viernes. 06.06.2025
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GUÍA DE LECTURA 593

Tachas 624 • Los mil ojos de la selva, de Omar Delgado • Jaime Panqueva

Los mil ojos de la selva, portada
Los mil ojos de la selva, portada
Tachas 624 • Los mil ojos de la selva, de Omar Delgado • Jaime Panqueva

Cuán hondo sigue calando la impronta de H.P. Lovecraft en la literatura latinoamericana, o quizá en el espíritu de nuestro tiempo, cuando el ser humano deviene cada vez más en una ínfima partícula en medio del cosmos o de una naturaleza capaz de aniquilarlo sin que éste pueda ofrecer resistencia. Hace unas semanas comentaba la novela de Octavio Escobar, Cassiani, distopía apocalíptica. En esta oportunidad, Los mil ojos de la selva (Nitro, 2024), ganadora del premio nacional de novela José Rubén Romero 2024, continúa la senda del maestro del horror cósmico en la manigua yucateca. 

Delgado no evoca sólo a Lovecraft, también continúa el derrotero trazado en su Habsburgo, donde presenta el enfrentamiento cósmico entre Benito Juárez y Maximiliano (mencionado con brevedad en un pasaje de su nueva novela). El escenario no podía ser más exótico y a la vez atractivo: el final de la Guerra de Castas, al que con su inquieta imaginación vincula con dos potentes elementos sociales y místicos: un grupo de convictos, asistentes al baile de los 41, condenados en su momento a trabajos forzados en Progreso; y el demonio Kakasbal, perteneciente a la mitología maya.

Esta explosiva mezcla de historia y ficción, además de ser muy entretenida, “refleja la resistencia y fuerza de los habitantes mayas, así como la discriminación, abusos, violencia y desigualdad de un grupo de hombres que por su orientación sexual fueron carne de cañón de una situación política y de poder, y quienes tendrán un papel central en el combate” entre las fuerzas de la luz y la oscuridad.

Los elementos mayas, redimensionados en la narración para potenciar su efecto cósmico, como Kakasbal u otras figuras del Xibalbá, se entremezclan también con el mito no menos fantástico de la Cruz Parlante o Cruzo'ob, y son contrastados con personajes reales como el viejo general Ignacio A. Bravo.

Quizás esta novela pueda escandalizar a los puristas seguidores de la novela histórica tradicional, pero estoy seguro de que hará las delicias de quienes buscan una historia original con tintes de horror gore desplegados con una prosa potente que recuerda los símiles de Chandler o la precisión narrativa e iconoclasia de Farmer.

Me despido con una breve cita para quienes deseen acercarse al trabajo de Delgado, de quien he reseñado anteriormente dos novelas muy recomendables: El caballero del desierto y El don del diablo.

Augusta ya había colocado tres de las cacerolas más grandes sobre el fuego. Le agregaron el agua, y luego una buena porción de carne a punto de podrirse. En la tercera hirvieron frijoles y papas. Jesusa calculaba el número de comensales observando de reojo el desembarco de los demás vapores. Eran cerca de setecientos… por lo menos cincuenta, quizá más, comerían de lo que ellos prepararan. Con ese número en la cabeza ordenó colocar más cacerolas a hervir. A todas les fue derramando una mezcla de hierbas y semillas que permitirían que aquel potaje inmundo tuviera un sabor aceptable. Aunque en realidad, la soldadesca a la que tenía que alimentar era todo menos refinada; hombres arrancados a los surcos de la tierra y de las minas que eran felices con totopos y quelites, y a los que aquel guiso de caballo les sabría a fiesta patronal.

Un posible nuevo guion para Netflix…

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