jueves. 05.06.2025
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Tachas 625 • Los hombres que odian a las mujeres • Susan Forward

Susan Forward

Imagen genarada por IA
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Tachas 625 • Los hombres que odian a las mujeres • Susan Forward

El hombre más romántico del mundo

Hay un estilo de enamoramiento apabullante: el flechazo. Tú lo ves desde el otro lado de una habitación atestada de gente, vuestros ojos se encuentran y a ti te inunda ese estremecimiento. Cuando él está cerca de ti empiezan a sudarte las manos; el corazón se te acelera; parece que todo cobrara vida en tu cuerpo. Es el sueño de la felicidad, de la realización sexual, de la plenitud. Ese es el hombre que sabrá apreciarte y comprenderte. Sólo estar junto a él es emocionante, maravilloso. Y cuando todo eso sucede, arrasa contigo. Es lo que solemos llamar amor romántico. 

Cuando conoció a Jim, Rosalind tenía 45 años. Es una mujer llamativa, alta, de cabello castaño rojizo y figura esbelta, que se esmera en conservar. viste con un estilo muy personal que realza su estatura y pone de relieve su gusto artístico. Es dueña de una tienda de antigüedades y se destaca como tratante, coleccionista y experta en su especialidad, el arte publicitario. Rosalind ha estado casada en dos ocasiones, y tiene un hijo ya adulto. Le interesaba conocer a Jim porque había oído hablar mucho de él a amigos comunes, que finalmente la llevaron a oírle tocar con un grupo local de jazz. Después, cuando fueron todos a beber una copa, Rosalind se sintió muy atraída por Jim, tan alto, moreno y apuesto. 

Jim y yo sentimos una gran atracción. Hablamos de niños y de música. Me contó que había estado casado y que sus dos hijos vivían con él; eso me impresionó. Se interesó por lo que yo le contaba de mi tienda de antigüedades, porque le interesaba la ebanistería y, consiguientemente, el mercado en general. Me preguntó si podía volver a verme la noche siguiente. Cuando nos presentaron la cuenta advertí que no tenía mucho dinero y le sugerí la posibilidad de que para nuestro próximo encuentro cenáramos en casa. Me cogió la mano, me la oprimió y, durante un momento, sus ojos se detuvieron en los míos y sentí lo agradecido que estaba de que yo entendiera su situación. 

Al día siguiente pensé constantemente en él, y por la noche, cuando llegó, fue maravilloso. Como soy una romántica incurable, después de cenar puse la música de Nace una estrella, y henos ahí bailando al compás de ella en la sala de estar; él me lleva estrechamente abrazada y yo siento que todo el mundo da vueltas a mi alrededor. Aquí hay un hombre a quien de verdad le gusto, que es fuerte, que está dispuesto a que construyamos juntos una relación. Todo eso es lo que me pasa por la cabeza mientras siento que floto con él, a la deriva; es maravilloso. Fue lo más romántico que me hubiera sucedido jamás. 

Jim tenía 36 años cuando conoció a Rosalind, y se sintió tan embriagado como ella por el romance; ella era la mujer que durante toda su vida había buscado. Él me dijo más adelante: 

Era hermosa, con una figura estupenda. Tenía su propio negocio y, ella sola, lo llevaba espléndidamente bien. Había criado a su hijo y, al parecer, lo había criado bien. Yo jamás había conocido a nadie como ella. Era cordial y alegre, se interesaba con entusiasmo por mi vida, incluso por mis hijos. Era perfecta. Empecé a llamar a todos mis amigos para hablarles de ella. Incluso llamé a mi madre. Le aseguro que era algo que no había sentido jamás. Nunca pensé tanto en nadie ni soñé con nadie en la forma que entonces soñaba con ella. Quiero decir que era algo realmente diferente. 

