Es lo Cotidiano

Sobre Octavio Paz

Adolfo Luévano Medina

Sobre Octavio Paz


Uno

Creo que no está mal iniciar estos párrafos diciendo que Octavio Paz es el primer mexicano, y hasta el momento el único, que ha recibido el Premio Nobel de Literatura. El 11 de octubre de 1990, cuando el escritor cuenta ya con 76 años de edad, este reconocimiento de prestigio e importancia globales consigue, entre otras cosas, darle el toque final a la formación de la figura que hoy día asociamos con el nombre Octavio y el apellido Paz.

Es cierto que, debido a su fama internacional, a su presencia ubicua en las letras mexicanas del siglo XX, Octavio Paz es el punto en el que se reúnen varios lugares comunes, enunciados que casi hacen real el riesgo de petrificar su vida y, lo que es peor, sus palabras. Pero, desde luego, sería muy injusto y también muy ridículo cruzarse de brazos y pensar que su obra, su enorme obra, es por eso una suerte de hermoso mausoleo o una pieza inmóvil de museo. Todo lo contrario: si Octavio Paz mueve a algo es a la discusión, al diálogo, a la duda y a la respuesta; si a algo mueve, aunque suene redundante, es al movimiento.

Abrir uno de sus libros, cualquiera de ellos, es siempre como abrir una ventana; a veces para ver tormentas, a veces para ver lo más cotidiano, pero siempre para ver algo en un maravilloso efecto de revelación que lo hace lucir como nuevo, como recién creado. Su lucidez, durante instantes que bien pueden prolongarse por lapsos indefinidos, nos llega a iluminar lo más oscuro y aun lo que parecía estar ya claro. Porque, es preciso decirlo de una buena vez, una de las cosas que caracterizan a Paz es la transparencia: la transparencia como asunto y, al mismo tiempo, como herramienta imprescindible de su creación literaria.

En 1975 se transmite en México uno de los más importantes programas televisivos en los que haya participado Octavio Paz: la mesa de debate sobre poesía integrada por él, Álvaro Mutis, Joseph Brodsky, Elizabeth Bishop y Vasko Popa. En una de sus intervenciones, quizá la primera, Paz nos dice

a propósito de que la poesía es un misterio. Es un misterio, efectivamente, pero es un misterio como el del agua: un misterio de todos los días. El agua es transparente, el agua es clara y, sobre todo, el agua sirve para beber. No olvidemos lo mismo en el caso de la poesía: es un misterio, pero es un misterio cotidiano, es un misterio que pasa todos los días.[1]

Dos

De acuerdo: lo más justo hubiera sido iniciar esta semblanza diciendo que Octavio Paz fue, ante todo, un poeta. Y este ante todo anuncia que le podemos adherir algunos adjetivos más a su nombre: fue un ensayista excepcional, fue un difusor incansable de la cultura (en cada periplo, al exterior llevaba lo mexicano, y al interior traía lo universal), fue un traductor de poetas, un fundador y defensor de revistas, un intelectual (burócrata, crítico valiente y directo ya de los sistemas políticos, ya de los sistemas artísticos), y también fue, porque así suelen ser los grandes escritores, un gran lector.

Como si su caso hubiera sido la manifestación de un destino urgido por cumplirse, desde muy temprana edad Paz se vio rodeado de libros e inmerso en ellos. No es exagerado decir que nació entre libros o, para evitar que la metáfora resulte así de vulgar, digamos que nació y creció en un ambiente literario. Paz fue hijo único de una familia con al menos dos características que habrían de marcar su futuro: por un lado, era una familia de buena posición económica; aunque venida a menos durante los años inmediatamente posteriores a la Revolución, la familia Paz siempre estuvo cerca de los círculos más altos de la vida política nacional (su abuelo, Ireneo Paz, fue colaborador y luego adversario de Porfirio Díaz; mientras su padre, Octavio Paz Solórzano, llegó a ser representante en el extranjero de Emiliano Zapata y luego diputado agrarista y obrerista); y, por otro lado, la segunda característica que habría de marcar el futuro de Paz de modo definitivo fue la importancia que los integrantes de la familia le daban a la literatura: no sólo a la lectura sino también, y acaso en un grado superior, a la escritura (su abuelo, de hecho, más que político, fue un escritor prolífico, novelista, fundador y director de revistas y periódicos; su padre también incursionó en la creación literaria, al punto de escribir algunos guiones para la industria cinematográfica estadounidense; hay que agregar finalmente la contribución de la tía Amalia, quien acercó al joven Paz a la lengua francesa y por supuesto a la literatura francesa, acontecimiento que habría de ser muy significativo para su formación como poeta).

