CRÍTICA
Tachas 539 • El mito de la competencia • Alejandro Badillo
Alejandro Badillo
En nuestra época la competencia se ha erigido como el acto de fe más importante. Recuerdo, a mitad de la década de los 90, el auge de la palabra: competitividad. Hay que ser competitivos, se empezó a decir, para aspirar al éxito en casi cualquier cosa. Algunos fieles de la iglesia de la competitividad tomaron como estandarte a Darwin: en la naturaleza sobrevive el más apto. Los que no pueden adaptarse a los cambios y a su entorno sucumben ante los ganadores de la evolución. Por supuesto, es una lectura errada, pues los animales –incluyendo los humanos– dependen de la cooperación para existir en un mundo hostil.
Sin embargo, la competencia, en el siglo XXI, es un mito, una ficción. Lo que tenemos, en realidad, es un fetiche que se desmiente todo el tiempo. Todos los participantes entran a la competencia para obtener una tajada del premio. Lo que ocurre es el fenómeno: “el ganador se lleva todo”. En la lotería o juegos de azar se parte de una probabilidad mínima, pero igual para cualquier participante. En el mundo actual el ganador parte de una ventaja definitiva, pero encubierta bajo el mito de la competencia. Acaso los fenómenos virales de internet, sujetos a dinámicas imprevisibles, pueden recompensar –muy de vez en cuando– al participante huérfano de alcurnia y, sobre todo, de dinero.
Los fans de la competencia son, generalmente, seguidores del fetiche del héroe. Creen, a rajatabla, en las historias de éxito de Mark Zuckerberg o Steve Jobs. Ellos lo lograron gracias a su genio, su visión y, sobre todo, su interés por beneficiar a la sociedad entera, en particular a sus consumidores. En realidad, estos personajes se beneficiaron de condiciones sumamente ventajosas para sus innovaciones tecnológicas. Una vez en la cima se han encargado de suprimir a la competencia. El monopolio de facto que forman empresas como Facebook, Amazon, Walmart y otras corporaciones similares, contradice, punto por punto, la fantasiosa idea de que la competencia propia del capitalismo de nuestra época genera mejores condiciones para los consumidores, pues los ofertantes competirán entre ellos para dar mejores precios y servicios. “Compra en otro lugar”, dicen los fans del estado actual de las cosas, cuando leen una queja de alguien contra una empresa. Pero, ¿qué pasa cuando la empresa (y sus subsidiarias) son la única opción cercana o disponible?
La cara más macabra de la falta de competencia es cuando pocas empresas de alimentos –oligopolios– controlan el mercado. La académica Isabella Weber, profesora asistente de Economía en la universidad de Massachusetts Amherst, ha publicado, desde hace varios meses, estudios que apuntan a algo que se llama “inflación de los vendedores”. La dinámica funciona así: cuando se forma un cartel que desplaza a los competidores, las empresas dominantes tienen el poder de fijar el precio del mercado. Más allá del costo de producción –que incluye los salarios– se suben los precios de manera artificial aprovechando su dominio en el mercado y, sobre todo, la dependencia de los consumidores a los productos que venden, pues estos son de primera necesidad. Aprovechando coyunturas como la pandemia y la narrativa que las rodea (crisis en los inventarios, costo de las materias primas y fallas en la cadena de suministros), las empresas aumentan sus ganancias ya que, en muchos países, tienen manga ancha para actuar sobre los precios. Esto no sólo quedó en evidencia a través de los estudios de Isabella Weber sino a través de confesiones de varios ejecutivos de las grandes corporaciones quienes admitieron, sin pudor, que explotaron a sus clientes aprovechando su necesidad.
La competencia es uno de los mitos más sagrados de nuestros años, aunque cada vez tiene menos vínculos con la realidad que vivimos todos los días. El hecho de competir, de sumarse a una pelea descarnada que sólo ganará un puñado de personas pertenecientes a los grupos dominantes, ha generado que muchas personas pierdan la confianza en el sistema en el que viven y en las instituciones que lo legitiman. Desde hace años un sector cada vez más creciente de ciudadanos busca soluciones radicales para romper el juego en el que están condenados a perder una y otra vez. En un mundo en el que casi ha desaparecido la organización colectiva y democrática, una salida peligrosa es a través de personajes neorreaccionarios que prometen un regreso al paraíso original cuando, en realidad, buscan preservar el modelo que los ha beneficiado.
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Alejandro Badillo (CDMX, 1977) es narrador, ha publicado tres libros de cuentos: Ella sigue dormida (Fondo Editorial Tierra Adentro/ Conaculta), Tolvaneras (Secretaría de Cultura de Puebla) y Vidas volátiles (Universidad Autónoma de Puebla); y la novela La mujer de los macacos (Libros Magenta, 2013).