Ciudad Histórica de León, el espíritu del lugar
"Los nombres de las calles de León han sido y merecen ser los signos de nuestra vida"
En la historia de las ciudades, la apropiación cultural de un lugar identificado por su toponimia ha dependido siempre de la forma como los habitantes, en su vida cotidiana, se asumen como parte de cada barrio, de cada calle, de cada cuadra, que se convierte en su lugar de identidad, en el espacio de referencia donde se posibilita la vida pública y en el lugar donde el nombre significa no sólo la asociación a una parte física de la ciudad, sino a una parte de la propia vida. Yo soy del rumbo del Carro Verde, o soy de la Llamarada, no son sólo expresiones que refieren a un lugar en la geografía de la ciudad; son declaraciones de vida, de pertenencia, de identidad. Michel de Certeau afirma que un espacio, en la escala de la arquitectura o del urbanismo, es el lugar practicado por sus habitantes, es la práctica de la vida de la comunidad, lo que da sentido al lugar y hace de éste un espacio, sea rural, urbano, metropolitano, o cualquiera de las formas que los grupos humanos dan a sus aglomeraciones. La mayoría de las culturas en la historia han debido asumir la importancia del lugar, no únicamente como la geografía en la que transcurre su vida, sino como un microcosmos que les permite la búsqueda de la armonía entre sus anhelos interiores, individuales, y sus propósitos exteriorizados, colectivos o sociales.
La cultura Olmeca, madre de las culturas mesoamericanas, antes de fundar un asentamiento humano, pedía permiso al espíritu que dominaba el lugar elegido (la montaña, la tierra), para que de esta forma el futuro asentamiento contara con la armonía requerida entre los habitantes y el espíritu, para que pudieran tener suficiente fruto de la tierra para el mejor futuro, y sus edificios asumían la forma del propio espíritu. Así, las pirámides eran la imagen de la montaña, el espíritu del lugar. De la misma forma, los romanos asumían la existencia del Genius loci, el espíritu protector del lugar, de cada lugar resguardado por ese espíritu, que la historia del urbanismo ha procurado mantener para explicar la historia de cada cultura. La historia del urbanismo y de la arquitectura es una crónica del respeto que el hombre ha tenido por el lugar donde construye su espacio físico y su entorno social y cultural. El nombre de un lugar puede ser entonces el referente de su espíritu, de quienes lo ha habitado, de lo que allí ha ocurrido y de lo que lo ha hecho identificable. La legibilidad o claridad en el disfrute de que habla Kevin Lynch respecto de la ciudad, está relacionada directamente con lo que llama la imaginabilidad que los habitantes tienen respecto de los lugares en los que habitan y comparten su vida. No sólo el espíritu del lugar, también la vida que transcurre en el espacio público es lo que da sentido a cada ciudad, forma parte de la vitalidad de sus calles, de sus plazas, de sus barrios.
El espacio público ha sido definido como aquello que aparece ante nosotros cuando abandonamos el ámbito del espacio privado, nuestra casa. Y lo primero que aparece ante nosotros como espacio público es la calle, que tiene un nombre que es conocido por muchos, nombre que permite a quienes no pertenecen a la ciudad acercarse a nuestra casa. El nombre de la calle remite a otros a nuestro mundo privado. Si vivimos en un barrio o en otro, en una u otra calle, los demás nos conocen, saben que habita en nosotros el espíritu de ese lugar, y que nuestro espacio privado puede ser semejante al de su entorno, y que nosotros mismos somos parte de él. La calle es entonces, con su nombre, la legibilidad de la ciudad.
En León, la calle que sale de la Plaza principal hacia el oriente, en dirección a la actual Calzada de los Héroes, se llama calle Francisco I. Madero; la que se localiza en dirección poniente a la misma plaza principal, en dirección opuesta a la Madero, que remata en el templo de la Soledad, se llama Josefa Ortiz de Domínguez, nombres que nos remiten a personajes de la historia: la Revolución Mexicana, el primero, y la Independencia Nacional el segundo. El Genius Loci, que el urbanismo toma como concepto para referirse al espíritu del lugar, al espacio público de las ciudades, tiene en los nombres de estas calles una misión didáctica, para que no nos olvidemos de nuestra historia, que recordemos a los personajes que la definieron.
