martes. 23.04.2024
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Esos pequeños problemillas cotidianos

"La realidad es que en México, nuestra cultura de convivencia entre vecinos, especialmente en las ciudades, es pésima..."

Esos pequeños problemillas cotidianos

Seguramente usted conoce a alguien que vive en un condominio, que goza de los mismos derechos de los demás condóminos, que utiliza las mismas áreas comunes y la seguridad pagada con las cuotas de mantenimiento que todos, o casi todos, pagan con regularidad. Casi, porque él ha decidido no pagarlas. ¿Por qué? Porque no se le da la gana o por cualquier otro pretexto, pero básicamente porque no hay nadie que le obligue a hacerlo, y puede disfrutar del condominio a costa de sus vecinos. O a ese otro que ha decidido sacar la basura, no frente a su casa, sino frente a la del vecino, porque no le gusta que su banqueta se ensucie, o porque el vecino puso civilizadamente una canastilla y él no quiere gastar en eso.

O el otro, que ha decidido sacarle jugo a un terreno baldío que tenía por ahí y lo convirtió en “salón” de fiestas al aire libre, con instalaciones precarias pero con mucho espacio para que todos los fines de semana se construyan torres estridentes de bocinas que martirizarán a los vecinos con música que irá de mala a pésima, animada con ocurrentes locutores que repetirán hasta el cansancio las mismas frases de todas las fiestas (Arriba las mujereeees...). O los que sacan a sus perros para que depositen el fruto de sus procesos digestivos en la banqueta del vecino o en el parque común. O los que destruyen o dejan que sus hijos destruyan los árboles recién plantados en los espacios verdes comunitarios. O los que se toman por asalto las banquetas o las áreas públicas para su uso particular...

Todas son formas de comportamiento que difícilmente nos atreveríamos a llamar delictivas, pero que tiene un efecto en la vida cotidiana. Y como no parecen ser taaaan importantes, pareciera que nos debemos resignar a vivir sufriéndolas.

Recientemente hablábamos en este espacio sobre la publicación del Informe sobre los Índices de Paz en México y en Guanajuato, publicado por el Instituto para la Paz y la Economía. La paz positiva –el “conjunto de instituciones, estructuras y actitudes que crean y dan sustento a sociedades pacíficas”–, dicen ellos, descansa en ocho pilares. Para identificar dichos pilares buscaron las correlaciones positivas entre los lugares que presentan mejores índices de paz y sus instituciones, estructuras y actitudes. Entre estos pilares, las buenas relaciones con los vecinos ocupan uno de los tres primeros lugares en México.

Las relaciones entre vecinos, cuando son adecuadas, proveen de un espacio de fraternidad y seguridad para ellos mismos y especialmente para sus hijos. Posibilitan la organización en la defensa de los intereses comunes, lo que lleva también a la construcción de mejores condiciones para la satisfacción de otros derechos. En sentido opuesto, cuando las relaciones entre vecinos son ásperas, su desarticulación dificulta la construcción de soluciones comunes y de un ambiente de concordia y seguridad en el entorno. Pero además, estos conflictos aparentemente pequeños pueden desembocar fácilmente en violencia y hechos, ahora sí, delictivos.

La realidad es que en México, nuestra cultura de convivencia entre vecinos, especialmente en las ciudades, es pésima. Es difícil encontrar asociaciones de condóminos que funcionen bien; nuestras colonias están llenas de hombres y mujeres como los que describí en los primeros párrafos. Una parte del problema es sin duda, cultural, o educativo –de decencia, diría mi abuelita–. Lo malo de esta conclusión es que parece que deberemos esperar sentados, porque, los cambios culturales son de muy largo plazo.

Pero el problema tiene una clara vertiente normativa y otra policial. Muchos de estos problemas no tienen solución aparente en nuestras colonias, porque las normativas lo propician o al menos no fomentan lo contrario. Nuestras leyes de condominios dan pocas herramientas a los condóminos para defenderse de los abusivos, por ejemplo. Nuestras normas de ecología establecen límites sobre la cantidad de ruido que se puede hacer, pero no da dientes a las autoridades para sancionar realmente a quienes infringen los límites permitidos, sobre todo cuando son particulares. En muchos países europeos se establecen normas mucho más estrictas respecto al ruido, y se cumplen, no porque los europeos sean más cultos y educados, sino porque al que infringe la norma se le impone una sanción que lo deja afónico. Aunque con el tiempo no lo hará por costumbre: las normas tienen un efecto en la cultura.

Las soluciones pasan también por la policía, en el sentido de que tienen relación con los encargados de dirimir los conflictos y sancionar en el momento. Es verdad que hay mecanismos como la justicia alternativa, que puede atender casos donde se enfrenten dos personas pensantes, pero hay otros en los que se debe hacer cumplir la ley en el momento mismo. Si usted llama al 066 por un vecino ruidoso, y lo deben auxiliar los agentes que en ese momento están disolviendo una gresca en la que acaban de salir a relucir las armas blancas, el que usted esté atarantado y con ganas de dormir es, seguramente, un asunto de muy poca relevancia. Además, ellos saben que lo único que pueden hacer es tocar en la fiesta, enfrentarse a unos borrachos, explicarles con paciencia que usted quiere dormir, y que por favor le bajen. Cosa que harán, desde luego... durante el tiempo en que los agentes tarden en subir a su patrulla y alejarse una cuadra.

Además de trabajar en nuestras casas y en nuestras escuelas para crear una nueva cultura, además de revisar las leyes que rigen nuestra convivencia cotidiana, debemos pensar en estrategias diferentes, quizá en una policía especializada para resolver estos problemas que no parecen tan importantes, pero que están detrás de muchos de los demás, de los otros, de ésos que sí nos escandalizan.