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Tachas 487 • Los enciclopedistas • Daniel Rojas Pachas

Daniel Rojas Pachas

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Imagen creada con inteligencia artificial
Tachas 487 • Los enciclopedistas • Daniel Rojas Pachas

Hace dos semanas recibí el email más extraño de mi vida. Era Fonseca. Las primeras noticias que tenía de él, en meses. Pensé que se trataba de una broma, luego creí que era un relato que quiso compartir. Al final me quedó claro que era una especie de desahogo. Las cosas no iban bien. De cualquier manera no le respondí. El asunto decía: lamento haber expuesto tu nombre en un miserable debate virtual. No transcribiré aquí el mensaje en integridad, pues es una situación laberíntica y absurda. 

El remitente comenzaba disculpándose de mil formas y luego decía -Nos conocimos, pero seguro no te acuerdas de mí. Fui tu alumno en la universidad hace varios años- Claro que lo recordaba, era un chico callado, responsable y muy amistoso. Algo tímido, pero entusiasta. Buen lector, quizá demasiado entusiasta. Yo me fui un tiempo del país y por esa fecha me encontraba preparando otra mudanza, esta vez Europa. El muchacho me contaba que tras terminar la carrera se mudó al sur y allí empezó una maestría y fue conociendo en profundidad la literatura de los extremos del país. Un nortino que veía vacas, descubría la magia del sur y de pronto reconocía que este rompecabezas que llamamos hogar era un mapa sin sentido. En ese entonces yo andaba con un grupo de locos de mi edad y otros mayores, en un rollo de la literatura territorial, pueblos abandonados y cuanta basura transfronteriza se nos ocurría, a partir de nuestros delirios y vivencias. Me llamaban el terremoto del norte y era el rey indiscutido de esos feudos limítrofes. Ego mal enfocado. La cosa es que el chico decidió hacer su tesis en mi obra y la de unos pares que escribían gonzo del desierto, poemas cumbiancheros o épica de traficantes. Yo era parte de esos provincianos dementes que planeábamos la destrucción sistemática de la capital con nuestros textos. Monos ilusos.

Cargado del entusiasmo que le dejó su investigación, este compa decidió crear unos artículos de Wikipedia en nuestro nombre. No voy a negarlo, me dejé regalonear con esa entrada, de hecho la usé en algunas postulaciones a fondos de literatura y en algunas conversaciones trasnochadas, algún colega sacaba el tema, esporádicamente, pero lo hacía más para burlarse que otra cosa. No sabía que estaba con alguien famoso aquí. 

Cuando llegué a la parte del correo que decía -Hace unos días recibí una notificación de que iban a cerrar la entrada y le colocaron una etiqueta de autopromoción o algo por el estilo- dejé de leer y agarré mi celular y puse mi nombre con Wikipedia adjunto y ahí estaba, un lunar rojo que me hizo decir en mi impostada manera de hablar a lo mexicano en ese momento -esta pinche chingadera se va a madrear mi postulación al FONCA-. Resulta que antes de irme a vivir a los Alpes, envié una postulación a unos fondos públicos de creación y puse esa cochina página de wiki en mi currículum, en unas ligas que te solicitan, creyendo que ahorraría tiempo. Era preferible usar la entrada en la gran enciclopedia virtual, en vez de hacerme una página de autor o buscar algún otro registro de mi trabajo. 

Soy un tarado, por qué había confiado en algo tan endeble y más aún, si yo no había tenido injerencia alguna en su existencia. Mi paranoia comenzó a hacer su trabajo y maldije a mi condenado exalumno por hacerla de fanboy y haberme puesto en semejante nivel de exposición. De hecho, no tuvo que ni pasar una hora, para que un amigo, un pinche poetastro que siempre anda compitiendo en cosas literarias, me dijera, siempre supe que te gustaba el autobombo cabrón. Destapé una cerveza y dejé sin terminar el correo. Salí a resolver unos asuntos de mi viaje y a comprar unos tacos para que se me pasara el enojo. Quería que mi cabeza dejará de trabajar los peores escenarios.

