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GUÍA DE LECTURA

Milenio y medio de epitafios

Jaime Panqueva

Milenio y medio de epitafios


Sería con seguridad a partir de la lectura de la poesía de Kavafis que tuve la curiosidad de conocer más sobre la poética clásica ligada a la muerte, que se grababa en la roca de las tumbas como una huella perenne que ha llega hasta nuestra época. Hace unos meses a raíz de una serie de documentales de la historiadora británica Mary Beard sobre la vida cotidiana en la antigua Roma, volvió a salir el tema de cómo los antiguos continúan hablándonos sobre su paso por la tierra a través de las inscripciones funerarias. Tras la lectura de Epigramas funerarios griegos (Gredos, 1992), de María Luisa del Barrio Vega, que contiene traducciones al español de tumbas que datan entre los siglos VIII antes de Cristo y el noveno de nuestra era (un lapso de unos 1.500 años), quise aprovechar este espacio, no sólo para recomendar el ejemplar, sino para compartir algunos de mis preferidos, y de paso una reflexión sobre qué palabras desearía el lector que lo acompañasen más allá de su existencia...

Este hermoso sepulcro circular lo construyó Andris para su difunta esposa, en memoria de la preclara honestidad que mantuvo en su lecho nupcial y en toda su vida. Esta es la única y piadosa obra que sabe hacer este sepulcro: gracias a él florece el recuerdo de los hombres de antaño entre las generaciones futuras. El tiempo hace que todo perezca, mas una sola cosa respeta: la gloria entre los vivos y la virtud entre los muertos.

Saber quieres caminante, de quién es esta estela, la tumba y la imagen hace poco esculpida... Se trata del hijo de Trifón, que su mismo nombre llevaba. Tras recorrer durante catorce años la larga carrera de la vida, esto es lo que ha llegado a ser... una estela, un sepulcro, una piedra, una imagen.

Mira el fin de nuestra vida y el destino que nos estaba fijado. Éramos tres, padre, hijo e hija, y perecimos arrastrados por las olas el Egeo.

Caminante, ten salud y practica la justicia: esto es lo más importante en la vida de los hombres.

Cirilo ha erigido este sepulcro para su hijo Cleóforo, de tres años, a quien la poderosa Moira arrebató antes de que llegara al final de la dulce vida y de la juventud. Mas si entre los muertos se puede sentir algo, hijo, que el peso de la tierra te sea leve en el reino de los piadosos.

Si algún interés tienen los vivos por los que ya han muerto, mira la tumba de este hombre. Es el bueno de Car, que en todo deseaba la gloria. Cuando aún estaba vivo se hizo construir este sepulcro, con grandes esfuerzos de técnica e inteligencia.

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