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POESÍA

Tachas 502 • Orfandad • Rosa Espinoza

Rosa Espinoza

Imagen ceada con IA
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Tachas 502 • Orfandad • Rosa Espinoza

La vida transcurre en la costumbre, 
en el sincopado de las cosas. 
Un día sucede tras otro, como un trago de agua en la garganta 
o el café por la mañana, 
como las hojas de la buganvilia sobre la loza,
el cofre polvoriento, 
el canto breve de los pájaros comunes 
que se acomodan en el barandal de la ventana 
y desaparecen en un parpadeo. 

La infancia es eso: 
un rehilete bajo el sol 
que destella visajes infinitos en los ojos niños 
en un alma limpia 
en el nuevo corazón. 

Un día amanecí más sola, 
más única y especial, 
colmada de un miedo 
que buscaba escamotearse, 
como las rodillas raspadas 
o las uñas sucias. 

Los cinco hermanos bajamos del carro 
una mañana veraniega 
en fila india hacia la escuela 
mirando al suelo para no advertir, 
sentir los ojos sobre la espalda por el peinado mal hecho, 
la falda planchada a medias y los zapatos sin brillo, 
con las monedas del recreo cantando en la mochila 
una tonada fúnebre. 

Éramos los mismos, pero otros 
unos con orfandad y tristeza tras de un mamparo 
o en los pasillos solitarios. 
Y así pasaron días meses años 
grados escolares, peldaños. 

Aprendí del disimulo 
de mi risa que perdió para siempre su eco musical 
y la condena sin prisión que me habita 
en el estertor y el vacío 
en las noches silenciosas 
en la tragedia sin dueño. 

Mi corazón es un tambor mudo 
una caja de sonido sin reverberar. 
Y aunque la infancia desalojó mis predios, 
seré siempre la niña 
que busca en el columpio todos los vuelos 
todos los vértigos y los zumbidos, 
el suspiro de media tarde frente al raspado. 

El baño en el río no borrará 
la marca de tu pecho en mi recuerdo 
ni tu sonrisa escasa sobre la almohada 
ni tus ojos hundidos ni tu fragilidad enfundada 
en el dolor de saber que no estarías más aquí. 

Tu marca de agua es de ausencia 
el lacre que selló mi carta de niña sola 
sin castigo por no terminar la sopa 
por llorar en los nudos de mi pelo. 

Es una ventaja no tenerte 
saberte tras de mí por la tarea 
o por el cepillo de dientes o las agujetas, la ropa sucia, la cama sin tender… 
o la mano en la espalda sobando las fiebres 
llorando por el estallido en mis oídos 
con su hilo de sangre sobre la sábana. 

Nunca fuiste abuela, suegra o mujer desconsolada por el abandono. 
Ni vieja, ni amargada por un cuerpo blando y vencido. 
Por momentos es mejor vivir en eso que no fuiste 
que no pudiste ser 
porque tu cuerpo claudicó 
antes de comenzar la partida 
del tiempo sobre ti. 

Hoy eres la niña que cuido, la vieja que soy 
y sobo tu recuerdo cada vez más flojo y disperso, 
como las volutas que pasean 
frente a la ventana
cuando la luz alisa el edredón 
y mi cuarto es una cuna de versos 
que pergueñan soledad. 

Nunca serás despedida porque no hubo puertas 
o andenes solitarios, o umbrales o peldaños, 
tampoco la distancia que se pinta cuando agitas la mano. 

Aunque sí trazaste una ruta al infinito 
en ese alud en el siempre insistiré 
para encontrarte. 




 

***
Rosa Espinoza, (Mexicali, Baja California, 1968). Es editora, narradora y poeta. Propietaria del sello editorial Pinos Alados, actualmente radica en la ciudad de Querétaro, Querétaro. Es autora del poemario Señero (2016), Postales de Inglewood (Premio Nacional Dolores Castro en narrativa, 2017) y Cuadernos de la dispersión (Premio Estatal de Literatura 2018, del género poesía). 




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