viernes. 06.06.2025
El Tiempo
Es lo Cotidiano

CINE

Tachas 624 • ¿Cómo se puede ser hitchcock-hawksiano? • André Bazin

André Bazin

Imagen generado por IA
Imagen generado por IA
Tachas 624 • ¿Cómo se puede ser hitchcock-hawksiano? • André Bazin

El número de los Cahiers du cinéma dedicado a Alfred Hitchcock ha tenido cierta repercusión. Nos ha valido, además de una virulenta correspondencia, violentas críticas procedentes de algunos de nuestros compañeros (Georges Sadoul, Denis Marión…) y más recientemente de Lindsay Anderson en Sight and Sound. Y es que, reconozcámoslo con franqueza, ese número dejaba el campo libre al pequeño equipo de nuestros colaboradores, el cual no desaprovecha, por otra parte, ninguna ocasión para poner por las nubes a realizadores norteamericanos como Howard Hawks, Preminger, Nicholas Ray o el Fritz Lang de las «series B». Es cierto que sus preferencias chocan con la opinión generalmente admitida, y dado que se preocupan menos de justificarla con argumentos racionales que de escandalizar con admiraciones y afirmaciones abruptas, la irritación de sus censores resulta, bajo forma de ironía o de indignación, tan apasionada como las opiniones incriminadas. 

Sin embargo, volver a hablar una vez más de Hitchcock con motivo de esa entrevista grabada no supone una provocación por nuestra parte, y quisiera aprovechar la ocasión para justificar, ante aquellos lectores a los que ha podido sorprender o inquietar tal hecho, la postura de la dirección de los Cahiers du cinéma en este asunto. 

Sin duda, quienes nos hacen el honor de leemos con suficiente atención han podido darse cuenta de que ninguno de los responsables de esta revista comparte el entusiasmo de Schérer, de Truffaut, de Rivette, de Chabrol o de Lachenay con respecto a los directores en cuestión y tampoco, por otro lado, más allá de esas admiraciones personales, el sistema crítico implícito que les proporciona coherencia y solidaridad. Es por ello por lo que coincidimos con ellos respecto a Renoir, Bresson o Rossellini, por ejemplo, sin que, por otro lado, estemos obligados a admirar Los caballeros las prefieren rubias (Gentlemen prefer blondes, 1953). Si hago esta precisión, puede que algo inútilmente, es para que no se llegue a ninguna conclusión sobre nuestro cambio de actitud, ni sobre nuestra inconsciencia, pero, sobre todo, para afirmar que hemos dejado expresar esas opiniones paradójicas y «escandalosas» en los Cahiers du cinéma con total conocimiento de causa. Y ello no por un liberalismo displicente que permitiría a cualquier postura crítica acceder a nuestras columnas, sino también porque, a pesar de lo mucho que pueden llegar a irritar a alguno de entre nosotros, y de las divergencias que las oponen a esos Jóvenes Turcos, consideramos, efectivamente, que son fruto de una opinión respetable y fecunda. 

Es respetable porque aquellos que las conocen pueden dar fe de ello, sin referirme, por supuesto, a su sinceridad, sino a su capacidad. No me gusta demasiado que Lachenay me oponga el número de veces que se han visto las películas incriminadas, por cuanto constituye éste un argumento de autoridad susceptible de volverse en su contra con respecto de las películas que se desaprueban. Si bien es muy cierto que se habla de un modo distinto de una película que se ha visto cinco o diez veces. El hecho de que su erudición no esté basada en los mismos criterios de valor que la de los críticos curtidos, o británicos, no les resta ni un ápice de su eficacia. Hablan de lo que conocen, y siempre se puede sacar algo de provecho escuchando a los especialistas. 

