sábado. 07.06.2025
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Tachas 624 • La semilla del fruto sagrado: Estrangular la libertad • Fernando Cuevas

Fernando Cuevas​

La semilla del fruto sagrado (The Seed of the Sacred Fig, Alemania-Francia-Irán, 2024)
La semilla del fruto sagrado (The Seed of the Sacred Fig, Alemania-Francia-Irán, 2024)
Tachas 624 • La semilla del fruto sagrado: Estrangular la libertad • Fernando Cuevas

Los regímenes totalitarios se valen de leyes injustas, aparentemente consensuadas, y de tradiciones ancestrales, nunca cuestionadas, para operar en favor de la conservación del poder. Sea de carácter étnico, ideológico o religioso, justifican sus acciones por designios divinos o ancestrales utilizados a conveniencia, y convierten lo político en dogmas irrefutables, cual monolito que rige el pensar, expresar y actuar de sólo una manera, la que es considerada correcta para las autoridades. Una semilla que se instala y crece para asfixiar cualquier posibilidad de disidencia bajo el (falso) argumento de la voluntad divina o del pensamiento del líder místico.

Junto con otros realizadores iraníes como Maryam Moghaddam, Behtash Sanaeeha, Keywan Karimi  y el gran Jafar Panahi, el nacido en Shiraz en 1972, Mohammad Rasoulof (Manuscripts Don’t Burn, 2013; The Twilight, 2002) ha sido un duro crítico del gobierno teocrático de Irán, lo que ha provocado que sea repetidamente condenado a prisión, hasta que finalmente huyó del país después de un periplo de 28 días hacia Alemania, una vez que se anunció la elección de La semilla del fruto sagrado (The Seed of the Sacred Fig, Alemania-Francia-Irán, 2024) para participar en el Festival de Cannes; así, logró librar una condena de ocho años en la cárcel, azotes cual expiación pública, confiscación de sus bienes y una multa económica. 

Un juez de instrucción con posibilidades de seguir ascendiendo (Missagh Zareh, atribulado), asume su nuevo trabajo que implica firmar sentencias de muerte sin los juicios debidos, tema que el director ya había abordado en La maldad no existe (2020). Vive con su devota esposa (Soheila Golestani, en angustia constante) y sus dos hijas (Setareh Maleki y Mahsa Rosatami, en rebeldía), quienes cada vez van cuestionando más la forma de ejercer el patriarcado por parte de su padre, sobre todo a raíz de las manifestaciones por la muerte de una joven y de la pérdida de una pistola que le había sido entregada al funcionario: empieza a sospechar de ellas y de su propia esposa, tensando la relación familiar que antes parecía mucho más cordial. 

El relato se centra en cómo la situación política del contexto se entromete en la relación familiar y contagia la manera de convivencia entre el padre y las tres mujeres, tema que el realizador ya había explorado como guionista en The Red Hatchback (2019) y Son Mother (2017): la desconfianza empieza a prevalecer, así como el aislamiento y el cuestionamiento acerca de la forma de ejercer la autoridad y el papel que el padre está jugando en torno a la justicia, formando parte de los opresores, como se apreciaba en A Man of Integrity (2017), recorriendo esos pasillos de la oficina poblados por representativas figuras de cartón, entre militares y religiosos, cual símbolos del poder inamovible

Las diferencias generacionales se van haciendo más evidentes y la ideologización se fuerza cada vez con mayor intensidad, incluso al punto de sobreponer el interés del trabajo a las consideraciones familiares, llevando los intensos interrogatorios al ámbito del hogar por recomendación del colega (Reza Akhlaghirad), después de tratar de negociar con la posibilidad de permitir que la hija se pinte el pelo y las uñas de azul, y ante la incomprensión de las expectativas y los cambios del mundo en relación con lo que se supone son las leyes de Dios, así como la forma de entender la fe y los cuestionamientos ante una realidad que se entromete por las ventanas de la casa o por los videos del abuso de la fuerza (reales) que circulan por los celulares y en los que se observa el repudio por el asesinato de la joven Mahsa Amini a manos de la policía religiosa debido, simplemente, a no utilizar correctamente el hiyab en el 2022. 

La fotografía de Pooyan Aghababaei juega con desenfoques y perspectivas, sobre todo en los interiores; contrasta los tonos azulados con los momentos de preparar y compartir los alimentos, insertando planos detalle y reiterando la presencia de los espejos, como si se tratara de expresar ese reflejo social que se instala e irrumpe en la intimidad familiar, incluyendo el apoyo a otra joven herida, contrastando la mirada amplia para visualizar el contexto urbano en plena ebullición y los grandes territorios desérticos, recorridos para intentar resolver la situación en la vieja casa rural, mientras suena la música inquietante de Karzan Mahmood. 

En el epígrafe del filme se explica que las semillas del ficus religioso están en el excremento de los pájaros y al caer sobre otros árboles, las raíces aéreas brotan y crecen hasta el suelo; las ramas envuelven al árbol huésped, lo estrangulan y así el higo sagrado se sostiene por sí mismo: un régimen que, en efecto, aniquila toda manifestación de libertad castigando duramente a quien se atreve a opinar distinto, a expresarse de acuerdo con sus principios y a plantear otras alternativas de ciudadanía.

Se puede ver en MUBI o Apple TV.


 

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