ENSAYO
Tachas 613 • La idea de que el género no es un espectro • Rebecca Reilly-Cooper
Rebecca Reilly-Cooper

El género no es un espectro.
— Se supone que la idea de que «el género es un espectro» nos hace libres, pero dicha idea es ilógica y políticamente presenta problemas.
¿Qué es el género? Esta es una pregunta que apunta al corazón mismo de la teoría y la práctica feministas y es fundamental en los debates actuales del activismo relativo a la justicia social, la clase, la identidad y los privilegios.
En el lenguaje cotidiano, la palabra «género» es sinónimo de lo que con mayor precisión se denomina «sexo». Quizás debido al uso de esa palabra, sexo, para describir las relaciones sexuales, la palabra «género» se usa eufemísticamente para referirse al hecho biológico de si una persona es mujer u hombre, salvándonos a todos la leve vergüenza de tener que invocar, indirectamente, los órganos genitales y los procesos que conlleva esta distinción.
La palabra «género» originalmente tenía un significado puramente gramatical en aquellas lenguas que clasifican los sustantivos en femeninos, masculinos o neutros. Pero desde al menos 1960, la palabra ha tomado otro significado, lo que nos permite hacer una distinción entre sexo y género. Para las feministas esta distinción ha sido importante porque nos permite reconocer que algunas de las diferencias entre mujeres y hombres son propias de la biología, mientras que otras tienen sus raíces en el medio ambiente, la cultura, la crianza y la educación.
Al menos, ese es el papel que la palabra género tradicionalmente desempeña en la teoría feminista.
Solía ser una idea feminista básica y fundamental que, si bien el sexo se refiere a lo que es biológico, y tal vez en cierto sentido a lo «natural», el género se refiere a lo que se construye socialmente.
Desde este punto de vista, que por simplificar lo llamaremos la visión feminista radical, el género se refiere al conjunto de normas impuestas externamente que prescriben y proscriben el comportamiento deseable a los individuos de acuerdo con características moralmente arbitrarias. Éstas normas son externas al individuo y coercitivamente impuestas, y no solo eso: también representan un sistema binario de castas o jerarquía, un sistema de valoración con dos posiciones; la masculinidad por encima de la feminidad.
Los individuos nacen con el potencial de desempeñar uno de dos roles reproductivos, determinados al nacer, o incluso antes, por los genitales externos que la criatura posee. A partir de entonces, se le inculcará en una de las dos clases de la jerarquía: la clase superior si sus genitales son convexos (están afuera), la inferior si sus genitales son cóncavos (están adentro).
Desde el nacimiento, y la identificación a la pertenencia a alguna de las dos clases según el sexo, la mayoría de las hembras humanas son criadas para ser pasivas, sumisas, débiles y que cuiden de otros; mientras que la mayoría de los machos humanos son criados para ser activos, dominantes, fuertes y agresivos. Este sistema de valoración, y el proceso de socializar e inculcar a los individuos en él, es lo que las feminista radicales designan con la palabra “género”.
Entendido así, no es difícil ver lo que es objetable y opresivo sobre el género, ya que limita el potencial tanto de hombres como de mujeres por igual, y afirma la superioridad de los hombres por sobre las mujeres.
Por lo tanto, para el feminismo radical, el objetivo es abolir completamente el género: dejar de poner a la gente en cajas rosadas y azules, y permitir el desarrollo de las personalidades y preferencias de los individuos sin la influencia coercitiva de este sistema de valores socialmente promulgado.
Este punto de vista respecto a la naturaleza del género es incómodo para aquellos que experimentan el género como en cierto sentimiento interno e innato, más que como una construcción totalmente social e impuesta externamente. Tales personas no sólo discuten que el género esté enteramente construido, sino que también rechazan el análisis feminista radical de que aquél es inherentemente jerárquico con dos posiciones determinadas.