Después de su tercera salida juntos, Rosalind empezó a escribir su nombre con el apellido de él, para ver qué impresión le hacía. Cancelaba sus compromisos sociales por miedo a no estar cuando él la llamara, y Jim no la decepcionó. En vez de comportarse como un «hombre típico», se prendó de ella tanto como ella se había prendado de él. Le telefoneaba siempre cuando se lo había prometido —se acabó aquello de esperar durante semanas enteras a que un hombre la llamase— y jamás anteponía su trabajo a la necesidad que sentía de verla. Para los dos, estar juntos tenía toda la fascinación de un montaña rusa emocional. 

Para mi clienta Laura, el cortejo —un torbellino— se inició literalmente «desde el otro lado de una habitación atestada». En aquel momento, ella se sentía una triunfadora: ejecutiva contable de una importante firma de cosméticos, era una mujer sumamente bonita, de ojos oscuros y almendrados, pelo castaño claro y figura esbelta. Laura tenía 34 años cuando ella y Bob se conocieron. Una noche que salió a cenar con una amiga en un restaurante ocurrió lo siguiente: 

Yo había ido a hacer una llamada telefónica, y cuando regresé a nuestra mesa me encontré con aquel hombre tan guapo allí sentado, conversando con mi amiga. Yo le había llamado la atención y estaba esperándome. Desde aquel primer momento se estableció una especie de corriente eléctrica entre nosotros. No creo que jamás en mi vida me haya atraído alguien de esa manera. Bob tenía esos ojos destellantes que para mí son simplemente irresistibles. Me impresionó de tal manera, que no veía el momento de irme a la cama con él. 

A la noche siguiente volvimos a encontrarnos, por primera vez solos. Me llevó a un restaurante delicioso, pequeñito, junto al mar, y él se encargó de hacer el pedido. Es uno de esos hombres que entienden muchísimo de vinos y comidas, y a mí eso me encanta. Se interesó por todo lo que se relacionaba conmigo: lo que hacía, lo que sentía, lo que me gustaba. Yo hablaba sin parar y él se limitaba a estar allí, mirándome con sus ojos magnéticos, absorbiendo cuanto yo decía. Después de cenar fuimos a casa a escuchar música, y entonces fui yo quien le sedujo. Él era demasiado caballero, y eso también me encantó. Por cierto que sexualmente era increíble, no hay otra palabra. Con él sentí más intimidad de lo que hubiera experimentado jamás con hombre alguno en mi vida. 

Bob tenía 40 años y trabajaba como agente de ventas de un fabricante de tejidos. Le contó que el año anterior se había divorciado, y antes de que su relación con Laura llegara a cumplir el mes, se fueron a vivir juntos y él empezó a hablar de casarse. Cuando la presentó a sus dos hijos pequeños, el entendimiento entre todos fue inmediato. La evidente devoción de Bob a los niños hizo que Laura se sintiese cada vez más atraída por él. 

El romance de Jackie y Mark se inició cuando unos amigos comunes los presentaron, y desde la primerísima noche se convirtió en algo muy serio. Así me lo describió Jackie: 

Abrí la puerta y me encontré con un hombre increíblemente guapo, que me sonrió y me preguntó si podía usar el teléfono. Pestañeando, le dije que sí y él entró, fue hacia el teléfono y llamó al amigo que nos había presentado para decirle: «John, tenías razón. Es todo lo que tú me dijiste que era». ¡Y eso no fue más que el comienzo de la velada! 

Jackie, menuda y vivaz, tenía treinta años cuando conoció a Mark. Trabajaba como maestra en una escuela primaria, mantenía a los dos hijos que tenía de un matrimonio anterior y, al mismo tiempo, trataba de terminar un doctorado. Mark, de 38 años, había sido poco antes candidato a un cargo público, y Jackie recordaba haber visto carteles con su imagen por toda la ciudad. Estaba muy impresionada por él y se sintió halagadísima por las atenciones que Mark le prodigó. 

