DISFRUTES COTIDIANOS
Tachas 567 • La Quimera: reencontrar el amor hasta bajo las piedras • Fernando Cuevas
Fernando Cuevas

El sentido está en la búsqueda, en el proceso, en el trayecto, más que en la llegada o el encuentro. De la aterrorizante bestia híbrida de la mitología griega y la rencilla o pelea, transitamos al significado del poder de la imaginación para crear realidades y mundos posibles que no existen para los demás: un vínculo entre lo posible y lo imposible, la vida y la muerte, los sueños y las pesadillas, la superficie y la profundidad, lo tangible y lo etéreo. Ir detrás de esa quimera que se va reconfigurando a lo largo de la propia existencia y que, como el faro de la utopía, marca rumbo aunque se tenga conciencia de que nunca se llegará. O sí, acaso siguiendo el hilo fantasma.
Arthur (Josh O’Connor, meditabundo) es un arqueólogo inglés con un don para identificar lugares donde puede haber tesoros arqueológicos, que recién sale de prisión y regresa en tren a un pueblo de la Toscana como despertando de un sueño: vuelve con la banda de tombaroli, integrada por pillos solidarios dedicados a buscar piezas antiguas, en particular de la cultura etrusca, para venderlas al mejor postor, una labor al margen de la ley que implica aventura, riesgo y mucha incertidumbre. Pero el protagonista parece estar usando su habilidad más bien para encontrar a su quimera, la añorada Beniamina (Yile Yara Vianello), la mujer perdida que amó en el mundo de los vivos y que sigue amando en otros planos.
Este reverso de Indiana Jones, de traje polvoriento y mirada extraviada, que habita una casa de lámina, visita a la madre de su amada en una casona decadente (Isabella Rossellini, enorme), profesora de música que también espera el milagroso regreso de su hija, abrumada por unas parlanchinas hijas dando opiniones no pedidas, y donde conoce a Italia (Carol Duarte, efusiva), una joven con dos hijos que ayuda a la anciana y que se supone toma clases de canto sin mucho éxito: este simbólico encuentro servirá de pasaje para ambos, reencontrarse y seguir adelante en sus búsquedas vitales, descubriendo tesoros enterrados y negocios en los oscurito orquestados por alguna dealer de arte (Alba Rohrwacher) y generados a punta de discusiones llenas de gruñidos.
Dirigida por Alice Rohrwacher (corto Le Pupille, 2022; El país de las maravillas, 2014; Corpo Celeste, 2011) y coescrita junto con Marco Pettenello y Carmela Covino en clave de pausado realismo mágico entreverado por el neorrealismo de su tierra, La quimera (Italia-Francia-Suiza, 2023) es una historia de amor imposible en la que cabe la aventura y la celebración, la decepción y la intriga, la posibilidad de la fantasía con una realidad que se entromete en el subsuelo para descubrir tiempos pasados que permanecen ocultos hasta que aparezca el mejor postor, incluso hasta perder la cabeza o sumergirla en las aguas para encontrar reflejos de los propios recuerdos.
Si en Lazzaro Feliz (2018) la imaginación era más bien una maldición y en Futura (2021), una forma de visualizarse prospectivamente por parte de unos ojos adolescentes, acá la directora de un par de capítulos de la estimable serie La amiga estupenda (2020) la propone como un escape o la fuerza para seguir deambulando, vara en mano, para encontrar el preciado tesoro, contando con el apoyo de sus colegas. Por supuesto, en la construcción de ambientes, interacciones entre los personajes y situaciones, sobrevuelan Fellini, Pasolini, Visconti y De Sica, con las dosis de drama y humor muy a la italiana, sin faltar los apuntes de enfoque circense.
Para acentuar el tono de melancólica ensoñación, la versátil fotógrafa cómplice Hélène Louvart juega con diversidad de formatos y velocidades, texturas soleadas o de humedad latente, encuadres que se esconden y que se llenan con los personajes en espera, contrastes lumínicos que insinúan esos estados de realidad y desplazamientos de cámara que nos ponen de cabeza, partiendo de un reflejo acuoso para lanzarnos al cielo atravesado por aves en proceso de migración o visualizaciones de la mujer añorada en primeros planos, acaso para seguir el hilo del resquicio al final encontrado y emerger a una nueva dimensión, como sucedía en Monster (Koreeda, 2023).
La quimera como una forma de repensar y experimentar el mundo tangible a partir de una fantasía que impulse a sumergirse en cámaras mortuorias, justamente para encontrar la posibilidad de una nueva vida o regresar a un estadio anterior, nostálgicamente anhelado y en todo momento presente.