jueves. 05.12.2024
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LA TRAMPA DEL BULEVAR

Tachas 500 • Hitos • Esteban Cisneros

Esteban Cisneros

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Tachas 500 • Hitos • Esteban Cisneros

Y qué es un año sino un puñado de lunas. Lo consignan así los calendarios de la historia –nos hemos puesto de acuerdo en uno, sí, pero es como si nos hubiéramos puesto de acuerdo en que la A tenga forma de A y no de 8, aunque también así de necesario–, nos dividimos la vida para darle sentido, la arreglamos en capítulos para que sea más fácil de leer y de escribir. Y la historia hay que escribirla, eso lo sabemos muy bien, pero no hemos aprendido a leerla ni para qué leerla. En lo que lo hacemos, en lo que lo logramos, mejor no dejar de escribir. Registrar, porque quién quita, quizás en el futuro alguien logre dar sentido a todo esto. Y el sentido, ¿da realmente sentido o es sólo una construcción de naipes que, sin embargo, ahí sigue, a pesar chiflones y tormentas y niños traviesos y tíos borrachos?

Se va el 2022 de nuestra era que, por cierto, también es otro número arbitrario y –todo hay que decirlo– un poco bastante colonizador e imperialista, pero no nos vamos a ir por ese sendero hoy, que el chiste es festejar y no empezar una discusión. No hoy. Y llega el 2023 en domingo, muy ordenado, para transcurrir trescientos sesenta y cinco días a partir de entonces, con sus noches y sus tardes, días que también son puro lenguaje porque en la tradición hebrea –sólo por poner un ejemplo– los días comienzan al anochecer, pero tampoco nos vamos a ir por allí hoy, que hoy no toca. Lo que hay que decir –y que no se dice por andar con rodeos– es que las sociedades globales vamos a festejar que se va un número calendario y que se va otro y me resulta desde siempre una cuestión intrigante, si no es que directamente fascinante.

Porque es probable que no haya una celebración más común y en la que, más allá de credos y latitudes, de gustos y costumbres, el año nuevo llega para todos en cascada, de este a oeste, con una sensación de colofón de algo –del tiempo y, bueno, es lo más engañoso del mundo pero al menos es un intento (que será fallido pero que resulta tierno) de domesticarlo–, con una metáfora de página en blanco, etcétera, y cuando los humanos piensan en posibilidad hay que poner atención porque algo realmente nuevo puede surgir. Esto va, si quieres verlo así, de la rotación y la traslación de una casi-esfera gigante (pero diminuta) en una galaxia inconmensurable en un universo inimaginable y ya sé que aquí vas a sermonear sobre nuestra insignificancia, pero entonces uno ve que ya llega 2023 y que, a pesar de todo, uno puede sentir cosas y plantearse posibilidades, entonces no todo realmente está perdido y valdrá la pena intentar cosas.

Cambia el calendario y hacemos recuento, porque siempre hay que poner pausa y, sin desandar lo andado, mirar atrás a ver qué se ha dejado y qué se ha ganado. Sólo porque cuadren las cuentas, incluso, pero es sano: si tenemos esa capacidad en la mente, para qué desaprovecharla; si ya somos bien conocidos por, justamente, desaprovechar y por jalar hacia el lado de la tontería, de la burrez, de la violencia, este ejercicio siempre puede rendir buenos frutos si lo hacemos con honestidad. Y ahí está el quid del asunto. Vivir –sobrevivir– en el mundo es complejo, quién va a negarlo en cualquier época. Pero si nos inventamos el lenguaje, ¿por qué no lo usamos como medio en lugar de usarlo sólo como accesorio?