Estábamos cenando con John, que nos había presentado, y con su mujer. Ella se volvió hacia mí para decirme: «Ya sé que acabáis de conoceros, pero en mi vida he visto dos personas que den la impresión de estar tan bien juntas». Después me tomó de la mano y me dijo que iba a casarme con ese hombre. «Atiende a lo que te está diciendo, que esta es una chica muy lista», me dijo Mark, asintiendo con la cabeza, y después susurró: «Tú tienes un problema, y el problema se llama Mark». «Ah —le contesté riendo—, ¿conque piensas andar rondando por aquí un rato?» «Seguro que sí», me respondió. Esa noche, cuando me llevó a casa, mientras estábamos sentados en el coche, frente al edificio, me besó y me dijo: «Ya sé que esto suena a locura, pero estoy enamorado de ti». Eso sí que es romántico. A la mañana siguiente, cuando me volvió a llamar, le dije que no lo consideraba obligado por ninguna de las cosas que me había dicho la noche anterior, y me contestó: «Puedo repetírtelo todo ahora, palabra por palabra». 

A partir de esa noche, Jackie se sintió como si anduviera volando en una alfombra mágica. El hecho de que Mark se enamorase de ella de semejante manera la tenía completamente arrebatada. 

A todas nos encanta un idilio

Un idilio es algo que nos hace sentir estupendamente. Las emociones y los sentimientos sexuales alcanzan niveles de fiebre, y al comienzo pueden ser de intensidad realmente abrumadora. La relación puede afectarnos como si fuera una droga euforizante; es lo que muchas personas llaman estar «en el séptimo cielo». Y el hecho es que en esas circunstancias el cuerpo produce una enorme cantidad de sustancias que contribuyen a darnos ese «especial resplandor» de que tanto habla la gente. 

Lo que en esos momentos fantaseamos, por cierto, es que vamos a sentirnos así eternamente. Durante toda la vida nos han dicho que el amor romántico tiene el poder mágico de hacer de nosotras mujeres enteras y felices. La literatura, la televisión y el cine ayudan a reforzar esta convicción. La paradoja es que incluso la relación más destructiva que cualquier mujer pueda establecer con un misógino se inicia intensamente teñida de este mismo tipo de emociones y expectativas. Sin embargo, pese a los gratos sentimientos que caracterizan los comienzos, cuando Rosalind fue a verme estaba hecha un manojo de nervios, y su antes próspera tienda de antigüedades se hallaba al borde de la quiebra; Laura, la que había sido ejecutiva contable, se desmoralizó a tal punto que estaba segura de ser incapaz de volver a tener jamás otro trabajo; y Jackie —que había afrontado con éxito el malabarismo de ser maestra y continuar sus estudios de posgraduada al mismo tiempo que criaba dos niños pequeños— se encontraba con que incidentes sin importancia la abrumaban, sumiéndola en un mar de lágrimas. ¿Qué había sucedido con el bello, mágico idilio con que se iniciaron sus relaciones? ¿Por qué se encontraban ahora tan dolidas y desilusionadas aquellas mujeres? 

Los galanteos arrebatadores

Estoy convencida de que cuando un idilio avanza a velocidad tan vertiginosa como estos, se respira una inquietante atmósfera de peligro. Es verdad que el peligro puede constituirse en un motivo adicional de emoción y ser un estímulo para la relación. Cuando se monta a caballo, el trote es muy placentero, pero no especialmente interesante; lo fascinante es galopar. Y parte de esa fascinación reside en el hecho de saber que podría suceder algo inesperado: el caballo podría arrojarme al suelo y hacerme daño. Es la misma sensación de fascinación y de peligro que todos experimentábamos de niños al subir a la montaña rusa: algo rápido, emocionante, y que da una sensación de peligro. 

Una vez que a todo esto se le agrega la intimidad sexual, la rapidez e intensidad de las emociones crecen más. Entonces una mujer no pasa por el proceso normal de ir descubriendo a su nuevo amante, porque no ha habido el tiempo suficiente. Tu nueva pareja tiene muchas cualidades que en algún momento han de influir sobre tu vida, y son cualidades que no se pueden ver de forma inmediata. Se necesita tiempo para que ambos miembros de la pareja lleguen a consolidar la confianza y la sinceridad que son la base de una relación sólida. Por más fascinantes que puedan ser, los galanteos arrebatadores tienden a no generar otra cosa que una seudointimidad, fácil de confundir con un acercamiento auténtico. 