Es por ello por lo que, además, su opción es fecunda. No creo demasiado que en materia de crítica existan verdades objetivas o, más exactamente, me inclino más por las opiniones contrarias que me obligan a consolidar las mías, que por la confirmación de mis principios mediante débiles argumentos. Así que, si mantengo mi escepticismo con respecto a la obra de Hitchcock, al menos es por razones superiores, como tampoco puedo ver ya una película de Howard Hawks con los mismos ojos. 

Si se nos pregunta ahora cómo se justifica que esas opiniones aparezcan expresadas precisamente en los Cahiers, responderé primero que las revistas de cine no son tan numerosas como las literarias y que el derecho a expresarse es ya una razón suficiente como para ofrecerles nuestro apoyo. 

Pero me atrevería a afirmar que, a despecho de nuestras diferencias, entre todos nosotros existe algo en común, y no me refiero al amor por el cine, que se presupone, sino que bajo cada una de nuestras opiniones late, vigilante, el rechazo de no reducir jamás el cine a lo que expresa. 

Es cierto que nuestros turiferarios de un determinado cine norteamericano parecen inclinados hacia la herejía contraria. Lo lamento por ellos, ya que mantienen un malentendido cuya dilucidación beneficiaría su postura, y pido disculpas por tener que erigirme en su abogado por un momento, aunque la culpa sea un poco suya. Pero si tienen en tanta estima la puesta en escena es porque en gran medida perciben en ella la materia misma de la película, una organización de los seres y de las cosas que constituye en sí misma su sentido, y me refiero tanto al moral como al estético. Lo que Sartre escribía acerca de la novela es cierto para todas las artes, tanto para el cine como para la pintura. Toda técnica remite a una metafísica. Hoy en día, la unidad y el mensaje moral del expresionismo alemán se nos aparece antes en su puesta en escena que en sus temas, o, más concretamente, ¿acaso, de su «proyecto» moral, no es lo que se ha diluido perfectamente en el universo visual aquello que ha permanecido en nuestra mente de forma más significativa? Por mi parte, como muchos otros, deploro la esterilización ideológica de Hollywood, su creciente timidez para tratar con libertad los «grandes temas», y es también por ello por lo que Los caballeros las prefieren rubias hace que eche de menos Scarface, el terror del hampa (Scarface, shame of a nation, 1932) o Sólo los ángeles tienen alas (Only angels have wings, 1939). Pero agradezco a los admiradores de Río de sangre (The big sky, 1952) y Me siento rejuvenecer (Monkey Business, 1952) por saber descubrir con los ojos de la pasión la inteligencia a secas que encubre la inteligencia formal de la dirección de Hawks, a pesar de la necedad explícita de los guionistas. Y si éstos se equivocan al no ver o querer ignorar esa necedad, al menos en los Cahiers preferimos efectivamente esa opción antes que su contraria.   

*Texto aparecido por primera vez en Cahiers du cinéma, n° 44, junio de 1955. Traducción de Mariana Miracle.

***

André Bazin (Francia 1913 - 1958).  Comenzó a escribir acerca del cine en 1943 y fue uno de los fundadores de la revista cinematográfica Cahiers du Cinéma en 1951 junto con Jacques Doniol-Valcroze y Joseph-Marie Lo Duca. En el año 1942, durante la ocupación de Francia por las Fuerzas del Eje, Bazin se convirtió en miembro de la organización La Maison des Lettres, cuya misión era ayudar a los jóvenes estudiantes que habían interrumpido su educación a causa de la guerra. Allí, André Bazin fundó un club de cine donde se proyectaban películas que estaban prohibidas políticamente por el régimen de Vichy. Durante sus proyecciones invitaba regularmente a Roger Leenhardt, quien escribía "La Petite École du spectateur" en la revista Esprit. Paralelamente, Bazin comienza a trabajar en el Instituto de Altos Estudios de Cinematografía (I.D.H.E.C) fundada por Marcel L'Herbier, en el cual comenzó a cristalizar sus ideas en relación con el cine.



 

[Ir a la portada de Tachas 624]