Esta postura, que llamaré la visión del feminismo queer, dice que el género es opresivo, pero lo que lo hace opresivo no es que se construya socialmente y se imponga coercitivamente: más bien, señala, el problema es la prevalencia de la creencia de que sólo hay dos géneros.
Según esta visión, los seres humanos de ambos sexos serían libres si reconociéramos que el género es una faceta interna, innata, esencial de nuestras identidades, pero que existen más géneros que sólo ‘mujer’ u ‘hombre’ de los que escoger. Y el siguiente paso en el camino hacia la liberación es el reconocimiento de una nueva gama de identidades de género: ahora tenemos gente que se refiere a sí misma como «queergénero» o «no binario» o «pangénero» o «polygénero» o «agénero” o «demiboy» o «demigirl» o «neutrois» o «aporagénero» o «lunagénero» o «quantumgenéro» … podría seguir.
Un mantra repetido entre los defensores de este punto de vista es que «el género no es un binario; es un espectro «. Lo que sigue, desde este punto de vista, no es que necesitamos derribar las cajas rosa y azul; más bien, simplemente necesitamos reconocer que hay muchas más cajas aparte de estas dos.
A primera vista esto parece una idea atractiva, pero hay numerosos problemas con ella, problemas que la hacen internamente incoherente y políticamente problemática.
Muchos defensores de la visión queer del género describen su propia identidad de género como «no binario», y lo presentan en oposición a la gran mayoría de las personas cuya identidad de género se presume binaria. A primera vista, parece haber una tensión inmediata entre la afirmación de que el género no es un binario, sino un espectro, y la afirmación de que sólo una pequeña porción de individuos pueden ser descritos como poseedores de una identidad de género “no binaria”. Dicho de otro modo, si el género es realmente un espectro, ¿no significa acaso que cada individuo, por definición, es de género “no binario”? Si es así, entonces la etiqueta «no binario» para describir una identidad de género específica sería redundante, porque no podría designar una categoría especial de personas.
Para evitar esto, el defensor del modelo de espectro debe, de hecho, asumir que el género es tanto un binario como un espectro, al mismo tiempo. Es completamente posible que algo sea descrito tanto de forma continua (espectro) como binaria. Un ejemplo es la altura: claramente la altura es un continuo, y los individuos pueden caer a lo largo de ese continuo (de ese espectro); pero también tenemos las etiquetas binarias “Alto y Bajo”. ¿Podría el género operar de manera similar?
Lo que hay que notar en el binario Alto/Bajo es que cuando se invocan estos conceptos para referirse a personas, ellos son descripciones relativas o comparativas. Veamos.
Puesto que la altura es un espectro o un continuo, ningún individuo es absolutamente alto o absolutamente bajo; todos somos más altos que algunas personas y más bajos que otras. Cuando nos referimos a las personas como “muy altas”, lo que queremos decir en el fondo es que son más altos que la persona promedio en algún grupo cuya altura nos interesa examinar. Un niño adolescente podría ser simultáneamente alto para otro niño de seis años, y sin embargo ser bajo en comparación con un hombre adulto. Así que las etiquetas binarias “alto y bajo” deben necesariamente ser comparativas y hacer referencia al promedio. Quizás, sólo los individuos que se agrupan alrededor de ese promedio podrían tener cierta razón de referirse a sí mismos como de «altura no binaria».
Sin embargo, parece improbable que esta interpretación del modelo de espectro satisfaga a aquellos que se describen como de género no binario. Si el género, como la altura, debe ser entendido como comparativo o relativo a otros, echaría por tierra la insistencia del feminismo queer de que los individuos son los únicos árbitros de su género. El género de cualquiera se definiría en referencia a la distribución de las identidades de género presentes en el grupo en el que se encuentre ese individuo, y no por su propia autodeterminación individual. Por lo tanto, no me correspondería a mi decidir que soy de género no binario. Esto podría determinarse solamente comparando mi identidad de género con la de los demás, y viendo en qué parte del espectro caigo. Y aunque podría pensar en mí como una mujer, alguien más podría estar más allá del espectro, más cerca del extremo “femenino” de lo que yo estoy, y por lo tanto esa persona sería «más mujer» que yo.