Las anteojeras románticas

Para poder ver realmente quién es nuestro nuevo compañero, la relación tiene que avanzar con más lentitud. Para ver a las otras personas de una manera realista, que nos permita reconocer y aceptar tanto sus virtudes como sus defectos, hace falta tiempo. En un galanteo arrebatador, las corrientes emocionales son de una rapidez y una fuerza tales que desquician las percepciones de ambos miembros de la pareja, las cuales tienden a ignorar o negar cualquier cosa que interfiera con la imagen «ideal» del nuevo amor. Es como si los dos llevaran anteojeras. Nos concentramos exclusivamente en cómo nos hace sentir la otra persona, en vez de atender a quién es en realidad. Nuestro razonamiento es: si este hombre me hace sentir estupendamente, debe ser maravilloso. 

Laura y Bob fueron arrastrados por la magia del hechizo que sintieron crecer entre ambos durante los primeros encuentros. Una magia que tenía muy poco que ver con lo que cada uno de ellos era como persona. El transporte que mencionaba Laura no se relacionaba con el carácter de Bob, sino con sus ojos, con su manera de moverse y con la forma en que pidió el vino en el restaurante. Ella no me dijo en ningún momento que Bob fuera un hombre decente y sincero. El papel que estaba desempeñando él a sus ojos era el del perfecto amante romántico, y los dos se encontraron atrapados en la seducción momentánea del enamoramiento. 

El primer indicio que tuvo Laura de los problemas que podrían planteársele se produjo poco después de que ella y Bob se hubieran ido a vivir juntos. 

Un día me dijo: «Tengo que confesarte algo. Todavía no estoy divorciado». Yo casi me caigo de la silla, porque para entonces ya estábamos haciendo planes para la boda. «Como yo me sentía divorciado, realmente no creí que la cosa tuviera tanta importancia», aclaró. Yo estaba tan horrorizada que no podía hablar; simplemente, me quedé mirándolo, pasmada. Entonces me dijo que el divorcio estaba en trámite, que él se ocupaba de todo y que yo no tenía motivos para preocuparme. Me di cuenta de que me había mentido desde el comienzo...; quiero decir que me había hablado de fechas y todas esas cosas, pero entonces no me pareció tan importante. No me parecía importante que él me hubiera mentido, sino que realmente estuviera por conseguir el divorcio. 

El engaño de Bob debería haber sido para Laura una advertencia de que tenía que estar más atenta, mirarlo mejor, pero ella no quería ver. Se empeñaba en creer que Bob era el hombre de sus sueños. 

También Jackie tuvo una advertencia desde el principio. Al comienzo de su relación con Mark, él le habló mucho de sí mismo y de sus actitudes hacia las mujeres, pero su información, aderezada con adulación y halagos, no llegó a crear en ella una sensación de alerta. 

Me contó que todas las demás mujeres a quienes había conocido sólo estaban interesadas en lo que podía darles. Lo que en mí le parecía tan especial era mi interés por lo que yo podía darle a él. Me dijo que era como si yo hubiera nacido y crecido y existiera sólo para cuidar de él. Las otras mujeres se habían limitado a tomar siempre, a pedir siempre, a estar cuando todo andaba a pedir de boca y a desaparecer cuando las cosas se ponían mal. Y yo era diferente.

Jackie podía haber entendido que Mark ponía a todas las mujeres en el mismo montón, y las veía voraces, egoístas e indignas de confianza; pero, en cambio, optó por interpretar lo que él le decía como prueba de que ella era el alma gemela destinada a ser la salvadora de su vida. 

Para Rosalind hubo también una advertencia precoz de que podía estar metiéndose en dificultades, pero ella fue incapaz de interpretar debidamente las señales. 