Vaya tiempos que vivimos. Hay tanto significante y tan poco significado…

Se va el año, entonces. Guerras nuevas con guiones viejos. Discos y películas y libros que van a acumularse en nuestros estantes, memorias y, ojalá, almas. Partidos memorables de deporte, incluyendo un héroe que se confirma como tal aunque ni falta que hacía (igual: qué gusto). Canciones que escuchamos por primera vez y otras que escucharemos por última vez, ya sea porque se van a esfumar de nuestra vida o porque nuestra vida se va a esfumar –lo va a hacer, seguro, algún día–, ojalá no tan pronto, pero quién sabe. Quizás uno festeja la entrada de un año que va a traer calamidades y sufrimientos; siempre los hay, lo sé, pero cómo saber si el año nos los va a acercar hasta que no podamos escapar de ellos. Personas que conocimos y personas que perdimos. Tardes que invertimos con gente, comidas que comimos en compañía (ojalá todas), bebidas que bebimos al unísono. La carga del trabajo, las noches sin dormir, las penas de la pinche vida que uno no eligió pero que uno defiende como si lo hubiera hecho, porque qué raro es estar vivo. El malestar, las condenas de la ciudad –el piso aquí no es gratis para nadie–, la supervivencia, los dolores, el vacío, el miedo, el asco… ¿Qué tanto ha cambiado todo? ¿Qué tanto hemos cambiado nosotros? ¿Hemos sucumbido al estado de las cosas? ¿Nos hemos dejado arrastrar? ¿Hemos resistido? ¿Cómo? ¿Qué precio hemos tenido que pagar? ¿Qué precio estamos haciendo pagar, con nuestras acciones y omisiones, a los que vienen? Qué es vivir, si es que hemos pensado en ello, o sólo lo hemos hecho, bien o mal, planteando camino u orillados por las circunstancias, siendo parte de la vorágine o parte de todo eso otro que sí existe y que sí está allí y que, mira, sí hay que explorar de vez en cuando. 

Y, como dice aquella canción folk, and what have we done? ¿Qué hicimos? ¿Hicimos o sólo esperaran que nos hicieran? ¿Qué es vivir? ¿Tendremos la respuesta? ¿O es la intención sólo buscarla?

Hitos personales –primeros besos, muertes de gente cercana, promociones en la chamba, nacimientos, viajes, una enfermedad superada, migraciones, inmersiones en la mikve– de los que se nutren los hitos colectivos y con los que inevitablemente se compara porque qué somos sino experiencias individuales y cerradas intentando compartirse, dialogar, hacer mundo afuera cuando todos inevitablemente vivimos adentro. ¿Inventamos el lenguaje para hablar sobre lo que pensamos o para intentar saber lo que los demás piensan?

Allá van otros trescientos sesenta y cinco días. Parecen muchos. No lo son. Vienen otros y, ojalá, en la siguiente cuenta podamos encontrarnos otra vez todos. Que no se pierdan tantos en el ínter. Que el camino sea benévolo y si no, carajo, no nos queda más que intentar hacerlo benévolo nosotros. Sé que es un plan que tiene mucho de descabellado. Pero más majara es dejarlo pasar todo. Más orate es la indiferencia. Más lamentable es no hacer lo propio, por pequeño que sea.

C/S.

Post-data: Y ya 500 Tachas. A mitad del camino de los proverbiales mil. Qué trabajo. Qué terquedad. Da gusto. Verdad que sí. Gracias a todas las personas que la hacen –y la han hecho– posible, ayer y hoy. ¿Cuántas palabras se han volcado por acá? ¿Cuántos lectores habrán descubierto algo de ellos en estas páginas virtuales? ¿Cuántos textos ya, cuántas ideas? Qué chingón.




 

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Esteban Cisneros (León, Guanajuato) es panza verde, escritor, músico de tres acordes, lector, dandi entre basura. Cuanto sabe lo aprendió entre surcos de vinilo y vermú y los Beatles. Está convencido de que la felicidad son los 37 minutos que dura el primer disco de Dexys Midnight Runners. Procura llevar una toalla a todos lados por si hay que hacer autoestop intergaláctico. Edita el fanzine y blog La Trampa del Bulevar y ha colaborado con periódicos, revistas de circulación nacional, otros fanzines y revistas digitales. Su libro Van Dyke Parks (un poemario sobre el genial músico estadounidense), ya está disponible en Amazon y en Book Depository.


 

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