Así pues, no resulta extraño su posterior ingreso al antiguo Colegio de San Ildefonso, la Escuela Nacional Preparatoria, para dedicarse de lleno a los estudios literarios y filosóficos. En estos años Octavio Paz se acerca y en algunos casos —que no son pocos— se relaciona directamente con la vida luminosa y al mismo tiempo gris de los escritores reconocidos de la época (Carlos Pellicer, Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet, Gilberto Owen, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, José Gorostiza, Jorge Cuesta), se interesa y participa en las batallas políticas de los héroes incomprendidos (como la búsqueda frustrada de Vasconcelos de convertirse en presidente nacional), vive el desarrollo meteórico de la Ciudad de México, sigue leyendo todo lo que está a su alcance y se inicia en la aventura siempre impredecible de las publicaciones.

Como es natural, los grandes medios de difusión literaria son escasos y, encima, no son una opción real para los escritores que apenas empiezan a abrirse camino en el estrecho mundo de la literatura pública. El entusiasmo de Octavio Paz y varios de sus amigos, no obstante, los ayuda a liberarse de la jaula del anonimato: a partir de 1931 participa en las revistas —como las definiría Carlos Monsiváis—: “casi estudiantiles”[2] Barandal (1931), Cuadernos del Valle de México (1933-1934) y Taller Poético (1936-1938). Esta última, en 1938, se reforma quedando con el título sencillo Taller. Sus representantes en ese momento son Rafael Solana, Efraín Huerta, Alberto Quintero Álvarez y el propio Paz. El carácter de la revista, por la calidad de sus textos, es mucho más maduro comparado con el de las anteriores. Por encima de los cuentos y de los ensayos acerca de arte y política, predomina la poesía, cuyo estilo es por lo pronto heredero inmediato del de los Contemporáneos. Los intereses individuales de sus integrantes la convierten en una revista que llama a distintos públicos; sin embargo, esta característica que desde cierto ángulo podría considerarse una virtud es la que termina disolviendo la publicación en 1941.

Tres

Octavio Paz, desde muy joven, tuvo oportunidad de visitar varios países. Durante la infancia viaja a Estados Unidos para reunirse con su padre, quien durante los años de la Revolución radica en San Antonio, Texas, por su relación laboral con Zapata. Este viaje en tren se le presenta a Paz como un recorrido de espanto a través de la cara sangrienta del movimiento armado. Se puede inferir que a partir de entonces México se convierte en una obsesión para su pensamiento, porque acontece un encuentro personal con el entorno, con la realidad violenta que lo rodea, un encuentro entre él como mexicano y el otro, también mexicano. Se puede inferir, yendo un poco más allá, que en este viaje nace en Octavio Paz la necesidad de entender y la de explicar las peculiaridades de México, que décadas después dará por satisfechas con la escritura de El laberinto de la soledad y otros muchos ensayos y poemas reunidos en diferentes volúmenes.

