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SPOILERAMA: RESEÑAS DE UN TIPO QUE NO PAGA NETFLIX

Spoilerama • Todo va a estar bien… o no • Óscar Luviano

Óscar Luviano

'Todo va a estar bien', imagen promocional de la serie
'Todo va a estar bien', imagen promocional de la serie
Spoilerama • Todo va a estar bien… o no • Óscar Luviano


Una publicista y una especie de DJ viven en un matrimonio roto (habitan juntos, crían a una niña, pero no duermen juntos). El final anunciado de su relación se precipita cuando Ruy (Flavio Medina) descubre que Julia (Lucia Uribe) mantiene una relación con el dentista de su hija (y ex de su prima), e inicia una guerra que incluye colarse al departamento del dentista y cambiar las cerraduras del departamento conyugal. Estas divertidas situaciones llevarán a una tensa batalla por la custodia de Andrea, una pequeña desesperada que pasa de rentar sus juguetes a sus amiguitos para reunir dinero, a escapar del hogar.

Sin embargo, dentro de Ruy y Julia hay dudas, y es muy probable que la furia que los separa se trate de amor mal canalizado. Tal vez ambos son víctimas, en realidad, de la figura perversa del matrimonio y de sus exigencias económicas, sociales y legales, un ente que mata al verdadero amor (como se informa al público en una extraña cápsula informativa a mitad del piloto).

Este es más o menos el resumen de los ocho episodios de la primera temporada de esta serie nacida de los esfuerzos compartidos de aquellos charolastras de Y tú mamá también (2001), Gael García Bernal (ahora productor) y Diego Luna (ahora director).

Ambos actores han mostrado, de entonces para acá, un cierto sesgo de crítica social en sus trabajos actorales y como productores, acaso inspirados en el filme de Cuarón, que se valía del triángulo amoroso para hacernos mirar, en realidad, el telón de fondo de un país en disolución debido a las desigualdades sociales y la violencia, con la destrucción del mito de Don Juan como metáfora de ese proceso.

La pavorosa solemnidad con la que transcurre esta comedia sugiere que Luna decidió seguir esos pasos en su debut como showrunner (la catarsis del terceto sexual incluida), pero en una versión acorde a los aires woke de la 4T.

De hecho, la mayor osadía de esta serie es poner en boca de una locutora (jefa de Fausto) loas al nuevo modo de gobernar y a la rendición de cuentas de las mañaneras. Y qué bueno, pero por desgracia las otras tomas de partido que se anuncian en la serie nunca suceden. Aquellas instituciones que iban a ser dinamitadas por Todo va a estar bien (la hetenormatividad, el patriarcado, el matrimonio, la familia…) no sólo quedan indemnes, sino que se ofrecen como únicas alternativas vitales.

Esta comedia pretendidamente postromántica extiende su mirada y va más allá del drama sentimental heterosexual clasemediero, y presenta mujeres empoderadas, muestra aspectos de la dura vida de personajes racializados y en servidumbre, de la carga que implica el cuidado de personas enfermas y de las relaciones de personas en reclusión y sobre los efectos de la pandemia (la serie comienza en 2019 y termina en estos días de cuarentena eterna).

Sin embargo, y sin importar el tema que la serie decida abordar, siempre lo hace de una manera amable, y hace de los conflictos sociales que presenta props, y los disuelve sin discutirlos, en una pátina para satisfacer a cierta sensibilidad que no puede disfrutar de una comedia sin gracia, sin sentir que está cambiando al mundo.

La serie es tan tópica que sus protagonistas son clasemedieros blancos, libres de urgencias de dinero, con sirvienta que termina por hacer la gran Roma y termina por quedar a cargo de cuidado de Andrea, en tanto que sus padres se dedican a resolver sus vidas (la una follando rabiosamente y el otro deconstruyéndose con la inevitable amiga lesbiana que se viste como banquero de los años veinte y con la hermosa barista francesa que habla todo con la g). Una odisea de autodestrucción que termina, como era de esperarse, en una redentora peda en la que los amantes, libres de la idea de la familia y del matrimonio, se lanzan de nuevo el uno en brazos del otro con el dentista en el medio, etcétera.

Se puede argumentar que una serie que, finalmente, está hecha para el consumo coyuntural (es un producto de su tiempo), no tiene el deber de cumplir con todas las expectativas que despierta, ni con todos los temas que espejea, pero al menos para mí (y créanme que soy un espectador que se compra con bien poco), este título no cumple ninguna, y con ello traiciona a cada momento.

Un ejemplo es su secuencia de apertura: en los trámites de su divorcio, Ruy y Julia son sometidos a un interrogarlo por dos jueces. La secuencia muestra de manera paralela las respuestas de ambos a las mismas preguntas, que buscan evaluar su idoneidad legal para quedarse con la custodia de Andrea. El cuestionario tiene preguntas ridículas (el inicio de la actividad sexual, el número de parejas sexuales…), y lo que hubiera sido un buen momento para cuestionar esta práctica, se queda en el chiste del contraste de las respuestas (ella recuerda su número de parejas, pero él perdió la cuenta…).

Otro tema es la falta de química entre la pareja protagonista, que hace más bien difícil tragarse este proceso de sanación familiar y romántica (la verdad es que yo estaba más preocupado por el destino del gato del abarrotero y del gallo de la vecina que por este par de siluetas llenas de clichés y salidas de tono).

La serie es, pues, a diferencia de Fleabag o Modern Love, una tranquilizadora simulación, como la deconstrucción masculina. Para Todo va a estar bien la pandemia que vivimos es una oportunidad para reencontrarnos con el otro, pero sin sacudirlo, particularmente si es el público.

Todo va a estar bien, en su primera temporada, puede verse en Netflix.

 


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