Además, al observar la analogía con la altura podemos ver que, si analizamos toda la población, sólo una pequeña minoría de sujetos sería descrita con exactitud como “alto” o “bajo”. Dado que la altura efectivamente es un espectro, y las etiquetas binarias son atribuidas comparativamente, sólo un puñado de personas en cualquier extremo del espectro puede ser significativamente etiquetado de alto o bajo. El resto de nosotros, que caemos a lo largo de todos los puntos intermedios, somos la gente de «altura no binaria», y somos típicos. De hecho, las personas completamente altas y bajas situadas al extremo del espectro, son las raras e inusuales. Y si extendemos la analogía con el género, vemos que ser de “género no binario” es en realidad la norma, no la excepción.
—– Llamarse a sí mismo no binario es, de hecho, crear un nuevo binario falso.
Si el género es un espectro, significa que es un continuo entre dos extremos, y todo el mundo se encuentra en algún lugar a lo largo de ese continuo. Supongo que los dos extremos del espectro son la masculinidad y la feminidad. ¿Hay algo más que podrían ser? Una vez que nos damos cuenta de esto, queda claro que todo el mundo es no-binario, porque absolutamente nadie es pura masculinidad o pura feminidad. Por supuesto, algunas personas estarán más cerca a un extremo del espectro, mientras que otras serán más ambiguas y flotarán cerca del centro. Pero incluso la persona más convencionalmente femenina demostrará algunas características que asociamos con la masculinidad, y viceversa.
Yo estaría feliz con esta conclusión, porque a pesar de poseer la biología de una mujer y llamándome mujer, no me considero un estereotipo de género bidimensional. No soy una manifestación ideal de la esencia de la feminidad, y por lo tanto no soy binaria. Como todo el mundo. Sin embargo, es probable que aquellos que se describen como de género no binario, no estén satisfechos con esta conclusión, ya que su identidad como «persona no binaria» depende de la existencia de un grupo mucho más grande, los llamados «cisgénero», personas que son incapaces de estar fuera de los arbitrarios extremos masculino/ femenino dictados por la sociedad.
Y aquí tenemos la ironía de que algunas personas insistan en que ellos y un puñado de sus compañeros revolucionarios de género son “no binarios”: al hacerlo, crean un binario falso, entre los que se ajustan a las normas de género asociadas con su sexo, y los que no. En realidad, todo el mundo es no binario. Todos participamos activamente en algunas normas de género, aceptamos pasivamente las demás y rechazamos voluntariamente otras. Así que llamarse a uno mismo “no binario” es, de hecho, crear un nuevo binario falso. También a menudo parece implicar que esa persona se sitúa a si misma en el lado más complejo e interesante de ese binario, permitiéndole afirmar que nadie la comprende y que es oprimida políticamente por las personas binarias cisgénero.
Si te identificas como pangenéro, por ejemplo, ¿significa que representas todos los puntos posibles del espectro? ¿Todos al mismo tiempo? ¿Cómo podría ser posible, dado que los extremos necesariamente son contrarios e incompatibles entre sí? La feminidad pura es pasividad, debilidad y sumisión, mientras que la masculinidad pura es agresión, fuerza y dominio. Es simplemente imposible ser todas estas cosas al mismo tiempo. Si no estás de acuerdo con estas definiciones de masculinidad y feminidad, y no aceptas que la masculinidad debe definirse en términos de dominación, mientras que la feminidad no debe describirse en términos de sumisión, puedes proponer otras definiciones. Pero sea lo que sea que vayas a plantear, necesariamente vas a representar dos opuestos entre sí.