Paz nunca se ocupó de escribir una autobiografía como tal, pues para él “Los poetas no tienen biografía. Su obra es su biografía”.[3] Luego, si por ejemplo queremos conocer su juventud de estudiante, debemos leer “Nocturno de San Ildefonso”; si queremos entrar a la casona de Mixcoac, a la época en que él era un “Niño entre adultos taciturnos”, [4] nada mejor que leer su Pasado en claro; y si nuestro deseo es conocer su impresión del ambiente convulso que le tocó presenciar durante ese primer viaje a los Estados Unidos, tenemos la opción de tomar, entre tantos, el siguiente fragmento de El laberinto de la soledad, tomarlo como un pasaje no sólo ensayístico sino además autobiográfico:

La Revolución es una súbita inmersión de México en su propio ser. De su fondo y entraña extrae, casi a ciegas, los fundamentos del nuevo Estado. Vuelta a la tradición, reanudación de los lazos con el pasado, rotos por la Reforma y la Dictadura, la Revolución es una búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre. Y, por eso, también es una fiesta: la fiesta de las balas, para emplear la expresión de Martín Luis Guzmán. Como las fiestas populares, la Revolución es un exceso y un gasto, un llegar a los extremos, un estallido de alegría y desamparo, un grito de orfandad y de júbilo, de suicidio y de vida, todo mezclado. Nuestra Revolución es la otra cara de México, ignorada por la Reforma y humillada por la Dictadura. No la cara de la cortesía, el disimulo, la forma lograda a fuerza de mutilaciones y mentiras, sino el rostro brutal y resplandeciente de la fiesta y la muerte, del mitote y el balazo, de la feria y el amor, que es rapto y tiroteo. La Revolución apenas si tiene ideas. Es un estallido de la realidad: una revuelta y una comunión, un trasegar viejas sustancias dormidas, un salir al aire muchas ferocidades, muchas ternuras y muchas finuras ocultas por el miedo a ser. ¿Y con quién comulga México en esta sangrienta fiesta? Consigo mismo, con su propio ser. México se atreve a ser. La explosión revo-lucionaria es una portentosa fiesta en la que el mexicano, borracho de sí mismo, conoce al fin, en abrazo mortal, al otro mexicano.[5]

Otro viaje de Paz al extranjero, cuya mención no puede faltar aun en las recapitulaciones más sucintas de su vida, es el hecho a España en 1937, con motivo del Congreso Mundial de Antifascistas, en Valencia, y cuya invitación se dice fue impulsada por Carlos Pellicer. Aunque el joven poeta no se ha comprometido ni se comprometerá del todo con la causa comunista, su ideología simpatiza con la izquierda y merece, por lo tanto, un lugar como representante de la vida intelectual mexicana en el mencionado congreso. Pensando en los resultados, tengo para mí que en el fondo Paz vio en esta reunión de artistas, más que la oportunidad de incluirse de modo definitivo en el movimiento comunista, una plataforma para expandir su nombre, para iniciar relaciones y para estrechar amistades. En esa época, por ejemplo, lee con fervor las obras de Neruda y Alberti (el primero la celebridad literaria número uno de América Latina, y el segundo el poeta más destacado de la generación del 27, los dos, sobra decirlo, famosos antifascistas), y entusiasmado escribe algunos poemas teniéndolos como modelos, emulándolos, pero tiempo después termina lamentando la contaminación que las poesías de ambos (y la de todos los poetas) padecen cuando las causas políticas son más importantes que la poesía misma. De ahí que los asuntos de política no sean un elemento frecuente en los poemas de Paz.

Los años en que Octavio Paz se involucra casi como un fanático con España, con la poesía contemporánea de España y con su Guerra Civil, se justifican por su relación sanguínea con el país europeo: Josefina Lozano, madre de Paz, es hija de españoles, por lo que nada que suceda en España le puede resultar ajeno. Además, y véase esto como una segunda justificación pero de orden espiritual, en sus lecturas de infancia abundan los escritores y títulos españoles, desde los que se confunden en la Edad Media con los moros, pasando por los magníficos autores de los Siglos de Oro, y hasta llegar a las novelas de Pérez Galdós y demás autores del siglo XIX.

