BUTACA URTAZA
El mensaje de los aliens
Federico Urtaza
Me gustaría que la oferta cinematográfica se ampliara a cine clásico, que éste no se quedara en las pantallas de tele o computadora. Ah, pero se me olvida que el acervo fílmico no va tan avanzado como uno imaginaría; sí, la tecnología nos ayuda a retocar imagen y sonido de películas viejas, pero eso cuesta mucho y para la industria no es tan interesante (hay que sacar lo que sigue sin estreno, ¿o qué?), pero los documentos cinematográficos merecen la misma atención que los documentos documentos y los libros y las pinturas y escultura y las grabaciones musicales… Quizá en eso se deberían ejercer los presupuestos públicos de apoyo a la cinematografía, más que financiar casi siempre a medias (que ya es mucho decir) y sin mucho tino, producciones que no necesariamente tienen un impacto “cultural” (que, nos guste o no, hasta las chafeces forman parte del sustrato del que se nutren las grandes obras).
Pero bueno, digo esto porque después de una temporadilla más o menos larga sin acudir a una sala de cine, desde hace unos días reanudé esas visitas.
Pero como vivo en León, Guanajuato (que si lo reformulo, daría lo mismo que si fuera la Ciudad de México, porque ahí también rifa el cine comercial de “estreno”), me atengo a lo que programan los empleados que reciben las directrices de los funcionarios que reciben los dictados del consejo de directores que reciben la palabra divina de los mercadólogos y financieros que le velan el placentero sueño a la asamblea de accionistas de las empresas que acaparan la producción, distribución y exhibición de películas.
A veces esos programas incluyen un par de sorpresas, sea de parte del cine comercial, del independiente y hasta el de arte (no estoy ya tan seguro de lo que esta expresión implica). Es cierto que a veces la elección tiene qué ver con los misteriosos caminos que siguen las películas, pero también con esos arranques no menos enigmáticos de generosidad de cierta empresa exhibidora en nuestro país. Pero bueno, el caso es que la oferta a veces da hasta para sorprenderse.
Acabo de ver Doctor Strange, hechicero supremo (Scott Derrickson, 2016), basada en otro personaje de Marvel Comics creado por Stan Lee, que de verdad me gustó porque me reconozco fan de este subgénero que toma como trampolín el cómic. Pero no hablaré más de esta película, pues cuando aparezca este artículo ya es probable que haya sido desplazada por otros estrenos, unos deleznables y otros que son interesantes si uno es de esos espectadores que, aunque se sople las comedias románticas o las ruidosas de acción de moda, también ha conservado la capacidad de seguir tramas complejas (que si me pongo rudo, cualquier cosa que se aparte de lo convencional crecientemente facilón –simplón, pues-, ya es para muchos COMPLICADO).
En este último caso incluyo La llegada (Denis Villeneuve, 2016), que además de un atractivo guión, tiene las actuaciones de Amy Adams y Jeremy Renner y Forrest Whitaker, para darle forma a una película que al principio da la pista de que se trata de otra producción de encuentro cercano del tercer tipo.
Enfatizo el asunto del guión porque me impresionó que del previsible lugar común hace que la historia se deslice hacia la sorpresa (nada de spoilers, hay que verla) y para rematar, nos hace pensar en la pregunta de fondo que uno debe hacerse cuando termina de ver una película: ¿De qué se trató? Y no me refiero a esa tentativa de respuesta con sinopsis (o como le pasa a algunas personas, que al contestar relatan todo lo que vieron y retuvieron), sino al meollo del asunto. Para ilustrar esto, doy dos ejemplos.
Conversando con el cineasta Felipe Cazals, me preguntó: “Sabe de qué trata la serie Breaking bad?” Me encogí de hombros, torcí la boca y le dije: “Pues de un hombre que ante un diagnóstico terrible, sin nada qué perder, se convierte en narco”.
Convino que en cierto modo era eso, pero no precisamente eso, sino algo más duro: se trata del Obamacare, el proyecto de servicios médicos del ahora ya casi expresidente de los Estados Unidos, es decir, algo así como “Miren lo que puede hacer un hombre trabajador, gravemente enfermo sin servicio médico”.
El segundo ejemplo lo hallé en una entrevista al curiosísimo (en muchos sentidos) filósofo Slavoj Zisek, que se encuentra en YouTube, donde dice de qué se trata la película Armaggedon, que aparentemente trata de un grupo de petroleros desmadrosos que van a salvar el planeta de un meteorito que se aproxima. Sí, claro, dice, nos podemos despistar por esa mezcla de película de acción y ciencia ficción, y pensar que es otra de esas en que los gringos salvan a la humanidad… Pues, no, dice Zisek, se trata de la dificultad de un padre para dejar ir a su hija. Y, pues sí, bien vista la película, de eso se trata.
Vuelvo a La llegada; como decía, no se las voy a contar, disfrútenla, no se claven en los aliens emparentados con los antiguos de H.P. Lovecraft y su Cthuluh, ni en el delirio de los gringos que ven apocalipsis en cada hecho atípico y aun así se inclinan por alguien como Trump. Es una buena película de ciencia ficción, observadora de las convenciones de género y subgénero… Pero hay un detalle, ya me dirán si tengo razón o no en esto que vi: Lo que importa es vivir.