Aquella primera vez que él vino a cenar a mi apartamento nos fuimos a la cama. El tuvo gran dificultad para mantener una erección. Fue decepcionante, pero yo me dije que a muchos hombres les ocurre eso cuando están por primera vez con una mujer, y le resté importancia. A la mañana siguiente, volvimos a hacer el amor y la cosa estuvo un poco mejor, pero aún así se veía que él tropezaba con dificultades. Me imaginé que podía ayudarle a superarlas, y me dije que lo sexual no tenía tanta importancia. Lo que más me impresionaba en Jim era lo próxima que me sentía a él, y lo bien que él me respondía como persona.

Rosalind hizo lo que tantas hacemos: ignoró todo cuanto no armonizara con su imagen romántica. Jim la hacía sentir tan bien, tan halagada, que ella no tuvo en cuenta un problema sexual que su compañero arrastraba desde hacía tiempo, y que afectó gravemente a la relación. 

Sin darse cuenta, muchas mujeres dividen el paisaje emocional de sus relaciones en primer plano y fondo. En el primer plano están todas las características maravillosas que encuentran en el hombre, y que son los rasgos sobre los cuales se concentran, exagerándolos e idealizándolos. Cualquier cosa que apunte a un problema la relegan al fondo, restándole toda importancia. 

Un ejemplo extremo de este tipo de manipulación es el caso de la mujer que se enamora de un asesino convicto. También ella os dirá que es el hombre más maravilloso del mundo; solamente ella lo entiende. El asesinato se ha desplazado a ese fondo que «no importa», mientras que el encanto superficial del personaje ocupa el centro del escenario. 

Las frases de que se vale la gente para describir este proceso en las primeras etapas de una relación romántica son muy significativas. 

—Yo era simplemente incapaz de ver sus defectos. 

—Preferí no tener en cuenta sus problemas. 

—Me limité a cerrar los ojos, en la esperanza de que todo anduviera bien. 

—Debo de haber estado ciega para no haberlo visto antes. 

Es fácil no ver los indicios que apuntan en las relaciones, problemas e irresponsabilidades que integran el pasado de alguien cuando esa persona hace que te sientas maravillosamente bien. Las anteojeras cumplen la función de eliminar del campo visual cualquier información que pueda nublar o de alguna manera arruinar el cuadro romántico que tú quieres ver. 

Desesperación y «fusión»

Otro tema recurrente en las primeras etapas de una relación con un misógino es el sentimiento de desesperación subyacente en ambos miembros de la pareja, cada uno de los cuales tiene una necesidad frenética de atrapar y mantener atada a la otra persona. 

«La razón de que yo me apegara tanto a Jackie —me confesó Mark— fue que tenía miedo de perderla si no lo hacía.»

En sus palabras no se trasluce pura y simplemente amor por Jackie: hay también un sentimiento de pánico. Después, agregó: 

En nuestro segundo encuentro se lo dije todo claramente. Le dije cuál era la clase de vida que quería, y que íbamos a casarnos. Le pregunté si estaba saliendo con alguien más, y cuando me contestó que sí le dije que terminara con eso porque en lo sucesivo no podría estar con nadie más que conmigo. Yo sabía que era así, y quería que ella también lo creyera.

A los ojos de Jackie, la exigencia de Mark constituía una prueba de la disposición de él a comprometerse sin reservas en la relación de ambos. 

La experiencia de Laura estaba penetrada de una desesperación diferente. Le faltaban dos meses para cumplir los treinta y cinco años cuando conoció a Bob, precisamente cuando su familia italiana, tan aferrada a lo tradicional, la presionaba para que se casara y tuviera hijos. Cuando Bob empezó a insistirle en que se casaran, ya desde el primer mes, la reacción de ella fue no sólo sentirse halagada, sino también aliviada. 

Alguien que observe desapasionadamente estas relaciones construidas sobre el arrebato, podría sorprenderse de las prisas que les entran a los enamorados. Es evidente que cuando dos personas se conocen, se enamoran, se van a vivir juntas y empiezan a hacer planes para la boda, todo en unas pocas semanas, lo que está pasando va más allá del hecho de que se importen y quieran estar juntas. 