Cabe decir que ésta es la raíz más profunda de la muerte de la revista Taller: Rafael Solana jamás pudo entender la insistencia de Paz en incluir en los números de la revista los textos de los jóvenes artistas españoles que, como ellos mismos, buscaban llegar a nuevos lectores, pero con la diferencia de que sólo podían hacerlo en el extranjero por la opresión sistemática de Francisco Franco. Solana deseaba que Taller fuera el sitio para expresar el espíritu nacional y, principalmente, el medio para impulsar a los nacionales; Paz, por el contrario, veía en Taller y en cualquier otra revista literaria el sitio para expresar el espíritu humano (diverso, polifónico, contradictorio, caótico y sin embargo de naturaleza fraternal), que podía encontrarse en cualquier hombre, y palparse en la reunión de todos los hombres. Así, más o menos, era el comunismo ideal de Octavio Paz.

Cuatro

En los años de la posguerra viaja y pasa temporadas largas en Estados Unidos y Francia. Las experiencias en ambos países son importantes por la trascendencia que tienen en su obra. En Estados Unidos, por ejemplo, Paz comienza a reflexionar sobre la difícil relación de México con su vecino del norte; reflexiones, algunas, que en El laberinto de la soledad serán motivos de controversia. Nos pone ideas que en la mente tienen el efecto que una brasa ardiente puede tener en las manos, cosas como que Estados Unidos es para México su enemigo principal y al mismo tiempo es su ejemplo a seguir; que el mexicano odia al estadounidense porque quiere ser como él, y en el fondo la idea le es tan fascinante como grande es el horror que le provoca. Sueño y pesadilla en la misma siesta. Sabemos que el fuego quema, pero no nos quema mientras no lo tocamos. Cuando radica en Estados Unidos, también, concibe la imagen del pachuco que encontramos en el ensayo intitulado “El pachuco y otros extremos”, que para muchos lectores es una imagen dolosa.

Su estancia en Francia es más conocida porque allí entra en contacto con el célebre grupo de los surrealistas. El mismo Paz reconocería que esta relación ha sido sobreestimada, que suena a más de lo que en realidad fue. Sin embargo, saber de ella nos sirve a los lectores porque Paz escribió (o quiso escribir) algunos poemas surrealistas, porque poemarios enteros se consideran ejemplares de la supuesta etapa surrealista del poeta mexicano; y también nos sirve porque Paz escribió no pocos ensayos sobre los surrealistas y sobre el movimiento artístico que representaban, ensayos que acaso expresan mejor que sus poemas surrealistas lo que fue el surrealismo. No podemos omitir el hecho de que cuando llega a Francia, en 1945, el grupo ya carece del esplendor y de la unidad que durante un tiempo tuvo. Octavio Paz llega tarde y no se integra al movimiento surrealista al menos por dos razones de tiempo. La primera, porque entre él y André Breton, entre él y Salvador Dalí, entre él y Benjamín Péret, porque entre él y los auténticos surrealistas hay una suma de años que hace de sus búsquedas artísticas caminos imposibles de conciliar; de hecho, es Paz quien sigue buscando mientras los surrealistas ya han encontrado lo que él no podrá obtener imitándolos. La segunda razón por la que Paz no puede llegar a ser un surrealista es porque el surrealismo, como todas las vanguardias artísticas, nace, vive y muere en una dimensión de tiempo que bien podemos imaginar tan breve y explosiva como la duración de un balazo. Paz llega atraído por el estruendo de la explosión y se encuentra con una humareda y con la escena de un crimen sin igual e irrepetible.

En su último libro de poemas, Árbol adentro, Paz nos dice que, entre muchas cosas,

El surrealismo ha sido la lepra del Occidente cristiano y el látigo de nueve cuerdas que dibuja el camino de salida hacia otras tierras y otras lenguas y otras almas sobre las espaldas del nacionalismo embrutecido y embrutecedor.[6]

Octavio Paz, en efecto, no es un surrealista y tampoco podemos considerarlo un continuador del surrealismo. Pero sería un error tremendo negar su admiración por el movimiento artístico y por sus artistas, admiración que se traduce finalmente en la adopción y la adaptación individual de ciertos elementos estéticos y ciertas actitudes intelectuales para la elaboración de su obra y de su imagen posteriores al periodo en Francia. Es como si en Francia Paz hubiera resuelto seguir ese camino dibujado por el látigo de los surrealistas, con el impulso y el vértigo de ir tras la última consecuencia.