Al parecer, a un puñado de individuos se les permite estar excluídos del espectro por completo declarándose «agénero», diciendo que no se sienten ni masculinos ni femeninos, y no tienen ninguna experiencia interna de género. No se nos da ninguna explicación de por qué a algunas personas se les permite negarse a definir su personalidad en términos de género, mientras que a otras no, pero una cosa que está clara sobre auto denominarse como agénero: no todos podemos declarar que no tenemos género, por las mismas razones por las que no todos podemos llamarnos no binarios. Si todos negáramos que tenemos una identidad de género innata y esencial, entonces la etiqueta «agénero» sería redundante, ya que carecer de género sería un rasgo universal. “Agénero” sólo puede definirse en función del género. Aquellos que se definen a sí mismos y su identidad por su falta de género deben por lo tanto estar comprometidos con la opinión de que la mayoría de las personas tienen un género innato y esencial. Pero, por alguna razón, no lo hacen.n
Una vez que afirmamos que el problema con el género es que actualmente sólo reconocemos dos de ellos, la pregunta obvia es: ¿cuántos géneros tendríamos que reconocer para no ser opresivos? ¿Cuántas posibles identidades de género existen?
Para la postura queer, la única respuesta consistente sería: 7 mil millones, más o menos. Hay tantas identidades de género posibles como seres humanos en el planeta. Según Nonbinary.org, uno de los principales sitios de referencia en Internet para obtener información sobre géneros no binarios, nuestro género puede ser helado o el Sol o la música o el mar o Júpiter o pura oscuridad. Tu género puede ser pizza.
Pero si esto es así, no está claro cómo tiene sentido o añade algo a nuestro entendimiento llamar a cualquiera de estas cosas «género», en lugar de simplemente «personalidad humana» o «cosas que me gustan». La palabra género no es sólo una palabra de fantasía para agregar a tu personalidad o tus gustos o preferencias. No es sólo una etiqueta a adoptar ya que ahora tienes una manera única de describir lo genial y multitudinario e interesante que eres. El género es el sistema de valores que vincula los comportamientos y características deseables (y a veces indeseables) de acuerdo a la función reproductiva de cada quien. Una vez que hemos desacoplado esos comportamientos y características de la función reproductiva -que debe hacerse- y una vez que hemos rechazado la idea de que hay sólo dos tipos de personalidad y que una es superior a la otra -que debe hacerse- ¿es posible seguir llamando a esto «género»?, ¿Qué significado tiene la palabra «género», que la palabra «personalidad» no pueda captar?
Según Nonbinary.org, tu género puede aparentemente ser:
—— “(Nombre)género: ‘Un género que se describe mejor por el nombre de cada uno, es bueno para aquellos que no están seguros con qué se identifican, pero definitivamente saben que no son cis … puede ser utilizado como un solo término o un identificador específico, por ejemplo, Juangénero, Juanagénero, (su nombre aquí)género, etc.”
El ejemplo de ‘(nombre) género’ demuestra perfectamente cómo funcionan las identidades de género no binarias y la función que desempeñan. Son para las personas que no están seguros de como se identifican , pero saben que no son cisgénero. Presumiblemente porque son demasiado interesantes y revolucionarios y transgresores para algo tan ordinario y convencional como “cis”.
Este deseo de no ser cis es racional y tiene perfecto sentido, especialmente si eres mujer. Yo también creo que mis pensamientos, sentimientos, aptitudes y disposiciones son demasiado interesantes, bien redondeados y complejos para ser simplemente una «mujer cis». A mí también me gustaría trascender los estereotipos socialmente construidos sobre mi cuerpo femenino y las suposiciones que otros hacen sobre mí como resultado de ello. A mí también me gustaría ser vista como algo más que una simple madre / sierva doméstica / objeto de gratificación sexual. A mí también me gustaría ser vista como un ser humano, una persona con una vida interior rica y profunda, con el potencial de ser más de lo que nuestra sociedad ve actualmente como posible para las mujeres.
