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Tachas 502 • Libros centenarios 1922 • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas

Ulises, de James Joyce
Ulises, de James Joyce
Tachas 502 • Libros centenarios 1922 • Fernando Cuevas

Algunos textos que cumplieron el siglo de vida durante el año que recién terminó. Uno de los años cruciales para la literatura. Vamos para allá.

El centenario más sonado es el de Ulises, novela rupturista de James Joyce, basada remotamente en la Ilíada más como conjetura que de manera explícita, en la que combinó géneros, experimentó con formas literarias y profundizó en los pensamientos de los personajes, más que en los acontecimientos externos: en efecto, durante un solo día, el 16 de junio de 1904 en Dublín, acompañamos al joven poeta Stephen Dedalus, al publicista judío Leopold Bloom y a Mary Bloom, su esposa y cantante que presumiblemente le será infiel en su casa, si bien tiene su versión con todo y ese implacable monólogo interno sin pausa con el que cierra el amplio volumen. Todo un desafío para nosotros los lectores, que podemos ir saltando por los diferentes capítulos para acompañar las deambulaciones físicas y mentales de estos personajes y algunos otros que aparecen de pronto para acaso ir cayendo en cuenta que bien podríamos formar parte de este elenco y su apabullante cotidianidad. Una absoluta explosión laberíntica del lenguaje de la que es imposible salir ileso.

Herman Hesse firmó su célebre Siddartha, libro habitual en la etapa de la juventud lectora en el que usualmente acompañamos al hombre del título, un indio de clase alta que decide dejar las comodidades en busca de encontrar el camino de la espiritualidad, entre ideas filosóficas y religiosas tanto de oriente como de occidente, para dirigirse rumbo a encontrar el sentido de la propia existencia: todo un viaje de iniciación del personaje y, en muchos casos, del propio lector. Franz Kafka publicó el relato Un artista con hambre, centrado en un hombre que vive en la jaula de un circo, practicando el ascetismo extremo y paulatinamente olvidado por todos: ahí está la infaltable cuota del absurdo, la ironía y la desesperanza del individuo frente a las estructuras, o bien la forma en la que busca adaptarse a toda costa como en la satírica y afilada Babbitt, en la que Sinclair Lewis desarrolla al personaje del título, un asesor inmobiliario de una ciudad del medio oeste que busca responder a las expectativas de la clase media conservadora en la que busca encajar a toda costa, desde una perspectiva conformista: la persecución del sueño americano puesta en tela de juicio antes de la Gran depresión.

Con un trasfondo psicoanalítico en el que intervienen el sexo, la culpa y las relaciones de poder, Stefan Zweig propuso Amok, expresión que refiere a una furia incontrolable, en la que nos sumergimos en la experiencia de su personaje central, un médico que trabaja en una pequeña aldea indonesia y que termina obsesionado por una mujer inglesa, esposa de un comerciantes holandés, que acudió a él para que le practicara un aborto en secreto: vamos conociendo la historia a través de un narrador a quien el protagonista le cuenta su historia mientras viajan en un barco, hasta que el hombre desaparece. Se publicó también Sodoma y Gomorra, cuarta parte de la opus magna En busca del tiempo perdido, en donde Marcel Proust se adentra en las relaciones homosexuales y en el salón de los Verdurin, con múltiples personajes de la burguesía deambulando, incluyendo a El Narrador, quien nos guía por los placeres, seducciones, luchas de poder y miserias de estos entramados sociales.

Un par de miradas femeninas, cortesía de un par de revolucionarias escritoras, a las clases acomodadas a partir de la descripción de las formas de pensar de las distintas personas y sus vínculos, más que desplegando tramas muy elaboradas: desde Nueva Zelanda, Katherine Mansfield publicó en vertiente modernista, un año antes de morir, el conjunto de relatos Fiesta en el jardín, introduciéndose en la insensibilidad de cierto sector social y los conflictos familiares que se vivían en su seno, mientras que su amiga, Virginia Woolf, entregó El cuarto de Jacob, tercera novela en la que articula diversas percepciones sobre su personaje principal, incluyendo la propia voz del Jacob del título, conformando un logrado estudio de carácter que viaja de la infancia a la adultez, pasando por su etapa universitaria.

En el terreno de las aventuras, Rafael Sabatini nos puso a navegar con su famoso Capitán Blood, basado en la vida de Henry Morgan, en donde relata las travesías y atracos de un líder bucanero que comandaba grandes expediciones en las Antillas, cuando la piratería era asunto de complicidad con el imperio británico, mismo que después termina por defenestrarlo ante sus inquebrantables principios, cuestionables algunos pero al fin sólidos. F. Scott Fitzgerald se mantuvo muy activo: integró Cuentos de la era del jazz, entre los que se encontraba El diamante tan grande como el Ritz, acerca de la ambición, y el famoso relato El curioso caso de Benjamin Button, sobre el hombre que envejece al revés, y publicó la novela Hermosos y malditos, en el que se describen las tribulaciones de un matrimonio acaudalado. 

La poesía vivió un año crucial: T. S Eliot publicó La tierra baldía, integrado por 434 versos y dividido en cinco partes, para dejarnos claro que abril es el más cruel: volver a escalar esta cumbre es toda una aventura poética, entre los tiempos de posguerra, las tradiciones literarias y un profundo humanismo plasmado en palpitantes imágenes, acaso en busca de una renovada civilización. Que la vida es un tránsito hacia la muerte, queda confirmado en Trilce, poema mayor firmado por el renovador poeta peruano César Vallejo, por si hubiera duda de esta condición vital que requiere atravesarse por esa bruma espesa y eterna como lo escribiera Gabriela Mistral en Desolación, uno de sus grandes poemas que nos deja silenciosos ante ese destino que “ni mengua ni pasa.”