Cinco

En 1951 a Octavio Paz se le designa para trabajar en la Embajada de la India, la orilla del mundo y la orilla del tiempo para el occidental común. En un principio Paz reconoce la marginalidad de su nuevo puesto, pero, apenas pisa el suelo indio, se da cuenta de que los días que pase en él terminarán siendo la más grande de sus experiencias como viajero y, sobre todo, como hombre-poeta. Allí conoce el amor: la conjunción del erotismo y la libertad de elegir y aceptar a la persona amada como un destino inevitable. Su destino se llama Marie-José Tramini, se casa con ella, y la convierte en la mujer de sus poemas. Da por fin con la clave que abre todas las puertas al conocimiento, al conocimiento real, al conocimiento original y eterno, porque para él, como poeta y varón, “la mujer no es solamente un instrumento de conocimiento, sino el conocimiento mismo. El conocimiento que no poseeremos nunca, la suma de nuestra definitiva ignorancia: el misterio supremo”.[7] Octavio Paz encuentra en la vida cotidiana de la India, en sus tradiciones milenarias, en sus paisajes, en sus edificios, en sus templos y en su visión de la vida sexual, inseparable de la experiencia religiosa y del ansia de lo divino, la respuesta a todas sus búsquedas estéticas y espirituales. Su poesía se vuelve más experimental en las formas y más atrevida en los temas. Pero su afán no es despertar el escándalo de los lectores, sino depositar en ellos, y en él mismo, el arrobamiento de la experiencia poética. Su atrevimiento no ha de competir jamás con el de los poetas malditos, ni con las tendencias a incluir porque sí vocabulario soez en el poema: su atrevimiento es el de un explorador de lo humano, que no teme a lo que de antemano sabe que va a encon-trar, esto es, el otro, él mismo. A partir de entonces, su obra tendrá como encomienda autoimpuesta fusionar el Oriente con el Occidente, o hacer explícita en el poema la fusión que en él ha ocurrido. La India se le presenta como un espejismo de México en la espalda del mundo. Lo más antiguo de la India para él es nuevo pero a la vez le resulta familiar. Se llama a sí mismo antípoda. La a veces extenuante lucha entre el uno y el otro, el intento por alcanzarlo y el intento por escapar de él toman en este tiempo un cariz de plenitud y calma. Sucede una reconciliación con el mundo real y con el mundo irreal, con la imaginación y con la memoria, con el tiempo, con el alma. Y escribe, porque escribir y leer poemas es salvar el instante, suspender el tiempo. Y escribe

                                             El presente es perpetuo
El sol se ha dormido entre tus pechos
La colcha roja es negra y palpita
Ni astro ni alhaja
                              fruta
tú te llamas dátil
                              Datia
castillo de sal si puedes
                                           mancha escarlata
sobre la piedra empedernida
Galerías terrazas escaleras
desmanteladas salas nupciales
del escorpión
                        Ecos repeticiones
relojería erótica
                            deshora
                                           Tú recorres
los patios taciturnos bajo la tarde impía
manto de agujas en tus hombros indemnes
Si el fuego es agua
                                 eres una gota diáfana
la muchacha real
                          transparencia del mundo [8]

Seis

En 1968 el comité organizador de los Juegos Olímpicos le pide a Octavio Paz (y a otros escritores reconocidos) la creación de un poema especial para una de las actividades culturales que habrán de celebrarse en la periferia de las competencias deportivas. 2 de octubre. El día 7 de octubre, Paz presenta su renuncia a la Embajada de la India, y la entrega junto con el poema que le han solicitado. En una imagen imborrable “Los empleados / municipales lavan la sangre / en la plaza de los Sacrificios.” [9] Y no consiguen limpiar nada. Este es el pasaje de su vida que lo separa de los burócratas ordinarios, el acto que le granjea el reconocimiento colectivo, incluso el de sus adversarios intelectuales.