Lo que cada una de ellas experimenta en un caso así es una necesidad exacerbada, casi insoportable, de confundirse o «fundirse» con su pareja, tan pronto como sea posible. La sensación de ser una persona aparte pasa a ocupar en la relación un lugar secundario. Cada uno empieza a vivir los sentimientos del otro; los cambios anímicos se vuelven contagiosos. Es frecuente que dejen de lado el trabajo, a los amigos y otras actividades. Una cantidad enorme de energía se está canalizando hacia el amar y ser amado, a fin de obtener la aprobación del otro y procurar la recíproca fusión psicológica. 

Esta necesidad de unificación instantánea parece la principal fuerza de propulsión de estas relaciones. 

El espíritu de rescate

Hay una fantasía de rescate que también es un elemento importante en el «pegoteo» que caracteriza a las relaciones con misóginos. Se trata de una fantasía que crea un vínculo muy especial, capaz de hacer que una mujer se sienta a la vez necesaria y heroica. 

Gran parte del entusiasmo inicial de Jackie en su relación con Mark provenía de la abundancia de emociones maternales que él le despertaba. Ella era la llamada a darle lo que nadie más le había dado, y su amor sería la compensación de todo lo que él había sufrido en la vida. Por ella Mark se convertiría en el triunfador, en el hombre responsable que Jackie intuía oculto bajo la superficie. Ella misma lo explicó así: 

La segunda vez que lo vi me habló con detalle de su situación financiera, y yo me sentí sumamente halagada por su sinceridad, al punto de que acepté sin más el hecho de que, con 38 años, no tuviera trabajo fijo. Después de todo, pensé, acababa de presentarse a oposiciones, y alguien tenía que perderlas. Me pintó un cuadro tan glorioso de sus proyectos para el futuro, se mostró tan cortés y encantador, y parecía tan capaz de triunfar que yo estaba segura de que con apenas alguna ayuda mía, lo lograría en muy poco tiempo. Entonces decidí que le daría el amor y el apoyo que él necesitaba para recuperar la confianza en sí mismo.

Jackie creyó que, mediante el poder de su amor, lograría transformar mágicamente a Mark. Para muchas mujeres, tal creencia es un afrodisíaco fortísimo: permite que una mujer se sienta una deidad, una Madre Tierra con poderes curativos. No importa que el problema de él sea financiero, que se trate de alcoholismo o de abuso de drogas, o que sus relaciones amorosas anteriores resultaran insatisfactorias: ella cree que su amor puede curarlo. Además, en cuanto da, ayuda y abastece, se crea también, para sí misma, una ilusión de poder y de fuerza. De la situación deriva un sentimiento de heroísmo: con el rescate, ella se ennoblece, porque gracias a su ayuda él se convertirá en un hombre diferente. 

Sin embargo, entre ayudar y rescatar hay una diferencia muy grande. De cuando en cuando, todos necesitamos ayuda para superar los momentos difíciles de la vida. Que le prestes ayuda financiera si te es posible, que seas comprensiva y lo apoyes son cosas que dan a tu compañero la seguridad de que estás de parte de él. Pero a lo que me refiero aquí es al hombre con una historia previa que te infunde la certeza de que es capaz de cuidarse solo. Sus problemas son temporales, y ayudarle es algo ocasional; no va a ser una constante. 

El rescate, por otra parte, es un comportamiento repetitivo. Ese hombre siempre necesita tu ayuda, y está continuamente en dificultades. Tanto su vida personal como la profesional responden a una pauta persistente de inestabilidad. Además, siempre está culpando a los demás de sus fracasos. 

Compara, por ejemplo, a estos dos hombres: 

—El hombre 1 ha sido siempre laborioso y financieramente responsable. La compañía en que trabajaba se vende y el trabajo que él hacía es confiado a otro. Hasta que pueda volver a trabajar, necesita pedir prestado algún dinero, pero está buscando empleo activamente, y cuando lo encuentra comienza en seguida a devolverte el préstamo. 

