GUÍA DE LECTURA 513
Tachas 539 • El apando, de José Revueltas • Jaime Panqueva
Jaime Panqueva
Construido durante el periodo de mayor auge del Porfiriato, entre 1885 y 1900, cuando no existía prácticamente oposición a los destinos dictados desde el Palacio Nacional, la Penitenciaría del Distrito Federal, mejor conocida como el Palacio de Lecumberri, fungió como la cárcel de Estado desde su inauguración hasta 1976, cuando las condiciones de habitabilidad y funcionamiento lo habían convertido en ente obsoleto, además de arrastrar una pésima reputación como centro de reclusión de presos políticos.
La lista de escritores y personajes célebres presos en Lecumberri es muy larga, pero por lo general está encabezada por José Revueltas, quien estuvo en dos ocasiones: 1943 por casi un año, debido a su participación en el Comité Nacional de Defensa Proletaria, una organización comunista que se oponía al gobierno del presidente Manuel Ávila Camacho; y a partir del 18 de noviembre de 1968, tras la masacre de Tlatelolco. Aunque no estaba directamente involucrado en la organización del movimiento estudiantil, fue arrestado por su apoyo al mismo y su conocida postura crítica hacia el gobierno. La lista de cargos atribuidos a Revueltas era tan larga como ficticia: “incitación a la rebelión, asociación delictuosa, sedición, daño a propiedad ajena, ataques a las vías generales de comunicación, robo, despojo, acopio de armas, homicidio y lesiones.”
Escrita entre rejas, se dice que entre febrero y marzo de 1969, El apando es una novela corta atroz que vería la luz unos meses después de la liberación de autor, el 3 de abril, gracias a la presión social y política, además de una lucha jurídica que demostró la falta de fundamento de las acusaciones.
En ese penal obsoleto y sobrepoblado, planeado para menos de 1.000 reclusos y que por entonces contaba con más de 3.800, Revueltas cincela una anécdota cotidiana, la lucha entre tres prisioneros de las celdas de castigo (apando) que consiguen que la madre de uno de ellos introduzca droga al penal dentro de su vagina. Privados de luz, casi sin ventilación, sólo pueden sacar la cabeza por una pequeña abertura para monitorear el progreso de sus parejas y de la carga hasta la celda. La mirada aguda del narrador y sus constantes reflexiones sobre la vileza de la condición humana se intercalan con los diálogos naturalistas de Albino, Polino y El Carajo, y de la brutalidad del encierro que convierte a los hombres en animales.
«¡Venga la droga, vieja pendeja! ¡Venga el paquete, vieja jija de la chingada!». Era muy posible que la madre no escuchara en realidad… Su silencio tenía algo de zoológico y rupestre, como si la ausencia del órgano adecuado le impidiera emitir sonido alguno, hablar o gritar, una bestia muda de nacimiento. Únicamente lloraba y aún sus lágrimas producían el horror de un animal desconocido en absoluto, al que se mirara por primera vez…
Quizás sea El apando por su lenguaje, su brevedad y potencia, una de las novelas más desgarradoras de la narrativa mexicana. La brutalidad de los hechos narrados y su desenlace son capaces aún de estremecer a los lectores modernos, aunque estén quizá acostumbrados al narcosalvajismo literario del siglo XXI.
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