La solución a esto, sin embargo, no es llamarme agénero, la solución no es intentar deslizarme a través de las barras de la jaula mientras que dejo el la jaula intacta, y al resto del mujeres atrapadas dentro de ella. Esto es así, dado que no puedo deslizarme a través de las barras, por mucho que me llame “agénero”, tendré al mundo viéndome como una mujer, y tratándome en consecuencia. Puedo presentarme como agénero e insistir en mi propio conjunto de neo-pronombres cuando solicito un trabajo, pero no evitará que el entrevistador me vea potencialmente con un bebé a cuestas y le de el puesto de trabajo al alguien menos calificado pero menos gravado por la reproducción: un hombre.
Hemos llegado al punto de tensión crucial, justo al corazón de la política de identidad de género. Algo que la mayoría de sus defensores no han notado, u optan por ignorar, porque sólo puede resolverse rechazando algunos de los principios clave de su doctrina.
Muchas personas suponen con razón que la palabra «transgénero» es sinónimo de «transexual», y significa algo así como: tener disforia y sentir angustia por tu cuerpo sexuado, y tener el deseo de alterar ese cuerpo para que se parezca más al cuerpo del sexo opuesto. Pero de acuerdo con la terminología actual de la política de identidad de género, ser transgénero no tiene nada que ver con el deseo de cambiar de sexo. Lo que significa ser transgénero es que tu identidad de género innata no coincide con el género que se te asignó al nacer. Esto podría darse incluso si estás perfectamente feliz y contento en el cuerpo que posees. Se es transgénero, simplemente, si te identificas con un género, pero socialmente eres percibido como otro.
Es un principio clave de esta doctrina, que la gran mayoría de la gente puede ser descrita como ‘cisgénero’, lo que significa que nuestra identidad de género innata coincide con la que se nos asignó al nacer. Pero como hemos visto, si la identidad de género es un espectro, entonces todos somos no binarios, porque ninguno de nosotros habita en los puntos representados por los extremos de ese espectro. Cada uno de nosotros existe en algún punto único a lo largo de ese espectro, determinado por la naturaleza e idiosincrasia individual de nuestra propia identidad particular, y nuestra propia experiencia subjetiva del género. No está claro cómo alguien podría ser cisgénero. A ninguno de nosotros se nos asignó nuestra identidad de género correcta al nacer, ¿cómo podríamos ser cisgénero? En el momento de mi nacimiento, ¿cómo podría alguien haber sabido que después iba a descubrir que mi identidad de género es «hielogénero», un género que aparentemente es «muy frío y nevado»?
Una vez que reconocemos que el número de identidades de género es potencialmente infinito, nos vemos obligados a admitir que nadie es cisgénero, porque a nadie se le asigna la identidad de género correcta al nacer. De hecho, a ninguno de nosotros se le asignó una identidad de género al nacer en absoluto. Lo que pasó, fue que nos colocaron en una de las dos clases de sexo sobre la base de nuestra potencial función reproductiva, determinada por nuestros genitales externos. Luego fuimos criados de acuerdo con las normas de género socialmente prescritas para las personas de ese sexo. Todos somos educados e inculcados en uno de dos roles, mucho antes de que podamos expresar nuestras creencias acerca de nuestra identidad de género innata, o mucho antes de que podamos determinar por nosotros mismos el punto exacto del continúo de género en el que caemos. Definir así a las personas transgénero, es decir, como aquellas que al nacer no se les asignó el lugar correcto en el espectro de género, tiene la implicación de que cada uno de nosotros es transgénero; no hay gente cisgénero.
La conclusión lógica de todo esto es: si el género es un espectro, no un binario, entonces todo el mundo es trans. O alternativamente, no hay personas trans. De cualquier manera, esta conclusión es profundamente insatisfactoria, sirve tanto para oscurecer la realidad de la opresión de la mujer, como para borrar e invalidar las experiencias de las personas transexuales.