Luego de muchos encuentros y desencuentros principalmente con el Estado mexicano, Paz regresa y se establece en el país. Ha publicado libros de ensayos y de poemas de una calidad indiscutible. Va de la poesía a la política, a la pintura, a las costumbres, y regresa a la poesía para confesarnos que en realidad nunca salió ni saldrá de ella. Ha resucitado en sus versos y líneas a varios poetas muertos y olvidados. Uno de sus legados se ha vuelto sin duda el rescate del pasado. Es una celebridad literaria en Europa y Estados Unidos. Se embarca una vez más en la aventura de las revistas. Lo atacan y se defiende. Lo tumban y se levanta. Plural, que después se convierte en Vuelta, equivale en México a lo que la revista Sur es en Argentina y a lo que la Revista de Occidente es en España. Desde la década de los setenta y sobre todo en la de los ochenta participa en la televisión con entrevistas que buscan obtener su opinión profunda sobre las políticas nacional e internacional en años agudos como los de la Guerra Fría. No son pocos los que lo señalan para que se le identifique como un vendido al gobierno del país por su defensa de los sistemas federales o, más exactamente, por su defensa de la democracia como vía única de la convivencia social y del desarrollo económico, por su rechazo de los sistemas utópicos y fallidos de la izquierda, por su ataque temprano al socialismo real de Cuba. Se vuelve pronto en el motivo de algunos programas cuya duración es valiosísima para la televisión abierta, y que seguramente muchos televidentes tomaron como una ofensa o bien como una invitación curiosa al ahorro de energía eléctrica.

Siete

Yo recuerdo haberlo visto por primera vez grabado en una moneda dorada de diez pesos. Su rostro y su nombre, un par de versos enigmáticos también, puestos en relieve. Lo más probable es que esto haya ocurrido en 1998, cuando Octavio Paz murió y renació al instante como los otros héroes de los billetes y las monedas nacionales. Su invitación al volado, después de casi cincuenta años, ya se podía reformular; ir del ¿Águila o sol? al ¿leer o no leer?, y al ¿escribir o no escribir? Nuestras palabras, como nuestra suerte, se lanzan al aire. Detrás de Octavio Paz, inseparable, el águila; delante, él mismo, el sol. La moneda sigue girando, suspendida en el aire.

 

[1] Del capítulo tercero de la serie “Octavio Paz: El hechicero de la palabra”, producida y transmitida por Televisa en abril de 2009.

[2] Carlos Monsiváis, Adonde yo soy tú somos nosotros / Octavio Paz: Crónica de vida y obra, México, Raya en el agua, 2000, p. 34.

[3] De “El desconocido de sí mismo / (Fernando Pessoa)”, en Cuadrivio, México, Joaquín Mortiz, Serie del volador, 1976, p. 133.

[4] Pasado en claro, México, FCE, Letras Mexicanas, 1998, p. 28.

[5] De “De la Independencia a la Revolución”, en El laberinto de la soledad / Postdata / Vuelta a El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, Colección Popular, 2004, p. 162.

[6] De “Esto y esto y esto”, en Las palabras y los días / Una antología introductoria, México, CONACULTA & FCE, 2008, p. 302.

[7] De “Los hijos de la Malinche”, en El laberinto de la soledad / Postdata / Vuelta a El laberinto de la soledad, México, Fondo de Cultura Económica, Colección Popular, 2004, p. 73.

[8] De “Viento entero”, en Las palabras y los días / Una antología introductoria, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 271.

[9] De “Intermitencias del oeste (3) / (México: Olimpiada de 1968)”, en Obras completas / Obra poética I (1935-1970), México, Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 375.