El nombre del lugar en el que transcurre la vida de los habitantes de las ciudades se convierte entonces en un referente, pero también en el recuerdo de un acontecimiento, o en el homenaje a un personaje, y todos los nombres siempre se convierten en parte de la historia y por lo tanto en instrumentos de su aprendizaje.
En algún momento de la historia urbana de León, antes de tener el nombre de estos héroes patrios, estas calles de León se llamaron del Sol Divino (la que veía al oriente de la plaza, y de La Luna Hermosa (la que veía al poniente), nombres que no quieren recordar a los héroes, pero que quieren recordarnos que León es nuestro mundo, que se mide desde donde sale el sol hasta donde la luna es nuestra. El nombre con el que identificamos una calle, nos ayuda a identificarnos con nosotros mismos. La ciudad deviene, es historia como diría Castells, y en el devenir, el nombre de sus calles y lugares ha cambiado, y cada nombre nos remite también al espíritu de las épocas, a la estratificación de la ciudad que en cada tiempo ha reconocido los mismos lugares. Luna Hermosa, Real de Guanajuato, Francisco I. Madero, son los nombres que los leoneses han dado a la misma calle en ese devenir que hoy es parte de la memoria, pero también del sentido de pertenencia, de leonesidad.[1]
Los nombres de las calles de León han sido y merecen ser los signos de nuestra vida. El leonés de mitad del siglo XIX vivía probablemente en la antigüa calle del Confiado, que después se llamó de los Siete vicios, o vivía en la calle Hermosa que se encontraba en el barrio del Calitre, que se encontraba a su vez en el pueblo de San Miguel. Podemos preguntarnos hoy cómo sería vivir el las calles de la Golondrina o de la Igualdad, del barrio Arriba. Las calles leonesas del siglo XIX tenían nombres que ahora nos pueden parecer incluso poéticos: calle del Olvido, calle de Las Piadosas, calle del Iris. Todos estos nombres de las calles de León podemos leerlos en los archivos. Pero no siempre podemos saber cómo se llama ahora esa calle; es necesario adentrarse en los archivos, en la propia historia, y no siempre se logra encontrar el enlace con la actualidad.
En el plano de Carvallar de 1867 podemos aprender cuál era la calle del Duelo, de la Procesión, etcétera, pero si no tenemos conocimiento de la historia, si no conocemos el pasado en el nombre de los lugares, tomamos el riesgo del olvido, y al parecer, debiéramos tener siempre presente, con Ruskin, la necesidad de preservar como el más valioso de los legados, el del tiempo pasado. Hoy no tenemos memoria de muchos de los lugares de nuestra ciudad, el presente nos llena de nuevos nombres, la ciudad actual nos llena cada vez más de lugares lejanos, no sólo en lo físico sino incluso en lo identificable como parte de la propia ciudad, que si antes devenía, hoy, como dice Baudrillard, cambia ante nuestros ojos a toda velocidad en la confusión.
Ítalo Calvino sabe muy bien interpretar al hombre en su relación con el espíritu del lugar en el que habita. Sabe que cada hombre en su ciuda […] en la noche, cuando no sabe dormir, imagina que camina por sus calles y recuerda el orden en que se suceden […] este hombre que tiene siempre a la ciudad en la memoria, como un mapa que le ayuda a encontrarse nuevamente cada día, sabe a dónde debe ir en la mañana porque conoce el nombre de las calles, pero también anticipa el espíritu del lugar. Sabe de los ruidos, de los olores, de los sabores que hay en cada rumbo de esa ciudad […] que no se borra de la mente, que es como un armazón o una retícula en cuyas casillas cada uno puede disponer las cosas que quiere recordar: nombres de varones ilustres, virtudes […] fechas de batallas, constelaciones, parte del discurso […] de la ciudad, de su texto, de ese texto discursivo que se ha hilvanado en su historia.
La Ciudad Histórica de León es el corazón de la ciudad, la parte de ésta donde se materializa la memoria. Lograr un decreto para la Ciudad Histórica de León, y para cada una de sus distintas zonas (Coecillo, San Miguel, Barrio Arriba, San Juan de Dios, Barrio del Santuario, La Conquista, etc.) como Patrimonio Cultural del Estado de Guanajuato, sería sólo el comienzo de una nueva historia por la que se devolviera el sentido de su patrimonio a los leoneses, una forma de rescate del espíritu del lugar.
[1] El término leonesidad es tomado del libro León, la mirada al espejo, de Ernesto Padilla y Mónica Elías.