La manera de evitar esta conclusión es darse cuenta de que el género no es un espectro. No es un espectro, porque no es una esencia innata, interna o propiedad. El género no es un hecho de las personas que debemos tomar como fijo y esencial, y luego construir nuestras instituciones sociales alrededor de ese hecho. El género sin lugar a dudas es absolutamente construido de manera social, es una jerarquía impuesta externamente, con dos clases, ocupando dos posiciones de valor: macho sobre hembra, hombre sobre mujer, masculinidad sobre feminidad.
La cuota de verdad desde la teoría del espectro [aplicada a la visión radical] reside en el hecho de que la conformidad con el lugar de uno en la jerarquía, y con los roles que se asignan a los individuos, variará de persona a persona. Algunas personas encontrarán que es relativamente más fácil y más indoloro conformarse a las normas de género asociadas con su sexo, mientras que otros encuentran que los roles de género asociados a su sexo son tan opresivos y limitantes que no pueden tolerar vivir bajo ellos y optan por vivir de acuerdo con el papel del género contrario.
El género como una jerarquía perpetúa la subordinación de las mujeres a los hombres y restringe el desarrollo de ambos sexos.
Afortunadamente, lo que sí es un espectro es la personalidad humana, en toda su variedad y complejidad. (En realidad no es un solo espectro, porque no es simplemente un continuo entre dos extremos, sino más bien una gran bola de muchísimas cosas). El género es el sistema de valores que dice que hay dos tipos de personalidad , determinada por los órganos reproductivos con los que se nace.
Uno de los primeros pasos para liberar a la gente de la jaula que es el género es desafiar las normas de género establecidas, jugar y explorar su expresión y presentación. Nadie, y ciertamente ninguna feminista radical, quiere impedir que alguien se defina de forma que tenga sentido para ellos, o que expresen su personalidad de maneras que encuentran agradables y liberadoras.
Si quieres llamarte a tí mismo queer género, femme, demigirl, expresa esa identidad como quieras. Diviértete con eso. El problema surge cuando se comienzan a hacer demandas políticas sobre la base de esas etiquetas – cuando empiezas a exigir que los demás se llamen a si mismos cisgénero, porque necesitas que haya un montón de personas cis binarias convencionales para que tu te definas a ti mismo; y cuando insistes en que estas personas cis tienen ventaja estructural y privilegios políticos sobre ti, porque son socialmente leídas como las personas binarias conformistas, mientras que nadie realmente entiende cuán compleja y luminosa y multifacética y única es tu identidad de género. Llamarte a tí mismo no binario o de género fluido, mientras exiges que otros se llamen cisgénero, es insistir en que la gran mayoría de los seres humanos deben permanecer en sus cajas solo porque tu te identificas como fuera o sin caja.
La solución no es perpetuar el género insistiendo en que existen cada vez más categorías de género que tratan de definir la complejidad de la personalidad humana de manera rígida y esencialista. La solución es abolir totalmente el género. No necesitamos género. Estaríamos mejor sin él. El género como una jerarquía con dos posiciones opera para naturalizar y perpetuar la subordinación de las mujeres a los hombres, y restringe el desarrollo de individuos de ambos sexos. Reconocer el género como un espectro no representa ninguna mejora.
No necesitas tener una profunda experiencia interna de género para ser libre de vestir cómo te guste, comportarte como te guste, trabajar como te guste, amar como te guste. No necesitas demostrar que tu personalidad es “femenina” para que sea aceptable que disfrutes de los cosméticos, la cocina y las manualidades. No es necesario ser queergénero parar queer-ificar el género.
La solución a un sistema opresivo que pone a la gente en cajas rosas y azules no es crear más y más cajas que sean de cualquier otro color, menos azul o rosa.
La solución es destruir las cajas por completo.
Traducción: Mesa de Redacción
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Rebecca Reilly-Cooper es filósofa política de la Universidad de Warwick (Reino Unido). Está interesada en el liberalismo político, la teoría democrática, la psicología moral y la filosofía de la emoción, y actualmente está trabajando en un libro sobre sexo, género e identidad.