DISFRUTES COTIDIANOS
Tachas 625 • Sofiya Gubaidúlina o la mística disruptiva • Fernando Cuevas
Fernando Cuevas

Su música emana espiritualidad y riesgo, misticismo y aventura, reflexividad y experiencia: no sólo en los sonidos sino, sobre todo, en los silencios. Buscó expresar sus ideas a través de composiciones alternativas, conformaciones armónicas innovadoras e interpretaciones que sacaban los espíritus ocultos de los instrumentos. Así, se introdujo en atmósferas caóticas para dar paso a llanuras contemplativas, desafiando los límites de la música clásica para encontrarse con otras manifestaciones, como el folk de sus tierras tártaras, justo para edificar lances poéticos en forma de música. Hay paz y armonía, ruptura y desafío, no sólo en términos artísticos, sino también políticos e intelectuales.
Nació en 1931 en la localidad tártara de Chístopol y desde pequeña se sintió atraída por la religiosidad, la música y la imaginación libre; estudió composición y piano en el conservatorio de Kazán y después en el de Moscú con Nikolái Peikó y con Vissarión Shebalín, graduándose en 1963 y donde entró en contacto con Arvo Pärt. Empezó a publicar sus composiciones en la década de los cincuenta, poco después de la muerte de Stalin y en pleno régimen autoritario rumbo a la Guerra Fría: Fatseliya (1956), ciclo vocal con orquesta, y el Quinteto para piano y cuarteto de cuerdas(1957), de profunda expresividad. Recibió el famoso espaldarazo de, ni más ni menos, Shostakóvich: “siga por la senda incorrecta”, fue su forma de expresar su apoyo y admiración por la naciente artista y su capacidad para indagar en las rutas alternas.
Durante la década de los sesenta compuso ballets, música vocal, piezas para un solo instrumento y empezó con sus innovadoras combinaciones, como en Five Etudes (1965), en la que conviven un arpa, un contrabajo y una percusión, instrumento que aparece por docena en Sonata (1966), otro de sus trabajos disruptivos, junto con Rubayat (1969), obra para barítono y orquesta de cámara en la que retomó poesía persa y rusa; por supuesto, sus aportes no gustaron al partido comunista de la entonces Unión Soviética por no seguir las imposiciones estéticas del gobierno: “mi protesta se reflejaba, de algún modo, en mi música. Fue difícil. Los regímenes totalitarios persiguen al que quiere ser libre” (Joseba Elola, El País, 13/06/17). En 1979, al lado de otros seis compositores, fueron puestos en la lista negra y serían conocidos como los Siete de Khrennikov.
En los setentas formó Astreia junto con Víctor Suslin y Viacheslav Artiómovun, grupo a través del cual planteó la integración de instrumentos usualmente utilizados en la música folklórica para darse vuelo con sugerentes improvisaciones. En aquellos años compuso música orquestal, además de los tipos de obras que ya venía realizando: para instrumentos solistas, duetos inesperados y cantatas, entre otras, e inició con su serie de cuatro Cuartetos de cuerdas (1971, 1987, 1987, 1993/9). Fue con Offertorium: concierto para violín y orquesta (1980) que su reconocimiento trascendió fronteras, más allá del férreo control soviético: la sensible interpretación de Gidon Kremer contribuyó a que la obra fuera considerada como una de las más importantes del siglo XX, incluso el mismo Alfred Schnittke la calificó como la mejor de los últimos años.
Vivió en la URSS hasta su disolución y en 1992 se fue a Hamburgo, donde permaneció hasta su muerte, el jueves 13 de marzo del 2025. Ahí compuso Sonnengesang (1997), su tributo a Rostropóvich. Continuó siendo una excursionista sonora a los largo de los años, desafiando las lógicas armónicas, rítmicas y temporales. Para empezar el milenio, compuso Johannes Passion (2000) en honor a su admirado Bach y The Light of the End (2003), pieza de un movimiento cargada de dramatismo; le dedicó La lira de Orfeo (2006) a su hija fallecida y le pidió al propio Kremer que la interpretara con esa profundidad única para sacar del instrumento pedazos de vida. On Love and Hatred (2016-18), de carácter vocal y la intensa The Wrath of God (2020), fueron un par de obras mayores de su última etapa.
Su música también representó, en cierta forma, un puente entre las tradiciones de oriente próximo y occidente, cual posibilidad para el cruce de sonidos, silencios e incesantes transfiguraciones desde perspectivas interétnicas. Para mayor profundización, se pueden revisar Sofia Gubaidulina: Una biografía, escrita por Michael Kurtz, así como los documentales A Portrait of Sofia Gubaidulina y El piano olvidado. Descanse en paz esta genial compositora que continuó el camino abierto por colegas como Galina Ustvolskaya y Elena Firsova, entre muchas otras mujeres que ya tienen fuerte presencia en el terreno de la música clásica contemporánea.