iban a peor, eran aún mis favoritos. Un grupo de cuyo cantante mi ex parecía un clon. Nuestros amigos, los pocos en común que conservábamos, todavía no lo llamaban el “región cuatro”.

–No puedo. Tengo que entrevistar a un portugués. Espero que hablé español. O inglés.

–¿Quién quiere entrevistar a un portugués?

Tuvo que explicarme.

–The Legendary Tiger Man. No sé mucho de él. De hecho su música tampoco me gustaba mucho, pero es el tipo que grabó videos con Maria de Medeiros y con Asia Argento. Sólo por eso.

–Acompáñame. Me dejas en la fila de la gente que estará esperando para conseguir un buen lugar y tú te vas a tu concierto –sabía que sonaba a esposa sobreorganizada.

Llegué a su oficina en punto de las seis de la tarde. Llevaba los ojos delineados con una precisión digna de un cirujano, zapatos amarillos y una blusa blanca a juego.

Nos encontramos como si la llamada de esa mañana nunca hubiera ocurrido, caminábamos aprisa, ambos teníamos compromisos con nuestra respectiva música.

Me dejó en la fila kilométrica de nuevos fans. Algo en mí se rompía al decirme, con aquella nueva ola de adolescentes enamorados, que nunca fui especial.

Al entrar me vi en medio de un mar de sudores extraños, risas poco agraciadas y selfies innecesarias, encendí un cigarro y me sentí como uno más dentro de la apretada caja.

Salí como pude.

Corrí al foro alternativo. Ahí lo vi, sentado con uno de sus mejores amigos. Curioso y callado, sólo fue que nos presentara para formar un equipo de cómplices obligados.

Nos colocamos en la primera fila, algo que no resultó difícil debido al poco público, cualquiera de mis fiestas improvisadas podía tener más aforo. A mitad del concierto, y aprovechando el pase de prensa, nos colamos los tres hasta pie de escenario. Después fuimos al camerino, donde un botella de Jack Daniels destacaba sobre la mesa. Nadie nos ofreció.

Esa escena sería la primera pero no la última en repetirse: Nosotros dentro de un camerino rodeados de extraños. Un mes después la crónica sobre ese concierto comenzaba diciendo: “The Legendary Tigerman mira a una chica hermosa que estaba en primera fila del concierto que ha logrado colarse, y tenemos que esperar a que se desconcentre para empezar la plática”.

Salí abochornada, algo molesta, quería recordar mi adolescencia. Sin reparos le ordené que fuéramos al foro principal.

Llegamos apenas a las tres últimas canciones, que ni siquiera pudimos seguir en vivo sino a través de una pantalla. Le señalé a un conocido, apenas un ex novio con el que pasé tres años. La música no me permitía hablar claramente y pensó que quería presentárselo.

–¿Eres arquitecto? –mi ex parecía enganchado aún.

–No. No me importaría serlo. Debe ser una buena profesión. Ganan bastante dinero, dicen. ¿Qué te hace pensar que soy arquitecto?

–La Moleskine -Iba a contestar, cuando los interrumpí.

–Nos vamos ya –desde esa noche comencé a usar el plural.

Bebimos, era el último día de fiesta y el último permitido, en la calle. Nos sentamos en una banca, con el cansancio de toda la semana. Nos sentamos con los nervios relajados, sabiendo que esa batalla ferial estaba por terminar.

Apresuré el trago y pensé en todos los santos que conocía. Incluí a San Ian Curtis, a San Lou Reed y, por si fuera necesario, a San Vilas.

–Sé que cuando diga esto que voy a decir me voy a arrepentir de haberlo dicho pero tengo que decirlo -la ebriedad me convirtió en una repetidora barata, un verdadero trabalenguas sin sentido.

Sin pensarlo, lo besé en la boca por primera vez.

–¿Quieres venir a casa esta noche? -susurró.

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