Regresé tarde y ahí estaba sobre la mesa mi notebook con gmail abierto y con el mensaje a medio leer. Parecía una puerta al infierno, pero como hubiese dicho mi madre, todo tiene solución menos la muerte, precepto sencillo, pero acudía a él de vez en cuando. Me senté a terminar de leer la misiva virtual y descubrí pormenores kafkianos de un mundo subterráneo del conocimiento. Me dijo que había un tablón, grados como bibliotecarios, burócratas y revisores. Se trataba de modernos Robespierres que dada su antigüedad como editores en esa enciclopedia virtual, algo que ni Diderot pudo imaginar, se jactaban del debate de una coma, la precisión regional de equis postre de leche o tipo de ají, la urgencia para dar de baja una nota defendida por cuentas títere, una enorme cantidad de normas y códigos con la cual se redactaba etiquetando y entrando en un holló cada vez más profundo de metadatos por las razones más peregrinas: un tipo que pedía cambiarán la foto de Harley Quinn de la biografía del personaje u otro rogando que se actualizara el link donde se explicaba mejor el origen del himno de su equipo de futbol de tercera división. En medio de ese fango virtual estaba mi buen nombre en una lucha por su validez y relevancia. Me contaba que trató de explicar de forma respetuosa que no había relación entre nosotros y que tampoco existía un interés mayor que el bibliográfico, pero que cada intento lo llevaba a confrontar a otro juez virtual, cual más ridículo y despersonalizado y cual más ignorante. Sin querer, terminé por descubrir que la supuesta puerta de entrada grande al conocimiento global estaba secuestrada por un grupo de resentidos, incels y otakus, sujetos que a las tres o cuatro de la mañana, en algún lugar del mundo donde todavía no amanece, han estado por los últimos quince o veinte años, mientras nosotros dormimos plácidos, baneando en cuestión de segundos páginas como si fueran pistoleros jugándose la vida en un duelo. Han acumulado un poder de funcionario público en nombre de la sapiencia global mientras juegan LOL o algo por el estilo e intercambian links de páginas para ver a sus waifus gratis o se ríen de cuantas entradas han cerrado. Se trata de una logia, una cofradía esperpéntica sólo comparable a unos hijos del átomo adorando un misil nuclear. Deberíamos rezar y pedir por estas almas honestas y bondadosas que nos han protegido de algún niño idiota que se creó una cuenta apócrifa desde una provincia tercermundista. Asunto: Amantebandido7000 escribió cara de caca en biografía del presidente Trump. Revisión urgente. Espero respuesta de máxima urgencia de bibliotecario de turno para banear la cuenta.

Justo esa semana había comenzado a ver Mr. Robot, una sería que me habían recomendado mucho y no había tenido tiempo de echarle un ojo. Me sentí como el pinche Elliot y decidí seguir los rastros que dejaba el mail de mi exalumno. Empecé a buscar toda la información que pudiera públicamente escarbar sobre estos wikipedistas que estaban jugando a la pelota con mi nombre en salones mierdosos, en los que jamás siquiera aluciné terminar arrastrado, lo juro, ni siquiera en mis fantasías cyberpunk podría haberme puesto en este predicamento.

Al primero que encontré en google fue al que puso la banderita de autopromoción. 

El tipo tenía en su cuenta de Wikipedia como ocho páginas, cada una con cincuenta reclamaciones pendientes, respecto a cierre de entradas de todo tipo y eso solamente en lo que va del año. Al navegar hasta el 2009 encontré un panteón de quejas, desde un corredor de autos hasta una fiesta patronal en Bolivia. Rápidamente pude ver que se declaraba historiador y en realidad sus aportes al conocimiento eran notitas de platos de comida y cultura chica de la televisión peruana. Cómo se trenzaron nuestros caminos, pues por los datos de mi exalumno, al parecer el tipo había editado la página de un escritor clásico de su país que fue mi amigo y una vez presentó uno de mis libros. Pensé que eran celos, luego vi que todas sus redes sociales con cinco o siete seguidores estaban restringidas, claro, si te has dedicado por once años a vapulear a gente que busca compartir un conocimiento, debes hacer algunos enemigos en la ruta. Lo más triste fue ver que se dedicaba a destazar a escritores chilenos, pensé entonces en cierta tendencia chauvinista, por ahí vi que su gran aporte a la cultura era una nota o foto, no entendí bien, sobre muñecas sexuales y pude imaginarlo siendo golpeado de niño, pero ahora con poder, capaz de mutilar a otros, claro de forma anónima, tras una pantalla, escudado por un nick y una foto de gorda caricatura sonriente, luciendo centrado e íntegro, con un epígrafe de entrada a su página personal que sentenciaba: el conocimiento nos hará libres. Pude notar con claridad dos momentos, su postulación a bibliotecario, un rango mayor y cómo se presentaba: soy cálido, sereno y empático, sin embargo, orgulloso ostentaba el mérito de haber cerrado 4000 entradas. Rechazado por sus pares en la votación, en un conciliábulo al cual llegas luego de descender a la ñoñez máxima, rematé mi búsqueda de esta rancia marioneta, leyendo cómo una mujer de República Dominicana le pedía por favor no cerrar el artículo de su fallecido padre, un orfebre que había inventado en su pueblo una técnica especial y que alguien, no sabía ella quien, había dado de su tiempo para fijar la biografía y pasos del artesano. Orgullosa, ella decidió subir unas fotos que documentaran el talento de su progenitor, sin saber que este tipo, sin escuchar razón, terminaría enviando al olvido ipso facto la nota. Lo último que supe del caso, fue un lastimero pedido de la mujer, llorando al ser la causante de la destrucción del legado de su padre y su exposición frente al mundo.