—El hombre 2 ha tenido largos períodos de caos financiero en su vida, y constantemente recurre a ti para que lo saques de apuros. En ningún trabajo se encuentra a gusto, y tiene antecedentes de que no se lleva bien con sus jefes. Cuando finalmente consigue colocarse, no hace ningún esfuerzo —o casi— por devolverte lo que le has prestado. 

Rosalind había advertido los problemas financieros de Jim desde la primera noche que se conocieron, y en seguida empezó a ayudarle, invitándolo a cenar. Al cabo de pocas semanas, le sugirió que él y sus dos hijos adolescentes se fueran a vivir con ella hasta que Jim pudiera encontrar trabajo estable con una banda. 

«Me dijo que yo era la mujer más maravillosa del mundo, y que ahora que me había conocido todo iba a ser diferente en su vida.»

No pasó mucho tiempo sin que Rosalind estuviera manteniéndolos definitivamente a todos. 

Al comienzo, la gratitud de Jim hacia Rosalind intensificó sus sentimientos. Si se había enamorado de ella desde la primera vez que se vieron, una vez que Rosalind empezó a ocuparse de todos ellos su amor se convirtió en locura. Para Jim, como para tantos misóginos, la ayuda de una mujer era la prueba de que ella realmente se interesaba por él. 

Muchas mujeres se regodean en la cálida luz del agradecimiento de su pareja; eso las hace sentirse realmente necesarias y queridas. Y seguro que es emocionante eso de ayudar al compañero, y comprobar que tu amor y tu generosidad son importantes en la vida de él. Su efusiva gratitud puede hacer que te sientas tan bien, que comienzas .a aceptarla como única y suficiente forma de pago. 

Resulta obvio que no todos los misóginos necesitan rescate. Muchos son estables, tanto en lo profesional como en lo financiero. En realidad, cuanto más éxito tenga el misógino, más probable es que insista en que la mujer de su vida dependa totalmente de él. El que necesita que lo rescaten es el misógino con alguna forma de inestabilidad grave, que puede manifestarse de muy diversas maneras: problemas con el dinero, abusos en el comer, el beber o las drogas, relaciones caóticas, juegos y apuestas o imposibilidad de conservar el trabajo. Es un hombre que lanza llamadas de auxilio para que alguien lo salve. Muchas mujeres, especialmente las que tienen una carrera independiente, se apresuran demasiado a correr hacia él armadas de un salvavidas, sólo para encontrarse con que también a ellas se las traga la resaca. 

Tampoco es el caso que en cualquier idilio que marche a un ritmo acelerado el hombre haya de ser un misógino. Desde luego, una relación que se inicia con un caudal enorme de emoción y entusiasmo puede resultar estupenda. Pero si, además de la emoción romántica, te encuentras con que está en juego algún otro de los elementos que acabo de describir —el rescate, un sentimiento de desesperación y de pánico, una fusión (o confusión) demasiado rápida, y una especie de anteojeras deliberadas—, entonces es probable que las aguas por donde navegas lleguen a ponerse muy turbulentas. 

Fragmento cedido para promoción por los editores del libro Cuando el amor es odio. Hombres que odian a las mujeres y mujeres que siguen amándolos. Susan Forward. Traducción: Mana I. Guastavino. Editorial Grijalbo. 2005, Buenos Aires.   




 

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Susan Forward (EUA, 1938 - 2020) fue terapeuta y autora de libros superventas. Falleció en 2020. Además de atender a pacientes en su consulta privada se desempeñó como terapeuta, instructora y consultora en numerosos centros psiquiátricos y médicos del sur de California. Autora de los éxitos de ventas Traición a la inocenciaHombres que odian a las mujeres y las mujeres que las aman, Padres tóxicos Chantaje emocional. Presentó su propio programa de difusión nacional en ABC Talk Radio durante seis años. Es autora de Madres que no saben amar: Una guía de sanación para hijas.

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