El otro personaje involucrado era un llamado bibliotecario, lo imaginé como una pesadilla borgiana, más bien como un ser lleno de tentáculos, pero esa pretenciosa construcción de mi imaginario se derrumbó cuando vi su nombre Tofu Blanco y vi su perfil con una imagen de Inuyasha. Allí pude ver sus dictámenes históricos, por quince años, el tipo nos había salvado de una coma mal puesta en la entrada de Cristiano Ronaldo o había evitado que una nota sobre Mario Kart expusiera de forma correcta el nombre de Koopa. Ese nivel de responsabilidad lo llevaba a desvelarse y pude ver como en su horario continental, respondía cada petición en cuestión de segundos. No tuve que esforzarme demasiado para entender cómo opera esta red, o sea alguien pone una etiqueta en contra de una entrada, tienes un plazo perentorio para argumentar, y cuando lo haces, pues ellos por interno, ya que de seguro se conocen virtualmente y son compas en este 4chan glorificado, se protegen, se ponen de acuerdo vía emoticones y le piden una mano al otro para fraguar su juego y dar por conciliado o muerto el asunto. El usuario no tiene derecho a réplica, además se dan el gusto de hacer sentir a las personas como mierdas, como un torpe miserable, un aprovechado, alguien que juega de mala fe y que busca asaltar a los demás como un bucanero. En ese momento entendí la pena de mi antiguo alumno, su deseo de aportar algo desde su conocimiento, quizá sentir que me apoyaba, y en ese punto encontré esta línea en su mail. -Admiró tu trabajo, jamás creí que te haría daño de algún modo, pues la verdad, en nuestra desértica ciudad, cuando algo condenado a fosilizarse, en este caso la literatura, era movido por una fuerza, sentí que había que ser parte, echar una mano, aunque fuese a la distancia. Lo siento-.

Cómo guardarle rencor, sólo pude imaginar a Tofu blanco en su habitación, en la casa de sus padres y mientras estos follan a sus cincuenta años, el con treinta y algo come su sopa maruchan y maldice pensando, joder porque hacen eso, no ven que estoy aquí salvando al mundo de los criminales del conocimiento, acaso estas referencias se van a corregir solas. Mañana un niño va a buscar información de la última Resident Evil con Milla Jovovich y necesita saber que ese personaje, el rubio, era Leon Kennedy y hay que dejar claro quien lo interpretó.

Cuando termino de escribir este último párrafo estoy al tanto de que en una parte de la galaxia de internet, hay una entrada con mi nombre con los días contados, como un condenado a la cámara de gas. Reconozco que he visto más de lo que desearía, siento que mis ojos se han quemado con tanta sabiduría desplegada. Háganme caso, hay ciertos agujeros de conejo que es recomendable no explorar por patéticos. En todo caso reconozco que he ganado un amigo. Somos como dos personas que se conocen de toda la vida, sentados en un patio lleno de basura que uno acumula y esperamos con una sonrisa el fin de año y los juegos artificiales, sólo que en esta ocasión nos reunimos en una sala de zoom, uno en Chile y el otro en México, riéndonos con pantalla compartida al ver como estos verdugos deliberan la extinción de un monolito hórrido con mi rostro y nombre, el cual se hunde en la pantanosa mierda de esta era virtual.

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Daniel Rojas Pachas (1983). Escritor y Editor. Actualmente reside en Bélgica a cargo de la dirección del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo BarrocoAllá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla y Mecanismo destinado al simulacro y las novelas RandomVideo killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías –textuales y virtuales– de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su web

https://www.danielrojaspachasescritor.com/





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